Duvall y Murray se merecen otra cosa
Cuentan que el origen de Get low es un cuento del folclor americano que recrea la leyenda de un individuo con pasado misterioso que un d¨ªa decidi¨® exiliarse del mundo y vivir en plan ermita?o en medio del bosque. Lo m¨¢s ins¨®lito de esa conducta es que despu¨¦s de hab¨¦rselo montado en soledad durante 40 a?os decidi¨® que quer¨ªa que le hicieran una fiesta de funeral estando vivo y en la que todos los presentes ten¨ªan que contar alguna historia sobre su aparentemente exc¨¦ntrica y violenta personalidad. Y entiendes que ese argumento puede ser tentador para un productor. Dean Zanuck tuvo el olfato o la suerte de que un actor tan vers¨¢til y poderoso como Robert Duvall aceptara meterse en la piel del atormentado y enigm¨¢tico eremita, de alguien que est¨¢ marcado por el pasado y que se ha convertido en una leyenda. Igualmente, cualquier aficionado al cine sabe que entre los registros del muy gracioso Bill Murray estar¨ªa impecable encarnando al sard¨®nico due?o de una funeraria en apuros. Y que Sissy Spacek puede otorgar verosimilitud y matices a una anciana que sigue enamorada del hombre que represent¨® la gran pasi¨®n de su juventud.
El reparto de 'Get low' es perfecto y la historia podr¨ªa dar juego
Admitiendo que el reparto es perfecto y que esa historia entre elegiaca y misteriosa podr¨ªa dar mucho juego, se supone que necesita un director con sentido po¨¦tico, capaz de reflejar el encanto, el vitalismo, los viejos fantasmas, la amargura y la esperanza de personajes tan pintorescos que necesitan expresar antes de morir aquellos acontecimientos que marcaron su existencia. Para aclararnos. Te imaginas esa historia contada por alguien como John Ford. Pero la dirige un primerizo llamado Aaron Schneider y no sabe qu¨¦ hacer con ella. Convierte un argumento que pod¨ªa ser apasionante en un d¨¦bil cuento de Navidad, en un telefilme blandengue, en un retrato carente de personalidad, de ritmo, de atm¨®sfera, de aut¨¦ntico sentimiento, de poder de evocaci¨®n. Get low es muy poquita cosa, pero Duvall es tan grande que funciona por su cuenta y se libra del naufragio.
Se supone que Hadewijch dirigida por Bruno Dumont, se?or al que los amantes del rigor y de las propuestas radicales profesan un amor cuyas razones a m¨ª me resultan entre hilarantes y marcianas, pretende demostrar que el fanatismo religioso, independientemente de que se sigan las ¨®rdenes de Dios, de Al¨¢ o de Satan¨¢s, siempre acaba derramando sangre, que los integrismos son c¨®mplices en su idea de arreglar el corrompido e injusto mundo a indiscriminados bombazos. Hasta ah¨ª, de acuerdo. Pero tesis tan irrefutable est¨¢ desarrollada fundamentalmente con los pies en vez de con la cabeza, aunque a ese tono pedestre algunos lo definan como gran estilo y voz propia.
Dumont arranca con un plano fijo de varios minutos en el que est¨¢n subiendo algo con unas poleas, sigue parsimoniosamente el paseo de unas monjas camino del desayuno y no corta el plano hasta que ha entrado la ¨²ltima, tampoco mueve la c¨¢mara durante ocho minutos de un grupo musical al que est¨¢n viendo los protagonistas y su vocacional meloman¨ªa dedica un tiempo similar encuadrando a una orquesta de c¨¢mara que est¨¢ tocando en una iglesia. Vayan sumando metraje y descubr¨ªan que el listorro de Dumont ya ha construido mediante el vac¨ªo un cuarto de pel¨ªcula.
El resto es igual de lerdo describiendo la permanente crisis de una novicia, enamorada de un Dios con el que no puede conectar f¨ªsicamente y que es expulsada del convento porque est¨¢ todo el d¨ªa haciendo feroz abstinencia y castig¨¢ndose. Resulta que el pap¨¢ de la m¨ªstica dolorida es ministro. O sea, que dudo mucho de que las pragm¨¢ticas monjitas se atrevieran a expulsar de su gremio a la hija de alguien que tiene el poder de conceder subvenciones. La amante de Cristo, que se siente muy perdida, conoce a un "palero" magreb¨ª que le presenta a su muy religioso hermano, especializado en dar clases religiosas a grupos de musulmanes y en convencerles de la necesidad de la acci¨®n directa para combatir a los infieles. Total, que el ardiente ayatol¨¢ se toma un t¨¦ con la iluminada y sufriente ex novicia y enseguida se ponen de acuerdo en la obligatoriedad moral de sacudirle con metralla a la p¨¦rfida democracia. Las im¨¢genes de esta pel¨ªcula son tan vacuas como caprichosas las situaciones y los personajes. Dumont, como los verdaderos creadores, no tiene por qu¨¦ dar explicaciones, ni sentido, ni una m¨ªnima l¨®gica a su disparatada historia, a su sofisticada empanada mental. Ser¨ªa un recurso peque?oburgu¨¦s. ?l es un artista que utiliza un revolucionario lenguaje, y ya se sabe que esos singulares creadores s¨®lo tienen que obedecer a los caprichos de sus genitales. Le caer¨¢ alg¨²n premio gordo. Es lo coherente. Admito apuestas.
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