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Reportaje:Berl¨ªn a?o 20 | LA CR?NICA

Ascenso y ca¨ªda del muro

La construcci¨®n del muro de Berl¨ªn de la noche del 12 de agosto de 1961 a la ma?ana del 13, para separar el Berl¨ªn Oeste capitalista del Berl¨ªn Este controlado por los comunistas, constituy¨® un brutal y eficaz despliegue de poder por parte de Alemania Oriental y sus protectores sovi¨¦ticos. Pero tambi¨¦n puso de manifiesto el fatal fallo del totalitarismo: la incapacidad para proporcionar a sus ciudadanos un nivel de vida decente o un canal de expresi¨®n aceptable. Los s¨ªntomas sin tratar de esta enfermedad envenenar¨ªan el sistema pol¨ªtico que dio pie al muro y, 28 a?os y 88 d¨ªas m¨¢s tarde -de la noche del 9 de noviembre de 1989 a la ma?ana del 10-, provocar¨ªan su repentina ca¨ªda y, al cabo de pocos meses, el hundimiento del sistema sovi¨¦tico.

Unos parientes lejanos, comunistas desilusionados, dijeron a ?rsula: "Sal y vete al Oeste tan r¨¢pidamente como puedas"
El reto que planteaba el muro admit¨ªa varias respuestas: una llevaba a la libertad, otra a la c¨¢rcel y otra a la muerte
Mientras existi¨® el muro, Klaus no volvi¨® a ver a la mujer de la que se enamor¨® aquel verano. A¨²n sufre anemia y depresi¨®n
Temporalmente, el muro funcion¨®. Cort¨® la hemorragia de mano de obra cualificada desde la Alemania Oriental hasta la Occidental
Multitud de berlineses del Este llegan a los puestos de control. Aseguran a los guardias haber o¨ªdo que las fronteras est¨¢n abiertas

Al margen de paradojas pol¨ªticas, para los casi 17 millones de seres humanos que viv¨ªan en Alemania Oriental, el confinamiento al que les somet¨ªa el muro era, en el mejor de los casos, una frustraci¨®n privada, y en el peor, una cat¨¢strofe personal. Hasta el 13 de agosto de 1961, la circunstancia fortuita de vivir en la Alemania de posguerra ocupada por los sovi¨¦ticos -el ¨¢rea que en 1949 se convirti¨® en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana comunista- pod¨ªa considerarse una cuesti¨®n de mala suerte. Pero si a uno le parec¨ªa que la vida con el comunismo era demasiado limitada, al menos era posible viajar a Berl¨ªn Oeste. El emigrante pod¨ªa coger un avi¨®n que le llevara a Alemania Occidental e instalarse all¨ª, como hicieron m¨¢s de dos millones y medio de personas entre 1949 y 1961, hundiendo as¨ª a Alemania Oriental en una crisis de despoblamiento. El muro acab¨® con esa posibilidad de salir y resolvi¨® temporalmente el problema de los comunistas. A partir de ese momento s¨®lo exist¨ªan dos alternativas para los alemanes del Este corrientes: adaptarse a la sociedad comunista o embarcarse en la arriesgada huida. Tres destinos separados, todos ellos perseguidos en aquel trascendental mes de agosto de 1961, son sendos ejemplos de respuestas al reto que planteaba el muro: una llevaba a la libertad, otra llevaba a la c¨¢rcel y la otra llevaba a la muerte.

?rsula Heinemann ten¨ªa 17 a?os y era de Berl¨ªn Este. Aunque el Estado germano oriental disuad¨ªa a sus ciudadanos de que trabajaran en Berl¨ªn Oeste, encontr¨® un empleo de camarera en el hotel Plaza, en la avenida de Kurf¨¹rstendamm, en la secci¨®n occidental de la ciudad. Todos los d¨ªas, antes del 13 de agosto, sub¨ªa al S-Bahn (tren de cercan¨ªas) desde el apartamento de su familia en el barrio perif¨¦rico de Johannisthal, en Berl¨ªn Este, atravesaba la frontera -aproximadamente a un kil¨®metro al norte- hasta el sector estadounidense en Berl¨ªn Oeste, y desde ah¨ª iba al trabajo.

