Estremecimiento
Fr¨¢gil, delgado, sus ojos cerrados ocultos bajo el ala del sombrero, su cara escondi¨¦ndose tras el micr¨®fono y su cuerpo cimbreando en el centro del escenario o asido, ocasionalmente, al m¨¢stil de su guitarra. Leonard Cohen hubiera parecido distante si de su garganta no hubieran ido saliendo todos aquellos monumentos, en su mayor¨ªa, de la canci¨®n contempor¨¢nea. Cantadas, susurradas, adem¨¢s, con esa fuerza y capacidad de penetrar hasta lo m¨¢s profundo que muy pocos poseen. En otras palabras: una maravilla cargada de emoci¨®n y de una belleza exultante.
Leonard Cohen no trajo ninguna novedad a Barcelona pero la veintena de canciones, siete m¨¢s con los bises, sonaron nuevas en el Sant Jordi, frescas, como reci¨¦n escritas gracias sobre todo a unos arreglos novedosos que buceaban en las interioridades de cada tema mostr¨¢ndolo de forma cruda y, al mismo tiempo, terriblemente musical.
LEONARD COHEN
Palau Sant Jordi. Barcelona, 21 de septiembre.
Entre el variado p¨²blico no faltaron pol¨ªticos como Montilla
Tres coristas y un sexteto instrumental arroparon la gutural y estremecedora voz del cantautor canadiense. Y entre ellos destac¨® una cara conocida: el guitarrista y laudista ma?o afincado en Barcelona Javier M¨¢s. Su archila¨²d y su bandurria (s¨ª: una bandurria acompa?ando a Cohen) cobraron en muchos momentos un protagonismo que el p¨²blico premi¨® con repetidas y c¨¢lidas ovaciones. Tras ellos simplemente un alto cortinaje de color cambiante y dos grandes pantallas de v¨ªdeo que segu¨ªan hasta los m¨¢s peque?os ademanes del cantante acerc¨¢ndole a¨²n m¨¢s a la audiencia. Una sonoridad de lujo matizaba hasta los m¨ªnimos detalles como si en vez de un enorme polideportivo estuvi¨¦ramos en una peque?a sala de conciertos.
Una peque?a sala en la que conviv¨ªa un p¨²blico de lo m¨¢s variado en el que no faltaban intelectuales de su quinta y un nutrido grupo de pol¨ªticos con el presidente Montilla a la cabeza.
Leonard Cohen comenz¨® la velada con Dance me to the end of love y fue pase¨¢ndose sin la m¨ªnima nostalgia por todo su repertorio, desde su primer disco hasta los temas m¨¢s recientes, ninguno nuevo. Bird on the wire o Everbody knows marcaron la primera parte. En la segunda se sucedieron Tower of songs, Suzanne (se encendieron algunos mecheros, corrieron las primeras l¨¢grimas), The partisan (otra gran ovaci¨®n), Hallelujah (con nuevas referencias a Barcelona en la letra), I'm your man o Take this waltz (el Sant Jordi se vino abajo). Una recta final sin fisuras, sencillamente conmovedora, capaz de ponerle la piel de gallina al m¨¢s fr¨ªo y distante de los asistentes.
El p¨²blico, tranquilo hasta ese momento, abandon¨® sus localidades y se fue acercando al escenario para vivir m¨¢s de cerca (e inmortalizar con sus m¨®viles el momento hist¨®rico) una tanda de bises tan larga como contundente. Con So long Marianne, First we take Manhattan y Famous blue raincoat el Sant Jordi vivi¨® uno de esos momentos que ser¨¢ dif¨ªcil olvidar.
En total casi tres horas de m¨²sica estremecedora mostrando la vitalidad de un hombre que esa noche, nadie lo dir¨ªa, cumpl¨ªa 75 a?os. Ni una pizca de cansancio a pesar de que la gira en la que anda embarcado comenz¨® hace m¨¢s de un a?o, en mayo de 2008, y a¨²n le quedan 16 conciertos antes de poder regresar a la quietud de su retiro espiritual. Un retiro que esperemos pronto vuelva romper porque, por la salud mental de la poblaci¨®n, un concierto de esta magnitud, intensidad y belleza debe repetirse con frecuencia.
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