Visiones
Ver¨¢n, a veces tengo visiones. De pronto creo ver a Zapatero, por ejemplo, vestido de Agatha Ruiz de la Prada. Le veo anunciando con toda solemnidad que la subida de impuestos afectar¨¢ sobre todo a las clases altas y que se trata, en todo caso, de una cuesti¨®n de solidaridad por parte de la ciudadan¨ªa, y qu¨¦ quieren, me da por imaginarlo con lo que podr¨ªa ser el uniforme Agatha de pol¨ªtico: trajes de colores vivos -fucsias, verdes limones, azules el¨¦ctricos-, con pantalones hasta la rodilla, con las solapas ribeteadas de estrellitas, corazoncitos o florecitas, corbatas con ¨ªdems, calcetines de colores de contraste con el traje y un sombrerito simp¨¢tico. No crean, puedo tener, seg¨²n la declaraci¨®n, la misma visi¨®n con Rajoy, Patxi L¨®pez o cualquier otro pol¨ªtico, banquero, empresario o mandam¨¢s.
Los que est¨¢n atentos a estas cosas estilosas se habr¨¢n fijado, sin embargo, que Agatha no dise?a tanto para hombres, sino preferentemente para mujeres y ni?as. Desde aqu¨ª te lo digo, Agatha: ah¨ª te falta audacia. Hasta los albores del siglo XIX, los varones de la ¨¦lite social conservaban todav¨ªa una presentaci¨®n est¨¦tica ostentosa y coqueta (se depilaban, llevaban pelucas con coleta, joyas, ropas de colores vivos, medias de seda...). Unas d¨¦cadas m¨¢s tarde, sin embargo, el hombre importante europeo se vest¨ªa ya con la sobria neutralidad que conocemos, con un traje gris o negro, una especie de uniforme de seriedad, disciplina y respetabilidad, que daba a entender que no buscaba el placer, sino el trabajo; no el ocio, sino el negocio. No as¨ª la mujer, claro, a la que se incitaba a todo tipo de maquillajes, peinados, complementos y vestidos coloristas: todo ello considerado propio (y necesario) de su sexo e impropio del otro. Y en esas seguimos.
Pero imaginemos la experiencia. Un parlamento con sus diputados de ambos sexos vistiendo el uniforme Agatha de pol¨ªtico. "Vestir Agatha es una experiencia total, envolvente, transformadora. Un acontecimiento, una aventura, un happening", seg¨²n reza la propaganda de la marca. Al principio los ciudadanos contemplar¨ªamos esa explosi¨®n parlamentaria de color con la extra?a sensaci¨®n de participar en una representaci¨®n de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas. Desde nuestras deslucidas vestimentas (esas ropas grises, ocres y negras de la moda oto?o-invierno), la visi¨®n nos resultar¨ªa extravagantemente l¨²dica y circense. Cualquier afirmaci¨®n que saliera por boca de esos pol¨ªticos coloristas parecer¨ªa revestida de un toque de humor: imposible cre¨¦rsela a pies juntillas. Ellos mismos, cuando se miraran en el espejo, o miraran a sus colegas, sentir¨ªan desinflarse su ego, sus poses de seriedad y respetabilidad, su gris solemnidad. Hasta les saldr¨ªa una risilla cuando afirmaran que esta subida de impuestos afecta sobre todo a las clases altas... O tal vez no. Hagan su propio experimento visual y ya me dir¨¢n.
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