KALASH Condenados a desaparecer
Un grupo de mujeres con vestidos de colores chillones, gruesos collares y exuberantes tocados se cruza con otras que ocultan el rostro tras sus velos monocromos y dan la espalda al paso de los hombres. Las kalash saludan a las musulmanas riendo, sin telas que escondan su expresi¨®n, y la risa casi parece extra?a teniendo en cuenta el cr¨ªtico momento que atraviesan.
La guerra en el vecino Swat, donde en primavera los talibanes emprendieron una ofensiva que desplaz¨® de sus hogares a dos millones de personas, ha anulado la mayor fuente de ingresos kalash: el turismo. Adem¨¢s, el verano extremo ha tra¨ªdo una cosecha de uvas lamentable, todas secas, sin jugo, imposible sacar buen vino de ah¨ª. De todos modos, las mujeres r¨ªen mientras ascienden el monte cargadas con canastos e hijos para recolectar las hierbas que alimentar¨¢n al ganado en invierno.
"La regi¨®n se radicaliza. Cada d¨ªa llegan noticias de lo que hacen los talibanes al otro lado de las monta?as"
Beben alcohol, fuman, bailan y permiten a sus hijos decidir con qui¨¦n contraer matrimonio
"No tenemos dinero ni lugar. Somos extra?os aqu¨ª, pero tambi¨¦n fuera. Somos paganos"
Bumburet, Birir y Rumbur son los tres valles kalash. Incluidos en la regi¨®n de Chitral, que se integra en la North West Frontier Province de Pakist¨¢n, est¨¢n encajados entre macizos majestuosos donde a¨²n son posibles las nieves perpetuas y a saber cu¨¢ntas especies animales ignotas, como corresponde a una de las zonas m¨¢s inexploradas del mundo. En invierno s¨®lo se puede acceder a Chitral en peque?os aviones de h¨¦lices? si acompa?a la meteorolog¨ªa.
Hay quien dice que la etnia kalash desciende de las tropas de Alejandro Magno que se aventuraron por estas monta?as. Aunque nadie pueda confirmarlo y el etn¨®logo italiano Augusto Cacopardo asegure que esa teor¨ªa no es m¨¢s que un truco kalash para llamar la atenci¨®n internacional -y que no les abandonen-, el Gobierno griego ha asumido la leyenda y peri¨®dicamente subvenciona a unos cuantos j¨®venes locales para que estudien en Atenas.
"Sois herederos de Alejandro el Grande", viene repitiendo desde hace dos d¨¦cadas Athanasius Lerounis, que reparte el a?o entre su Grecia natal y los valles. Con apoyo, entre otros, de la ONG Greek Volunteers, Lerounis ha construido desde un museo kalash hasta escuelas o redes de ca?er¨ªas. "Los kalash son ¨²nicos", ha dicho Lerounis, "un tesoro cultural no s¨®lo para Pakist¨¢n, sino para el mundo. Es tarea de todos protegerlos y ayudarlos a mantener su patrimonio".
Al margen de la conexi¨®n griega y del respaldo puntual de alg¨²n simpatizante, este pueblo no posee portavoces internacionales ni dinero para viajar, y conseguir un visado resulta pr¨¢cticamente imposible. Por eso, palabras como "aislados" y "supervivientes" les definen bastante bien.
Hace m¨¢s de dos mil a?os que los kalash habitan la regi¨®n de Chitral, entre los 2.000 y los 2.500 metros de altura, compartiendo sus valles con los musulmanes. Pero se calcula que si hace cuarenta a?os los paganos a¨²n eran clara mayor¨ªa -conviv¨ªan con un 20% de fieles al islam-, el n¨²mero de musulmanes actual supera el 50%. Y sigue creciendo.
Adi¨®s turistas. "Aunque Chitral es seguro, cada d¨ªa llegan noticias de lo que han hecho los talibanes al otro lado de las monta?as. Es peligroso salir de aqu¨ª. Cada vez tendremos m¨¢s presi¨®n para convertirnos. La regi¨®n se radicaliza", observ¨® hace meses Wazir Zada, presidente de Human Rights Monitoring Committees (HRMC) y portavoz kalash ante el Gobierno pakistan¨ª. En efecto, la situaci¨®n ha empeorado.
?Los or¨ªgenes del conflicto? Parece que los primeros kalash provienen de tribus indoarias que se repartieron por los valles y las planicies de Chitral, pasando a formar parte del antiguo Kafirist¨¢n, El Pa¨ªs de los Infieles. Los kafires ten¨ªan fama de guerreros salvajes, indomables, sin Dios. Hasta que Abdul Rahman Khan, emir de Kabul, les someti¨® ejecutando un perfecto etnocidio de 1895 a 1900 e imponiendo a sus tierras el nombre de Nourist¨¢n -Pa¨ªs de la Luz (isl¨¢mica)-.