Los acontecimientos del 13 de agosto conmocionaron a ?rsula, pero no ten¨ªa la menor intenci¨®n de aceptar su destino sin m¨¢s. Pod¨ªa ver que la situaci¨®n en el cercano Canal de Teltow era aterradora. Hab¨ªa guardias apostados a lo largo de las orillas y unas lanchas a motor patrullaban las aguas. Recorri¨® con una amiga la larga ruta que rodeaba Berl¨ªn en mitad de aquella semana de paro forzoso para ver si las cosas parec¨ªan m¨¢s f¨¢ciles en otros lugares. No lo eran. El d¨ªa que pasaron haciendo horas como camareras en una taberna al aire libre en Groos Glienicke, que los agentes fronterizos sol¨ªan frecuentar, oyeron a algunos de ellos afirmar que ten¨ªan intenci¨®n de disparar contra los que intentasen huir. Un intento de fuga directo parec¨ªa demasiado peligroso. Sin embargo, dos d¨ªas despu¨¦s, unos parientes lejanos, comunistas desilusionados, le dijeron: "Sal y vete al Oeste tan r¨¢pidamente como puedas". Como ?rsula era una conocida cruzafronteras (as¨ª clasificaban las autoridades germano orientales a los que trabajaban en Berl¨ªn Oeste), lo m¨¢s probable era que la enviasen a alguna granja colectiva perdida en el campo. El s¨¢bado 19 de agosto, ?rsula y su madre salieron a dar un paseo. Se encaminaron al noroeste y cruzaron un puente que las llev¨® al extremo opuesto del canal secundario, el Britzer Zweigkanal, que conectaba la principal v¨ªa fluvial de Teltow con el r¨ªo Spree.

El control de Sonnenallee se encontraba a s¨®lo unos doscientos o trescientos metros, y detr¨¢s de ¨¦l estaba Berl¨ªn Oeste. El cruce segu¨ªa abierto, aunque s¨®lo para los occidentales que iban al Este. Avanzaron hasta unos huertos abandonados. ?rsula dijo a su madre que esperara mientras ella iba a investigar. Se adentr¨® en los huertos desiertos, a sabiendas de que la frontera entre el sector sovi¨¦tico y el estadounidense estaba a s¨®lo unos metros, pasado un foso cubierto de hierba. Cerca se encontraba una vivienda peque?a y aparentemente vac¨ªa, y justo delante, la valla fronteriza de alambre de espino reci¨¦n levantada. Aunque ?rsula s¨®lo llevaba puesto un jersey y unos pantalones, y sab¨ªa que su madre le esperaba, tom¨® la s¨²bita decisi¨®n de cruzar. Bajo la fila m¨¢s baja de alambre de espino hab¨ªa un agujero lo suficientemente ancho como para arrastrarse por debajo. Lo hizo con lentitud ag¨®nica, oblig¨¢ndose a no hacer caso de los pinchos que desgarraban la lana de su jersey. Tuvo que usar una mano para levantar el alambre. Hizo una mueca de dolor al hacerse un profundo corte en la palma que empez¨® a sangrar. De todos modos, lo consigui¨®. Pero se top¨® con una segunda valla. Repiti¨® el procedimiento, haci¨¦ndose m¨¢s cortes y despedaz¨¢ndose m¨¢s el jersey. ?rsula vio el cartel que se?alaba la frontera justo delante. El coraz¨®n empez¨® a latirle m¨¢s deprisa. Se percat¨® del humo de un cigarrillo que flotaba en el aire hacia donde ella estaba. A un escaso metro o dos se encontraba un guardia fronterizo. Demasiado tarde para volver atr¨¢s. Pas¨® con cuidado las piernas por el alambre y atraves¨® lentamente, sin hacer ruido, el cartel de la frontera.

Un hombre que se encontraba en un jard¨ªn al otro lado de la frontera confirm¨® que ?rsula hab¨ªa llegado sana y salva a Berl¨ªn Oeste. Lo que nunca lleg¨® a saber era si el guardia fronterizo la hab¨ªa visto, pero decidi¨® dejarla pasar. ?rsula hab¨ªa preparado tan poco su impulsivo salto a la libertad que s¨®lo llevaba encima su carn¨¦ de identidad y un pa?uelo, pero nada de dinero. Alguien le prest¨® un par de marcos para subir a un autob¨²s hasta el centro de acogida de refugiados. La ventaja de ?rsula es que ten¨ªa empleo. A las 24 horas de registrarse en Berl¨ªn Oeste ya trabajaba otra vez en el hotel Plaza, donde tambi¨¦n le ofrecieron alojamiento. Naturalmente, hab¨ªa un precio que pagar. No volver¨ªa a ver en muchos a?os a su madre ni a su familia en Berl¨ªn Este.

