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Reportaje:

R¨ªo de Janeiro. Ciudad de Dios y del diablo

avela Vila Alian?a, zona oeste de R¨ªo de Janeiro. Yashmina Barbosa, de tres a?os, revolotea en el parque alrededor de su abuela, Ros?ngela da Silva. La Bah¨ªa de Guanabar¨¢ se oculta all¨¢ entre un mar de antenas. El para¨ªso de arena de Copacabana queda lejos. La ni?a, ajena, juega cerca de la c¨¢rcel de Bang¨², a la que llaman "la f¨¢brica de monstruos". En algunas paredes alguien ha escrito frases religiosas, evangelistas: "Dios cambia a quien quiere ser cambiado". Abunda la basura desparramada. Ros?ngela observa c¨®mo el 14? Batall¨®n de la Polic¨ªa Militar acaba de aparecer. Y, de repente, su nieta yace en el suelo. Todo sucede demasiado r¨¢pido. Un proyectil de 7,62 mil¨ªmetros a 850 metros por segundo entra por la espalda de la peque?a. Cuando llega al hospital Albert Schweitzer, est¨¢ muerta.

?Y los desaparecidos? Entre 1993 y 2007 se contaron m¨¢s de 25.000. ?Qui¨¦n los mata y los oculta?
Mar¨ªa solloza: "Un d¨ªa mataron a nueve. Ajuste de cuentas". Pero no denuncia.Los traficantes le dan gas
El joven negro jamaica vend¨ªa ropa robada. Luego marihuana y coca¨ªna. Y un d¨ªa desapareci¨® sin dejar rastro
Cuando fue a recoger su coche robado, dentro hab¨ªa tres j¨®venes sin cabeza

Yashmina es una m¨¢s. Un nombre/n¨²mero que pasar¨¢ pronto a la estad¨ªstica/olvido. Su caso (del pasado 29 de abril) ocup¨® algunos p¨¢rrafos en los diarios de R¨ªo. Otra v¨ªctima de las denominadas "balas perdidas", proyectiles que alcanzan a cualquiera sin detenerse a medir su grado de inocencia. En los ¨²ltimos tres a?os (hasta finales del pasado mes de mayo) se han contabilizado 739 balas de tal calibre en R¨ªo de Janeiro, seg¨²n el Instituto de Seguran?a P¨²blica. Y han segado la vida a 56 personas que, como la ni?a Yashmina, estaban o pasaban por all¨ª en mal momento.

Nada nuevo. S¨®lo la punta del iceberg de una estad¨ªstica brutal: seg¨²n la Secretar¨ªa de Seguridad del Estado, 7.089 personas fueron asesinadas en el Estado de R¨ªo de Janeiro el pasado a?o. Es decir, casi 20 homicidios diarios. M¨¢s de un millar, muertos a manos de la Polic¨ªa Militar. Ya lo dec¨ªa bien claro el grupo musical Planet Hemp, cuando populariz¨® aquello de "Sarajevo es una broma, esto es R¨ªo de Janeiro".

Y los datos oficiales no reflejan el cuadro completo; ocultan algunas esquinas. Una de ellas, la de los desaparecidos: nada menos que 25.025 entre 1993 y 2007, seg¨²n la Polic¨ªa Civil. "Y este a?o han aumentado", afirma Marcelo Campos, de la Red de Movimientos contra la Violencia. ?Qui¨¦n los mata o entierra u oculta?

