Un Quijote sin locura
El precursor de la revoluci¨®n bolivariana, Francisco de Miranda, definido por Napole¨®n Bonaparte como "un Quijote que no est¨¢ loco", fue traicionado al final por el propio Bol¨ªvar. Ferm¨ªn Go?i narra su biograf¨ªa
Maastricht, 1793
Estoy sudando de fr¨ªo, de excesivo fr¨ªo, de crudeza. Soy el general en jefe de un ej¨¦rcito de m¨¢s de 70.000 efectivos que se encuentra luchando en B¨¦lgica en pro de la libertad de los ciudadanos europeos, pero nuestros caballos se mueren de hambre por falta de forraje, los soldados que pueden desertan y los que permanecen no tienen ropas para este g¨¦lido invierno, que nos faltan botas, capas, mantas, no tenemos carabinas suficientes, ni pistolas, ni sables, ni arneses para las monturas... Mando un ej¨¦rcito de sarnosos cubiertos de piojos que bajo la nieve y con un fr¨ªo aterrador est¨¢n en camisa disparando obuses; otros no tienen cubierto m¨¢s que un muslo; aqu¨¦llos, ¨²nicamente una manga del uniforme... El vestuario de estos hombres, de la cabeza a los pies, se encuentra en el mayor destrozo, todo es abandono y carencias. Sin embargo, con esta misma tropa hemos conquistado Valmy, Amberes, Lieja, Namur... y esperamos llegar hasta Holanda para entrar en Maastricht.
El cerebro del levantamiento de la Am¨¦rica hispana fue uno de los militares m¨¢s cultos de su tiempo
La falta de armamento, munici¨®n, ropas y alimentos la suplo (es un decir) con charlas a los oficiales, cuando no a la propia tropa, para darles moral, que en el ej¨¦rcito la fuerza mental lo es todo. Esto, la carencia absoluta, lo saben en la capital de Francia, pero all¨ª existe un barullo fenomenal y poca profesionalidad entre los que ejercen los poderes p¨²blicos. Se lo he dicho al alcalde de Par¨ªs, mi amigo J¨¦r?me P¨¦tion; a Pierre Riel, marqu¨¦s de Beurnonville, ministro de la Guerra; al general Charles Fran?ois Dumouriez, a todos los que he podido, y de todos he obtenido buenas palabras. Poco m¨¢s. Pero con eso no se libran las batallas ni se ganan las guerras.
Ahora -primeros meses de 1793, invierno- que estamos tratando de doblegar Maastricht, subido sobre un ca?¨®n de a veinticuatro que cre¨ªa dispuesto para disparar con bala roja, les he soltado una arenga a mis hombres:
-Nuestras fuerzas navales van a cubrir los mares y dar el triunfo al pabell¨®n tricolor mientras que vosotros, gloriosos vencedores de Valmy, de Jemmapes, de Lieja, de Amberes, de Namur, vais a derribar de nuevo a los sat¨¦lites de los d¨¦spotas. Valor, uni¨®n, disciplina, vigilancia; hab¨¦is vencido por esos medios, acabar¨¦is vuestra obra y el ¨¢rbol de la libertad, plantado por vuestras manos triunfantes, extender¨¢ por doquier sus ramas bienhechoras.
A la vista de que segu¨ªan con cierta atenci¨®n el discurso, he seguido impulsando la moral:
-Y en este momento, cantad conmigo:Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arriv¨¦, contre nous de la tyrannie...
Como un solo hombre, la tropa se envalenton¨® con este himno que tanto ¨¢nimo nos da. Y tambi¨¦n suerte.
Dice el comandante en jefe de todas las tropas francesas en B¨¦lgica y Holanda, general Dumouriez, que Maastricht caer¨¢ antes del tercer ca?onazo, y yo creo que el optimismo tiene un l¨ªmite, que en este caso se ha sobrepasado. Se lo he comunicado por escrito argumentando razones en contra, aunque estoy presto para cumplir las ¨®rdenes porque la disciplina es lo m¨¢s importante en un militar.
?Qui¨¦n me lo iba a decir: luchando contra los ej¨¦rcitos de Prusia, yo, que he sido su mayor admirador, que he visto desfilar en Berl¨ªn al rey Federico II frente a sus tropas, soberbio sobre su caballo blanco, y he aplaudido la parada hasta enrojecer las manos! Hace unos pocos a?os -creo que algo m¨¢s de siete- me encontraba all¨ª en amable conversaci¨®n con el duque de Br¨¹nswick y ahora lo tengo enfrente, de enemigo, comandando las tropas prusianas que tutelan esta regi¨®n. Jeringas, qu¨¦ vueltas da la vida y c¨®mo estoy sudando de fr¨ªo, de excesivo fr¨ªo, de crudeza. (...)
