La traici¨®n de la socialdemocracia
Los partidos reformistas, convertidos en aparatos de gesti¨®n del poder, se han olvidado de la defensa de la igualdad contra el sistema de privilegios. Al incorporarse al 'establishment' han perdido su raz¨®n de ser
Creo haber escrito mi primer art¨ªculo sobre "la crisis de la socialdemocracia" hace aproximadamente un cuarto de siglo, y eran ya muchos quienes me hab¨ªan precedido. Sirva ello para explicar que el tema no es nuevo y que puede decirse que las socialdemocracias, en cierto sentido, siempre han estado en crisis (excepto las escandinavas, que nunca llegaron a crear escuela). La ra¨ªz de tal crisis reside en efecto en la desviaci¨®n (un abismo a menudo) entre el dicho y el hecho que las aqueja. La socialdemocracia naci¨® como una alternativa al comunismo en la defensa de la igualdad contra el sistema de privilegios. La alternativa al comunismo se ha conservado (con toda justicia) pero la batalla por la igualdad (es decir, la lucha contra los privilegios) se ha visto reducida a flatus vocis, incluso en su f¨®rmula minimalista de la "igualdad de oportunidades de arranque", que lleg¨® a ser teorizada por numerosos liberales como corolario de la meritocracia individual.
?Cu¨¢nto se han reducido las desigualdades sociales con Blair y Schr?der? Nada
Una izquierda que hace pol¨ªtica de derechas s¨®lo sirve para preparar el regreso del original
Resulta por ello m¨¢s f¨¢cil recordar los raros momentos en los que la socialdemocracia aliment¨® realmente esperanzas: el laborismo de la inmediata posguerra, que implanta con Attlee el estado de bienestar teorizado por Beveridge; los a?os de Brandt, que el 7 de diciembre de 1970 se arrodilla en el gueto de Varsovia; la ¨¦poca de Mitterand, que interrumpe la larga hegemon¨ªa gaullista que pesaba sobre Francia casi como destino (o condena). Logros reformistas, a los que las propias socialdemocracias no han dado continuidad. La pol¨ªtica del estado de bienestar se detuvo apenas un poco m¨¢s all¨¢ del servicio sanitario nacional (que adem¨¢s se burocratiz¨® r¨¢pidamente). La desnazificaci¨®n radical de Alemania, que los gobiernos democristianos hab¨ªan descuidado, no se vio enraizada en similares transformaciones de las relaciones de fuerzas sociales. Y la unidad de la izquierda de Mitterrand, tras la prometedora y brev¨ªsima ¨¦poca de los "clubes", se resolvi¨® mediante compromisos entre los aparatos de partido, no en un acrecentamiento del poder efectivo de los ciudadanos.
Porque esa es la cuesti¨®n -no secundaria en absoluto- que los an¨¢lisis de la "crisis de la socialdemocracia" no suelen tener en cuenta. El car¨¢cter de aparato, de burocracia, de nomenclatura, de casta, que han ido adquiriendo cada vez m¨¢s, incluso en la izquierda, quienes, por decirlo con palabras de Weber, "viven de la pol¨ªtica" y de la pol¨ªtica han hecho su oficio. La transformaci¨®n de la democracia parlamentaria en partidocracia, es decir, en partidos-m¨¢quina autorreferenciales y cada vez m¨¢s parecidos entre s¨ª, ha ido haciendo progresivamente vana la relaci¨®n de representaci¨®n entre diputados y ciudadanos. La pol¨ªtica se est¨¢ convirtiendo cada d¨ªa m¨¢s en una actividad privada, como cualquier otra actividad empresarial. Pero si la pol¨ªtica, es decir, la esfera p¨²blica, se vuelve privada, lo hace en un doble sentido: porque los propios intereses (de gremio, de casta) de la clase pol¨ªtica hacen prescindir definitivamente a ¨¦sta de los intereses y valores de los ciudadanos a los que deber¨ªa representar, y porque el ciudadano se ve definitivamente privado de su cuota de soberan¨ªa, incluso en su forma delegada.