Habitar en esta "Ciudad Maravillosa llena de encantos mil", tal como Carmen Miranda le cantaba anta?o en sus conciertos, significa enfrentarse a uno de los m¨¢s complejos puzles de violencia del mundo. Significa comprender por qu¨¦ al trecho de una calle que sube hasta el Morro dos Prazeres (dominada por el Comando Vermelho, la principal facci¨®n de narcotraficantes) la llaman "la Franja de Gaza". Por qu¨¦ el periodista Zuenir Ventura escribi¨® sobre esta ciudad partida donde la Polic¨ªa Militar vigila las favelas como "si estuviesen en la torre de un campo de concentraci¨®n". Cualquier d¨ªa/noche aqu¨ª puede convertirse en un infierno. Y no s¨®lo en las zonas de chabolas; tambi¨¦n en los barrios de clase media la guerra puede estallar al otro lado de tu ventana. A primera vista, la ecuaci¨®n es incomprensible. Por un lado, los grupos de traficantes, que forcejean entre s¨ª y luchan contra las fuerzas de seguridad. Por otro, la Polic¨ªa Militar -corrupta, violenta-, que combate el crimen con t¨¦cnicas de guerra sin importar la muerte de civiles. La milicia -grupos paramilitares que suplen el gran vac¨ªo en seguridad- completa el c¨®ctel.

favela fallet, favela rocinha

Calle del Almirante Alexandrino, barrio de Santa Teresa. Dos de la madrugada. Varios coches de la Polic¨ªa Militar suben hacia la favela Fallet. Las metralletas sobresalen, como es habitual, fuera de las puertas. Llevan varios M16 (el arma favorita del Ej¨¦rcito estadounidense) y algunos FN LAN (usados en la guerra de Angola). Decenas de j¨®venes corren. Otros caminan agachando la cabeza. Los tiroteos son tan intensos que es dif¨ªcil incluso hablar en el interior de los apartamentos. Algunos vecinos esperan insomnes en la calle. "El Comando Vermelho, la principal facci¨®n de traficantes, intenta invadir Fallet, dominada por sus enemigos los Amigos dos Amigos", comenta Ricardo Beliel, uno de ellos. En el trecho de Almirante Alexandrino, que sube hasta la favela dos Prazeres (la citada "Franja de Gaza"), el amanecer llega muchos d¨ªas con silbidos de plomo.

La geograf¨ªa/escenario de la guerra carioca se explica bien en Ciudad de Dios, el libro de Paulo Lins que inspir¨® la famosa pel¨ªcula de igual t¨ªtulo: "All¨ª arriba", los morros, las colinas, los pobres. "All¨¢ Abajo", la ciudad, "el asfalto". El libro describe una urbe extrema: el lujo de la zona sur convive con los barrios deprimidos. Por ejemplo, la Gavea chic -donde algunos pagan mil euros al mes para que sus hijos estudien en la Escuela Americana- est¨¢ cercada por la Rocinha, una de las mayores favelas del mundo. No hay c¨®mo escapar. Y Paulo Lins no cont¨® en su obra que la "ciudad del demonio" no se encuentra en la rica zona sur. Ni en sus favelas. El infierno de esta urbe de seis millones de habitantes (casi doce en el ¨¢rea metropolitana) se alza en R¨ªo Norte. Un complejo de complejos de chabolas (Mar¨¦, Alem?o...) que el vecino de la zona sur ni loco pisa. Las subciudades de R¨ªo raramente se tocan. Conviven escindidas.

tres j¨®venes sin cabeza

Giuseppe, un profesional independiente, vecino de Santa Teresa, nunca imagin¨® que el robo de su coche en 2007 se convertir¨ªa en la peor pesadilla de su vida. El comisario le llam¨® para comunicarle que el veh¨ªculo hab¨ªa aparecido. Al llegar a comisar¨ªa, a Giuseppe casi le da un infarto. Dentro del auto hab¨ªa tres j¨®venes sin cabeza. La tapicer¨ªa, ensangrentada. Casi tres a?os despu¨¦s, este italiano s¨®lo quiere olvidar. Sac¨® una conclusi¨®n: "Mi coche sirvi¨® de bonde do caix?o (equipo de ata¨²d), una se?al para que la facci¨®n rival no invada su territorio".

