Brasil y Argentina: destinos cruzados
La designaci¨®n ol¨ªmpica de R¨ªo de Janeiro pone fin al estigma vivido durante d¨¦cadas por los brasile?os, su consideraci¨®n de eterno pa¨ªs del futuro. Con Lula ese futuro ya es presente. ?C¨®mo lo ha conseguido?
El impacto mundial producido por la designaci¨®n de R¨ªo de Janeiro como sede ol¨ªmpica para 2016 ha ido mucho m¨¢s all¨¢ de lo deportivo. Era previsible tras la reuni¨®n del Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional en Copenhague, un evento que concit¨® la presencia de las m¨¢ximas autoridades de tres pa¨ªses tan importantes como Estados Unidos, Espa?a y Brasil. Son m¨²ltiples las lecturas que puedan hacerse de la ceremonia de Copenhague, seguida con atenci¨®n por millones de telespectadores de todo el globo. En general, esas lecturas coinciden en el significado central de la designaci¨®n: fue la consagraci¨®n del Brasil como el gran pa¨ªs emergente en el mundo. El futuro ol¨ªmpico sella un ascenso imparable del pa¨ªs descubierto por el navegante portugu¨¦s Cabral. Para un observador que s¨®lo registre la actualidad, la cosa parece obvia, pues ?qu¨¦ otro pa¨ªs sudamericano podr¨ªa aspirar a tal promoci¨®n sino Brasil, tanto por su superficie, como por su riqueza y su proyecci¨®n futura? Sin embargo, la respuesta no es tan obvia: hubo hasta no hace mucho otro pa¨ªs de la regi¨®n que se sent¨ªa llamado a cumplir ese papel: Argentina. ?Por qu¨¦ Brasil consigui¨® lo que Argentina desperdici¨®?
El consenso es universal: el de Pel¨¦ es el pa¨ªs emergente en Am¨¦rica Latina
?Por qu¨¦ Brasil ha terminado consiguiendo un papel al que tambi¨¦n aspir¨® Argentina?
Cuando en 1910 Argentina festej¨® por todo lo alto el primer centenario de su independencia, era la octava potencia del mundo. Todos los mandatarios y celebridades que entonces la visitaron -desde la Infanta Isabel de Borb¨®n hasta el estadista franc¨¦s Jean Jaur¨¦s- le auguraban un futuro protag¨®nico. Por entonces, Brasil era un inmenso pa¨ªs agrario del cual se alababa la belleza incre¨ªble de muchos de sus parajes, pero cuyas limitaciones parec¨ªan barreras infranqueables para un avance sustancial. Por ejemplo, el hecho de que buena parte de sus habitantes vivieran en el atraso o la miseria.
En 1942, el escritor austr¨ªaco Stefan Zweig se refugi¨® en Brasil huyendo de la persecuci¨®n antisemita del Tercer Reich. No pudo superar la depresi¨®n que le causaba lo que cre¨ªa un avance indetenible de Hitler. Antes de envenenarse con cianuro en Petr¨®polis, maravillosa ciudad serrana vecina a R¨ªo de Janeiro, hab¨ªa terminado el manuscrito de su obra p¨®stuma: un estudio hist¨®rico titulado Brasil, pa¨ªs del futuro. Escrito con gran afecto hacia la tierra que lo acogi¨® aunque sin poder salvarlo, el libro de Zweig describe a Brasil como una tierra hecha s¨®lo de porvenir. Ese enfoque prevaleci¨® durante mucho tiempo. Que Brasil fuera un pa¨ªs conformado por puro futuro no dejaba de ser algo tranquilizador para el mundo. Pero para los brasile?os era m¨¢s bien una condena. Congelaba al pa¨ªs en una espera infinita.
Se trata de una profunda herida nacional. Y explica la reacci¨®n visceral de Lula, su llanto incontenible ante la consagraci¨®n de Copenhague. La designaci¨®n ol¨ªmpica, m¨¢s all¨¢ de la banalidad de un calendario deportivo, es vivida como la superaci¨®n de un complejo que los brasile?os padec¨ªan como estigma: la postergaci¨®n perpetua de una excelencia que nadie, nunca, iba a vivir. En la ceremonia de Copenhague hubo m¨¢s, mucho m¨¢s que la celebraci¨®n de una victoria deportiva. Hubo un exorcismo nacional.
En los a?os ochenta del siglo XX, Brasil y Argentina salieron de sendas dictaduras y emprendieron el camino de su reconstrucci¨®n civil. Brasil tuvo un tropiezo inicial: su primer presidente electo en comicios libres, el gobernador de Alagoas Fernando Collor de Mello, result¨® un corrupto y debi¨® ser exonerado, en juicio p¨²blico, por mal desempe?o. As¨ª pues, el verdadero ciclo pol¨ªtico brasile?o que condujo a su actual situaci¨®n arranc¨® en 1992 cuando fue electo el presidente Fernando Henrique Cardoso. Los dos per¨ªodos de Cardoso y los dos que culminar¨¢ Lula da Silva en 2010, completar¨¢n un ciclo de 16 a?os. Es inexorable que un pa¨ªs razonablemente bien gobernado durante tres lustros, con una tasa de crecimiento variable seg¨²n las circunstancias internacionales, pero que nunca se detuvo, pegue un salto sustancial en su desarrollo. Cuando se trata de un pa¨ªs con 200 millones de habitantes, el resultado es Brasil. En Argentina los seis a?os de la presidencia de Ra¨²l Alfons¨ªn derivaron en la d¨¦cada del Gobierno de Carlos Menem, que a su vez llev¨® a la decepci¨®n de Fernando de la R¨²a.
