Las 'cartas espa?olas'
La ciencia espa?ola ha estado menos aislada de lo que se cree. Lo corrobora el descubrimiento y an¨¢lisis de la correspondencia de Faraday, Von Humboldt, Gauss y otros grandes cient¨ªficos del XIX con sus colegas de la Academia de Ciencias
El 29 de julio hac¨ªa mucho calor en Madrid, calor especialmente sofocante en la buhardilla del solemne edificio de la Real Academia de Ciencias Exactas, F¨ªsicas y Naturales, en la madrile?a calle de Valverde. El matem¨¢tico y acad¨¦mico Ildefonso D¨ªaz andaba buscando all¨ª un tesoro que sab¨ªa que ten¨ªa que estar, entre centenares de legajos antiguos, pulcramente guardados en vitrinas, pero inexplorados. Eligi¨® al azar un rinc¨®n por donde empezar la exploraci¨®n y tuvo suerte, mucha suerte: primero encontr¨® informes acerca del primer mapa completo de Espa?a y antiguas esquelas de acad¨¦micos fallecidos. Al final de un legajo estaba el tesoro que persegu¨ªa: unas cartas manuscritas originales de una decena de acad¨¦micos correspondientes extranjeros agradeciendo el nombramiento y firmadas por, nada m¨¢s y nada menos, que Michael Faraday, Carl F. Gauss y Alexander von Humboldt, entre otros. "Son los grandes del siglo XIX, los motores de la ciencia... son los nombres que aparecen en los libros de bachillerato y en las calles de Par¨ªs", recalca D¨ªaz.
Los autores de las cartas "aparecen en los libros de bachillerato y en las calles de Par¨ªs", dice su descubridor
Hasta ahora han aparecido documentos de 10 de los 36 acad¨¦micos extranjeros nombrados a mediados del XIX
Las diez cartas espa?olas est¨¢n firmadas, adem¨¢s de por Faraday, Gauss y Humboldt, por Robert Brown, Louis Agassiz, George Biddell Airy, F¨¦lix Gu¨¦rin-M¨¦neville, Lambert J. Qu¨¦telet, Auguste Breithaupt y Paolo Volpicelli.
"Se?or Presidente, habiendo gozado, en uni¨®n de mi amigo y colaborador el se?or Bonpland, durante una larga serie de a?os, de la m¨¢s noble y generosa protecci¨®n por parte de vuestro Gobierno, y habi¨¦ndome entregado en las hermosas regiones tropicales del Nuevo Mundo, en plena libertad, a todos los trabajos de geograf¨ªa astron¨®mica y magnetismo, de meteorolog¨ªa y de historia natural que pod¨ªan interesar a los progresos de las ciencias, cada recuerdo de benevolencia y de indulgente afecci¨®n que me da Espa?a me causa una viva emoci¨®n...", escribe Humboldt.
La carta de Faraday, el gran f¨ªsico, es m¨¢s escueta, m¨¢s brit¨¢nica en su sobriedad. Gauss, "el pr¨ªncipe de las matem¨¢ticas", escribe desde Alemania, en un excelente franc¨¦s, dirigi¨¦ndose al entonces presidente de la academia espa?ola, Antonio Rem¨®n Zarco del Valle, comunic¨¢ndole: "Acabo de conocer que se me ha hecho el honor de nombrarme correspondiente extranjero". Casi todas estas cartas est¨¢n escritas en franc¨¦s, que era el idioma cient¨ªfico de entonces, excepto la de Faraday y la de Brown, redactadas en ingl¨¦s por estos dos colosos de la ciencia. Volpicelli escribe en italiano.
La aventura de D¨ªaz, que culmin¨® en la asfixiante buhardilla, junto a la bibliotecaria Leticia de las Heras y al encargado de la secretar¨ªa Juan Carlos Caro, hab¨ªa empezado 10 a?os antes. En 1999, mientras preparaba un acto para el A?o Mundial de las Matem¨¢ticas en el Congreso de los Diputados, D¨ªaz empez¨® a rebuscar en el pasado de la academia. Supo as¨ª que cuando se fund¨®, en 1847, y en los a?os inmediatamente posteriores, se nombraron miembros correspondientes extranjeros de mucho renombre, lo que no se hab¨ªa resaltado suficientemente hasta entonces. "El proceso de entrar en la academia conlleva una correspondencia, una aceptaci¨®n, todo un proceso... y pens¨¦ que seguramente estar¨ªan en los archivos esos documentos", explica.