Algunas (nunca todas) claves del susto de Giuseppe y de la bala perdida de Yashima se encuentran en el mapa de la violencia que ha elaborado el equipo de Fernando Gabeira, el candidato ecologista a las elecciones de 2008. El mapa est¨¢ incorporado a Googlemaps (http://gabeira.com/gabeira43/?tag=violencia). Con un s¨®lo click, los puntitos de colores salpican la geograf¨ªa de R¨ªo. En cada favela tomada por los paramilitares (88) hay un puntito azul. En las dominadas por el narcotr¨¢fico (71) hay un color para cada facci¨®n. Puntito rojo para el Comando Vermelho. Verde para el Terceiro Comando Puro. Amarillo para Amigos dos Amigos. En la calle/vida, cualquier combinaci¨®n de colores es mortal.

As¨ª, los tres descabezados de Giusseppe se explican por un choque entre el amarillo (Morro Mineira, Coroa) y el rojo (Fallet). Hasta hace muy poco, el Gobierno de R¨ªo no publicaba las estad¨ªsticas sobre violencia. Por eso el dise?ador Andr¨¦ Dahmer lanz¨® en febrero de 2007 un contador de muertos virtual, Rio Body Count, inspirado en el Irakbodycount que contaba soldados ca¨ªdos en combate. "O Globo s¨®lo publica un muerto si vive en la zona sur, la sociedad vive de espaldas a la violencia, a sus causas", confiesa Dahmer. El impacto de Rio Body Count fue profundo. Andr¨¦ lo desactiv¨®, porque cumpli¨® su objetivo. El Gobierno, desde entonces, publica las cifras de muertes.

Pobreza profunda

Mediod¨ªa. Calor abrasador. Las calles del Complexo da Mar¨¦ -un conjunto de 16 favelas de R¨ªo Norte- son un amasijo de polvo, casas de ladrillo y ni?os descalzos. Mar¨ªa da Silva (seud¨®nimo) -mulata, ojeras, camiseta fucsia chill¨®n- habla sollozando: "El otro d¨ªa estuvimos en el suelo horas, el tiroteo fue pesado". En una cocina desmantelada y sucia, corretean varias ratas. Su hijo, de siete a?os, mete los dedos en los agujeros de balas de la pared. Juega. "En la Mar¨¦ no hay paz", susurra. El Comando Vermelho disputa cada calle con el Terceiro Comando. El puntito rojo, en Nova Holanda. Muy cerca, en la favela Timbau, el verde. Las fronteras son m¨®viles. Y los tiroteos, tambi¨¦n. La muerte no sorprende a nadie. "Un d¨ªa mataron a nueve personas, ajuste de cuentas", matiza Mar¨ªa. Pero ella nunca denunciar¨ªa a los traficantes. Le dan gas cuando no tiene. O "golosinas para los ni?os". El Estado no existe. La ley es verde. O roja. Tiene nombre de comando.

El ¨¢cido escritor Rubem Fonseca anticipaba hace tres d¨¦cadas en El cobrador la guerra civil que calcina la Ciudad Maravillosa. El protagonista odia a los ricos. Y gritando: "Come caviar, que tu d¨ªa va a llegar", asesina y se cobra las deudas que la sociedad tiene con ¨¦l. Bang, bang. Y F¨¢tima Guedes popularizaba entonces una samba-profec¨ªa: "Once tiros y no s¨¦ por qu¨¦ tantos, los tiempos no est¨¢n para ni?er¨ªas, la realidad no rima". Bang, bang. En el siglo XXI, la realidad, m¨¢s que no rimar, desafina. Los m¨¢s de 113.000 habitantes del Complexo da Mar¨¦ "viven secuestrados por la pobreza y la violencia", seg¨²n Raquel Willadino, del Observatorio de Favelas. El ?ndice de Desarrollo Humano (IDH) de la Mar¨¦ es de 0,722. En Ipanema, que vio nacer a aquella "garota" de "dulce balanceo camino del mar", presumen de estad¨ªsticas n¨®rdicas: un IDH de 0,962. En Mar¨¦, la esperanza de vida es de 66,8 a?os. En Ipanema, de 80. "Aqu¨ª no hay opciones de ocio, no hay empleo", explica Raquel.