Las constantes crisis econ¨®micas, con el alucinante fantasma de la inflaci¨®n siempre vivo, se entrelazaron con la degradaci¨®n de la representaci¨®n pol¨ªtica, diezmada por la corrupci¨®n estructural. En 2003 comenzaron a gobernar los Kirchner, primero N¨¦stor, luego Cristina, cuyo mandato vencer¨¢ en el 2011.
Todos los indicios se?alan que el sistema pol¨ªtico argentino, a pesar de las d¨¦cadas que lleva ya en funcionamiento, a¨²n es fr¨¢gil, alimentado como est¨¢, ¨²ltimamente, por la avidez de la sucesi¨®n conyugal, disfrazada de alternancia. ?sta es la diferencia crucial entre el presente de Brasil y el de Argentina: mientras que en Brasil, como en Chile o en Uruguay, el sistema no corre riesgo si cambia el signo pol¨ªtico del poder, en Argentina esa mera posibilidad enciende la luz roja. La oposici¨®n argentina debe esforzarse para convencer a la sociedad de que la alternancia es viable. A su vez, el oficialismo kirchnerista emite signos amenazantes y descalifica el cambio calific¨¢ndolo de golpismo. En cambio, Lula se apresta a llevar a su pa¨ªs, ahora respaldado por su futuro ol¨ªmpico, a una transici¨®n suave: quiz¨¢s hacia un delf¨ªn (o delfina) o quiz¨¢s hacia un opositor. Es a partir de ese s¨®lido fundamento que el pa¨ªs puede abrirse a un promisorio ma?ana.
En cuanto se conoci¨® la designaci¨®n de R¨ªo de Janeiro como sede ol¨ªmpica, la prensa argentina se?al¨® las diferencias que hoy separan a ambas naciones en el plano organizativo-deportivo. Brasil program¨® y llev¨® a cabo los juegos Odesur en 2002 y los Panamericanos en 2007. Ambos eventos fueron impecables. Mientras tanto, el deporte en Argentina yace poco menos que en un marasmo. Su tambaleante tinglado deportivo ha perdido incluso su asiento en el COI.
Pero, m¨¢s all¨¢ del deporte, la confiabilidad de uno y otro pa¨ªs se ha bifurcado. El autoritarismo y la intemperancia de los Kirchner los lleva a agredir a las clases medias urbanas, que en las elecciones de junio del 2009 mostraron su disgusto. La ¨²ltima haza?a del matrimonio gobernante es un proyecto de regulaci¨®n del espacio audiovisual que molesta a las ¨¦lites intelectuales, siempre celosas de la libertad de expresi¨®n. Los Kirchner acosan a los productores agrarios con pol¨ªticas impositivas que, en lugar de fomentar, o al menos respetar, las ganancias de ¨¦stos, las reducen. Exactamente lo contrario a lo que hace Brasil.
La pol¨ªtica exterior argentina es err¨¢tica aunque tiende a un chavismo satelital. Argentina ni siquiera parece haber le¨ªdo correctamente el nuevo alineamiento regional y se arriesga a arruinar hasta su propia inserci¨®n en el Mercosur, o como se llame en adelante el espacio pol¨ªtico-econ¨®mico del Cono Austral. La inexplicable ruptura de los Kirchner con el presidente uruguayo Tabar¨¦ V¨¢zquez emponzo?a a la pol¨ªtica exterior argentina en el ¨¢rea y le complica el desempe?o del papel que mejor le cuadra hoy por hoy a Argentina: el de socio menor, pero irreemplazable, del Brasil. Argentina podr¨ªa complementar a su vecino poderoso, con sus aportes genuinos, a¨²n muy apreciados en la Am¨¦rica Latina, y tambi¨¦n, por cierto, en el propio Brasil. Argentina cuenta con unas extensas clases medias urbanas de alta calificaci¨®n y con una ciudad como Buenos Aires, peligrosamente amenazada por los males de la concentraci¨®n urbana (en esa regi¨®n metropolitana vive el 33% de la poblaci¨®n argentina) pero a¨²n insustituible como Atenas de Sudam¨¦rica.
Es absurdo reducir un an¨¢lisis pol¨ªtico o econ¨®mico-social al valor simb¨®lico de los iconos deportivos, pero ese reduccionismo parece ofuscar por momentos a ciertos gobernantes: as¨ª, el Gobierno argentino se identificar¨ªa con Maradona, el antiguo ¨ªdolo convertido en un obeso, que encima no parece muy apto en su devenir profesional, ahora como entrenador, mientras que el brasile?o se asocia con Pel¨¦, el ¨ªdolo bueno, el hombre elegante y maduro, hoy empresario de ¨¦xito para quien no pasa el tiempo.
?lvaro Ab¨®s es escritor argentino.
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