Los kalash lograron replegarse en sus actuales valles evitando la islamizaci¨®n. Desde aqu¨ª presenciaron la conquista brit¨¢nica de Chitral y su posterior ca¨ªda. Valles tan hermosos como angostos. Por eso edifican sus casas sobre laderas? proclives a los deslizamientos en las ¨¦pocas de nieve y lluvias.
"?se era mi almac¨¦n", se?ala Abdul Khaliq, de 48 a?os, uno de los delegados kalash para conversar con el Gobierno. "Una avalancha lo sepult¨®". Por encima de la caba?a, de la que s¨®lo se distingue una cornisa, se levantan casas de troncos donde han grabado, sobre todo, soles. El sol es la gran imagen del paganismo, una religi¨®n "de la naturaleza, donde el hombre no est¨¢ disociado del resto de seres vivos y de la materia".
Los kalash disfrutan su espacio con ibex y markhors -imponentes cabras cornudas-; con lobos, zorros, hienas; con pastores de ovejas Marcopolo y yaks; alguno adiestra halcones; y, si hay suerte, cazan leopardos de las nieves. Beben alcohol -vino y licores de hasta treinta grados-, fuman, pasean a menudo por los tejados de sus casas, bailan en torno a hogueras y permiten a sus hijos decidir con qui¨¦n se casan. A partir de aqu¨ª no pueden decidir mucho m¨¢s.
"no hay dinero para nada", dice Abdul Khaliq. "Tengo 10 hijos, una mujer y una madre a los que alimentar. Trece personas. El hotel no da para tanto [Abdul gobierna un hotel del que soy el ¨²nico hu¨¦sped]. No da para casi nada. Mira tu n¨²mero de visitante: eres el 233. Es la cantidad de personas que han venido este a?o a Chitral, ?a toda la regi¨®n de Chitral! Y estamos en septiembre. El invierno va a empezar, as¨ª que: ?cu¨¢ntos m¨¢s pueden venir hasta diciembre?, ?20? Los kalash somos una rareza que interesaba al Gobierno porque ven¨ªa gente a vernos, tra¨ªamos dinero. Pero ahora con los talibanes, eso se acab¨®".
Por otra parte, muchos de los alojamientos kalash de los valles los dirigen musulmanes. En Bumburet hay 32 hoteles. S¨®lo cuatro pertenecen a esta etnia. Uno de cuatro, en Birir. Tres de seis, en Rumbur. ?Alternativas al turismo? "La venta de vino, pero este a?o?". Algo habr¨¢ que comer. "No hay comida, s¨®lo ¨¢rboles", responde una mujer mientras ata ra¨ªces de hierbajos. "Los nogales que ten¨ªamos nos los compraron los musulmanes a cambio de peque?as cantidades de az¨²car, t¨¦, arroz o sal. Y ahora les pagamos hipotecas exageradas para comer las nueces que dan nuestros propios campos".
-?Por qu¨¦ los vendieron?
-Necesit¨¢bamos ese az¨²car. Ese t¨¦. Ese arroz. Esa sal.
Los musulmanes tambi¨¦n est¨¢n comprando las tierras bajas, las m¨¢s productivas, desplazando este pueblo hacia las alturas est¨¦riles. De todas formas, los compradores tampoco renuncian a las viviendas m¨¢s altas, si son buenas. Y Abdul posee una de ellas. Est¨¢ vac¨ªa desde que su ¨²ltimo inquilino fue asesinado hace siete a?os -"nadie quiere alquilarla"-, pero Abdul no va a vender. Es una casa simb¨®lica: la ¨²ltima construcci¨®n kalash en la zona alta del valle. "Si les doy la casa, empezar¨¢n a bajar. Estar¨¢n arriba y abajo. Ya nada los detendr¨¢".
Las dificultades econ¨®micas enconan las relaciones. "Los musulmanes quieren nuestras tierras y por eso dicen que no deber¨ªamos estar aqu¨ª", se?ala Abdul. "Si los abuelos de mis tatarabuelos ya viv¨ªan en los valles? ?qui¨¦n debe abandonar esta tierra?". Sin embargo, la tentaci¨®n de una vida mejor est¨¢ venciendo algunas resistencias, y las conversiones al islamismo aumentan entre los kalash. Casarse con un musulm¨¢n es la f¨®rmula habitual. Antes de 2007, la media anual de conversos no sol¨ªa llegar a seis. En 2008 fueron seis. En septiembre de 2009, ocho kalash se han convertido al islam en Bumburet. "Si seguimos as¨ª, desapareceremos".