El segundo residente de Berl¨ªn Este pagar¨ªa una factura mucho m¨¢s alta por la existencia del muro. M¨¢s o menos en el momento en que ?rsula Heinemann se deslizaba bajo la nueva barrera fronteriza y llegaba a Berl¨ªn Oeste, Klaus Schulz-Ladegast, apenas un par de a?os mayor que ella, pasaba el fin de semana del 12 y 13 de agosto en una caba?a en el bosque, a las afueras de Berl¨ªn Este. Estaba acompa?ado por una joven que ¨¦l consideraba el amor de su vida. Rieron al escuchar la noticia del cierre de la frontera. Significaba que habr¨ªa escasez de medias de nailon y de cigarrillos occidentales, pero nada m¨¢s. El padre de Klaus era miembro laico de la Iglesia luterana en Alemania Oriental. Aunque Klaus se cri¨® en Berl¨ªn Este, se mud¨® a Berl¨ªn Oeste, donde estudi¨® bachiller y acababa de obtener su diploma. Despu¨¦s regres¨® al Este. Berl¨ªn Oeste le parec¨ªa burgu¨¦s. El Este era el viejo coraz¨®n de Berl¨ªn. Los mejores teatros y bares estaban all¨ª. En la transici¨®n a los sesenta, Berl¨ªn Este parec¨ªa mucho m¨¢s interesante, lleno de rebeldes y escritores, actores y artistas, y ex¨®ticos estudiantes extranjeros procedentes del Tercer Mundo que estudiaban en la ciudad con becas concedidas por las autoridades comunistas. Muchos de sus amigos eran ni?os privilegiados de la ¨¦lite comunista, como la hija escritora del ministro del Interior germano oriental, Karl Maron.

Y al fin y al cabo, pasar al Oeste era cuesti¨®n de cruzar la calle. Uno pod¨ªa vivir en el Este y disfrutar de lo mejor de los dos mundos.

Cinco d¨ªas despu¨¦s, el jueves 17 de agosto, la polic¨ªa secreta vino a buscarle mientras paseaba bajo el sol de agosto por las afueras. Dos hombres le pidieron que les acompa?ara para "aclarar un asunto". Su educado lenguaje no dejaba traslucir la firmeza con la que le empujaron hacia el interior del Wartburg que aguardaba. El autom¨®vil arranc¨® a toda prisa, retumbando por la calle de adoquines que llevaba Dios sabe ad¨®nde.

El destino de schulz-ladegast era, de hecho, una zona de Berl¨ªn Este conocida desde la d¨¦cada de los cincuenta como la "zona prohibida": una ciudad secreta dentro de la ciudad, rodeada por puestos de control policiales, que no aparec¨ªa en ning¨²n mapa, donde la polic¨ªa secreta germano oriental, la famosa Stasi, ten¨ªa su cuartel general y un recinto para interrogatorios. Era Hohensch?nhausen. A Klaus le vendaron los ojos poco despu¨¦s de iniciar el viaje en coche. Lo ¨²nico que not¨® al llegar fue el sonido de un port¨®n al abrirse. El veh¨ªculo atravesaba una zona cubierta de losas y pasaba por otra puerta de metal. Schulz-Ladegast se dio cuenta por el eco de que se encontraban en un espacio cerrado. Le quitaron la venda de los ojos. Las luces le deslumbraron. Mientras sacaban a Schulz-Ladegast a rastras del coche, ¨¦ste escuch¨® un terror¨ªfico coro de gritos procedentes de voces que no pod¨ªa ver. Le condujeron a empujones hacia una puerta. La calculada pesadilla psicol¨®gica de la "detenci¨®n e interrogatorio" de la Stasi acababa de comenzar.

La detenci¨®n y el interrogatorio se centraban en sacar a los sospechosos lo que el Estado necesitaba para justificar los veredictos, generalmente decididos de antemano, que los tribunales secretos impondr¨ªan. Klaus era uno de los centenares de "subversivos" reales o imaginarios capturados por la Stasi en los d¨ªas que siguieron a la construcci¨®n del muro. Su experiencia fue relativamente t¨ªpica.

Tras el calvario de la recepci¨®n, le desnudaron y vistieron con el tosco traje de preso. Le trasladaron a una celda de aislamiento. Moverse por prisi¨®n era un proceso controlado. A los reclusos no se les permit¨ªa mantener conversaciones, y ni siquiera verse, especialmente en las primeras fases de la encarcelaci¨®n. Un sistema de sem¨¢foros instalados en las esquinas del laberinto de l¨®bregos pasillos avisaba cuando otro detenido y su escolta se aproximaban. En tal caso, obligaban al preso a meterse en un nicho del tama?o de un hombre, excavado en la pared, donde deb¨ªa permanecer de pie, con la cara pegada al ladrillo, hasta que el otro reo pasaba sin contratiempos. En su celda hab¨ªa una cama y una letrina. Una ventana dejaba pasar un poco de luz natural, pero no permit¨ªa ver el exterior. El prisionero pronto ten¨ªa la sensaci¨®n de estar enterrado vivo

Klaus estaba acusado de presentar a su padre a un hombre del servicio secreto germano occidental que pretend¨ªa hablar de los asuntos de la Comunidad de la Iglesia de Brandeburgo. El padre de Klaus se resisti¨® al principio, pero despu¨¦s accedi¨®.

