La generaci¨®n cient¨ªfica perdida
Algunos vivieron recluidos, otros recorrieron el mundo - La Guerra Civil deshizo una prometedora comunidad investigadora espa?ola. Estas son sus historias
![Ignacio Zafra](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F4d89325c-7f93-4b69-b7eb-b1b3b272c02d.jpg?auth=eb0419eecf558bcf53cd5f7086dca9762dfd83c9619fba0f80a50674db2f041f&width=100&height=100&smart=true)
En la fotograf¨ªa, extra¨ªda de un recorte del diario ruso Pravda, se ve a Vicent Sos Baynat asomado con tres colegas a un balc¨®n del hotel Moskwa, a tiro de piedra de la Plaza Roja. Corr¨ªa el a?o 1937. Sos Baynat no era, que se sepa, un esp¨ªa. Asist¨ªa al Congreso Internacional de Geolog¨ªa, en Mosc¨². Y formaba parte de la prometedora comunidad investigadora que, desde la concesi¨®n del Nobel de Medicina a Santiago Ram¨®n y Cajal (en 1907), encarn¨® la llamada edad de plata de la ciencia espa?ola. Una generaci¨®n quebrada por la Guerra Civil y esparcida por el mundo tras la victoria del general Franco a la que la Universitat de Val¨¨ncia y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales rinden estos d¨ªas homenaje con el congreso El exilio cient¨ªfico republicano.
Baynat pas¨® 10 a?os en una habitaci¨®n, sin material, y trabaj¨® de memoria
El exilio adopt¨® muchas formas, cuenta el catedr¨¢tico Josep Lluis Barona, organizador del encuentro. Hubo quien intent¨® mantener la idea de comunidad cient¨ªfica espa?ola, aunque fuera en la di¨¢spora. El Instituto Cajal fue pr¨¢cticamente transplantado a M¨¦xico. Algunos exilios suprimieron para siempre la carrera de sus protagonistas, y otras siguieron creciendo al calor de grandes instituciones cient¨ªficas internacionales que, en general, los acogieron m¨¢s por su val¨ªa que por solidaridad.
Probablemente el del paleont¨®logo Vicent Sos Baynat, nacido en Castell¨®n en 1895, catedr¨¢tico, miembro del Museo Nacional de Historia Natural, integrado en el llamado exilio interior, fue uno de los m¨¢s dram¨¢ticos.
Tras el congreso de Mosc¨² el profesor regres¨® a Espa?a y, una vez terminada la guerra, se traslad¨® Madrid. Un viaje en tren que Sos Baynat y su familia vivieron con el coraz¨®n en un pu?o, esperando en cualquier momento un registro de la Guardia Civil. El paleont¨®logo no hab¨ªa tenido responsabilidades pol¨ªticas. Pero era republicano, hab¨ªa dado clases en la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, y por menos de eso se hab¨ªan abierto muchos expedientes de depuraci¨®n y algunos profesores hab¨ªan sido fusilados. Al llegar a Madrid, Sos Baynat se escondi¨® en un armario. Y pas¨® los 10 a?os siguientes encerrado en una habitaci¨®n donde, sin embargo, sigui¨® trabajando y escribiendo sin apenas material, "con lo que ten¨ªa en la cabeza", dice Barona.
El paleont¨®logo abandon¨® su escondite para dar clase, con nombre falso, en el colegio de sus hijos. Despu¨¦s se mud¨® a Plasencia (Extremadura) y all¨ª, una ma?ana, mientras la familia se preparaba para ir a una boda, la Guardia Civil se present¨® en casa y se lo llev¨® detenido. Fue inhabilitado para la docencia, se le cerraron las puertas de la investigaci¨®n y de otros muchos oficios. Tuvo que ganarse la vida elaborando informes geol¨®gicos para una empresa minera.
