El di¨¢logo con Catalu?a
Es una constataci¨®n generalizada entre quienes se sienten identificados con la naci¨®n y el Estado de los espa?oles el pesimismo respecto a la situaci¨®n de Catalu?a. El primer elemento de esta constataci¨®n tiene que ver con el contraste en relaci¨®n a la vida del Pa¨ªs Vasco. Al margen del optimismo ligado a la gesti¨®n de la actual vida pol¨ªtica vasca por el Gobierno de Patxi L¨®pez, el conjunto de los espa?oles sabemos que tenemos unas relaciones firmes con la sociedad del Pa¨ªs Vasco. Basta echar una mirada a la Universidad, a la prensa, a la vida cultural, para comprobar la existencia de una interlocuci¨®n privilegiada con Euskadi. El estado de la historia, de la ciencia pol¨ªtica, de la sociolog¨ªa, de la econom¨ªa o del derecho nos pone de manifiesto la existencia de una comunidad acad¨¦mica espa?ola en que la Universidad vasca ocupa un lugar destacado. No es posible decir lo mismo de Catalu?a. Las relaciones de amistad y compa?erismo con amplios sectores de la vida acad¨¦mica catalana no ocultan la existencia de unas relaciones menos estrechas, la ausencia de una aut¨¦ntica comunidad acad¨¦mica entre las universidades catalanas y el conjunto de las universidades espa?olas.
Lo que no pueden pretender los catalanistas es la aceptaci¨®n de todos sus puntos de vista
Algo se ha ido rompiendo en estos a?os de desarrollo econ¨®mico, social y cultural con los colegas del otro lado del Ebro. Quiz¨¢s sea exagerado deducir del dato universitario un diagn¨®stico general sobre el estado de las relaciones entre Catalu?a y el resto de Espa?a. Me temo, sin embargo, que lo que es visible en la vida acad¨¦mica, no es ajeno a lo que ocurre en el conjunto de la vida social y p¨²blica. Nos estar¨ªa fallando el di¨¢logo abierto entre Madrid y Barcelona. Y como consecuencia de ello, amenazar¨ªa complicarse el encaje satisfecho y armonioso de Catalu?a en el conjunto de la vida espa?ola.
El reproche m¨¢s fuerte que nos llega de Catalu?a, especialmente a los que trabajamos en Madrid, tendr¨ªa que ver con nuestra supuesta tendencia a imponer un modelo de Espa?a gestado en nuestro pasado liberal al que no habr¨ªamos sabido renunciar tras la experiencia de la dictadura franquista. Me refiero al reproche de los catalanes que creen y aceptan la existencia de Espa?a, no a los sugestionados por proyectos de inspiraci¨®n soberanista. En sustancia, este reproche se centrar¨ªa en nuestra incapacidad para entender otro modelo de Espa?a distinto al de nuestras convicciones liberal-democr¨¢ticas. Desde Catalu?a se estar¨ªa ofreciendo otro modelo de "Espa?a plural" que formar¨ªa el n¨²cleo del discurso catalanista a lo largo de los siglos XIX y XX y que todav¨ªa tendr¨ªa significativos defensores en estos inicios del siglo XXI.
Creo que los defensores de la naci¨®n y el Estado de Espa?a ajenos a la vida catalana tenemos que hacer un esfuerzo por superar algunas de nuestras justificadas reticencias a este otro modelo de Espa?a que se nos ofrece. A lo largo de nuestra vida contempor¨¢nea hemos conocido estrategias y t¨¢cticas para hacer m¨¢s aceptable el proyecto nacionalista catal¨¢n. Hemos observado los esfuerzos de un catalanismo pol¨ªtico por extender el discurso federalizante al conjunto de Espa?a. Y nunca hemos tenido la certeza de si se trataba de un avance hacia la "Espa?a plural" o de un movimiento que hiciese m¨¢s f¨¢cil el objetivo maximalista del nacionalismo catal¨¢n.
El di¨¢logo entre dos concepciones de Espa?a no se va a resolver con la imposici¨®n de una interpretaci¨®n liberal espa?ola o de una visi¨®n "pluralista" por parte del catalanismo pol¨ªtico. Ser¨ªa necesario proceder a un compromiso que el grueso de los espa?oles cre¨ªamos haber alcanzado con la Constituci¨®n de l978. Desde luego que el texto constitucional vigente es todo un desmentido de la supuesta inamovilidad en nuestras convicciones liberal-democr¨¢ticas de signo hiperespa?olista.
En todo caso, si el di¨¢logo debe ir m¨¢s all¨¢, ser¨¢ cosa de ponernos a la labor. Pero lo que no pueden pretender nuestros interlocutores catalanistas es que el primer paso de este di¨¢logo sea la aceptaci¨®n lisa y llana de la totalidad de sus puntos de vista. Por supuesto que ellos tienen buenas razones a su favor, como nosotros las tenemos a favor de la defensa de la secular unidad nacional espa?ola. Ante unas posiciones encontradas de tal magnitud, solamente el di¨¢logo paciente y reposado puede ser el tratamiento adecuado para el problema. Creo que la redacci¨®n del nuevo Estatuto de Catalu?a no ha seguido este camino y hay que precaverse para que el fallo pendiente del Tribunal Constitucional no pueda introducir un obst¨¢culo adicional al di¨¢logo permanente entre Madrid y Barcelona, entre Catalu?a y el resto de Espa?a.
Este di¨¢logo no deber¨ªa confiarse en exclusiva al personal pol¨ªtico. La sociedad civil debe reclamar su presencia en el mismo. La Universidad, la prensa, las fundaciones privadas, el mundo empresarial y sindical deben reconstruir unas estrechas relaciones que favorezcan el hacerse escuchar, el tantear compromisos, el buscar aproximaciones. ?ste no es un problema entre Catalu?a y "Madrid". ?ste es un problema espa?ol que estamos a tiempo de solucionar y al que, con seguridad, terminaremos encontrando una soluci¨®n.
Andr¨¦s de Blas Guerrero es catedr¨¢tico de Teor¨ªa del Estado en la UNED.
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