La instituci¨®n sentimental
Hace unos a?os, en el momento ¨¢lgido de las manifestaciones multitudinarias contra ETA encabezadas por miembros del Gobierno, hubo quien se?al¨® su incongruencia. Arg¨¹¨ªa, en primer lugar, que una manifestaci¨®n encabezada por un Gobierno neutralizaba de alguna manera al destinatario de la misma, en estos casos habitualmente el propio Gobierno -como pudimos comprobar en la pasada legislatura a ra¨ªz del proceso de paz-. Si su destinatario no era el Gobierno, no pod¨ªa ser otro que ETA, lo que a¨²n hac¨ªa m¨¢s incongruentes aquellas manifestaciones, al convertir en suplicante a un Gobierno que lo que ten¨ªa que hacer era utilizar la fuerza.
Pese a que aquellas manifestaciones carec¨ªan en realidad de destinatario, el reproche a la presencia del Gobierno en ellas ten¨ªa su consistencia. Las manifestaciones antiterroristas de a?os recientes ten¨ªan su objetivo en ellas mismas: eran actos de solidaridad con las v¨ªctimas y eran tambi¨¦n actos de autorreconocimiento, de consolidaci¨®n de una conciencia c¨ªvica contra el terror. La presencia del Gobierno en ellas las convert¨ªa adem¨¢s en actos de apoyo al Gobierno en una lucha que enfrentaba a ETA con las instituciones democr¨¢ticas.
El modelo, sin embargo, se ha generalizado; ya no se limita a la tragedia terrorista. Y en estos casos pone en evidencia sus debilidades inherentes. Lo vemos en el caso del Alakrana, y lo vemos igualmente en el caso no menos dram¨¢tico del asesinato de Nagore Laffage. Todos somos solidarios con el sufrimiento de los marineros del Alakrana y de sus familiares, y todos somos solidarios con el dolor de la familia de Nagore Laffage; es lo que se debe presuponer en una sociedad sana. La continua necesidad de manifestar p¨²blicamente esa solidaridad pone, sin embargo, en entredicho esa presuposici¨®n: es como si no estuviera clara y tuvi¨¦ramos que demostrarla, como ocurr¨ªa en efecto con las v¨ªctimas de ETA. Es cierto que esas manifestaciones p¨²blicas de solidaridad pueden reconfortar a los que sufren, como tambi¨¦n es cierto que no es ¨¦se su ¨²nico objetivo, una pretensi¨®n muy leg¨ªtima y comprensible viniendo de quienes sufren.
Lo que ya no es tan comprensible es que nuestras instituciones y partidos pol¨ªticos entren en esas lides, orillando incluso lo contraproducentes que pueden ser para los objetivos que se persiguen -como se ha se?alado en el caso del Alakrana- o la presi¨®n a la que pueden someter a otros poderes del Estado -como en el caso de Nagore Laffage-. Los gobiernos no son instituciones sentimentales, sino que han de ser instituciones eficaces, tanto en el logro de sus fines como en la defensa de la organizaci¨®n del Estado. La necesidad de participar, para volverla favorable, en esta oleada de emociones, puede llevarlos a desviarse de su verdadera finalidad y convertirlos en inductores de algo en lo que no deber¨ªamos convertirnos: una democracia sentimental.
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