Entre el ¨¦xito y el desvalimiento
Gerald Martin ha optado en su libro sobre Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez por la biograf¨ªa factual con pocas florituras, aunque no oculta juicios o informaciones ingratos para el escritor. Su ensayo completa la lectura de las obras del autor de Cien a?os de soledad
Si echan un simple vistazo, sin detenerse en nada, a las ¨²ltimas trescientas p¨¢ginas, el desfile de pol¨ªticos y hombres de Estado (o ex pol¨ªticos y ex hombres de Estado) es tan abrumador como angustioso: o el escritor ha desaparecido o bien se ha fundido con el ciudadano que aspir¨® a toda costa a tocar y oler, frecuentar y medir, auscultar y narrar el poder. Pero Garc¨ªa M¨¢rquez no ha dejado de escribir hasta hace muy poco tiempo, e incluso una novela tan menor como Memoria de mis putas tristes (2004) sigue siendo obra de un excelente narrador. Muy poco antes hab¨ªa entregado una novela autobiogr¨¢fica disfrazada de memorias, Vivir para contarla (2002), y un poco atr¨¢s tambi¨¦n hab¨ªa escrito un potente reportaje titulado Noticia de un secuestro (1996). Es el Garc¨ªa M¨¢rquez de los sesenta a los setenta y tantos a?os, consagrado universalmente desde mucho tiempo atr¨¢s (el Nobel lo recibe en 1982 pero el ¨¦xito c¨®smico de Cien a?os de soledad arranca de 1967 y es instant¨¢neo), y es miembro ordinario de una corte de celebridades que se buscan y se encuentran: tanto le gustaba a Mitterrand o a Felipe Gonz¨¢lez estar cerca de Garc¨ªa M¨¢rquez como al rev¨¦s.
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. Una vida
Gerald Martin
Traducci¨®n de Eugenia V¨¢zquez Nacarino
Debate. Barcelona, 2009
762 p¨¢ginas. 24,90 euros
Gerald Martin ha optado sensatamente por la biograf¨ªa factual con pocas florituras, por no decir ninguna. Suele plegarse a los datos m¨¢s fiables sin dejarse llevar por conjeturas, aunque no asiente sumisamente a cuanto se supone que ha de decir y tampoco oculta juicios o informaciones ingratos para el escritor. Y en particular algunos de los an¨¢lisis que detienen el curso del relato -es como m¨ªnimo excelente el dedicado a El oto?o del patriarca, pero son todos buenos- valen como incentivos adicionales (m¨¢s que la propia biograf¨ªa) para regresar a Garc¨ªa M¨¢rquez escritor o incluso para completar la lectura de una obra que no ha sido prol¨ªfica ni excesiva y rara vez superflua o puramente oportunista.
Pero el riesgo de lo factual en biografiado tan tempranamente c¨¦lebre es que se come materialmente la posibilidad de una ambientaci¨®n m¨¢s completa y m¨¢s afinada de los espacios socioculturales que habita el personaje. Y eso s¨ª sucede demasiadas veces: el cap¨ªtulo barcelon¨¦s de la biograf¨ªa de Garc¨ªa M¨¢rquez en el cambio de d¨¦cada de los sesenta al setenta est¨¢ lejos de ser de los mejores y desde luego los diagn¨®sticos generales sobre el estado del pa¨ªs, de sus medios culturales y de algunos de sus personajes son manifiestamente insatisfactorios. Ped¨ªan m¨¢s espacio y lo merec¨ªan para entender el significado de Garc¨ªa M¨¢rquez y Vargas Llosa, Cort¨¢zar y Fuentes, Cabrera Infante o Bryce Echenique (los dos ¨²ltimos ausentes casi por completo) en aquel momento, como lo podr¨ªa haber merecido la relaci¨®n con Carmen Balcells (que sale citada a menudo, pero sin nada sustancial), como no se entiende la muy restrictiva y convencional consideraci¨®n de los escritores del boom limitada a las famosas sillas contadas.
Pero no es casualidad que la primera mitad del libro (hasta la publicaci¨®n de Cien a?os de soledad) logre captar la atenci¨®n y la imaginaci¨®n del lector con una fuerza que se pierde despu¨¦s. Es el espacio biogr¨¢fico de un muchacho muy perdido, desprotegido desde el primer instante y refugiado en el mito del abuelo M¨¢rquez, criado lejos de sus padres (o de un padre que hace hijos incesantemente para que despu¨¦s los cr¨ªe su mujer, tanto si los ha tenido con ella como si no), dominado todo por la figura del desvalimiento que entonces encarna Garc¨ªa M¨¢rquez y cuyo h¨¢bitat sexual es la prostituci¨®n como rutina afectiva. Son las p¨¢ginas de formaci¨®n para saber de sus lecturas y admiraciones o de sus asociaciones mentales, como cuando lee fascinado dos veces seguidas el Pedro P¨¢ramo de Rulfo o cuando ante el principio de La metamorfosis de Kafka cuenta que se dijo: "Mierda, as¨ª es como hablaba mi abuela". Su instinto de periodista, la b¨²squeda del compromiso pol¨ªtico revolucionario al filo de la Cuba de Castro, la resignada adaptaci¨®n a la pura miseria, en Colombia, en Par¨ªs o en M¨¦xico (pero siempre antes de 1967) o la intuici¨®n para sacar partido del Relato de un n¨¢ufrago son cosas que pueblan el libro vibrantemente hasta la mitad para desvanecerse desde entonces, como si su protagonista fuese otro, porque es efectivamente otro, o cuando menos se comporta como otro. El ¨¦xito es una suerte de destino biol¨®gico del escritor y su biograf¨ªa deja de tener inter¨¦s en cuanto fuente de inspiraci¨®n o espacio de recreaci¨®n literaria. Martin detecta muy bien ese cambio en el articulismo de Garc¨ªa M¨¢rquez entre El oto?o del patriarca (1975) y Cr¨®nica de una muerte anunciada (1981), difundido bien en El Espectador, de Bogot¨¢, bien en EL PA?S. Ah¨ª aparece un hombre ajeno a radicalidad alguna, adaptado a la voz benevolente de las celebridades. Veinte a?os atr¨¢s, cuando acababa de aparecer El coronel no tiene quien le escriba, mientras era redactor a desgana de un par de revistas y se publican tambi¨¦n los relatos de Los funerales de la Mam¨¢ Grande, le cuenta a Plinio Apuleyo Mendoza el desespero de no hacer lo que quiere de verdad, mientras trasiega "tranquilizantes untados en el pan, como mantequilla", y deja de escribir. Hay razones para el des¨¢nimo porque lo ve demasiado claro: "Ni volver¨¦ a escribir nada ni llegar¨¦ a ser rico". Incluso si ironizase, que no lo creo, tiene gracia igual el reclamo compasivo de la ambici¨®n.
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