El alem¨¢n occidental se mostr¨® tajante. Ni el padre ni el hijo deb¨ªan mencionar jam¨¢s a nadie sus encuentros. El padre de Klaus no pens¨® que eso incluyera tambi¨¦n a su mejor amigo y colega en el Consejo de la Iglesia, con quien -convencido de que compart¨ªan las mismas simpat¨ªas pol¨ªticas- habl¨® de las reuniones. Pero esta presunta alma gemela era un agente de la Stasi. De ah¨ª que arrestaran a Klaus y, aunque ¨¦l no lo supiera, tambi¨¦n a su padre cinco d¨ªas despu¨¦s de que levantaran el muro. Padre e hijo sufrieron el mismo tormento. Los m¨¦todos usados con cada uno de ellos eran similares. Un leve amago de violencia, aunque no se llegara a usar. Los m¨¦todos de la Stasi en la d¨¦cada de los cincuenta eran a menudo brutalmente parecidos a los de la NKDV [Comisar¨ªa Popular de Asuntos Internos, la polic¨ªa secreta de la Uni¨®n Sovi¨¦tica] y el KGB [el Comit¨¦ para la Seguridad del Estado, el organismo de inteligencia sovi¨¦tico], pero, parad¨®jicamente, despu¨¦s de la construcci¨®n del muro, Alemania Oriental empez¨® a buscar la respetabilidad internacional. Esto incit¨® a la Stasi a emplear m¨¦todos en su mayor¨ªa psicol¨®gicos.

El escenario t¨ªpico era la sala de interrogatorios de "esquina a esquina". La silla y la mesa del interrogador estaban colocadas en ¨¢ngulo con el rinc¨®n de la ventana, de cara a la sala. Colocaban al prisionero en un inc¨®modo taburete en el lado opuesto de la habitaci¨®n. El efecto psicol¨®gico consist¨ªa en someter al recluso a una inquietud animal. A menudo, el prisionero sent¨ªa el impulso de decir cualquier cosa que le sacara de aquel lugar. Muchos ced¨ªan.

Klaus habl¨®. Lo neg¨® todo sobre los esp¨ªas de Alemania Occidental, pero cont¨® mucho sobre su vida de zascandil en el Berl¨ªn Este. Por suerte, nunca hab¨ªa aceptado dinero de los alemanes occidentales, de modo que no pod¨ªan probar nada a ese respecto. Soltar con cuentagotas informaci¨®n que parec¨ªa importante, pero de hecho era intrascendente, ayudaba a Klaus a mantenerse cuerdo. Otras cosas tambi¨¦n le ayudaron. Primero, al cabo de un mes de su llegada, se vio afligido por unos dolores de est¨®mago y tuvo que ser trasladado al hospital. All¨ª, aunque le instalaron en un ala incomunicada, recibi¨® mejor alimentaci¨®n y un trato relativamente normal durante dos semanas. Ladegast volvi¨® a prisi¨®n fortalecido, tras recuperarse de la enfermedad. Segundo, le trasladaron a una celda con otro prisionero, un hombre mayor.

Aquel experimentado compa?ero de celda ense?¨® a Klaus trucos de supervivencia. Le recomend¨® que nunca obedeciera inmediatamente la orden de un guardia. Hablaron de c¨®mo evaluar esa pausa de una fracci¨®n de segundo que permit¨ªa al prisionero obligar al guardia a esperar, y a la vez evitar el castigo por desobediencia. De detalles tan nimios como ¨¦stos depend¨ªa la dignidad de un prisionero, y, por consiguiente, su supervivencia emocional. La condena impuesta a Klaus fue de ocho a?os, como descubri¨® al repasar su expediente de la Stasi. Gracias a su habilidad en los interrogatorios, se las ingeni¨® para reducirla a cuatro. Klaus sobrevivi¨® a Hohensch?nhausen, y despu¨¦s, tres a?os en la famosa c¨¢rcel de Bautzen, en Sajonia. Mientras existi¨® el muro nunca volvi¨® a ver a la mujer de la que se enamor¨® aquel verano. Ya ha cumplido los 60 a?os, pero todav¨ªa sufre episodios de amnesia y depresi¨®n.