Los pol¨ªticos de derechas y de izquierdas acaban por tener intereses de clase que en lo fundamental resultan comunes -de forma general: el razonamiento siempre tiene sus excepciones en el ¨¢mbito de los casos individuales- dado que todos ellos forman parte del establishment, del sistema de privilegios. Contra el que por el contrario deber¨ªa luchar la socialdemocracia, en nombre de la igualdad. Y es que, no se olvide, era la "igualdad" el valor que serv¨ªa de base para justificar el anticomunismo: el despotismo pol¨ªtico es en efecto la primera negaci¨®n de la igualdad social y el totalitarismo comunista la pisotea por lo tanto de forma desmesurada.
La partidocracia (de la que la socialdemocracia forma parte), dado que estimula la pr¨¢ctica y creciente frustraci¨®n del ciudadano soberano, la negaci¨®n del espacio p¨²blico a los electores, constituye un alambique para ulteriores degeneraciones de la democracia parlamentaria, es decir, para una m¨¢s radical sustracci¨®n de poder al ciudadano: as¨ª ocurre con la pol¨ªtica-espect¨¢culo y con las derivas populistas que parecen estar cada vez m¨¢s enraizadas en Europa.
Pero lo cierto es que las vicisitudes actuales de las socialdemocracias parecen manifestar algo m¨¢s: grupos dirigentes al completo que no solo est¨¢n en crisis sino casi a la desbandada, sumidos en la espiral (al igual que los aviones al caer en picado) de un aut¨¦ntico cupio dissolvi. La cuesti¨®n es que la culpa originaria, el haber olvidado la br¨²jula del valor de la "igualdad", sin el que la izquierda pierde todo su sentido, est¨¢ pasando ahora factura. Pero razonemos con orden.
Resulta parad¨®jico que la socialdemocracia viva el acm¨¦ de su crisis precisamente cuando m¨¢s favorables son las condiciones para la critica hacia el establishment y para plantear propuestas de reformas radicales en ¨¢mbito financiero y econ¨®mico, dado que est¨¢ a la vista de todos o, mejor dicho, est¨¢ siendo padecido y sufrido por las grandes masas, el desastre social provocado por la deriva de los privilegios sin freno y por el dominio sin control ni contrapeso del liberalismo salvaje, de los "esp¨ªritus animales" del beneficio.
Y es que la crisis provoca incertidumbre ante el futuro y el miedo empuja a las masas hacia la derecha, seg¨²n se dice. Pero eso ocurre solo porque la socialdemocracia no ha sabido dar respuestas en t¨¦rminos de reformismo, es decir, de justicia social creciente, a la necesidad de seguridad y de "futuro" de esos millones de ciudadanos. Pongamos alg¨²n ejemplo concreto. El miedo ante el futuro adquiere f¨¢cilmente los rasgos del "otro", el inmigrante, que nos "roba" el trabajo. Pero si el inmigrante puede "robarnos" el trabajo es solo porque acepta salarios m¨¢s bajos. ?Ha intentado llevar a cabo alguna vez la socialdemocracia una pol¨ªtica de sistem¨¢tico castigo de los empresarios, grandes y peque?os, que emplean a inmigrantes con salarios m¨¢s bajos y sin el resto de costosas garant¨ªas normativas obtenidas tras decenios de luchas sindicales?
Algo an¨¢logo ocurre con la deslocalizaci¨®n de las empresas, el fen¨®meno m¨¢s vistoso de la globalizaci¨®n. El empresario alem¨¢n, o franc¨¦s, o italiano, o espa?ol, al trasladar su actividad productiva hacia el tercer mundo, se lucraba con enormes beneficios explotando mano de obra con salarios ¨ªnfimos y sin tutela sindical (por no hablar de la libertad de contaminar en forma devastadora). Pero los gobiernos poseen potentes instrumentos, si as¨ª lo quieren, para "disuadir" a sus propios empresarios en su carrera hacia la deslocalizaci¨®n, instrumentos que la pol¨ªtica de la Uni¨®n Europea puede hacer incluso m¨¢s convincentes o reforzar en buena medida.