"?Te casar¨ªas con un musulm¨¢n?", pregunto a Guol Asmat, la hija de 16 a?os de Abdul. "Estoy prometida con un chico kalash".
-Pero si rompiera con ¨¦l?
"Ninguno de mis hijos se casar¨¢ con un musulm¨¢n", asegura Abdul, quien en un momento de penuria vendi¨® la nevera y el generador el¨¦ctrico para lograr un pr¨¦stamo del banco. Ya ha empezado a devolver el dinero con lo que gana vendiendo las nueces y los guisantes que recoge con su familia. En invierno, eso s¨ª, Abdul se va dos meses a Peshawar o Lahore a trabajar en hoteles como recepcionista nocturno o botones. Sabe ocho idiomas -"yo a¨²n pude recibir una buena educaci¨®n? supongo que me ayud¨® ser hijo ¨²nico"-, as¨ª que a veces tambi¨¦n consigue unas rupias por hacer de traductor. "Pero en los valles no me puedo quedar. En invierno no se puede hacer nada. Me morir¨ªa de pena".
Qui¨¦n eres. La existencia de cinco escuelas kalash es m¨¢s que nada un gesto pol¨ªtico, porque en ellas s¨®lo pueden estudiar ni?os hasta los cinco a?os. "Y de todas formas se les debe ense?ar el Cor¨¢n", explica Sher Alam Khan, profesor de primaria. Los que contin¨²an estudiando ingresan en colegios musulmanes. "Les aleccionan en su fe. Pero luego vienen a casa y nosotros les recordamos qui¨¦nes son", afirma un padre kalash. Los estudios superiores implican enviar a los chicos a alguna ciudad m¨¢s o menos lejana, un gasto inalcanzable para la mayor¨ªa. "S¨®lo un 5% de los kalash saben leer", dice Nabaig, el abogado oficial de los kalash. "Los restantes son analfabetos. La mayor¨ªa son pobres. Y el Gobierno no hace nada por ayudarles. Le interesa mantenerles en su actual situaci¨®n".
Samsan no sabe leer ni puede escuchar noticias porque carece de radio y televisi¨®n, pero est¨¢ dispuesto a dar la mejor educaci¨®n posible a sus cuatro hijas. "Y que sean doctoras, periodistas? lo que ellas quieran". "Nosotros ah¨ª no tenemos nada que decir", sentencia Tsran, la madre de las ni?as.
La notable libertad de elecci¨®n de las mujeres kalash contrasta con el car¨¢cter "impuro" de su femineidad, que las condena a una serie de prohibiciones y obligaciones, como la de encerrarse en unas casas comunales denominadas bashalis cuando tienen la menstruaci¨®n y durante la cuarentena posparto. La ge¨®loga francesa Claire Gaillard pas¨® una regla en un bashali. Al entrar encontr¨® a siete mujeres y cinco beb¨¦s en una habitaci¨®n de cuatro metros por tres, sin lavabo, donde empleaban ceniza como desinfectante y el agua serv¨ªa igual para beber que para lavarse. En su diario, Gaillard describir¨ªa la situaci¨®n como "propia del Paleol¨ªtico Inferior".
"No hay una instituci¨®n que eduque a las mujeres ni a las doctoras en el Centro de Salud de Bumburet, as¨ª que nadie puede atenderlas convenientemente cuando est¨¢n en el bashali, y muchas mueren en el parto", explica el portavoz Wazir Zada.
De cualquier modo, los bashalis son tributos llevaderos -"?Mira a las musulmanas!"- para estas mujeres alegres, asombrosas tejedoras, con cuyos tocados se proclaman f¨¦rtiles y orgullosas de su identidad. Entre los hombres, los hay de ojos azules y tez blanca, y se afeitan a diario, de manera que aun vistiendo igual que sus barbudos vecinos, logran distinguirse. Tambi¨¦n les gusta ponerse plumas en los gorros o en el pelo, y varios musulmanes han copiado la idea de acoplarse flores encima de la oreja, si bien las influencias generalmente apuntan en la direcci¨®n inversa.
"Los ¨²ltimos dos o tres a?os, los musulmanes han cambiado el nombre de un mont¨®n de pueblos", dice Sher Alam Khan. "El antiguo Bribos ahora se llama Shikanandeh. Barakush ha pasado a ser Waliabad. Chaidesh es Ahmadabad. Mulabashei, Kasiabad. ?Por qu¨¦? Si ¨¦sta es nuestra tierra desde hace miles de a?os. ?Por qu¨¦?".