Los archivos, que en parte se han digitalizado -y si no se ha completado la labor es por falta de medios y de personal, apunta Caro-, incluyen legajos antiguos primorosamente conservados, cada uno de unos 30 cent¨ªmetros de grosor, etiquetados y numerados, pero sin especificar el contenido. Muchos llevan m¨¢s de un siglo sin que nadie los haya hojeado y mucho menos analizado. La dificultad de zambullirse en esos papeles y sus otras actividades, incluida la docencia universitaria, hab¨ªan forzado a D¨ªaz a aparcar la b¨²squeda de las cartas espa?olas de los grandes cient¨ªficos.
Hace unos meses, este matem¨¢tico recibi¨® el encargo de pronunciar el discurso inaugural del a?o acad¨¦mico 2009-2010 en la academia y empez¨® a buscar un buen tema para disertar. "En principio quise indagar en el origen del lema de la instituci¨®n, Observaci¨®n y c¨¢lculo, porque me parece tan sint¨¦tico, tan directo sobre los valores de la ciencia, que quise saber qu¨¦ pensaban quienes lo propusieron a mediados del siglo XIX", explica el acad¨¦mico. El rastreo de ese lema conduc¨ªa a los mismos legajos donde podr¨ªan estar las famosas cartas.
De las Heras dice que el hallazgo de los manuscritos fue para ella una satisfacci¨®n, "pero yo no daba tantos saltos de alegr¨ªa como don Ildefonso", apunta. "Creo que hay muchos papeles interesantes aqu¨ª, cosas importantes, tenemos los expedientes desde 1847, as¨ª como los documentos de la anterior academia, la que se cerr¨®. Est¨¢ todo ordenado con rigor, pero los contenidos no est¨¢n fichados", a?ade. "Hemos encontrado tambi¨¦n cosas muy curiosas", dice Caro. "Est¨¢, por ejemplo, la documentaci¨®n del acad¨¦mico que fue el responsable de instalar la iluminaci¨®n el¨¦ctrica en Madrid".
A D¨ªaz, puestos a elegir, le llama la atenci¨®n la carta de Humboldt "por su bello estilo literario y la proximidad que expresa con Espa?a", pero tambi¨¦n la de Gauss, que hace referencia a la visita que recibi¨® el matem¨¢tico en Gotinga. Fue el hijo del presidente de la academia, Zarco del Valle, quien le llev¨® en mano el nombramiento de acad¨¦mico correspondiente, ya que formaba parte de una delegaci¨®n de la reina Isabel II, cuyo objetivo era recabar su reconocimiento como soberana, hasta ese momento negado por Prusia, Austria y Rusia. Tambi¨¦n el gran Agassiz -ge¨®logo, bot¨¢nico, fundador de la glaciolog¨ªa- deja una impronta notable en su carta de agradecimiento a la academia espa?ola. ?l se disculpa por la tardanza de su respuesta, tal vez, dice, debido a su trasladado a Cambridge (Massachusetts, EE UU). Adem¨¢s, expresa el deseo de intercambiar colecciones con sus conocidos colegas espa?oles: ¨¦l ha recorrido el Misisipi y Florida recogiendo muestras y le gustar¨ªa recibir ejemplares (sobre todo de reptiles y de peces) del ¨¢rea mediterr¨¢nea.
S¨®lo han aparecido las cartas de 10 de los 36 acad¨¦micos extranjeros nombrados en aquellos a?os, y faltar¨ªan las de Jacobi, Arago o el m¨¦dico espa?ol nacionalizado franc¨¦s Mateo Jos¨¦ Orfila, entre otras. D¨ªaz no cree que haya m¨¢s cartas de aceptaci¨®n guardadas en el archivo, y no porque se hayan perdido. Hay que tener en cuenta que, al igual que ahora, la propuesta de nombramiento de un nuevo miembro extranjero la puede hacer personalmente un acad¨¦mico y es normal que sea ¨¦l quien lleve y conserve la correspondencia con el invitado hasta que se formaliza su ingreso.
Con limitados medios -D¨ªaz va a solicitar al ministerio ayuda material y de personal para explorar a fondo el archivo de la academia-, el matem¨¢tico tiene intenci¨®n de seguir buscando tesoros en los legajos. Hasta ahora no s¨®lo ha sacado a la luz las 10 cartas, ha investigado su contexto hist¨®rico, ha hecho comprobaciones de caligraf¨ªa, ha repasado p¨¢gina por p¨¢gina muchas actas y ha cruzado informaci¨®n con otros fondos hist¨®ricos. ?Ha olvidado el lema de Observaci¨®n y c¨¢lculo? Ni mucho menos: ya ha encontrado los bocetos originales del escudo con el lema, y sigue buscando.