los Traficantes han cambiado

Hace tres a?os, cuatro traficantes de la favela de Salgueiro apuntaron sus metralletas Kal¨¢shnikov hacia este reportero. Pertenec¨ªan al Comando Vermelho. El amanecer teji¨® un cad¨¢ver al borde del morro, un homicidio com¨²n. Pero la polic¨ªa invadi¨® Salgueiro. La guerra estall¨®. El m¨²sico Catra, todo un antih¨¦roe urbano, solucion¨® la situaci¨®n con una frase: "Estamos con la comunidad, hermano". Comunidad, sin¨®nimo de favela para sus habitantes, fue la palabra clave para salvarnos.

Llegar a hablar con los traficantes no es f¨¢cil. A veces, el contacto apropiado, las frases/palabras adecuadas, se cristalizan en un salvoconducto. Hace dos a?os, tres adolescentes armados recibieron a este periodista en una favela de R¨ªo Norte. Rostros cubiertos, ojos vidriosos en un cuarto claustrof¨®bico. Uno, que sujetaba una bolsa con droga, se justificaba: "?Qu¨¦ vamos a hacer si no hay trabajo?". No ten¨ªa m¨¢s de 15 a?os. En su brazo, un tatuaje de una serpiente. Su voz era bronca, dura. Pero hueca, forzada, como si tentase aparentar 25 o 30 a?os. Entr¨® en el tr¨¢fico con 11. Su primer asesinato, a los 12. "Yo he perdido la cuenta de a cu¨¢ntos mat¨¦", afirmaba otro con sarcasmo. Todos re¨ªan casi al un¨ªsono. Un tercero -delgado, fibroso, m¨¢s silencioso- presum¨ªa de ropas caras, de marca, mientras revelaba cu¨¢nto cuesta sobornar a la polic¨ªa: "25.000 reales (unos 7.000 euros) por semana".

Mar¨ªa, la reina de la casa agujereada, ten¨ªa raz¨®n. Los traficantes no son como los de antes, "gente que nos respetaba". Personas como William da Silva, El Profesor, el intelectual izquierdista que fund¨® en los sesenta el Comando Vermelho con un fuerte componente social. No quedan personajes como Marcinho VP, que garantiz¨® en 1996 la seguridad de Michael Jackson en la grabaci¨®n del videoclip They don't care about en la favela Santa Marta. Marcinho se convirti¨® en el Robin Hood de los pobres y protagoniz¨® el documental Historia de una guerra particular, de Jo?o Moreira Salles: "Fue lo ¨²nico que encontr¨¦ para defender a mi pueblo de la opresi¨®n".

Moreira Salles, un intelectual de clase alta, da m¨¢s detalles sobre Marcinho VP: "Nacido en otras circunstancias, habr¨ªa sido un l¨ªder popular. Qui¨¦n sabe si un l¨ªder revolucionario...". Salles afirma que Marcio dej¨® el tr¨¢fico y march¨® a M¨¦xico para conocer al subcomandante Marcos. Lleg¨® a afirmar que fundar¨ªa el Movimiento Social Revolucionario pela Favelania. Pero muri¨® asesinado en 2003 en la c¨¢rcel de Bang¨².

adolescentes atrapados

Marcinho fue una excepci¨®n. Un estudio del Observatorio de Favelas, realizado entre los adolescentes del tr¨¢fico de la Mar¨¦, revela que el 70% no tiene inter¨¦s pol¨ªtico. Ya se acabaron los tiempos en los que se pod¨ªa hablar de las guerrillas de pensamiento marxista; ahora han sido sustituidas por las violentas mafias de la droga. Eso es lo que son. Sin m¨¢s vueltas. Y se alimentan de la espiral de extrema pobreza de la gente. "Sus sue?os son consumistas", afirma Raquel Widallino, una de las directoras del observatorio. Ni pol¨ªtica ni inquietudes sociales. El progresista diputado Fernando Gabeira piensa que los "traficantes ni siquiera tienen fuerza ideol¨®gica".