Cuando le quedaba un mes para jubilarse le comunicaron el levantamiento de su sanci¨®n. Se trataba, explica Barona, catedr¨¢tico de Historia de la Ciencia, de una pr¨¢ctica com¨²n en la ¨¦poca: se les perdonaba semanas antes del retiro obligatorio, de forma que no ten¨ªan derecho a nada. Sos Baynat se neg¨® a firmar aquella rehabilitaci¨®n.
La reivindicaci¨®n lleg¨® m¨¢s tarde, y fue intensa a partir de la Transici¨®n. Se convirti¨® en el primer doctor honoris causa por la Universidad Jaume I de Castell¨®n, el 12 de junio de 1992. Tres meses despu¨¦s falleci¨®.
Los exilios significaban normalmente m¨¢s kil¨®metros. Como el de P¨ªo del R¨ªo Hortega, nacido en 1882 en Portillo (Valladolid), disc¨ªpulo de Cajal, impulsor del primer instituto espa?ol de investigaci¨®n sobre el c¨¢ncer, profesor visitante en varias universidades europeas, que al concluir la guerra recibi¨® la ayuda de la Sociedad para la Preservaci¨®n de la Ciencia y del Aprendizaje, instituci¨®n brit¨¢nica creada inicialmente para dar asistencia a cient¨ªficos y acad¨¦micos alemanes perseguidos por Hitler, sobre todo jud¨ªos.
Del R¨ªo Hortega se estableci¨® en Inglaterra y all¨ª descubri¨® la microgl¨ªa. Hasta entonces, se?ala Barona, se hab¨ªa atribuido una funci¨®n a las c¨¦lulas neuronales, pero se desconoc¨ªa el papel del resto de elementos que forman parte de la sustancia del sistema nervioso (como las microgl¨ªas). El m¨¦dico espa?ol fue investido honoris causa en Oxford y propuesto para el Nobel. Despu¨¦s se fue a vivir a Argentina ("la cuesti¨®n ling¨¹¨ªstica y de afinidad cultural debi¨® influir en muchos exiliados", afirma Barona), donde hab¨ªa establecido lazos acad¨¦micos, y muri¨® en Buenos Aires en 1945.
Aquel a?o traz¨® una gran divisoria. Hasta esa fecha, l¨ªmite de la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo, muchos cient¨ªficos espa?oles conservaron la esperanza de que el conflicto terminar¨ªa alcanzando a la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica y llev¨¢ndose por delante el r¨¦gimen de Franco. Cuando se hizo evidente que los Aliados no cruzar¨ªan los Pirineos, cuenta Barona, muchos decidieron cambiar el exilio europeo por el americano.
?Cu¨¢ntos cient¨ªficos, investigadores y m¨¦dicos espa?oles se exiliaron? Es muy dif¨ªcil de decir, dice Barona, entre otras cosas porque parte de los exiliados nunca han sido identificados como tales y otros s¨®lo lo fueron despu¨¦s de su muerte. Ese fue el llamativo caso de Antonio Chamorro, nacido en Huesa (Ja¨¦n), en 1903, m¨¦dico, rector de la Universidad de Granada, militante del PSOE y de la UGT, a quien el estallido de la Guerra Civil sorprendi¨®, iron¨ªas de la vida, durante una estancia de investigaci¨®n en Berl¨ªn.
Chamorro no volver¨ªa a Granada hasta casi medio siglo despu¨¦s, y estuvo de visita. Fue jefe de investigaci¨®n en el Instituto Curie, en Par¨ªs, y amigo, entre otros, de Picasso. Todo indicaba que hab¨ªa rehecho completamente su vida. En su testamento, sin embargo, legaba sus bienes (entre ellos un apartamento en Par¨ªs y un chal¨¦ en el sur de Francia) a la Universidad de Granada con una ¨²nica condici¨®n: que sus cenizas fueran esparcidas en el cementerio de la ciudad andaluza, cerca de la tapia donde sus colegas acad¨¦micos fueron fusilados.
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