Una posible biograf¨ªa
Cu¨¢ntas historias se quedar¨¢n sin contar en Espa?a por falta de curiosidad, por la costumbre de la pereza, por una mezcla muy rara, y muy propia del pa¨ªs, de desgana por la indagaci¨®n y gusto por el chisme. El chisme, la an¨¦cdota, reducen las biograf¨ªas y los hechos hist¨®ricos a una sucesi¨®n de chascarrillos, casi siempre de cuarta o de quinta mano. La incapacidad de contar con sinceridad y desverg¨¹enza la propia vida se corresponde con el poco inter¨¦s por investigar seriamente las vidas de personajes p¨²blicos cuyos destinos privados alumbrar¨ªan beneficiosamente la historia del pa¨ªs. Nunca deja de asombrarme la paradoja espa?ola o hisp¨¢nica de las autobiograf¨ªas. Los anglosajones, que en la distancia corta son muy reservados y hasta herm¨¦ticos, escriben libros de memorias de una desverg¨¹enza confesional inaudita. Nosotros, en apariencia tan abiertos, somos casi siempre pudibundos en nuestros testimonios personales, con la ¨²nica excepci¨®n, que yo sepa, del novelista Jes¨²s Pardo, que ha escrito sobre s¨ª mismo con una falta de pudor tal vez aprendida en los largos a?os que pas¨® en Inglaterra. Bi¨®grafos rigurosos podr¨ªan compensar la opacidad interesada, la manipulaci¨®n del que elabora su propio personaje con la tranquilidad de que nadie se tomar¨¢ la molestia de desmentirlo. Pero qui¨¦n, entre nosotros, est¨¢ dispuesto a trabajar tanto, a dedicar su vida al conocimiento de la vida de otro, a buscar cartas y entrevistas testigos actuando como un detective incorruptible de los misterios del pasado, los que se van borrando seg¨²n se apagan como velas en la creciente oscuridad las voces posibles de los que recuerdan todav¨ªa.
Qui¨¦n escribir¨¢, por ejemplo, una biograf¨ªa de Santiago Carrillo, que ha asistido durante tres cuartos de siglo no ya a los acontecimientos cruciales de la historia de Espa?a sino de la de Europa; que con veinti¨²n a?os, poco m¨¢s que un adolescente, fue consejero de Orden P¨²blico en el primer noviembre de la Guerra Civil en Madrid, cuando el enemigo se acercaba imparablemente a la ciudad y el Gobierno la hab¨ªa abandonado de cualquier manera huyendo hacia Valencia; Santiago Carrillo, que vivi¨® en Mosc¨², como alto dirigente del Partido Comunista, los a?os l¨®bregos de Stalin, la duraci¨®n burocr¨¢tica de un destierro que parec¨ªa no acabarse nunca, el tiempo multiplicado por la ausencia, como dec¨ªa Max Aub, y multiplicado m¨¢s a¨²n por la lejan¨ªa, la que separaba la Uni¨®n Sovi¨¦tica de Espa?a cuando casi toda aquella extensi¨®n estaba ocupada por los ej¨¦rcitos alemanes. Carrillo ha escrito libros de memorias poco reveladores y muy poco autocr¨ªticos, ejercicios sobre todo de justificaci¨®n pol¨ªtica. Sus detractores lo han convertido en una caricatura apresurada y grotesca, la perduraci¨®n del torvo sujeto diab¨®lico cuyo nombre era pronunciado a veces en los telediarios franquistas: para los proveedores de la blandura ideol¨®gica gubernamental es una especie de abuelo entra?able, la encarnaci¨®n de esa presunta memoria hist¨®rica que consiste sobre todo en una confortable desmemoria que modela el pasado al gusto de la propia noveler¨ªa narcisista, adornando con banderas y palabras de hace setenta a?os la vacuidad d¨®cil del presente, la pose de rebeld¨ªa de quien gracias a ella puede sin remordimiento dar coba a los que mandan.
