Un enchufe del que colgar la escalera
Antonio Lamela alter¨® las Torres de Col¨®n por cambios en la normativa
El ministro llam¨® con urgencia al arquitecto: "Vente para ac¨¢". Para llegar antes, Antonio Lamela cogi¨® un taxi al Ministerio de Vivienda y empez¨® a despotricar contra el tr¨¢fico: "En Barcelona hay m¨¢s rigor en la circulaci¨®n". El taxista pens¨® que era catal¨¢n y cuando pasaron frente a esas torres extra?as que estaban construyendo en la plaza de Col¨®n le dijo castizo: "Usted mucho presumir de Barcelona, ?pero a que all¨ª no saben empezar las casas por el tejado?". Lamela, autor de las torres (que efectivamente estaba construyendo de arriba a abajo) sigui¨® con la broma: "?Y por qu¨¦ est¨¢ parada la obra?". Y el taxista: "Cuentan muchas cosas, que si pol¨ªtica, que si dinero... pero yo s¨¦ la verdad, porque mi hijo es delineante: un se?or que construye al rev¨¦s, est¨¢ por fuerza chiflado, y a ¨¦ste lo han metido en el manicomio de Carabanchel, y ahora nadie sabe c¨®mo acabar el edificio".
"El edificio siempre tuvo mala prensa", dice el arquitecto
Lamela, de 82 a?os, nunca le dijo al taxista que era el supuesto chiflado: "?Y quitarle la ilusi¨®n de que s¨®lo ¨¦l sab¨ªa la verdad?".
La conversaci¨®n urgente con el ministro fue una de tantas sobre las pol¨¦micas torres. "El edificio siempre tuvo muy mala prensa", dice el arquitecto, "y con la opini¨®n p¨²blica en contra, el entonces alcalde decidi¨® parar la obra por razones pol¨ªticas". Tras nueve a?os de rifirrafes, juicios y pactos las torres se acabaron no sin haberse transformado durante el proceso. "Un edificio no lo hace un arquitecto sino un conjunto de personas, y para entenderlo hay que conocer las condiciones, los intereses comerciales y las normas urban¨ªsticas que lo originaron", dice Lamela. En la historia de estas torres hay de todo. Al principio iban a ser viviendas de lujo de 400 metros, construidas de forma tradicional. Pero un cambio en la normativa municipal exigi¨® m¨¢s metros de garaje. Los coches y las rampas no cab¨ªan entre los pilares, por lo que se tom¨® una soluci¨®n radical: eliminarlos. El edificio estar¨ªa "suspendido a compresi¨®n". Lamela explica el revolucionario sistema usando una copa cubierta por una servilleta: las cargas suben por las p¨¦ndolas de hormig¨®n que rodean la fachada (que ser¨ªa el dep¨®sito de la copa), se comprimen contra la cabeza de la torre (la servilleta) y luego bajan por el n¨²cleo central (el fuste de la copa). Es decir, el edificio no cuelga hacia abajo, sino que se aprieta hacia arriba. "Est¨¢ invertido; funciona al rev¨¦s".
En los a?os noventa, nuevas normativas trajeron nuevos cambios. El edificio original no ten¨ªa escalera de incendios, sino una manga de tejido por la que las v¨ªctimas de un posible incendio deb¨ªan deslizarse (imaginen una salchicha gigante rellena de personas). Lamela admite que aquello era una soluci¨®n "hipot¨¦tica" (¨¦l nunca quiso probarla en sus carnes). Cuando la ley oblig¨® a colocar una escalera al uso, no hab¨ªa d¨®nde clavarla, as¨ª que el arquitecto coloc¨® una viga entre ambas torres y colg¨® la escalera del centro. Para tapar el truco (y de paso esconder las antenas y dem¨¢s maquinaria que ahora necesitaba el edificio de oficinas) se cre¨® el famoso enchufe art dec¨®. El color recordaba al ¨®xido verde de las c¨²pulas de cobre. "La misi¨®n de las clavijas era ser lanzaderas de rayos l¨¢ser, pero al final resultaba muy caro", explica el arquitecto. La obra se aprovech¨® para poner una segunda fachada de cristal que aislase del ruido y el calor de la nueva ciudad.
De nuevo, las cr¨ªticas y la pol¨¦mica. Lamela tiene otra an¨¦cdota. El protagonista es un embajador alem¨¢n que muy contrariado le dijo en una cena: "?Cu¨¢nto siento lo que han hecho con tus torres!". "?Pero si lo he hecho yo!", contest¨® el arquitecto. "Siendo diplom¨¢tico, deber¨ªa haber sido m¨¢s cauto", se avergonz¨® el embajador. Lamela le confes¨® que a ¨¦l tambi¨¦n le gustaban m¨¢s las antiguas torres. "Eran m¨¢s rotundas, m¨¢s honradas, se entend¨ªan mejor", sigue manteniendo, "las nuevas quedaron un poco barrocas".
En una azotea, frente al enchufe, Lamela contempla el enjambre de cubiertas y tejados madrile?os, plagados de antenas y salidas de humo. "Es una pena... son la quinta fachada de los edificios", se lamenta el arquitecto. Su enchufe puede gustar o no, pero es la ¨²nica cubierta con nombre propio de la ciudad. "Eso, que hablen de uno... ?aunque sea bien!", r¨ªe el arquitecto.
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