La princesa y la mendiga
Morir de ¨¦xito. En Nueva York muchos de los restaurantes, tabernas o pubs se est¨¢n muriendo de ¨¦xito. No hablo de esos establecimientos que la c¨¦lebre gu¨ªa Zagat anuncia como lugares "para ver y ser visto", me refiero a esos peque?os locales emblem¨¢ticos que contribuyen a las relaciones de barrio y en los que uno se refugia del tiempo odioso del invierno para consolarse con una copa y unos clientes aficionados a pegar la hebra. Estos lugares no cierran por falta de clientes sino por la codicia de los propietarios que en tiempos de bonanza subieron los alquileres de tal manera que han convertido las aceras en una sucesi¨®n de carteles de "se alquila". Uno de aquellos lugares era Rose's Turn, donde yo me sol¨ªa acercar cuando el alcohol de la cena hab¨ªa hecho su efecto y quer¨ªas compartir esos momentos de felicidad ilusoria. El Rose's Turn era un s¨®tano tan acogedor como sucio, tan oscuro como alegre; era l¨®gico sospechar que entre tus pies corr¨ªan cientos de ratones, que al calor de esa oscuridad y de las canciones de Broadway deb¨ªan vivir a sus anchas. En el Rose's Turn se cantaba. Los camareros eran cantantes profesionales. Ten¨ªa algo de bar de ambiente sin serlo. Ten¨ªa algo de mariconada festiva y desmadrada. Tras la barra sol¨ªa reinar una negra de unos sesenta a?os, compacta: el pecho y el abdomen unidos de tal manera que parec¨ªa uno de esos taberneros orgullosos que llevan la barriga siempre un paso por delante de ellos. Para rematar ese aspecto sol¨ªa lucir un sombrero de cowboy. Era una dama dura a la que le traicionaban los ojos, que despertaban una simpat¨ªa inmediata. Se llamaba, se llama, Terri White. Cuando el ambiente estaba caldeado y la gente tan borracha como para desatar sus emociones, Terri se colocaba tras el micr¨®fono y cantaba con mucha garra la canci¨®n de la carcelera de Chicago o uno de esos est¨¢ndares tr¨¢gicos en los que se cuenta lo poco que te quiere la gente cuando las cosas te van mal. A Terri le ca¨ªan entonces dos lagrimones, tan compactos como su abdomen, enormes, que le mojaban la cara entera y nos encog¨ªan el coraz¨®n. Entonces, como si quisiera saborear en soledad los viejos fracasos, sal¨ªa de la taberna a fumarse un cigarrillo. De vez en cuando esa cantante con pinta de sheriff sacaba a alguien del p¨²blico a cantar. Una noche la tom¨® conmigo y, atemorizada ante su autoridad, cant¨¦, B¨¦same mucho, como si fuera esta noche la ¨²ltima vez. Repet¨ª esta frase cuatro veces y luego me bloque¨¦. Pat¨¦tico. "No importa, me dijo ella, se nota que has puesto todo tu coraz¨®n en esas palabras". Era muy sarc¨¢stica. Pero, ay, Rose's Turn, ese refugio para amantes de las viejas canciones, cerr¨®, y a Terri la perd¨ª de vista hasta que esta semana vi su rostro en el peri¨®dico con una historia a la altura del personaje: al cerrar la taberna se qued¨® sin trabajo y a consecuencia de eso y de la ruptura con su novia perdi¨® su apartamento. Durmi¨® durante tres meses en un banco de Washington Square, a dos pasos del viejo pub, rodeada de mendigos que en su d¨ªa tambi¨¦n tuvieron piso y trabajo. Por orgullo no le dijo a nadie que estaba en la calle. Con lo que ganaba cantando una noche en un pub manten¨ªa su m¨®vil, se alimentaba de fideos chinos y lavaba la ropa. Una noche, un polic¨ªa que la admiraba de las veladas del Rose's Turn la vio caminando de madrugada por la plaza. Ella, la que fuera reina de la vitalidad, parec¨ªa el fantasma del desconsuelo. El polic¨ªa se puso manos a la obra y le encontr¨® un apartamento gratis. Terri fue recuper¨¢ndose de la depresi¨®n, volvi¨® a enamorarse y ahora ha vuelto a Broadway, donde en su juventud cant¨® con Liza Minnelli y donde en su madurez la rechazaron. ?Es ¨¦ste un final feliz? No creo. Lo ser¨ªa si se contara en el cine. Es una historia tan cinematogr¨¢fica como genuinamente americana: tocar fondo y levantarse, morir y renacer, reinventarse, tener m¨¢s vidas que un gato. Lo que nunca se cuenta es lo que uno se deja en el camino. En ese mismo Broadway donde act¨²a Terri vi esta semana a Carrie Fisher, aquella princesa Leia de La Guerra de las Galaxias. Carrie, que parece veinte a?os mayor de lo que es, ha escrito un mon¨®logo sobre su vida. ?Qu¨¦ vida! Nacida en Hollywood, hija de superestrellas (Debbie Reynolds y Eddy Fisher), cuenta c¨®mo pap¨¢ dej¨® a mam¨¢ por Liz Taylor; cuenta los diferentes matrimonios de pap¨¢ y mam¨¢, el suyo con Paul Simon; lo devastador que fue para ella el ¨¦xito de la Princesa de los Mo?etes, de la que se hizo un merchandising brutal (?hasta una mu?eca hinchable!); su adicci¨®n a las drogas, al alcohol, su trastorno bipolar... Una velada dedicada a airear los trapos sucios familiares, las adicciones, los fracasos ("mi segundo marido era homosexual"). Todo contado con una vis c¨®mica envidiable. ?Es esto un final feliz? No creo. Su salvaci¨®n ha consistido en hacer una exhibici¨®n de sus desgracias, convertirlas en materia humor¨ªstica, pero no hay un solo momento de reflexi¨®n sobre la soledad a la que arroja la enfermedad o el alcohol. Todo se soluciona con: "?El show debe continuar!". Pero el aspecto de Carrie Fisher nos revela lo que ella no se atreve a contar: la desgracia ha convertido a la princesa que fue en una anciana prematura. La verdad siempre salta a la vista.
La historia de Terri White habla de tocar fondo y levantarse, de morir y renacer. De reinventarse
Para Carrie Fisher, su salvaci¨®n ha consistido en exhibir sus desgracias. ?Es esto un final feliz?
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