La ideolog¨ªa, en la mayor parte de los casos, es una forma de pereza, una coartada para no molestarse en aprender. Los exabruptos ideol¨®gicos contra Santiago Carrillo son tan previsibles, y tan poco interesantes, como los parabienes por su presunta lucidez y su locuacidad de nonagenario, y ninguna de las dos actitudes ayuda a comprender la riqueza de una vida cuyos conflictos y enigmas se corresponden tan estrechamente con los del ¨²ltimo siglo. Tan atractiva como la historia en s¨ª misma es la posibilidad de la novela. C¨®mo ser¨ªa tener veinti¨²n a?os y encontrarse de pronto con una responsabilidad aterradora en una ciudad sitiada, en un caos de oficinas abandonadas a toda prisa y cajones de documentos tirados por los suelos, y tel¨¦fonos que sonaban sin que los levantara nadie. El drama de Santiago Carrillo en esos d¨ªas de la guerra es el de tantas personas que se vieron arrojadas a un cataclismo cuya escala nunca supieron prever, a un desastre en el que la sinraz¨®n y la pura crueldad y el despilfarro de las vidas humanas eran mucho m¨¢s frecuentes que el hero¨ªsmo. Pero no es menos tenebrosa la historia que vino despu¨¦s, consumada la derrota, cuando unos tuvieron que quedarse y otros se pudieron marchar, cuando aquel hombre, todav¨ªa tan joven, se encontr¨® viviendo en Mosc¨², en otro mundo, el de los funcionarios comunistas que ten¨ªan que aprender los mecanismos tortuosos de la supervivencia en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, bajo la sombra homicida de Stalin, abrirse paso con astucias m¨¢s administrativas que revolucionarias, imaginando una Espa?a que cada vez se les volv¨ªa m¨¢s lejana, inventando fantasmagor¨ªas de levantamientos armados y huelgas generales, enviando a ella a conspiradores que muchas veces no volv¨ªan.
Hay buenos libros de memorias, desde luego, que permiten revivir la sensaci¨®n de abatimiento y de miedo, la obstinaci¨®n de no rendirse, el desenga?o, la apostas¨ªa. Pero, por su misma naturaleza, cada uno de esos libros cuenta una parte de la historia y esconde otra, establece una coartada, una lista variable de inocentes y malvados. Hombres ¨ªntegros, militantes heroicos, padecieron la tortura, la c¨¢rcel y la muerte para combatir a una dictadura en nombre no de la libertad, sino de un ideal totalitario. En aquel mundo de sombras la diferencia entre la lealtad y la traici¨®n no siempre estaba claramente marcada, y m¨¢s de un inocente fue ejecutado por sus mismos camaradas porque en un despacho de Mosc¨² alguien hab¨ªa decidido marcarlo con la sospecha. Los castigos y las expulsiones de los disidentes ten¨ªan algo de anatemas teol¨®gicos. Leyendo esta clase de historias yo invent¨¦ hace m¨¢s de veinte a?os una novela en la que quise contar algo de la obstinaci¨®n y el coraje de la clandestinidad comunista en Espa?a, su parte de sacrificio y de alucinaci¨®n. Pero me falt¨® talento para dar a mi relato la encarnadura de lo real, tal vez porque me fui pretenciosamente por las ramas de la ficci¨®n policial y de esp¨ªas, o porque hay historias en s¨ª mismas tan poderosas que se resisten a ser convertidas en novelas.
Ahora veo a Santiago Carrillo en el peri¨®dico, entrevistado por Javier Rioyo junto a otros testigos, Marcos Ana y Teodulfo Lagunero, y todo son de nuevo an¨¦cdotas complacidas, aventuras de ancianos que prefieren habitar en una vaga nostalgia no enturbiada por la introspecci¨®n, no removida por la conciencia de ning¨²n error, por ning¨²n arrepentimiento. De ese modo tambi¨¦n se desdibuja la grandeza que los comunistas espa?oles tuvieron: elegir muy pronto la concordia y la reconciliaci¨®n, desprenderse de la esclerosis sovi¨¦tica para contribuir con tanta inteligencia pol¨ªtica y generosidad a la conquista de nuestra democracia. A vidas as¨ª s¨®lo les puede hacer justicia una de esas biograf¨ªas que abundan tan poco por culpa de la pereza espa?ola.
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