El Gobierno de Chitral admite las modificaciones islamizantes mientras mantiene los valles sin cobertura telef¨®nica. "Tendieron los cables, hubo una aver¨ªa y desde entonces estamos sin tel¨¦fono en Bumburet. Como en el resto de los valles. Para comunicarnos hay que bajar a Chitral. De eso hace tres a?os. Necesitar¨ªan tres d¨ªas para arreglarlo. Pero no viene nadie", se?ala Malik Sha, un kalash veintea?ero y sin trabajo.
"Adem¨¢s de una red de comunicaciones", a?ade Wazir Zada, "necesitamos que el Gobierno invierta en sanidad, escuelas, educaci¨®n y carreteras [a menudo se despe?an autom¨®viles por estremecedores abismos sin vallar. El asfalto es una utop¨ªa]. Y dinero para reconstruir nuestras viejas y da?adas casas. Suministro el¨¦ctrico. Reparar las farolas? ".
-Usted es el principal representante de este pueblo. ?Qu¨¦ le dice el Gobierno?
-El Gobierno paquistan¨ª tiene hoy otros problemas que solventar antes que protegernos. Si ni siquiera logra proteger a sus propios pol¨ªticos, mire a Benazir Bhutto.
Seg¨²n Zada, sus vecinos musulmanes aprovechan la dejadez gubernamental para seguir asfixi¨¢ndoles. Las cinco plegarias cotidianas son una discreta forma de tortura. "Ponen los altavoces muy fuerte. El verano de 2007 intentamos cortar los hilos de los altavoces?, pero no pudimos hacer gran cosa".
"No somos esclavos ni limpiamos el retrete de otros. Tenemos nuestro propio retrete", dice Abdul. "Pero est¨¢ claro que no somos iguales. A los que no son de su religi¨®n, los musulmanes les tratan como animales". Parad¨®jicamente, esta tensi¨®n no se percibe en la calle. Los kalash se consideran maestros en iron¨ªa, en disimulo. "Me cruzo por la calle con gente que me presiona, pero me los saco de encima con buenas palabras", argumenta un hombre que quiere aparecer en este art¨ªculo con el nombre de Alejandro.
Las infraestructuras contin¨²an en un estado peregrino. Los dos meses sin lluvias emponzo?aron los dep¨®sitos de agua potable de Birir, donde se ha extendido el c¨®lera. La cumbre del desprecio y el abandono la representa el cementerio kalash de Bumburet. Huesos humanos se desparraman por el suelo junto a las maderas partidas por los saqueadores. La costumbre de despedir a los muertos con sus pertenencias en ata¨²des al aire libre, la formidable miseria de los valles y la falta de respeto hacia los "infieles" ha provocado este escenario de escalofr¨ªo. "Todo empez¨® hace unos veinte a?os", explica Abdul. ?Consecuencias? Los kalash cambiaron su rito funerario: han pasado a enterrar a los muertos.
?Y la polic¨ªa no hace nada? ?Las autoridades? "A ver: ?Por qu¨¦ los kalash se permiten tener ese cementerio? Yo protejo mi hotel. ?No pueden ellos poner un guarda que cuide de sus tumbas?", responde Siraj Ulmulk, propietario del mejor hotel de Chitral, a un par de horas de los valles. Ulmulk desciende de una familia de mehtars, pr¨ªncipes que dominaron la regi¨®n sin demasiadas contemplaciones. Es musulm¨¢n. "Estudi¨¦ 10 a?os fuera de aqu¨ª, en un colegio de monjas cat¨®licas, pero no me convirtieron". Su padre gobern¨® Chitral durante 42 a?os, "no como ahora, que ning¨²n pol¨ªtico dura m¨¢s de tres a?os".
"Y si no, el griego", contin¨²a Ulmulk. "Si quiere ayudar a los kalash, ?por qu¨¦ en lugar de un museo que le ha costado una fortuna no invierte en el cementerio? Los muertos son mucho m¨¢s importantes para una cultura que esos edificios bonitos. ?Por qu¨¦ debe preocuparse el Gobierno? Los lugares son de las personas y son ellas las que deben velar por ellos".
"Al menos el hotel s¨ª est¨¢ protegido. Tengo un rev¨®lver", dice Abdul, "aqu¨ª todo el mundo va armado. L¨¢stima que tambi¨¦n vendiera el Kal¨¢shnikov. Pero puedes estar tranquilo, por las noches un vigilante patrulla el hotel. Tiene ¨®rdenes de disparar si ve a alguien. Antes de preguntar, dispara, ¨¦sa es mi orden".
