Berl¨ªn: as¨ª se desmoron¨® el Muro
Una ciudad modelo de vitalidad como Berl¨ªn se merec¨ªa un premio como el Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia que ayer recibieron en Oviedo tres de sus ¨²ltimos alcaldes. Berl¨ªn ha hecho del Mitte -el centro hist¨®rico anta?o atravesado por el Muro- un coraz¨®n que palpita en creatividad, dise?o, armon¨ªa y madurez. Pocos lo hubieran imaginado hace 20 a?os.
El verano de 1989 hab¨ªa tra¨ªdo las muestras definitivas de la descomposici¨®n del bloque del Este, que culminar¨ªan, durante un oto?o trepidante, con la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn. El s¨®lido hormig¨®n del Muro parec¨ªa consagrar los acuerdos firmados en Yalta y Postdam, tras la II Guerra Mundial: se hab¨ªa convertido en el s¨ªmbolo tangible del "tel¨®n de acero" que dividi¨® una ciudad y dos mundos durante 28 a?os.
La libertad encontr¨® una v¨ªa para fluir que acabar¨ªa con un muro con los cimientos podridos
Aquel verano de 1989, Hungr¨ªa -la primera en rebelarse y ser aplastada en 1956- ya emprend¨ªa una senda socialdem¨®crata, despu¨¦s de celebrar elecciones libres. Checoslovaquia resucitaba su primavera pisoteada en 1968. Y Polonia y su Solidaridad se alejaban tambi¨¦n del comunismo. Numerosos ciudadanos de la RDA (Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana) decidieron veranear con voluminosos equipajes para, en realidad, escapar -por algunas v¨ªas expeditas- a Austria. La libertad, como caudal incontenible, encontraba una v¨ªa para fluir: la que terminar¨ªa por arrastrar un muro de cimientos podridos.
El periodismo permite en momentos excepcionales ser testigo directo de la Historia. As¨ª ocurri¨® cuando, en el oto?o de hace 20 a?os, los miembros de un equipo de Informe Semanal de TVE llegamos a Berl¨ªn la v¨ªspera de un acontecimiento no previsto. El Checkpoint Charlie nos recibi¨® como escenario perfecto de la guerra fr¨ªa: noche, niebla, r¨ªgidos polic¨ªas grises, silencio despoblado. Al d¨ªa siguiente, los berlineses del Este, hasta entonces sufridos y disciplinados, bull¨ªan en corrillos. Su principal queja era la falta de libertad para viajar, para leer y hablar sin cortapisas. En murmullos condenaban la rigidez del sistema y las ideas anquilosadas de los dirigentes de la RDA. La oposici¨®n -pac¨ªfica- se hab¨ªa ido multiplicando de forma exponencial desde el verano. De apenas unas decenas de manifestantes se hab¨ªa pasado a medio mill¨®n. Y el ¨¦xodo registraba ya 200 huidos por hora.
Los dirigentes de la Alemania del Este hab¨ªan pedido ayuda a los rusos. Gorbachov fue di¨¢fano: "El Ej¨¦rcito sovi¨¦tico no actuar¨¢ contra la poblaci¨®n". ?Qu¨¦ soluci¨®n cab¨ªa? ?Una masacre? Egon Krentz, el entonces presidente de la RDA, lo consider¨® como opci¨®n, seg¨²n declarar¨ªa despu¨¦s.
Detr¨¢s del Tel¨®n de Acero hab¨ªa un mundo desconocido -y a¨²n mitificado por algunos- por descubrir. Alemania Oriental era su supuesta joya econ¨®mica, pero en las fruter¨ªas s¨®lo se vend¨ªan coles; los cosm¨¦ticos se envasaban en botes de detergente, o as¨ª lo parec¨ªa; los maniqu¨ªes de los grandes almacenes remit¨ªan a 20 a?os atr¨¢s. El popular Trabant, coche de cart¨®n plastificado, se orillaba en las calles sin repuestos para sus aver¨ªas. ?nicamente una f¨¢brica nos franque¨® la entrada al equipo de televisi¨®n. Elaboraba material para endoscopias: su maquinaria parec¨ªa datar de los a?os cincuenta. El Muro se ca¨ªa solo... por consunci¨®n.
El d¨ªa 9 de noviembre, tras unas horas de confusi¨®n, un informador envi¨® esta noticia a su agencia: "El muro de Berl¨ªn se ha abierto". No era as¨ª. Todav¨ªa no. A las 18.57 hab¨ªa comenzado lo que el embajador espa?ol ?lvarez de Toledo denomin¨® "cadena de malentendidos".
La televisi¨®n germano-occidental dio la noticia en su informativo de noche, visible en el Este. El paso del puente de Bornholmer se ubicaba a pocos pasos de la Embajada espa?ola, donde nos encontr¨¢bamos el equipo de TVE. Fuimos hacia all¨ª: unas 50 personas curioseaban y no ejerc¨ªan presi¨®n alguna. Un polic¨ªa abri¨® la puerta y dijo: "Pueden pasar". Eran las 21.12. Al otro lado, los germano-occidentales aguardaban con champ¨¢n. Estall¨® el j¨²bilo, los abrazos, las l¨¢grimas, aunque persist¨ªa el temor. Poco despu¨¦s, mareas humanas rodearon el Muro, muchos llevaban picos para derribarlo, otros trepaban para cruzarlo, ya sin el miedo a ser ametrallados.
Apenas un a?o despu¨¦s, las dos Alemanias se reunificaron. Berl¨ªn ya era una sola ciudad con sello occidental. En el Este las fruter¨ªas ofrec¨ªan un vergel, marcas cosm¨¦ticas internacionales poblaban los escaparates, coches japoneses transitaban por las calles y los maniqu¨ªes vest¨ªan a la ¨²ltima moda, rejuveneciendo dos d¨¦cadas. M¨¢quinas expendedoras de caramelos y coloridos juguetes adoctrinaban a los ni?os en la sociedad de consumo. Precios del Oeste, sueldos del Este, un tercio inferiores. Hab¨ªa nacido una nueva ambici¨®n: el dinero.
Hoy, en el puente de Bornholmer una placa certifica que all¨ª fue donde primero se abri¨® el Muro. Piquetas y gr¨²as han remodelado el urbanismo de Berl¨ªn, una ciudad que emana paz, sosiego y saber vivir. El paro a¨²n golpea m¨¢s al Este que al Oeste, pero, salvo algunos nost¨¢lgicos, los germano-orientales eluden enjuiciar la sociedad capitalista que les anexion¨®. "S¨ª, compensa", dice Cristiane Bauer, profesora de alem¨¢n. "La libertad es esencial. No me interesa disponer de 15 tipos de fruta, pero s¨ª de la libertad de poder expresarme, viajar, leer lo que quiero y vivir a mi modo. S¨®lo echo de menos la solidaridad que ten¨ªamos entre todos".
Rosa Mar¨ªa Artal, periodista y escritora, fue testigo presencial de la apertura del Muro de Berl¨ªn.
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