M¨¢s balas que a?os
Han matado, cortado extremidades y violado a decenas de mujeres. Los ni?os soldado cuentan su tr¨¢gica vida un a?o despu¨¦s de que la rebeli¨®n tutsi estallara en el Congo
Goma, Kibu Norte. Tarde de junio en la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo. Dos mont¨ªculos de ropa se apilan en el suelo. Uno es verde y apesta a sudor. El otro, una mara?a de vaqueros, chanclas, camisetas y cinturones de segunda mano, mengua poco a poco. Entre estas prendas, una decena de adolescentes agitados eligen su ropa nueva. Otros, a medio vestir, arrojan a la pila verde la hedionda vestimenta con la que han llegado. Es ropa militar. Hace un rato, estos ni?os eran soldados.
Cambiar el atuendo b¨¦lico por el traje de civil es el rito informal con el que este centro de los salesianos, Don Bosco Ngangi, acoge a los ni?os soldado. La primera capa ya est¨¢ fuera. Bajo la piel les quedan los recuerdos de las violaciones, torturas y asesinatos que sus jefes les obligaron a cometer. ?Qu¨¦ edad ten¨ªan? Nadie se lo pregunt¨®. Bastaba con que tuvieran la fuerza para sostener un fusil. Don Bosco es una de las instituciones que existen en la zona que intentan pegar los trozos rotos y construirles un futuro.
"Es imposible devolverles la infancia porque han visto cosas atroces", dice el padre Mario, director de un centro de salesianos
No se relacionan con otros ni?os. El ej¨¦rcito les ha ense?ado a considerar a los civiles como sus inferiores
Los salesianos abrieron hace 20 a?os esta escuela que atiende como puede las infinitas necesidades de la poblaci¨®n de Goma, capital de Kibu Norte. Su director es el sacerdote Mario P¨¦rez, cuyo empe?o ha mantenido el centro abierto. Dan comida y educaci¨®n a hu¨¦rfanos del sida, ni?os fam¨¦licos, menores acusados de brujer¨ªa... Pero su trabajo con los ni?os soldado es el m¨¢s delicado. "Es imposible devolverles la infancia porque han visto cosas atroces y han violado a mujeres en su edad m¨¢s pura, pero intentamos al menos que vuelvan a ser civiles", dice el padre Mario. Situada al oeste de Ruanda, esta regi¨®n congole?a arrastra la historia m¨¢s sangrienta del pa¨ªs, ser uno de los escenarios del genocidio de los hutus contra los tutsis que en 1994 aterr¨® al mundo.
Despu¨¦s del ¨²ltimo brote de violencia de esta guerra interminable, la ONU ha pedido a los grupos armados que liberen a los menores que tienen combatiendo para ellos. Todos reclutan a ni?os como milicianos, desde el Ej¨¦rcito regular del Gobierno del Congo a la milicia Mai Mai m¨¢s peque?a. Unos 7.000 est¨¢n enrolados en alguna de ellas, seg¨²n un informe elaborado por la Coalici¨®n Internacional Children Soldier.
Los ni?os que acaban de llegar a Don Bosco combat¨ªan hace menos de un a?o en este ¨²ltimo gran episodio que comenz¨® en agosto de 2008 cuando el CNDP, grupo armado tutsi que act¨²a en el Congo, tom¨® la ciudad de Goma. Los combates duraron hasta enero de 2009, cuando los Gobiernos del Congo y Ruanda detuvieron al l¨ªder del grupo, el rebelde Laurent N'Kunda. Pero ninguno de estos peque?os sabe por qu¨¦ les pusieron a pelear. Son analfabetos y muchos han combatido incluso en facciones opuestas. La mayor¨ªa fueron raptados y algunos se alistaron como voluntarios. En el Congo los militares gozan de unos privilegios tentadores: comida asegurada a diario, poder e impunidad. Siete meses despu¨¦s del fin de los combates, centenares de menores siguen llegando diariamente a los campos de refugiados y a las bases de la Monuc (la misi¨®n de la ONU en el Congo). Son ellos quienes les redirigen hasta Don Bosco.
Con los salesianos colabora una organizaci¨®n espa?ola: la Fundaci¨®n Codespa, que procura dar un nuevo oficio a los ni?os soldado. Sus m¨®dulos de dos a?os en carpinter¨ªa, costura, soldadura o alba?iler¨ªa les convertir¨¢n, si la guerra no lo impide, en profesionales ¨²tiles para sus comunidades. Al final de su formaci¨®n, que incluye un periodo de alfabetizaci¨®n, Codespa les proporciona un equipo completo de herramientas para que puedan trabajar como aut¨®nomos y no vuelvan a las armas. Pero el sue?o de la reinserci¨®n no siempre se consigue. "En ocasiones han vendido las herramientas y han vuelto al ej¨¦rcito", afirma Gavin Braschi, coordinador de proyectos. Aqu¨ª viven actualmente 172 menores ex combatientes, la mayor¨ªa de ellos varones. Hace una semana lleg¨® la ¨²ltima mujer. "Tendr¨ªa unos 14 a?os, pero ya luc¨ªa en su uniforme los galones de comandante", cuenta una cooperante. "Hab¨ªa ascendido tan r¨¢pido porque era la ¨²nica esclava sexual en un batall¨®n de unos cien hombres". Tristes honores de guerra.