La Carraca, C¨¢diz, 1816
-Que viva, viva mi patria -porf¨ªa Francisco de Miranda cada ma?ana de aquella primavera lluviosa del diecis¨¦is sentado en el catre de la erg¨¢stula para hinchar el ¨¢nimo porque, aunque no se lo parezca, va de canilla.
Marchan para tres los a?os que lleva cautivo en esta c¨¢rcel gaditana de tanta nombrad¨ªa constitucional, sin acusaci¨®n formal ni cargos espec¨ªficos, y no por ello le baja la estima ni mengua el ¨¢nimo, ya que ha hecho de su estancia en la prisi¨®n una cuesti¨®n de fe y, m¨¢s temprano que tarde -al menos, eso cree-, saldr¨¢ de La Carraca para regresar a Caracas y rematar el tute, que lo tiene en un sin vivir. Son ya cuarenta y cinco a?os recorriendo mundo consagrado a ilustrarse, primero, y a apuntalar apoyos, segundo, para lograr que la Gran Colombia, las Indias, la patria, sea un territorio libre de las ataduras que lo unen a la metr¨®poli, que Espa?a sea Espa?a y los pueblos de Am¨¦rica, lo que ellos libremente designen, cada uno en su lugar y continente, como ha sucedido ya con la regi¨®n norte de aquel hemisferio. Esta brega sin descanso a la b¨²squeda de la independencia ha ido conformando un car¨¢cter bagual para sus detractores y tenaz para sus ac¨®litos -que Miranda los tiene, pero en menor medida de lo que hubiese preferido- que de poco le va a servir en lo que le resta de vida. Que puede ser poca en La Carraca.
A sus casi sesenta y seis a?os, este viajero ilustrado, integrante de la masoner¨ªa con el grado de maestro, militar de profesi¨®n (ser¨¢ recordado por sus paisanos a?os despu¨¦s de muerto como El Precursor; el hombre, el adelantado que patent¨® la idea de la independencia de los pueblos americanos), teniente coronel del Ej¨¦rcito espa?ol, general¨ªsimo de las fuerzas de tierra y mar en la Venezuela insurgente, coronel de Coraceros en San Petersburgo, Rusia, mariscal de campo, general y teniente general con las tropas revolucionarias francesas (...), culto como muy pocos americanos de su quinta, pol¨ªglota, escritor, bibli¨®filo a machamartillo, impulsor y mecenas del chicorrot¨ªn Sim¨®n Bol¨ªvar, est¨¢ preso en el fort¨ªn militar de La Carraca -sito por donde la isleta de San Fernando, C¨¢diz- bajo la difusa imputaci¨®n de conspirar contra la metr¨®poli, aunque realmente sea el cerebro del levantamiento por la emancipaci¨®n que borbollea en Am¨¦rica.
Ahora, en La Carraca, Miranda consagra sus afanes en volver a ser libre, escapar de las rejas, para huir a Inglaterra y regresar a Caracas, que es donde se encuentra el meollo de la rebeli¨®n americana y donde ¨¦l quisiera estar ya mismo, aunque los dolores de cabeza y las fiebres lo consuman muy a menudo y parezca un estafermo. Le pesan los males de salud, pero sobre todo que fuera su coterr¨¢neo Bol¨ªvar quien lo entregara a las tropas espa?olas, al enemigo, de manera artera, con malas artes; nada menos que el fel¨®n Bol¨ªvar, el alumno m¨¢s aventajado en la fatiga libertadora.
La Am¨¦rica hispana, que sigue siendo Espa?a administrativamente aunque sus nativos cada d¨ªa lo noten menos, est¨¢ en la efervescencia de los ideales que fabricaron la Revoluci¨®n francesa y se mira en el espejo de los Estados Unidos del norte, ya emancipados de la horma que ten¨ªan con Inglaterra, y los que van a ser sus libertadores, Sim¨®n Bol¨ªvar, Jos¨¦ de San Mart¨ªn, Bernardo O'Higgins, entre otros, est¨¢n en un empe?o que la poblaci¨®n local no entiende ni asume en ocasiones, pero que a ellos les alimenta porque quieren vivir libres de tutelas y de malos gobiernos, independientes con libertad para regirse seg¨²n les parezca.
Los sue?os de un libertador, de Ferm¨ªn Go?i. Rocaeditorial. Precio: 21 euros.
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