Europa es bella
El desmoronamiento del muro de Berl¨ªn y la desintegraci¨®n del comunismo en Rusia y Europa Oriental abrieron la puerta a un nuevo modelo pol¨ªtico y a nuevas redes de interacci¨®n internacional. Las antiguas etiquetas fueron sustituidas por otras nuevas, entre ellas, "choque de civilizaciones", "fin de la historia" o "anarqu¨ªa venidera".
Con frecuencia, las filosof¨ªas posideol¨®gicas y el optimismo posnacionalista, que cuestionaron la existencia futura de los Estados-naci¨®n y dotaron de estructuras a la sociedad civil global, vinieron acompa?ados de sangrientas guerras civiles y de purificaciones ¨¦tnicas y genocidios, como en el caso de la antigua Yugoslavia y de Ruanda.
En otro orden de cosas, el fin de la guerra fr¨ªa y la revitalizaci¨®n de las religiones alumbraron nuevas estrategias violentas en el mundo. El terrorismo posterior a los atentados registrados el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos se revel¨® como una nueva forma de violencia que contrasta con la emanada de las ideolog¨ªas estatalistas cl¨¢sicas. La modernidad globalizada dio lugar a estructuras terroristas h¨ªbridas. Para muchos analistas, el mundo posterior al 11 de septiembre supuso el retorno del realismo propio del "poder duro" al ¨¢mbito de la seguridad internacional. Desde este punto de vista, las relaciones que tienen que ver con la seguridad entraron a formar parte de una estrategia cultural m¨¢s amplia, es decir, de la suerte de la propia democracia contempor¨¢nea. En ese sentido, el v¨ªnculo entre cultura y pol¨ªtica internacional se convirti¨® en un elemento fundamental para el equilibrio de la seguridad mundial y la consecuci¨®n de la paz. Por ¨²ltimo, hay que apuntar algo no menos importante: el incremento de las relaciones interculturales horizontales y la erosi¨®n de un paradigma "estadoc¨¦ntrico" en apuros, que convive con una amorfa y cambiante constelaci¨®n de identidades culturales e intereses econ¨®micos, han creado una crisis de liderazgo pol¨ªtico en el nuevo orden mundial. Sin embargo, merece la pena se?alar que, en el mundo actual, la pol¨ªtica, ya sea la "liberal" o la "autocr¨¢tica", no es m¨¢s "centrocr¨¢tica" (regida desde el centro). En contra de las impresiones imperantes, la pol¨ªtica no suele ser algo s¨®lido como una roca. Como acostumbraba a decir Collingwood: "La vida pol¨ªtica es la de la educaci¨®n pol¨ªtica", y la educaci¨®n pol¨ªtica de los ciudadanos es un entorno cambiante que tiene que afrontar desaf¨ªos imprevistos, dentro y fuera de la sociedad. Por otra parte, la gobernanza estatal, al contrario que el "monstruo fr¨ªo" del que hablaba Friedrich Nietzsche, ya no puede funcionar en el marco de una cultura nacional hegem¨®nica. Como sabemos, al final de la
Para que el proceso de integraci¨®n europea sobreviva deber¨¢ ser pac¨ªfico e intercultural
Las identidades particularistas nunca han sido tradiciones inocentes
guerra fr¨ªa no s¨®lo se asisti¨® a la aparici¨®n de la pol¨ªtica global, sino al derrumbamiento del Estado como sistema pol¨ªtico enormemente complejo que act¨²a dentro de un territorio que se proclama cerrado.
Con todo, las demarcaciones estatales siguen teniendo importancia cuando se crean ej¨¦rcitos que las rebasan, pero, desde la perspectiva de la pol¨ªtica global, el Estado ya no es un actor pol¨ªtico unitario. Instituciones no estatales como las multinacionales, los partidos, los organismos militares y paramilitares, las ONG, los individuos y una amplia gama de grupos que se extienden por todo el planeta, son actores pol¨ªticos y sociol¨®gicos del cambio. Pese a todas las apariencias, en nuestro mundo las ¨¦lites estatales ya no son los ¨²nicos actores pol¨ªticos. Puede que las demarcaciones pol¨ªticas no hayan cambiado mucho, pero, en s¨ª mismo, el valor del territorio s¨ª ha disminuido.
En muchos aspectos, la experiencia de la Uni¨®n Europea es representativa de esa clase de evoluci¨®n, que la concepci¨®n tradicional del Estado heredero de Westfalia no parece captar. La idea de que el Estado tiene que ser la manifestaci¨®n organizativa de una naci¨®n compuesta por un conjunto de personas que sienten la necesidad de permanecer unidas ha dado origen a innumerables confusiones. A pesar de que durante m¨¢s de 200 a?os el modelo imperante en nuestro pensamiento pol¨ªtico haya sido el de la Revoluci¨®n Francesa, los pilares de la civilizaci¨®n europea no han sido los Estados-naci¨®n, sino distintas culturas. Ni siquiera fil¨®sofos como Fichte y Hegel, que anhelaban contar con un Estado que expresara el Geist o esp¨ªritu de la naci¨®n, dejaban de dudar de que eso pudiera llevarse a la pr¨¢ctica.