Talys Motta -40 a?os, vendedor de libros- es el hombre/excepci¨®n: conoce los dos R¨ªos paralelos. Sabe c¨®mo y cu¨¢ndo entrar en las favelas. Frecuenta fiestas pijas de la zona sur. Pero conoce los c¨®digos de R¨ªo Norte. Incluso frecuenta la verdadera "Franja de Gaza", en Manguinhos, mucho m¨¢s cruda que la de Santa Teresa. De noche, no para en sem¨¢foros en rojo. A veces, afirma, "en ¨¢rea de traficantes, la clave es apagar y encender r¨¢pidamente las luces". A bordo de su coche destartalado, Talys explica c¨®mo los ni?os entran en el tr¨¢fico como olheiros (vigilantes) o fogueteiros (lanzan cohetes de aviso cuando llega la polic¨ªa). Evolucionan a vapores (vendedores). "Muchos se quedan en el camino", dice. Durante los dos a?os que dur¨® el estudio del Observatorio, 45 de los j¨®venes fueron asesinados. "Empiezas en el crimen", remata Talys, "y no consigues salir".

Las l¨ªneas de separaci¨®n son casi imperceptibles. Jamaica, un joven negro de la favela Fallet, encarna como nadie al adolescente-que-acaba-delinquiendo. Pis¨® durante a?os el "asfalto" de Santa Teresa para vender pantalones, camisetas, objetos robados. De repente, vend¨ªa marihuana y coca¨ªna. Jamaica desapareci¨® con 10 reales prestados "para comprar pa?ales para su hijo". Nunca m¨¢s dio se?ales de vida.

Las cifras impresionan: se calcula que unas 100.000 personas trabajan para los narcotraficantes en R¨ªo.

Tropa de ¨¦lite con calavera

Alberto Pinheiro -44 a?os, ropa negra, brazos corpulentos- es polic¨ªa militar desde hace 25 a?os. Habla con energ¨ªa. Es el comandante del Batall¨®n de Operaciones Especiales (BOPE), "un grupo de 400 polic¨ªas especializados en el combate al crimen en ¨¢reas urbanas". Tropa de ?lite, ganadora del Oso de Oro de Berl¨ªn en 2008, populariz¨® este cuerpo. Y cre¨® una gran pol¨¦mica en Brasil. El BOPE es el h¨¦roe de la pel¨ªcula. Parte de la clase media comenz¨® a defender la represi¨®n policial. Pinheiro asegura que la cinta "muestra que la vida criminal no tiene glamour y que abominamos de la corrupci¨®n". Niega adem¨¢s cualquier abuso: "Quien diga que el BOPE entra en la favela disparando no conoce la verdad".

La palabra de la discordia es caveir?o (calaverona). As¨ª bautizaron en R¨ªo a los carros a prueba de balas usados por el BOPE, que llevan una calavera pintada. El informe de Amnist¨ªa Internacional Ellos llegan disparando denuncia los excesos cometidos a bordo del caveir?o: insultos por los altavoces, j¨®venes asesinados colgados en los ganchos del veh¨ªculo... Tim Cargill, de Amnist¨ªa Internacional, afirma desde Londres que "el caveir?o criminaliza a toda la poblaci¨®n con su presencia". Critica, sobre todo, a la Polic¨ªa Militar. "Uno de cada siete homicidios los comete un polic¨ªa". Las cifras/realidad le dan la raz¨®n. En 1993, la polic¨ªa de R¨ªo de Janeiro mat¨®, seg¨²n la Secretar¨ªa de Seguridad del Estado, a 1.195 civiles, el doble que todas las polic¨ªas de Estados Unidos y Europa juntas. La cifra, desde entonces, supera los mil muertos por a?o.

