Ministerio de la Culpa
Siempre se ha sospechado que la relaci¨®n entre el Estado y la cultura est¨¢ basada en el sentimiento de culpa. En una ecuaci¨®n tan sencilla como ¨¦sta: como los mecanismos de educaci¨®n y de organizaci¨®n social desarrollados por los poderes pol¨ªticos han sido incapaces de dar lugar a una sociedad poblada por ciudadanos que hagan, pongamos por ejemplo, vivir a Vel¨¢zquez o Goya de su talento, el Gobierno decidi¨® compensar ese vac¨ªo y ocuparse de la cultura. Por supuesto que cuando uno escucha la palabra cultura tiene la tentaci¨®n de echar a correr y no parar hasta el mar, porque bajo ese paraguas ya no cabe m¨¢s gente. El paso final de ese sentimiento de culpa es seguramente la creaci¨®n de los ministerios de Cultura, que podr¨ªan llamarse, con mayor sinceridad, ministerios de la Culpa. Parece razonable pensar que si no fuera por el Estado hace mucho tiempo que el Museo del Prado habr¨ªa sido abandonado a las ratas, la catedral de Burgos hoy ser¨ªa un conjunto de adosados y el acueducto de Segovia, un intercambiador de autobuses. Pero alguien se dio cuenta de que un grabado de Goya o el Quijote de Cervantes o un poema de Lorca son, por m¨¢s vueltas que le demos, las grandes riquezas de un pa¨ªs. Parece mentira, porque lo normal ser¨ªa que una gran potencia bombardeara a otra para quitarle la autor¨ªa de Las mil y una noches y no el petr¨®leo o arrebatarle la nacionalidad de las pel¨ªculas de Lubitsch en lugar de un islote estrat¨¦gico. Pero no es as¨ª.
A cambio de su ¨ªmpetu por corregir la ausencia de pasi¨®n cultural, el Estado se reserva la explotaci¨®n de sus orgullos art¨ªsticos
La trayectoria vital de los m¨¢s grandes artistas de nuestro pa¨ªs nos demuestra que la c¨¢rcel, el fusilamiento, la tortura, el exilio y el desamparo son condiciones que se han venido repitiendo durante siglos. Fue tal la dedicaci¨®n por hacerle la vida imposible a cualquier genio, que hasta lleg¨® a parecer una condici¨®n indispensable para serlo. No tard¨® en llegar el artista farsante, que invirti¨® los t¨¦rminos, y le bastaba con sufrir el rechazo para justificar su in¨¦dita genialidad. El artista quejica ser¨ªa m¨¢s o menos como el aficionado al f¨²tbol que desde el sof¨¢ de su casa siempre cree que regatear¨ªa mucho mejor que Messi. Si algo nos ha ense?ado el mundo es que el talento puede desarrollarse hasta en las peores condiciones, lo que no significa que haya que fomentar la censura, la persecuci¨®n del creador o su lapidaci¨®n p¨²blica. Como dec¨ªa el maestro Azcona, eso ser¨ªa tan imb¨¦cil como sostener que para que un tipo produzca buenos espermatozoides ser¨ªa bueno darle de martillazos en los genitales.
El papel del Estado como madraza del arte se ha consolidado en los ¨²ltimos cincuenta a?os y no hay Gobierno, por cutre y represor que sea, que no dedique una partida presupuestaria a la danza, el cine, el teatro, la edici¨®n de libros y revistas, la ¨®pera, la m¨²sica cl¨¢sica, los conciertos de pop, la recuperaci¨®n del folclore, el sostenimiento del patrimonio y, por supuesto, al ensalce de su pinacoteca nacional. ?Por qu¨¦ lo hace? Por sentimiento de culpa.
Lo normal, lo sano, ser¨ªa que el Estado se preocupara de la salud de sus ciudadanos, de su educaci¨®n, de la red viaria, del buen estado de los alimentos y del alcantarillado, y que dejara a cada uno decidir si prefiere a la ca¨ªda de la tarde divertirse con una comedia teatral o con un drama oper¨ªstico, ir a ver una zarzuela o la exposici¨®n de un nuevo artista conceptual. El propio consumo de los ciudadanos permitir¨ªa sostenerse a cualquier industria cultural. De este modo un rockero no necesitar¨ªa actuar bajo contrato de los ayuntamientos ni un cineasta procurarse una ayuda econ¨®mica ni un autor teatral intentar colocar su texto en alguna sala p¨²blica o un artista pl¨¢stico vender su obra a museos. Todo ello, formas m¨¢s o menos zafias de subvenci¨®n del Estado o, como m¨ªnimo, reconozc¨¢moslo, del Estado como contratista principal.