La socialdemocracia, por el contrario, se ha doblegado ante esta mundializaci¨®n, cuando no la ha exaltado, cuando si el empresario puede pagar menos por el trabajo, deslocalizando la f¨¢brica o pagando en negro al clandestino, se crean las condiciones para un "ej¨¦rcito salarial de reserva" potencialmente infinito, que ir¨¢ reduciendo cada vez m¨¢s los salarios, restituyendo actualidad a categor¨ªas marxistas que el estado del bienestar -y luchas de generaciones (no la espont¨¢nea evoluci¨®n del mercado)- hab¨ªan vuelto obsoletas. Y sin embargo la socialdemocracia est¨¢ organizada nada menos que en una "Internacional", y ha gozado durante mucho tiempo en las instituciones europeas de un peso preponderante. No es por lo tanto que no pudiera hacerse una pol¨ªtica diversa. Es que no quiso hacerse.
Los ejemplos podr¨ªan multiplicarse. La socialdemocracia ha llegado a aceptar las m¨¢s "t¨®xicas" invenciones financieras, y no ha hecho nada concreto para acabar con los "para¨ªsos fiscales" o el secreto bancario, instrumentos del entramado econ¨®mico-mafioso a nivel internacional, con el resultado de que el poder de las mafias se extiende por toda Europa, desde Mosc¨² a Madrid, desde Sicilia hasta el B¨¢ltico, y ni siquiera se habla de ello. Y dejemos correr el problema de los medios de comunicaci¨®n, absolutamente crucial, dado que "una opini¨®n p¨²blica bien informada" deber¨ªa constituir para los ciudadanos "la corte suprema", a la que poder "apelar siempre contra las p¨²blicas injusticias, la corrupci¨®n, la indiferencia popular o los errores del gobierno", como escrib¨ªa Joseph Pulitzer (?hace ya m¨¢s de un siglo!), mientras que nada han hecho las socialdemocracias por aproximarse a este irrenunciable ideal.
La socialdemocracia deb¨ªa distinguirse del comunismo en sus m¨¦todos, mediante la renuncia a la violencia revolucionaria, y en sus objetivos, mediante la renuncia a la destrucci¨®n de la propiedad privada de los medios de producci¨®n. No estaba desde luego en su ADN, por el contrario, la abdicaci¨®n a condicionar a trav¨¦s de las reformas (es decir sustancialmente) la l¨®gica del mercado, volvi¨¦ndola socialmente "virtuosa" y someti¨¦ndola a los imperativos de una constante redistribuci¨®n del super¨¢vit tendente hacia la igualdad.
Al traicionar sistem¨¢ticamente su ¨²nica raz¨®n de ser, la socialdemocracia ha estado en crisis incluso cuando ha ganado elecciones y ha gobernado. ?Cu¨¢nto se han reducido las desigualdades sociales bajo los gobiernos de Blair? En nada, si acaso todo lo contrario. ?Y con Schroeder? ?De qu¨¦ puede servir una izquierda que lleva a cabo una pol¨ªtica de derechas, si no a preparar el retorno del original?
No resulta dif¨ªcil, por lo tanto, delinear un proyecto reformista, basta tener como estrella polar el incremento conjunto de libertad y justicia (libertades civiles y justicia social). Es imposible realizarlo, sin embargo, con los actuales instrumentos, los partidos-m¨¢quina. Porque pertenecen estructuralmente al "partido del privilegio". No pueden ser la soluci¨®n porque son parte integrante del problema.
Paolo Flores d'Arcais es fil¨®sofo y editor de la revista Micromega. Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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