El soci¨®logo Ignacio Cano, del Laboratorio de Estudios sobre la Violencia de la Universidad Estadual de R¨ªo de Janeiro (UERJ), prob¨® con un informe que el 65% de los asesinados por la polic¨ªa ten¨ªa al menos un disparo por la espalda. "Les llaman autos de resistencia, pero son ejecuciones", indica. Tim Cargill da una pista importante: "Los autos de resistencia blindan a la polic¨ªa, no se investigan las muertes".

En todo este caldo, 2006 fue un a?o decisivo. El presidente Lula afirm¨® que a los traficantes "no se les combate con p¨¦talos de rosa". Y autoriz¨® el env¨ªo de militares a las favelas de R¨ªo. El punto de inflexi¨®n fueron los Juegos Panamericanos (PAN), en julio de 2007. Unas semanas antes de su inicio, la Polic¨ªa Militar invadi¨® con 1.300 hombres el Complexo do Alem?o, uno de los lugares m¨¢s pobres de la ciudad. La operaci¨®n se sald¨® con 30 muertos y 60 heridos. La Secretar¨ªa de Derechos Humanos (SEDH) confirm¨® que varias de las muertes fueron "ejecuciones arbitrarias". Al PAN se le recuerda en R¨ªo como el Pandemonio.

"el taxi del m¨¢s all¨¢"

Antonio conduce el rabec?o, una furgoneta de los bomberos militares de R¨ªo. El tel¨¦fono son¨® hace un rato, como cada hora. La Polic¨ªa Militar le inform¨® d¨®nde recoger el muerto. "Tenemos 40 minutos para retirar los cad¨¢veres de la v¨ªa p¨²blica", dice. Tiene 30 a?os. Hace seis que recoge muertos casi a diario. "Viv¨ª rebeliones en prisi¨®n, masacres". Todav¨ªa no sabe que hoy le espera un cuerpo totalmente quemado con un olor insoportable. Hace unos d¨ªas fue peor: una mujer embarazada con dos tiros en la espalda.

Varias veces al d¨ªa, "el taxi del m¨¢s all¨¢" de Antonio (como llaman al rabec?o) entra en el Instituto M¨¦dico Legal, en la c¨¦ntrica calle del Riachuelo. Las paredes de la morgue est¨¢n forradas de fotos de desaparecidos. Marcelo Sampaio, 26 a?os. Alex Alves, 17 a?os. Hay anuncios de funerarias 24 horas. "Llegan entre 20 y 30 todas las noches", confiesa un hombre que lleva 18 a?os repitiendo su ritual: esperar "el taxi del m¨¢s all¨¢". Empujar el presunto (jam¨®n), como llaman a los muertos. Y dejarlo en el dep¨®sito de cad¨¢veres, en fila, a la espera de una autopsia.

milicia, poder paralelo

El soci¨®logo Ignacio Cano, que ha participado en el libro Seguridad, tr¨¢fico y milicias en R¨ªo de Janeiro, no duda al acusar a la milicia de fomentar el "neofeudalismo". Para despejar la tercera inc¨®gnita de la violent¨ªsima ecuaci¨®n carioca basta con teclear en el Googlemaps de la violencia. La zona oeste est¨¢ forrada de puntitos azules. Cada favela-milicia, un punto azul.

Vila Sap¨º, 15.00 horas. Renata -piel negra, mirada incisiva, decidida- camina cerca del port¨®n que separa la favela (punto azul) de la avenida de Bandeirantes. Hay hombres vigilando. Y un graffiti-s¨ªntesis: un polic¨ªa y una frase: "24 horas vigilados". Renata da detalles de c¨®mo funciona la milicia: "Cobran por la seguridad. Tambi¨¦n por la salud. La televisi¨®n por cable pirata (gatonet) cuesta 20 reales. Por las noches, prohibido salir de casa". Esta mujer, que perdi¨® al marido en un tiroteo, explicaba c¨®mo hace dos a?os la Polic¨ªa Militar pint¨® los muros de blanco y conquist¨® el territorio a los traficantes.