He intentado hablar con Athanasius Lerounis dos veces, y no hay forma. Es raro, no cuesta encontrar a nadie en el valle. Lerounis dispone de cinco vigilantes armados, pese a que todo el mundo insiste en que el peligro talib¨¢n se concentra sobre todo en Dir -el ¨²ltimo sitio donde fue visto Osama Bin Laden- y en Swat. "Chitral est¨¢ tranquilo", sigue siendo la cantinela com¨²n, pero a diario contin¨²an llegando noticias sobre un vecino asesinado en Afganist¨¢n, a pocas horas del valle; sobre los talibanes que huyen de Swat a las monta?as tras el bombardeo del ej¨¦rcito paquistan¨ª? "Bueno, aqu¨ª no vendr¨¢n a hacer da?o, yo duermo tranquilo", asegura Abdul. "Los talibanes no tienen nada contra los kalash, creen que somos inocentes". ?C¨®mo lo sabe? "Porque vinieron unos talibanes de vacaciones y me lo dijeron. Adem¨¢s, las monta?as son muy altas y los Chitral Scouts -cuerpo militar del ej¨¦rcito paquistan¨ª- las vigilan. Si entraran no les ser¨ªa f¨¢cil escapar. No se arriesgar¨¢n. Eso s¨ª, Estados Unidos deber¨ªa limpiar los valles de una vez".
Ayuda. Septiembre de 2009. El d¨ªa de mi marcha se difunde la noticia de que un comando formado por m¨¢s de doce hombres ha matado a uno de los guardas de Lerounis y ha secuestrado al griego. Son talibanes, piden dos millones de d¨®lares de rescate y la liberaci¨®n de tres de sus l¨ªderes.
Siete a?os antes, el zo¨®logo hispanofranc¨¦s Jordi Magraner hab¨ªa sido el hombre asesinado en la casa que Abdul no quiere vender a ning¨²n musulm¨¢n. Magraner hab¨ªa conseguido financiaci¨®n para los Narradores de la Tradici¨®n Oral, un grupo de profesores kalash que transmit¨ªan a sus j¨®venes la historia de este pueblo. "Cuando alguien intenta ayudar a los kalash le cortan el cuello", dice Sher Alam Khan. As¨ª muri¨® Jordi. Estoy investigando su vida.
"jordi quer¨ªa resolver para siempre nuestros problemas. El griego y otra gente pueden arreglar cosas concretas, pero lo que Jordi propon¨ªa era sacarnos de aqu¨ª para que vivi¨¦ramos sin este sentimiento de peligro", asegura Alejandro. ?Sacarlos? ?C¨®mo? "Dijo que hab¨ªa que hacer llegar nuestra historia a la ONU, que ah¨ª muchas naciones pagan mucho dinero para ayudar, por ejemplo, a los refugiados afganos. Los talibanes pueden atacar en cualquier momento, y vosotros sois muy peque?os, aqu¨ª est¨¢is inseguros, eso me dec¨ªa. Pero ?d¨®nde llevas a 3.000 personas? ?C¨®mo consigues billetes para tanta gente? No tenemos dinero ni lugar. Somos extra?os aqu¨ª, pero tambi¨¦n fuera. Somos paganos".
Mientras escribo estas l¨ªneas ocurre algo: los kalash de los tres valles se manifiestan por primera vez en Chitral. Wazir Zada se pregunta c¨®mo m¨¢s de una docena de individuos han podido entrar y salir tan tranquilos de Bumburet, y exige que se rescate a Lerounis. Pide que el ej¨¦rcito se despliegue en los valles. Si no, plantea una emigraci¨®n masiva. No saben c¨®mo lo har¨¢n, y si lo hacen, ad¨®nde ir¨¢n, pero est¨¢n desesperados. Las palabras del Para¨ªso perdido de Milton retumban hoy en los valles:
"? M¨¢s quebrados que esto,
?qu¨¦ ser¨ªa, sino muerte y extinci¨®n?
?Qu¨¦ temer, entonces? ?D¨®nde cabe duda?".
Los kalash sienten que sin su ¨²ltimo portavoz, sin el hombre que les conectaba al exterior, est¨¢n vendidos. El terror se acerca. Por eso han empezado a gritar. Esta gente pide auxilio.?P
El escritor Gabi Mart¨ªnez pens¨® este art¨ªculo durante su viaje a Pakist¨¢n para la elaboraci¨®n
de un libro sobre el zo¨®logo Jordi Magraner,
asesinado en territorio kalash.
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