Cualquier persona inteligente podr¨ªa alegar que tambi¨¦n el Estado encarga autopistas, plazas y planes urban¨ªsticos a empresas de la construcci¨®n, sin que por ello los delineantes o los aparejadores sean acusados de subvencionados ni paniaguados. No hace falta darle muchas vueltas para concluir que el verdadero mecenazgo del Estado se ha volcado con las grandes empresas constructoras y ¨¦stas nos han honrado con sus creaciones al d¨ªa de hoy incomprendidas.
A cambio de su ¨ªmpetu por corregir la ausencia de pasi¨®n cultural de la gran mayor¨ªa de la poblaci¨®n, el Estado se reserva la explotaci¨®n de sus orgullos art¨ªsticos. Nos recuerda, para nuestra tristeza, todas aquellas cosas que no sobrevivir¨ªan sin sus desvelos. En estos casos de ensalzamiento siempre se decanta por el repertorio y el artista muerto. El artista muerto ya no hace declaraciones ni se caga en nadie, ya no se comporta mal ni eructa en el c¨®ctel. El artista muerto puede que fuera una inc¨®moda mosca cojonera en vida, pero muerto y enterrado lo convertimos en ejemplar padre de familia y modelo de civismo y hasta le borramos el cigarrillo de la comisura de los labios. El artista muerto no da un ruido.
Si uno mira con atenci¨®n a las grandes autoridades que visitan una exposici¨®n o una nueva muestra cultural, se dar¨¢ cuenta del alivio que transpiran. Se est¨¢n quitando un peso de encima. Uf, por fin podemos justificar el resto de nuestros desmanes, de nuestras incapacidades, mirad, mirad lo que os hemos tra¨ªdo aqu¨ª. Suena como el sello de las grandes empresas en tantos patrocinios, algo as¨ª como la limosna al salir de misa en versi¨®n siglo XXI.
El artista tampoco est¨¢ libre de la culpa y, si es inteligente, agradece al Estado su desvelo por proteger un oficio que de otra manera quiz¨¢ estar¨ªa destinado a la marginalidad y la penuria. Alza su voz cr¨ªtica, s¨ª, pero casi siempre contra los pol¨ªticos, que son las ¨²nicas personas con las que alguien se puede meter sin que le pase absolutamente nada. No se le ocurre morder a las grandes empresas ni a los gigantes medi¨¢ticos ni a los ejecutivos de las televisiones ni a nadie que tenga verdadero poder. Se dedica a clamar contra los grandes males de la humanidad: el hambre, las enfermedades, la pobreza, el cambio clim¨¢tico, como si alguien ah¨ª fuera pudiera estar en contra de tan p¨ªos deseos. Se lava la culpa con un m¨¦todo indoloro.
Las buenas causas son un complemento pr¨ºt-¨¤-porter, una compa?era de baile. Remover conciencias como se remueve el ColaCao. El artista como monja. El artista como el ni?o que agita la hucha del Domund. Cuanto m¨¢s guarra y sexy es una actriz o una modelo m¨¢s le gusta abrazarse a los ni?os desnutridos de ?frica. Cuanto m¨¢s dinero gana un cantante con canciones deliciosamente bobas, m¨¢s necesita recordar que contribuye con un porcentaje de sus ganancias a la vacuna contra lo que sea. Es el ¨¦xito con sentimiento de culpa. No lo neguemos, sin sentimiento de culpa estar¨ªamos verdaderamente fastidiados.
Ahora bien, lavar la culpa es s¨®lo un ejercicio de maquillaje, cosm¨¦tica para salir del paso. La verdadera pol¨ªtica cultural tiene una pregunta que hacerse: ?por qu¨¦ la sociedad no garantiza la supervivencia del arte, de la inteligencia, de la sensibilidad? Y si encuentra las razones, trabajar sobre el origen del desastre. Entonces ya no hablar¨ªamos de culpa y disimulo, sino de esfuerzo, de cambio, de futuro.
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