Cano afirma que la milicia representa una privatizaci¨®n perversa de la seguridad p¨²blica: "Ha ca¨ªdo el mito de que proporcionan seguridad. Tenemos m¨¢s de 300 denuncias de tr¨¢fico de drogas en ¨¢rea de milicia". Pero nadie como Marcelo Freixo, el diputado que dirigi¨® la comisi¨®n de investigaci¨®n de las milicias, para hacer un perfil del paramilitar made in R¨ªo de Janeiro: "Son grupos criminales. Agentes p¨²blicos, polic¨ªas, ex polic¨ªas, bomberos...". A Freixo, su lucha contra las milicias le ha salido cara. A finales de mayo, la operaci¨®n Leviat? 2 que desarticul¨® el grupo del ex polic¨ªa Fabr¨ªcio Fernandes se sald¨® con 18 detenidos. Y desvel¨® un plan para asesinar a Freixo. "Mi vida ha dado un vuelco, mi familia est¨¢ en crisis", confesaba cuatro d¨ªas despu¨¦s de saber que estaba marcado para morir.

La ley del silencio. De la mordaza. La milicia no perdona. Freixo destaca que muchos milicianos "son elegidos en las elecciones legislativas". Eduardo Paes, actual alcalde, gan¨® las elecciones defendiendo al poder paramilitar. El polic¨ªa Alexandre de Sousa justifica la milicia "por los bajos salarios de la polic¨ªa". La media est¨¢ en torno a 1.100 reales, menos de 400 euros mensuales. "Por ello existe la corrupci¨®n", explica. Un total de 1.245 polic¨ªas militares corruptos han sido expulsados desde 2002 hasta marzo de 2008. Implicados en el tr¨¢fico de drogas. En la venta de armas a traficantes. En fundar grupos paramilitares para lucrarse.

R¨ªo boca abajo

La ecuaci¨®n est¨¢ casi completa. El R¨ªo Norte tomado por los traficantes. La zona oeste, conquistada por las milicias. En las favelas elevadas de la zona sur, algunos puntos de tr¨¢fico. En toda la ciudad, la poblaci¨®n pobre a merced de los abusos de uno y otro lado. El v¨ªdeo que el Gobierno de R¨ªo entreg¨® al Comit¨¦ Ol¨ªmpico Internacional ocultaba las favelas. Hasta la hist¨®rica Mangueira, pegada al estadio Maracan¨¢. El v¨ªdeo no mostraba los muros que est¨¢n siendo construidos en 13 favelas de R¨ªo, "para proteger la naturaleza" (versi¨®n oficial). No es que no se haga nada; hay algo de inversi¨®n social. En Santa Marta, por ejemplo. Y en la defensa de la candidatura ol¨ªmpica en Copenhague, el gobernador Sergio Cabral comprometi¨® 2,5 millones de euros para "entregar los Juegos m¨¢s seguros". "Pero la polic¨ªa sigue intimidando con armas", afirma Daniel Luz, de la ONG Viva R¨ªo. Hasta Jorge Bittar, secretario de Vivienda de la ciudad, confiesa que Santa Marta es s¨®lo una favela. Una de muchas. La Ciudad Maravillosa tiene m¨¢s de 700 (hace 20 a?os eran 300). Lo cierto es que en 2009 todo sigue parecido. La clase media, cheirando p¨® (esnifando coca¨ªna) en las fiestas de la zona sur mientras el rapero MV Bill entona sus rimas afiladas desde la favela de Ciudad de Dios: "Compras coca¨ªna de mis manos, luego me insultas en la televisi¨®n". La mayor¨ªa de los cariocas mira para otro lado, no quiere hablar de la violencia. P

F

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