Antes de empezar a hablar con los chicos, han hecho prometer a la periodista que no aparecer¨¢n ni sus datos, ni sus fotos. Ni siquiera se mencionar¨¢ el grupo para el que combatieron. Con 13 o 14 a?os son ya desertores y, por tanto, reos de un tiro en la nuca seg¨²n las leyes no escritas de esta guerra. Escaparon de la milicia cuando supieron que la ONU hab¨ªa dado el mandato de desmovilizarles y les promet¨ªan un lugar donde refugiarse, si llegaban vivos. Otros fueron entregados a la Monuc por las fuerzas armadas de manera voluntaria, aunque reclutar menores soldado est¨¦ considerado un crimen de guerra. Si los ni?os identificasen a sus mandos, ¨¦stos podr¨ªan ser buscados y juzgados en tribunales internacionales.
La entrevista se desarrolla en un porche junto a sus habitaciones, que est¨¢n apartadas de las dem¨¢s. Son muy violentos. "No s¨®lo es que sean analfabetos, es que han sido educados para la violencia y recurren a ella constantemente. Son capaces de sacarse los ojos por cualquier tonter¨ªa", afirma Gavin Braschi.
Estos adolescentes han matado, han cortado extremidades a machetazos y han violado a decenas de mujeres. Fueron muy crueles, pero fue una barbarie impuesta. V¨ªctimas entre las v¨ªctimas, les obligaron a ser verdugos y su fragilidad se palpa en las pocas palabras que les logramos arrancar.
"Un d¨ªa estaba en la puerta de mi casa y unos milicianos me dijeron que si les llevaba las armas hasta su campamento me dar¨ªan una propina. Cuando llegu¨¦ a la selva, no me dejaron volver", cuenta uno de ellos, de 14 a?os. Acaba de salir de la guerra despu¨¦s de tres a?os en la milicia. "Al principio me pusieron a cocinar, pero pronto me adiestraron para matar con un Kal¨¢shnikov, me ense?aron a extorsionar para conseguir comida, y aprovecharon mi peque?o tama?o para hacerme especialista en emboscadas", recuerda.
El miedo y la empat¨ªa se eliminaron a base de drogas. Uno de los entrenamientos m¨¢s comunes consist¨ªa en drogarles y dispararles junto a la oreja para que perdieran el temor a los tiros. Pero la experiencia fue m¨¢s dura que la droga. "Un d¨ªa no lo soportaba m¨¢s y me escap¨¦", confiesa uno de ellos.
Nos ayuda un improvisado traductor de suajili, el congol¨¦s Gaspar Hangi, un trabajador social que se dedica a rastrear en el pasado de los ni?os para encontrar pistas sobre el paradero de sus familias. Anunciar a sus padres que sus hijos siguen vivos es el primer paso para el cambio de vida. Si sale bien, habr¨¢n dado el paso m¨¢s importante para la reinserci¨®n. Pero no siempre es un camino f¨¢cil porque a veces no tienen dinero para acogerles y otras se abochornan del pasado sanguinario de sus hijos.
La tensi¨®n que han vivido les hace distintos del resto de los ni?os, incluso f¨ªsicamente. Son musculosos, pero sobre todo la angustia parece hab¨¦rseles acumulado alrededor de los ojos.
El psic¨®logo que les atiende al llegar al centro afirma que la mayor¨ªa tienen desenfocada la realidad. "Llegan con todos los s¨ªntomas de cualquier trauma grave: insomnio, problemas intestinales, mal humor, dolor de cabeza y sufren pesadillas. Muchas veces las confunden con la realidad. Tampoco se relacionan con el resto de los ni?os del centro porque el ej¨¦rcito les ha ense?ado a considerar a los civiles como sus inferiores".
Jean Claude Kasolva Mutombo es el ¨²nico psic¨®logo del centro, un hombre tan apasionado como frustrado porque, confiesa, no puede alargar m¨¢s de dos meses la terapia de los ni?os. Sin tiempo para tratar uno a uno cada caso, a diario intentan utilizar el ¨²nico esquema de comportamiento que les han ense?ado, la disciplina militar, pero con nuevos fines como la seriedad en el trabajo o los horarios de comida.
El padre Mario dice que si permanece aqu¨ª es porque sigue encontrando gente con esperanza. "Cuando crees que ya lo han aguantado todo y que no soportan m¨¢s te sorprenden reciclando sus sue?os de la nada. Esos gestos no pueden ser defraudados". Es el caso de otro de los entrevistados. Tiene 17 a?os, entr¨® a los 13 en el ej¨¦rcito y ha pasado por tres milicias distintas. En la primera entr¨® porque le raptaron a la puerta de su colegio; a la segunda lleg¨® huyendo de la primera; y en la tercera se enrol¨® como voluntario. Sus piernas est¨¢n llenas de cicatrices, pero desde que lleg¨® aqu¨ª, hace tres meses, intenta que nada le recuerde la guerra. "Voy a retomar mi vida estudiando, exactamente donde la dej¨¦, a la puerta de una escuela", dice. Se quedar¨¢ dos a?os m¨¢s en Don Bosco porque acaba de comenzar un curso de corte y confecci¨®n. Mario, Jean Claude, Gavin y Gaspar seguir¨¢n sus pasos durante el tiempo que dure su formaci¨®n y un poquito m¨¢s. Despu¨¦s tendr¨¢n que vivir sin su ayuda la dura vida del Congo. Esta vez, por lo menos, van armados con libros y vestidos con un pantal¨®n vaquero.
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