Por ¨²ltimo, tambi¨¦n estaba el berlin¨¦s del Este que por culpa del muro pag¨® el precio m¨¢s alto: su vida. G¨¹nter Litfin era un h¨¢bil sastre de 24 a?os que trabajaba en una casa de modas de Berl¨ªn Oeste. Como viv¨ªa con sus padres en el barrio perif¨¦rico de Weissensee, en Berl¨ªn Este, viajaba a diario al Oeste. Era un cruzafronteras. Consciente de las dificultades que planteaba su situaci¨®n, G¨¹nter Litfin ten¨ªa intenci¨®n de mudarse a Berl¨ªn Oeste. Encontr¨® un apartamento no muy lejos de su lugar de trabajo. El s¨¢bado 12 de agosto, ¨¦l y su hermano subieron al tren de cercan¨ªas para dirigirse a la vivienda. Pasaron el d¨ªa prepar¨¢ndola para la mudanza. A la una de la madrugada del domingo 13 de agosto regresaron en tren a casa. Fue uno de los ¨²ltimos ferrocarriles que recorrieron el trayecto hasta Berl¨ªn Este antes del cierre de la frontera.

El enfado y la desesperaci¨®n del joven eran comprensibles. Repentinamente en el paro, tambi¨¦n pod¨ªa imaginarse, al igual que ?rsula Heinemann, que el Estado germano oriental le perseguir¨ªa. G¨¹nter pas¨® los d¨ªas que siguieron al 13 de agosto dando vueltas en bicicleta por las zonas fronterizas, observando las barreras reforzadas y ampliadas. Era un buen nadador, de modo que decidi¨® probar suerte con lo que parec¨ªa el punto m¨¢s d¨¦bil de la nueva frontera: las v¨ªas fluviales.

La tarde del jueves 24 de agosto de 1961, G¨¹nter sali¨® a dar un paseo por la carretera paralela al canal de navegaci¨®n que conecta el puerto Norte de Berl¨ªn con el r¨ªo Spree. El canal navegable formaba una cuenca conocida como Humboldthafen. La orilla opuesta estaba en el sector brit¨¢nico de Berl¨ªn Oeste. Si lograba trepar a tierra estar¨ªa a salvo. G¨¹nter sigui¨® por la orilla del canal hasta la altura de un puente ferroviario. De pronto oy¨® un grito: "Stehenbleiben!" (?Alto!). Los polic¨ªas de transportes, los Trapos, estacionados en lo alto del puente, acababan de descubrirle. Pero el joven no ten¨ªa intenci¨®n de tirar la toalla. Se lanz¨® de cabeza al agua y comenz¨® a nadar. Los Trapos efectuaron varios disparos. En poco tiempo, G¨¹nter se hab¨ªa alejado unos 25 metros de la orilla oriental. Avanzaba r¨¢pidamente hacia su meta. Uno de los guardias carg¨® su pistola autom¨¢tica y dispar¨® varias r¨¢fagas en torno al joven pr¨®fugo. G¨¹nter Litfin muri¨® en el agua. Recibi¨® el impacto de una bala por la parte de atr¨¢s del cuello mientras nadaba. Se trataba de un disparo a muerte deliberado.

Horas despu¨¦s, la polic¨ªa germano oriental sac¨® el cuerpo sin vida de G¨¹nter Liftin de las aguas del puerto de Humbolt. El 29 de agosto, otro joven de Berl¨ªn Este, Roland Hoff, de 27 a?os, tambi¨¦n fue asesinado cuando se dirig¨ªa a nado a Berl¨ªn Oeste, esta vez atravesando el canal Teltow, que llevaba al sector estadounidense.

El desasosiego era palpable desde ambos lados de la frontera. En los primeros d¨ªas, los disparos no eran muy frecuentes y se limitaban a salvas de advertencia. La profunda inhumanidad del nuevo r¨¦gimen fronterizo estaba ahora a la vista de todos.

Despu¨¦s de la primera muerte vinieron otras muchas.

Un a?o despu¨¦s de la construcci¨®n del muro, el 17 de agosto de 1962, un fugitivo de 18 a?os llamado Peter Fechter recibi¨® un disparo mortal cuando intentaba huir, junto con un amigo, atravesando el muro cerca de Checkpoint Charlie. Las fotograf¨ªas del joven, desangr¨¢ndose en tierra de nadie entre el Este y el Oeste, dieron la vuelta al mundo. Permaneci¨® tumbado all¨ª durante casi una hora, al principio pidiendo ayuda a gritos, con la voz cada vez m¨¢s d¨¦bil, hasta que finalmente call¨®. S¨®lo entonces los guardias germano orientales retiraron su cad¨¢ver. El esc¨¢ndalo provoc¨® disturbios en Berl¨ªn Oeste, donde las primeras redes de huida estuvieron financiadas por estudiantes idealistas. T¨²neles, papeles falsos... Sin embargo, las organizaciones de huida que sobrevivieron a estos primeros a?os ya no eran tan idealistas. Trabajaban por dinero, a menudo ten¨ªan v¨ªnculos con el crimen organizado y, en algunos casos, empleaban m¨¦todos parecidos a los de las bandas que act¨²an en Europa y Norteam¨¦rica desde principios del siglo XXI pasando "gente de contrabando".

