El modelo y los s¨ªntomas
De un tiempo a esta parte ha cundido la idea de que las autoridades han perdido el control sobre La Rambla. Principal territorio de pisada de la avalancha tur¨ªstica, ha sufrido en los ¨²ltimos a?os diversas mutaciones -entre ellas, cambios significativos en la propiedad y los usos de sus tiendas- que le han convertido en un desastrado espacio folcl¨®rico, lejos del papel de arteria popular de la ciudad que tuvo en el pasado. La degradaci¨®n de La Rambla ha contaminado su entorno. Las fotograf¨ªas que levantaban acta de la pr¨¢ctica de relaciones sexuales de pago en los porches del mercado de la Boqueria lo ten¨ªan todo para generar un gran impacto. No hay que ser psicoanalista para intuir los efectos sobre el imaginario de los barceloneses de la imagen de la promiscuidad sexual callejera en el templo de los productos de la tierra que llegan a nuestras mesas. En la profusi¨®n de inhibiciones, respuestas, cr¨ªticas y descalificaciones que han provocado estas im¨¢genes hay que distinguir dos cosas: la crisis de un modelo de ciudad y la visibilidad de un barrio.
En el Raval hay mucha menos conflictividad que en los barrios de inmigraci¨®n masiva de las grandes ciudades europeas
En pol¨ªtica, los cambios generacionales acostumbran a traer consigo un cambio de objetivos, de modelos e incluso de pretextos. El modelo Barcelona, que goz¨® de un amplio consenso social hasta finales de la d¨¦cada de 1990 y que puso a la ciudad en un lugar destacado en el mapa del mundo, se agot¨®. Probablemente, el alcalde Clos no fue consciente de ello, pero el F¨®rum 2004 fue el mausoleo en que se enterr¨® solemnemente este modelo. La llegada de una nueva generaci¨®n socialista al ayuntamiento, encabezada por el alcalde Hereu, ten¨ªa el sentido de crear un nuevo modelo para la ciudad sobre la base de un nuevo consenso con actores sociales que, debido a los enormes cambios que Barcelona ha vivido, en nada se parec¨ªan a los que fueron puntales del consenso anterior. El descontrol de la Rambla es un s¨ªmbolo de que este objetivo no se ha alcanzado todav¨ªa. Conseguirlo requiere evidentemente coraje y riesgo, porque la idea de una ciudad mestiza y cosmopolita choca con problemas reales y obst¨¢culos mentales. Pero, en la coyuntura del gobierno municipal actual, no hay mayor riesgo que el inmovilismo ni mayor imprudencia que el miedo.
Detr¨¢s de las im¨¢genes de la pol¨¦mica, aparece un barrio esencial de la vida barcelonesa: el Raval. Por diversas razones es un barrio muy expuesto a la visibilidad. Lo que en ¨¦l ocurre adquiere siempre mayor significaci¨®n e importancia. Este verano ha habido un buen ejemplo: un joven argelino fue asesinado de un navajazo. La noticia fue publicada por 95 peri¨®dicos, estuvo en todos los telediarios e incluso mereci¨® una nota en The New York Times. Pocas semanas antes hubo un asesinato con pistola en Sants. Unos breves sueltos en la prensa barcelonesa. Los asesinos eran distintos, las v¨ªctimas y los barrios tambi¨¦n.
El Raval ha sido siempre un lugar de paso y de entrada a Barcelona y esto le da una visibilidad a?adida, como sabemos desde el m¨ªtico barrio chino. En estos momentos, cerca del 55% sus habitantes viene de la inmigraci¨®n reciente. Que un barrio de estas caracter¨ªsticas aguante razonablemente bien, con una conflictividad muy inferior a los barrios perif¨¦ricos de inmigraci¨®n masiva de las grandes ciudades europeas, es un hecho relevante que hace que muchos especialistas extranjeros est¨¦n pendientes de lo que aqu¨ª ocurre. La pol¨ªtica municipal barcelonesa trat¨® de dar mayor centralidad al barrio, de convertirlo en foco de atracci¨®n de toda la ciudad. En buena parte se ha conseguido. Ciertamente, las transformaciones urban¨ªsticas no han tenido siempre los efectos deseados y se han abierto algunas l¨ªneas de fractura entre las zonas m¨¢s pr¨®speras y las zonas m¨¢s degradadas. Pero ¨¦ste ha sido siempre un barrio un poco canalla, y lleva en su ADN la condici¨®n de abierto, denso e intenso. Nada de lo que se cuenta estos d¨ªas es nuevo en el Raval.
La cultura urbana de los barceloneses ha variado: la obsesi¨®n securitaria ronda a veces la paranoia, el impacto migratorio inquieta, la pisada del turismo est¨¢ dejando una huella m¨¢s fuerte de la que se esperaba. En una palabra, Barcelona necesita un nuevo modelo. Y el principal deber del alcalde Hereu, por el que ser¨¢ juzgada su gesti¨®n, no es poner parches, es sentar las bases y buscar los consensos necesarios para desarrollarlo, aunque tenga la resistencia de los que sue?an con una Barcelona que se parezca a Ginebra, es decir, totalmente irreconocible.
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