La hipermnesia y Facebook
S¨®lo tres o cuatro personas en el mundo padecen un extra?o y cruel trastorno de la memoria, la hipermnesia. As¨ª lo afirma el profesor de neurobiolog¨ªa James L. McGaugh, de la Universidad de California en Irvine. Este investigador, especializado en neurolog¨ªa del aprendizaje y de la memoria, ha estudiado el ins¨®lito s¨ªndrome que provoca el recuerdo autobiogr¨¢fico perfecto. Es decir, la capacidad de retener todos los detalles de una vida. Y ese "todos" es lo que convierte a esta enfermedad en un tormento. Nada se borra. Nada se olvida. Se conservan todas las im¨¢genes. Todas las palabras. Todas las emociones. Todos los regalos de cumplea?os. Todos los importes de todas las compras de toda una vida. Los momentos felices y los dolorosos. Lo sublime y la an¨¦cdota m¨¢s est¨²pida. Para las personas afectadas, el pasado se torna una mochila cada vez m¨¢s pesada. Un lastre obsesivo que les impide encarar libremente el futuro.
El exhibicionismo permanente se ha masificado a trav¨¦s de las redes sociales
Por fortuna, las posibilidades de sufrir este s¨ªndrome son irrisorias. Sin embargo, millones de personas en todo el mundo vivimos expuestas a quedar noqueadas por un directo del pasado en el momento m¨¢s inesperado. A vernos sorprendidas por la resurrecci¨®n de aquel episodio que la memoria hab¨ªa tenido el acierto de encerrar en el ba¨²l de los recuerdos y tirar la llave al mar. Ese ataque repentino suele producirse de la mano de alguien tan inocente como un antiguo amigo del colegio, la novia de p¨¢rvulos o la pandilla de los campamentos del 81 que nos ha localizado a trav¨¦s de Facebook. Asidos al teclado, nos sumergimos en un t¨²nel del tiempo capaz de conducirnos al para¨ªso de la nostalgia o al infierno de unas heridas que ya cre¨ªamos cicatrizadas.
El pasado retorna en los colores alterados de las fotos digitalizadas. Del mismo modo que en el ma?ana se entremezclar¨¢n las im¨¢genes, v¨ªdeos y comentarios del presente. La futura profesora de instituto, f¨ªsica nuclear o ejecutiva empresarial tendr¨¢ que aprender a convivir con sus im¨¢genes adolescentes de ahora. ?sas en las que posa en bikini frente a un espejo, con los labios entreabiertos y los ojos entornados, en una burda imitaci¨®n de las provocativas divinidades de moda.
La vida es evoluci¨®n. Todos tenemos derecho a cambiar, a contradecirnos, a realizar cuantos viajes ideol¨®gicos nos plazca y a defender, en cada momento, nuestro modo de pensar y actuar. La diferencia es que esa evoluci¨®n, hasta ahora, era un periplo interior. Un trayecto que, a veces, compart¨ªamos con otras personas. Compa?eros de aventuras que el azar de la traves¨ªa obligaba a despedir en diferentes estaciones, en funci¨®n del destino elegido por cada cual.
Ahora, Facebook, Twitter, Tuenti y otras redes sociales est¨¢n convirtiendo el desarrollo personal en un crucero de masas. Los j¨®venes crecen en la red, comparten cada minuto de su evoluci¨®n y de su intimidad. P¨¦rdida terrible de la vida privada, dir¨¢n unos. Aumento de la transparencia y la sinceridad, dir¨¢n otros. La ¨²nica certeza es que, con sus pros y sus contras, el virus del exhibicionismo de los reality shows ha penetrado en nuestra conducta social.
Hay una necesidad, una obligaci¨®n, de ser visibles. Somos la imagen que se refleja en los ojos de los dem¨¢s. Y en esa obsesi¨®n por compartir la existencia se esconde un modo de reafirmar la identidad, de reclamar un lugar en el grupo y de lanzar al aire un ?aqu¨ª estoy yo!, ?contad conmigo!
El anonimato produce terror, del mismo modo que asusta la soledad. Las redes sociales son el espantajo que aleja el fantasma de la exclusi¨®n, el rinc¨®n de las voces que rompen el silencio y la tristeza. Frente a la pantalla del ordenador puedes sentir que formas parte de un grupo, que tienes un lugar donde volcar las emociones, donde compartir tu tiempo.
Pero la soledad tambi¨¦n es una fuente de riqueza en nuestras vidas. En ella se encuentra el germen del pensamiento, del arte, de nuestra propia identidad. En un mundo permanentemente conectado, los espacios de aislamiento se reducen hasta convertirse en preciadas perlas ex¨®ticas. Entonces, surge la duda. La incertidumbre de saber si la generaci¨®n que est¨¢ creciendo bajo el abrazo continuo de las redes sociales sabr¨¢ estar sola. Si al no haber recibido la dosis habitual de soledad adolescente, no resultar¨¢ m¨¢s vulnerable al sombr¨ªo y temible ataque del gregarismo.
Ni George Orwell pudo predecir las horas de diversi¨®n que producir¨ªa la renuncia a la vida privada. La alegr¨ªa con que nos convertir¨ªamos en una sociedad que se observa a s¨ª misma. Con una sonrisa inocente y, sin ensuciarnos las manos, actuamos como un detective privado ante un cubo de basura, rebuscando el rastro de un nuevo empleado, de un amante o de un amigo. Sin una sombra de culpa o arrepentimiento. Todo vale, ya que hay consentimiento de por medio.
En este benepl¨¢cito es donde radica nuestra ¨²nica capacidad de control. Aunque no deja de producir cierta inquietud saber que la memoria de Facebook es ilimitada. Y que en su cerebro se hallar¨¢n almacenados, por siempre, las im¨¢genes, las palabras y las emociones de nuestra vida. Incluso cuando ¨¦sta ya s¨®lo pertenezca al pasado.
Emma Riverola es creativa publicitaria y novelista, autora de Cartas desde la ausencia.
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