La Stasi creci¨® en tama?o e influencia. Su inmensa red de vigilancia descubri¨® muchos intentos de huida. Hacia 1970, el muro era tan impresionante desde el punto de vista t¨¦cnico que pocos lograban cruzarlo. Los amagos de escapar se redujeron a meras docenas. Entre 1961 y 1989 murieron al menos 125 fugitivos en potencia. Algunos afirman que en total fueron casi el doble. Millares m¨¢s fueron arrestados. Muchos cumplieron largas condenas de c¨¢rcel en dur¨ªsimas condiciones.

Temporalmente el muro funcion¨®. Cort¨® en seco la hemorragia de mano de obra cualificada y culta desde la Alemania Oriental hasta la Occidental. Los historiadores han llamado a la construcci¨®n del muro el "segundo nacimiento de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana". Continuaron los problemas con el suministro de cepillos de dientes, patatas, compresas y papel higi¨¦nico, pero entre 1960 y 1970, el porcentaje de familias que pose¨ªan un televisor aument¨® desde el 16,7% hasta el 69,1%; una nevera, desde el 6,1% hasta el 56,4%, y una lavadora, desde el 6,2% hasta el 53,6%. Aunque los autom¨®viles segu¨ªan siendo caros, el 15,6% de los alemanes del Este ten¨ªa coche en 1970, en comparaci¨®n con un 3,2% diez a?os antes. Desde un punto de vista materialista, la vida para los alemanes del Este corrientes era mejor que en los cincuenta.

El r¨¦gimen se benefici¨® de un hecho obvio, pero clave: la generaci¨®n que alcanz¨® la madurez despu¨¦s de la construcci¨®n del muro no hab¨ªa experimentado ninguna otra clase de sociedad. Una alemana del Este nacida en torno a 1950 comentaba despu¨¦s de 1989 que antes de que cayera el muro no se hab¨ªa fijado en lo feo y gris que era el pa¨ªs en que viv¨ªa. En comparaci¨®n con otras naciones del bloque sovi¨¦tico -los ¨²nicos lugares extranjeros que los alemanes del Este pod¨ªan visitar despu¨¦s de 1961-, la RDA parec¨ªa disfrutar de un buen nivel de vida. Entre otras ventajas estaban las guarder¨ªas y la atenci¨®n m¨¦dica gratis, alquileres y vacaciones subvencionados, y educaci¨®n superior gratuita para aquellos que gozaban del benepl¨¢cito del Estado.

A mediados de la d¨¦cada de los setenta irrumpi¨® la crisis del petr¨®leo. Alemania Oriental carec¨ªa de recursos naturales. Ante el r¨¢pido aumento del precio del combustible, la Uni¨®n Sovi¨¦tica se vio obligada a tener en cuenta los mercados mundiales a la hora de fijar sus tasas, incluso para sat¨¦lites como Alemania Oriental. El pa¨ªs acumul¨® d¨¦ficit. Nunca recuper¨® la relativa estabilidad del periodo entre 1961 y 1973. Sus mejores productos alimenticios, textiles, manufacturados y maquinaria se destinaban a la exportaci¨®n, en una b¨²squeda desesperada de moneda fuerte.

En 1970, el endeudamiento del Estado germano oriental era de 12.000 millones de marcos. En 1988 alcanzaba la ingente cantidad de 123.000 millones. Durante el mismo periodo, las deudas en moneda fuerte con bancos comerciales occidentales aumentaron en 2.000 millones hasta alcanzar los 49.000 millones de marcos. El 50% de la infraestructura industrial del pa¨ªs estaba gravemente deteriorada. La productividad sigui¨® estando al menos un 40% por debajo de los niveles germanos occidentales. Sin embargo, Alemania Oriental parec¨ªa segura. Era miembro de Naciones Unidas y estaba integrada en la econom¨ªa mundial. En 1987, el jefe del partido comunista de Alemania Oriental, Erich Honecker -el mismo que en 1961 supervis¨® la construcci¨®n del muro-, visit¨® Alemania Occidental y fue agasajado con los mismos honores de un jefe de Estado extranjero. Entonces, ?c¨®mo es posible que al cabo de dos a?os el muro de Berl¨ªn fuera cosa del pasado?

