Elija su conspiraci¨®n
El hombre nunca pis¨® la Luna, Hitler agrupaba jud¨ªos en Auschwitz para enviarlos de viaje al ?frica tropical, Elvis no muri¨® en Memphis sino que se ocult¨® en Brasil, pero McCartney s¨ª hab¨ªa fallecido cuando su doble compuso Let it be. Las teor¨ªas de la conspiraci¨®n no son un fen¨®meno nuevo y algunas, por disparatadas, divierten m¨¢s que inquietan. Parec¨ªa un error entrar a rebatirlas. En los a?os noventa un vir¨®logo alem¨¢n afirmaba que el sida era un invento y luc¨ªa como principal argumento que ning¨²n gran cient¨ªfico hab¨ªa aceptado debatir con ¨¦l. Por supuesto que no: del di¨¢logo entre el experto solvente y el charlat¨¢n saldr¨ªa, seguramente, m¨¢s ruido que luz.
?No hay que responder? El ¨²ltimo en rebelarse ha sido Richard Dawkins, el bi¨®logo (y ate¨ªsta) que dedica todo su ¨²ltimo libro, Evoluci¨®n (Espasa) a desmontar las teor¨ªas creacionistas. ?De verdad el creacionismo es un problema hoy para la ciencia? Puede serlo cuando un 40% de la poblaci¨®n estadounidense encuestada (atenci¨®n: y un 16% de los espa?oles) suscribe que el hombre fue creado hace menos de 10.000 a?os y convivi¨® con los dinosaurios. As¨ª que el experto da un paso al frente y pone sobre la mesa las (abrumadoras, incontestables) evidencias de que las especies evolucionan gracias a la selecci¨®n natural, aunque el G¨¦nesis narre otra cosa.
Algunas teor¨ªas conspirativas triunfan porque encajan muy bien con ideas preconcebidas. Cuestionar el origen del sida conven¨ªa a alg¨²n gobernante africano incapaz de frenar la epidemia. Rechazar que el cond¨®n previene la infecci¨®n suena bien a los puritanos. Presentar el cambio clim¨¢tico como un mito fue una idea aplaudida (y financiada) por las empresas sucias, petroleras a la cabeza. Negar el Holocausto funciona bien a los te¨®cratas de Teher¨¢n; igual que el empe?o en que explot¨® Titadine en Atocha pretende sobre todo lavar la cara de quienes no dec¨ªan la verdad aquellos tr¨¢gicos d¨ªas de marzo.
?Y la gripe? Lo tiene todo: una irrupci¨®n misteriosa, hoteles aislados y militarizados, mascarillas y trajes de astronauta, una campa?a de vacunaci¨®n masiva y, ten¨ªa que haber villanos, una OMS a modo de ensayo de gobierno mundial y un negocio millonario para la antip¨¢tica industria farmac¨¦utica. Faltaba un portavoz. Apareci¨® Teresa Forcades monja y m¨¦dica, buena comunicadora, que arrasa en YouTube mezclando datos ciertos, medias verdades, enigmas que no lo son y leyendas urbanas. Un discurso atractivo, seductor. Pero peligroso, similar al que en EE UU ha llevado a miles de familias, en su resistencia a los malvados laboratorios, a impedir que se vacune a sus ni?os de nada. Y, por tanto, a jugar con su esperanza de vida.
Los conspiracionistas de la gripe A, como los del cambio clim¨¢tico, son osados al desafiar un consenso cient¨ªfico apabullante. ?Nos enga?an conscientemente los principales investigadores del mundo, las universidades, las autoridades, el sistema sanitario en bloque? Ciertas teor¨ªas (tambi¨¦n la del Titadine) implican centenares o miles de eslabones humanos implicados en el oscuro complot, celosos guardianes de un terrible secreto. Alguno se sentir¨¢ bien pensando que han enga?ado a todos menos a ¨¦l. Pero, como en el chiste, si todos los coches circulan en sentido contrario debe ocurrir que el que marcha al rev¨¦s es el propio.
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