El siglo m¨¢s largo
La actual Gran Recesi¨®n pertenece a la l¨®gica del siglo XX y las ideas que la alimentaron son las culpables de las secuelas que dejar¨¢. La llamada 'nueva econom¨ªa' era una ideolog¨ªa destinada a beneficiar a unos pocos
Ahora que se cumplen 20 a?os de la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn, estaci¨®n t¨¦rmini del siglo corto de Hobsbawm, es buen momento para revisar la tesis del historiador brit¨¢nico y comprobar si se ajust¨® a la realidad. Recordemos en qu¨¦ consist¨ªa: hay una coherencia en los a?os transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta el hundimiento del comunismo. En esas casi ocho d¨¦cadas se manifestaron tres fases: desde 1914 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial; desde 1945 hasta principios de los a?os setenta, 30 a?os de extraordinario crecimiento econ¨®mico y transformaci¨®n social; y una nueva era de descomposici¨®n, incertidumbre y crisis para vastas zonas del mundo. Ese siglo XX corto se compuso de una fugaz edad de oro, en el camino entre una y otra crisis hacia un futuro desconocido y problem¨¢tico.
Las bases del actual derrumbamiento de la econom¨ªa estaban puestas hace dos d¨¦cadas
Se impusieron dogmas interesados como que el Estado es el problema y el mercado la soluci¨®n
Cuando acaba de estudiar ese periodo, Hobsbawm manifiesta su preocupaci¨®n por la existencia de un planeta cautivo, desarraigado y transformado por el colosal progreso econ¨®mico y tecnol¨®gico del capitalismo dominante en los dos ¨²ltimos siglos, que hab¨ªa mejorado las condiciones de vida de mucha gente. Y concluye: "Cuanto he escrito hasta ahora no puede decirnos si la humanidad puede resolver los problemas con los que se encuentra al final del milenio, ni tampoco c¨®mo puede hacerlo. Pero quiz¨¢ nos ayude a comprender en qu¨¦ consisten esos problemas y qu¨¦ condiciones pueden darse para solucionarlos, aunque no en qu¨¦ medida estas condiciones se dan ya o est¨¢n en v¨ªas de darse. Puede decirnos tambi¨¦n cu¨¢n poco sabemos y qu¨¦ pobre ha sido la capacidad de comprensi¨®n de los hombres y las mujeres que tomaron las principales decisiones p¨²blicas del siglo, y cu¨¢n escasa ha sido su capacidad de anticipar -y a¨²n menos de prever- lo que iba a suceder, esencialmente en la segunda parte del siglo". (Historia del siglo XX).
Todav¨ªa cuando escribe esto el planeta est¨¢ benefici¨¢ndose de los mejores efectos de la nueva econom¨ªa, aquel paradigma que afirmaba que hab¨ªan acabado los ciclos econ¨®micos (como se hab¨ªa terminado la historia) y que las sociedades no pod¨ªan m¨¢s que crecer y progresar. Hoy sabemos que la nueva econom¨ªa fue en el mejor de los casos una enso?aci¨®n, y en el peor, una ideolog¨ªa cuyo objetivo era beneficiar a unos pocos. No es seguro, y tampoco probable, que nuestros hijos vayan a vivir mejor que nosotros. Cuando llevamos m¨¢s de dos a?os de Gran Recesi¨®n y se empiezan a desvelar con crudeza las huellas que va a dejar en t¨¦rminos de paro, empobrecimiento de las clases medias, marginalidad, hambre, desigualdad o endeudamiento, ?es demasiado arriesgado analizar esta crisis, heredera de la Gran Depresi¨®n, como una continuaci¨®n natural de ese futuro desconocido y problem¨¢tico que define al siglo XX, y aseverar que a medida que avanza el nuevo milenio est¨¢ cada vez m¨¢s claro que la tarea principal ser¨¢ reconsiderar los abusos intr¨ªnsecos del capitalismo? Entonces, el siglo XX no ser¨ªa un siglo corto sino un siglo largo.