Al ofrecer explicaciones para cualquier acontecimiento hist¨®rico, existen, c¨®mo no, dos versiones, la corta y la larga. En el caso de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, la versi¨®n larga seguir¨ªa el proceso de deterioro pol¨ªtico, militar y econ¨®mico que debilit¨® el proyecto comunista en las d¨¦cadas anteriores a 1989. Tambi¨¦n cabr¨ªa mencionar el Acuerdo de Helsinki de 1975, que abri¨® una puerta a los movimientos opositores en el bloque del Este. Y deber¨ªa tener en cuenta la conflictiva exigencia que el presidente Reagan plante¨®, en junio de 1987, junto a la Puerta de Brandeburgo al l¨ªder ruso Mija¨ªl Gorbachov inst¨¢ndole a "echar abajo ese muro". Fue criticada por "cursi", pero expresaba un renovado inter¨¦s de Estados Unidos en la liberaci¨®n de pa¨ªses dominados por el imperio sovi¨¦tico.

La versi¨®n corta se centra en la reuni¨®n de un comit¨¦ del Gobierno en Berl¨ªn Este a s¨®lo unos metros del muro. Es 9 de noviembre de 1989. Este comit¨¦, compuesto por cuatro personas, dos civiles y dos agentes de la Stasi, se encuentra presionado. El peri¨®dico oficial, Neues Deutschland, ha publicado el llamamiento de un grupo de reformistas y disidentes. "Todos estamos inquietos", escriben. "Miles de personas abandonan nuestro pa¨ªs... Quedaos en vuestra patria, os lo suplicamos, quedaos con nosotros".

El muro de Berl¨ªn sigue en su sitio. ?A qu¨¦ viene este emotivo llamamiento? Primera raz¨®n: despu¨¦s de m¨¢s de un cuarto de siglo atrapados en su peque?o Estado patrocinado por los sovi¨¦ticos, los alemanes del Este pueden, en oto?o de 1989, marcharse a Occidente si as¨ª lo desean. Y decenas de miles deciden hacerlo. La elecci¨®n en Polonia de un Gobierno parcialmente democr¨¢tico, la apertura de la frontera entre la Hungr¨ªa comunista y la Austria capitalista, y la reanudaci¨®n de los viajes sin necesidad de visado a Checoslovaquia llevan la crisis a un punto cr¨ªtico. ?La segunda raz¨®n? Alemania Oriental est¨¢ arruinada. Su jefe dice a su Gobierno que s¨®lo el mantener la deuda conllevar¨¢ una ca¨ªda del 25% o el 30% en el nivel de vida de los alemanes del Este corrientes. Esto "har¨¢ al pa¨ªs ingobernable". Los envejecidos l¨ªderes de Alemania Oriental han preferido siempre hacer caso omiso de sus propios expertos. Ahora es demasiado tarde.

A principios de a?o, el r¨¦gimen estaba a¨²n dirigido por Erich Honecker. ?ste, con 77 a?os cumplidos y dispuesto a celebrar el 40? aniversario de la RDA en octubre de 1989, insist¨ªa en que el muro seguir¨ªa en su sitio "otros 50 o 100 a?os m¨¢s".

Sin embargo, en noviembre de 1989, Honecker ya pertenece al pasado. El 18 de octubre fue sustituido, con el visto bueno de Gorbachov, por Egon Krenz, de 52 a?os. Este nuevo Gobierno reformista se ve abrumado por intratables crisis pol¨ªticas y econ¨®micas. Y da orden de resolver todos los problemas. Entre ellos, el problema del "visado de salida". De ah¨ª las urgentes deliberaciones del comit¨¦ aquella ma?ana de noviembre.

El comit¨¦ dise?a un sistema de visados de salida m¨¢s liberal, pero todav¨ªa "provisional". Los habitantes de Alemania del Este ahora pueden marcharse libremente, permiso mediante. ?ste, por lo general, se conceder¨¢ autom¨¢ticamente. Una vez acordado el borrador, el documento se env¨ªa al Politbur¨®. El secretario general Krenz asegura a sus colegas que ¨¦sta es la ¨²nica soluci¨®n. Tambi¨¦n es lo que sus protectores en Mosc¨² quieren. El nuevo sistema de visados obtiene el visto bueno. Entretanto, el portavoz de la c¨²pula, G¨¹nther Schabovski, concede una rueda de prensa en el Centro Internacional de Prensa de Berl¨ªn Este. Schabovski se pasa por la oficina de Krenz y solicita que le pongan al d¨ªa de los ¨²ltimos acontecimientos. El secretario general le entrega una copia de las nuevas normas para visados de salida. Aquella conferencia de prensa continuar¨¢ siendo uno de los acontecimientos m¨¢s debatidos en la historia moderna. ?Es una manipulaci¨®n deliberada o s¨®lo una metedura de pata involuntaria? Lo que condicionar¨¢ los acontecimientos posteriores no es lo que Schabovski dice, sino c¨®mo lo interpretan otros y lo comunican al mundo.