D¨ªaz interrumpe el relato del hallazgo de las cartas espa?olas porque tiene la cita inaplazable con su clase de mec¨¢nica de medios continuos en la Universidad Complutense. El pr¨®ximo mi¨¦rcoles, a las 19.00, presentar¨¢ oficialmente las cartas en su discurso de la academia, titulado Observaci¨®n y c¨¢lculo: los comienzos de la Real Academia de Ciencias y sus primeros correspondientes extranjeros, en un acto abierto al p¨²blico.
M¨¢s de un siglo para lograr una comunidad cient¨ªfica activa y estable
Las cartas de los cient¨ªficos de talla mundial aparecidas en la Real Academia de Ciencias espa?ola, adem¨¢s de una curiosidad maravillosa y de la informaci¨®n sobre la ¨¦poca que aportan, apuntan al coraz¨®n de la vieja pol¨¦mica acerca de si los cient¨ªficos espa?oles del siglo XIX eran o no unos mediocres alejados de las grandes mentes europeas que hicieron brillar la ciencia en sus pa¨ªses. Para Ildefonso D¨ªaz est¨¢ claro: "Quienes invitaron a los extranjeros a la Academia espa?ola", argumenta, "ten¨ªan contactos estrechos con ellos, algunos hab¨ªan estudiado en sus c¨¢tedras y laboratorios durante sus viajes o su exilio en la ¨¦poca absolutista y merec¨ªan el respeto de las grandes figuras".
En las actas antiguas de la Academia, por ejemplo, se hace referencia a una carta del bot¨¢nico Guerin-Meneville informando de que env¨ªa a los colegas espa?oles el manuscrito de un trabajo cient¨ªfico que ser¨¢ publicado en Francia dos meses despu¨¦s, destaca D¨ªaz. "Esto demuestra que hab¨ªa una correspondencia cient¨ªfica entre iguales de los espa?oles con estas grandes figuras de la ciencia", afirma.
La vieja pol¨¦mica creci¨® a ra¨ªz de un discurso de Jos¨¦ de Echegaray en el a?o 1866, en el que delat¨® un panorama desolador contra los cient¨ªficos espa?oles destacando su escaso nivel, su mediocridad. Echegaray, explica D¨ªaz, cometi¨® el error de centrarse exclusivamente en los matem¨¢ticos puros, "y efectivamente no hab¨ªa grandes mentes espa?olas en ese campo. Pero si hubiera tenido una perspectiva m¨¢s amplia no habr¨ªa ignorado a figuras como Ezquerra del Bayo, V¨¢zquez Queipo o Seoane, entre otros, y el argumento de mediocridad defendido se habr¨ªa ca¨ªdo por su propio peso", dice. Para completar el sesgo desenfocado de la pol¨¦mica, a?ade el acad¨¦mico, quienes respondieron a Echegaray tomaron como bandera de la maestr¨ªa de la ciencia espa?ola a los navegantes del siglo XVI, con lo que desviaron la atenci¨®n sobre el peso espa?ol en otras ciencias en el XIX.
"La regencia de Mar¨ªa Cristina hab¨ªa sido una ¨¦poca oscura para la ciencia espa?ola, pero el apoyo que empez¨® a recibir con Isabel II fue notable", explica. "Si la primera Academia de Ciencias Naturales de Madrid, fundada en 1835, se hab¨ªa extinguido por falta de fondos, la segunda, la actual, cont¨® con apoyo desde su fundaci¨®n en 1847. Esos a?os de Isabel II, pese al caos pol¨ªtico, fueron de florecimiento, de cambio y de ilusi¨®n inicial que repercutieron en la misma creaci¨®n de la academia y en su dotaci¨®n; se decidi¨® entonces invitar a los mejores cient¨ªficos del mundo", explica D¨ªaz. No era una fanfarronada carente de realismo, a?ade, puesto que muchos de los acad¨¦micos espa?oles eran conocidos y colegas de los grandes cient¨ªficos europeos, y estos contestaron y aceptaron las invitaciones.
Pero lo cierto es que mientras Francia, Alemania, el Reino Unido o Italia, ten¨ªan ya unas comunidades cient¨ªficas que siguieron consolid¨¢ndose, Espa?a, que tuvo algunas figuras destacadas -aunque no un Gauss o un Faraday-, ha tenido que esperar m¨¢s de un siglo para tener una comunidad cient¨ªfica activa, reconocida internacionalmente y estable.
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