Son bastantes los que definen a la actual crisis como un cisne negro, en la descripci¨®n de Nassim Taleb: un acontecimiento inesperado que ocasiona enormes impactos; en este caso, una tormenta que surgi¨® en un cielo casi sin nubes, imprevista, que se abati¨® sobre un planeta que cre¨ªa que tales acontecimientos extremos no se iban a repetir. Otros, sin embargo, consideran que las bases para el actual derrumbamiento de la econom¨ªa estaban puestas desde hace al menos dos d¨¦cadas, cuando la autodestrucci¨®n del socialismo real cambi¨® la naturaleza del poder y el escenario de los miedos; aument¨® el temor de los ciudadanos comunes que empezaron a soportar, con m¨¢s intensidad que nunca, la inseguridad a perder el puesto de trabajo, a quedar atr¨¢s en una distribuci¨®n de recursos cada vez m¨¢s desigual, a zozobrar en el control de las circunstancias y rutinas de sus vidas cotidianas; y quiz¨¢, y sobre todo, alarma ante el hecho de que quienes tienen la autoridad delegada hayan perdido su control a favor de fuerzas que est¨¢n m¨¢s all¨¢ de su alcance, como consecuencia de la globalizaci¨®n realmente existente. Por el contrario, perdieron esos miedos los poderosos, que a partir de principios de los a?os noventa no se ten¨ªan que enfrentar ya a la existencia de un sistema pol¨ªtico y econ¨®mico alternativo, con todos los defectos que se le quieran poner (y que eran ciertos), y ten¨ªan barra libre para experimentar a su favor con cualquier ung¨¹ento de serpiente, como era la desregulaci¨®n de mercados inestables, con informaci¨®n asim¨¦trica y competencia imperfecta.
Llevamos m¨¢s de dos a?os componiendo el juego de culpables de esta crisis: los bancos centrales, que no la previeron o la facilitaron con su pol¨ªtica de gran liquidez; las agencias de calificaci¨®n de riesgos que nos enga?aron sobre el verdadero valor de los activos financieros; los fondos de alto riesgo, totalmente libres; los banqueros, que sacaban de balance multitud de riesgos imprecisos; los organismos reguladores, que dedicados a lo que estaba dentro de sus fronteras no previeron que ¨¦stas ya no exist¨ªan para los movimientos de capital; los gobiernos que permitieron todo lo anterior y lo legitimaron con su inacci¨®n. Pero para comprender esta Gran Recesi¨®n debemos ir m¨¢s all¨¢ de ese espejo de culpables parciales o de chivos expiatorios, porque s¨®lo ahondando en la fuente de los errores puede se?alarse el sistema de ideas que dio lugar a ellos. Como acertadamente ha se?alado Robert Skidelsky (El regreso de Keynes), cuando algo va mal el primer instinto es se?alar a los responsables pr¨¢cticos de la cosa y s¨®lo empezamos a culpar a las ideas cuando resulta evidente que aquellos responsables no eran excepcionalmente corruptos, avariciosos ni incompetentes, sino que estaban actuando sobre lo que cre¨ªan ser unos sanos principios y no lo eran: el pensamiento ¨²nico.
As¨ª que las pr¨¢cticas de todos esos agentes, por escandalosas que hayan sido, deben remontarse a las ideas que las acogieron. Estas ideas (la autorregulaci¨®n, el Estado es el problema y el mercado la soluci¨®n, presupuestos equilibrados en sociedades con muchas necesidades, primero es crecer y s¨®lo luego distribuir, la inflaci¨®n como prioridad econ¨®mica absoluta...) llegan siempre a la arena p¨²blica mezcladas con la pol¨ªtica, los intereses creados, las circunstancias de cada ¨¦poca y lugar y devienen en la ideolog¨ªa dominante.
No s¨®lo Skidelsky defiende esta interpretaci¨®n de lo sucedido. El Nobel de Econom¨ªa George Akerloff, y otro economista que puede serlo en cualquier momento, Robert Shiller, se preguntan en qu¨¦ hemos estado pensando los ciudadanos durante la parte alta del ciclo, por qu¨¦ no nos dimos cuenta de lo que estaba sucediendo si era evidente la artificiosidad de la econom¨ªa, hasta que no se nos cay¨® el mundo encima con acontecimientos como bancos que quiebran y han de ser nacionalizados, empresas que desaparecen, contabilidad creativa, p¨¦rdida de centenares de miles de empleos, ejecuci¨®n de hipotecas, sequ¨ªa de pr¨¦stamos, bonus desequilibrantes de la estructura social... Y se responden: porque el p¨²blico y los Gobiernos se sent¨ªan respaldados por una teor¨ªa que les dec¨ªa que estaban seguros, que todo iba perfectamente y que no corr¨ªan ning¨²n peligro.
Aseguraba Schumpeter que las fluctuaciones c¨ªclicas de la econom¨ªa capitalista, hoy tan abundantes, no son como las am¨ªgdalas, ¨®rganos aislados que pueden extirparse por separado, sino como los latidos del coraz¨®n, parte de la esencia del organismo que los pone de manifiesto.
Qui¨¦n nos iba a decir que m¨¢s de 60 a?os despu¨¦s de su muerte, Keynes iba a ser tan reivindicado por el fracaso intelectual de las ideas que lo arrumbaron, que ¨ªbamos a volver a contemplar la historia mucho m¨¢s como una escalera de espiral que con la linealidad que con tanta falsedad nos vendieron, y que no ¨ªbamos a poder dejar tan f¨¢cilmente el siglo XX, olvid¨¢ndonos de lo terrible que fue.
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