A decir verdad, el sentimiento nacionalista siempre ha bloqueado con su irracionalidad el racional funcionamiento del Estado. Siempre se ha negado a relativizar su propio entorno vital frente a otros, ya que, ampar¨¢ndose en la identidad regional, no ha dejado de excluir a los dem¨¢s. Las identidades particularistas nunca han sido tradiciones inocentes e, hist¨®ricamente, sus iniciativas universalistas siempre se han basado en la exclusi¨®n de la otredad. Con todo, como pone de manifiesto el destino pol¨ªtico y cultural de Europa, el universalismo interesado del principio nacionalista se ha convertido en un peligro para las propias identidades culturales. Parece claro que, en una Europa posnacional, la mejor manera de conservar la integridad regional de cada una de las identidades europeas es un contexto multicultural diverso.
En t¨¦rminos pragm¨¢ticos, el principio nacionalista no puede responder a las aspiraciones particularistas de las diferentes culturas. Dicho de otro modo, las actitudes nacionalistas son demasiado d¨¦biles como para resolver las perturbaciones y conflictos que ellas mismas ocasionan sin destruir los cimientos de la democracia europea. En consecuencia, parece que, dada la condici¨®n intercultural de Europa, la propia idea de "Europa" como enclave cultural encerrado en s¨ª mismo es algo obsoleto. Las culturas y tradiciones religiosas que en el viejo continente se superponen podr¨ªan integrar el islam en el juego de la diversidad europea.
Como se?al¨® Ortega y Gasset en una frase admirable, necesitamos "de la historia ¨ªntegra para ver si logramos escapar de ella, no recaer en ella". A Ortega y Gasset le preocupaba, con raz¨®n, c¨®mo podemos asumir conscientemente la responsabilidad de la historia.
Hoy en d¨ªa, la diversidad, no la similitud, se ha convertido en un elemento fundamental de la construcci¨®n cultural y pol¨ªtica de Europa. Sin embargo, para la pol¨ªtica de la diversidad lo importante no es s¨®lo de "qu¨¦" tradiciones hablamos, tambi¨¦n de "c¨®mo" lo hacemos. En Europa, el hecho de encomiar una cultura de di¨¢logo y de diversidad no convierte en obsoletas las identidades nacional y religiosa, sino que, m¨¢s bien, expresa la aspiraci¨®n a conservar su integridad regional y cultural en un contexto multicultural definido por la pol¨ªtica de la diversidad.
En t¨¦rminos pragm¨¢ticos, las aspiraciones nacionales y religiosas de las diferentes culturas y credos no pueden abordarse desde un universalismo interesado y basado en principios radicales de ¨ªndole nacionalista y religioso. En s¨ª misma, la idea de una Europa convertida en una fortaleza cultural y pol¨ªtica hecha de culturas homog¨¦neas y encerradas en s¨ª mismas resulta anacr¨®nica. En general, all¨ª donde se han producido aut¨¦nticos progresos morales a lo largo de la historia europea ha sido gracias a la voluntad de salvar y de superponer fronteras culturales. Hist¨®ricamente, si volvemos la vista atr¨¢s, veremos que la mayor¨ªa de las naciones europeas se constituyeron frente a tendencias homogeneizadoras m¨¢s o menos acusadas.
En consecuencia, asimilar la construcci¨®n de Europa a la de una cultura homog¨¦nea y arrogante es caer en una paradoja. Para que el proceso de integraci¨®n europea sobreviva, tendr¨¢ que ser pac¨ªfico e intercultural. No habr¨¢ Europa donde haya arrogancia, coacci¨®n y hegemon¨ªa, porque Europa ser¨¢ hermosa mientras no sea ideol¨®gica. Por lo tanto, all¨ª donde se aprecie la diversidad europea, habr¨¢ que organizar la solidaridad. Europa podr¨¢ ser fuerte por su solidaridad pol¨ªtica y econ¨®mica, pero desde luego no podr¨¢ ser democr¨¢tica, generosa e influyente sin su diversidad cultural y religiosa. Y la diversidad europea s¨®lo podr¨¢ defenderse esgrimiendo los valores compartidos del continente.
Ramin Jahanbegloo, fil¨®sofo iran¨ª, es catedr¨¢tico de Ciencias Pol¨ªticas en la Universidad de Toronto. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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