No habr¨¢ condiciones previas para viajar, reconoce Schabovski. Pero el periodista de la televisi¨®n estadounidense Tom Brokaw le pregunta cu¨¢ndo entrar¨¢ en vigor esta nueva disposici¨®n. "Inmediatamente", responde Schabovski incorrectamente. De hecho, no ser¨¢ v¨¢lida hasta el d¨ªa siguiente, el 10 de noviembre.

Contrariamente a lo que dice la leyenda, este intercambio no causa un revuelo inmediato. Los periodistas no debaten su pleno significado hasta que concluye la rueda de prensa. El periodista de Associated Press escoge su "¨¢ngulo". Seg¨²n el portavoz del Politbur¨®, Schabovski, afirma en un teletipo, Alemania Oriental abre sus fronteras. La frase cuaja. Todo el mundo empieza a usarla. Una hora despu¨¦s del anuncio de Schabovski, el respetado informativo ARD News de la televisi¨®n alema occidental inicia el bolet¨ªn de las ocho de la tarde con las mismas palabras: "La RDA abre sus fronteras".

R¨¢pidamente queda claro que lo que los berlineses del Este est¨¢n viendo no son las insulsas noticias comunistas, sino el programa transmitido desde Occidente. En pocos minutos llegan a los puntos de control, explicando que han o¨ªdo que la frontera se ha abierto. Les contestan que han de solicitar un visado. Las oficinas abrir¨¢n ma?ana. La televisi¨®n germana oriental se apresura a ratificarlo. Hay que solicitar los visados de manera ordenada.

Las multitudes hacen caso omiso y siguen asediando los controles. La mayor¨ªa de los alemanes del Este accedieron mansamente a la construcci¨®n del muro hac¨ªa 28 a?os, pero ahora est¨¢n decididos a hacer valer sus derechos. Ya no tienen miedo al Gobierno.

En cuanto a la nueva generaci¨®n de l¨ªderes comunistas, no es que sean ¨¢ngeles, pero tampoco son asesinos a la vieja usanza. Cuando el ministro de la Stasi Erich Mielke, un estalinista veterano a punto de celebrar su 82? cumplea?os, llama a Krenz, su nuevo jefe se niega a aprobar el uso de la fuerza. Para suavizar las cosas en la frontera, pueden dejar pasar a unos cuantos tipos agresivos. Sin embargo, para disuadir a la mayor¨ªa supuestamente m¨¢s d¨®cil, se estampar¨¢n los pasaportes de esa gente con el sello de "sin derecho a volver".

Este intento desesperadamente irrealista de mantener el control s¨®lo sirve para mostrar a los berlineses del Este las recompensas de la insistencia. Harald J?ger, el miembro de la Stasi al mando del punto de control de Bornholmer Strasse, realiza una ¨²ltima llamada al cuartel general. Pero una vez m¨¢s recibe instrucciones de decir a los que pretenden cruzar la frontera que deben presentar una solicitud oficial. J?ger echa un vistazo por la ventana de su cabina. La presi¨®n es abrumadora. Sus hombres est¨¢n sobrepasados en n¨²mero y corren el peligro de resultar heridos o algo peor. Decide por primera vez en su vida desafiar a sus superiores y ordena a sus hombres que "abran inmediatamente y permitan pasar a la gente sin ning¨²n tipo de control". Nada m¨¢s dar las once de la noche, la multitud atraviesa a empujones la barrera izada y cruza alegremente en tropel el puente ferroviario que lleva a Berl¨ªn Oeste. En las horas siguientes, las muchedumbres invaden otros puntos de control. Pronto Berl¨ªn, Este y Oeste, es una gran fiesta.

Alguien en un bar de Berl¨ªn Este bromea con el ¨¢cido humor nativo: "As¨ª que... construyeron el muro para impedir que la gente se fuera y ahora lo derriban para impedir que la gente se vaya. L¨®gica pura".

'El muro de Berl¨ªn, 13 de agosto de 1961-9 de noviembre de 1989', de Frederick Taylor (RBA), se publica el 22 de octubre en Espa?a.

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