30 a?os de furia
El calendario es implacable. Te frotas los ojos, repites las cuentas y, s¨ª, es verdad, han pasado 30 a?os de London calling. Resulta que el doble elep¨¦ de los Clash se public¨® el 22 de diciembre de 1979, pero tard¨® unas semanas en tener edici¨®n estadounidense: eso explica que la revista Rolling Stone lo pudiera proclamar "el gran disco de los ochenta". Paladeen la paradoja: London calling encarna exactamente lo opuesto de las tendencias dominantes en esa d¨¦cada, que hoy recordamos como un atrac¨®n de sintetizadores, ritmos programados, hombreras, pelos esculpidos, materialismo desatado.
Nadie que viviera London calling lo ha olvidado. Sus semillas est¨¢n bien plantadas entre nosotros: Siniestro Total parodi¨® la impactante portada de Ray Lowry, sus canciones han bautizado locales (Jimmy Jazz) o agencias de management (Spanish Bombs). Artistas tan alejados como Amaral confiesan conocer al dedillo sus cuatro caras. Sus temas han sido versionados por Ferm¨ªn Muguruza, Amparanoia y mil grupos punkis locales.
"Parte de la idea consist¨ªa en desprenderse de lo que sab¨ªas"
LONDRES COMO NUEVO MOSC?. Sin embargo, London calling representa la superaci¨®n del punk rock en su versi¨®n m¨¢s elemental, un feliz ejemplo de maduraci¨®n de unos creadores. Hab¨ªan militado en el ej¨¦rcito del imperdible como los insubordinados de otras generaciones lo hicieron en el Partido Comunista. Lo reconoce Joe Strummer: "Cuando me un¨ª a The Clash fue como volver a la casilla de inicio, al a?o cero. Parte del punk consist¨ªa en desprenderte de todo lo que conoc¨ªas antes. ?ramos casi estalinistas: insist¨ªamos en que hab¨ªa que deshacerse de las viejas amistades y de nuestra manera de tocar, en un intento febril por crear algo nuevo".
Los Clash encarnaban la rama politizada del punk rock, frente al nihilismo existencial y el gusto por la provocaci¨®n —"nos gustan las esv¨¢sticas"— de Pistols o Banshees. Reciclaban im¨¢genes y conceptos de la extrema izquierda; respond¨ªan a lo que se recuerda como el "Invierno del Descontento", periodo de huelgas y disturbios que culmin¨®, ay, con la elecci¨®n de mistress Thatcher, disciplina severa. Naturalmente, iban de antinorteamericanos, si hemos de creer aquello de I'm so bored with the USA.
AM?RICA LA MARAVILLOSA. Dicen que los prejuicios se quitan viajando. Al igual que ocurrir¨ªa con U2, les revolvi¨® los esquemas el contacto con los verdaderos Estados Unidos, esa Am¨¦rica que yace olvidada entre los polos medi¨¢ticos de Manhattan y Hollywood. Descubrieron que subsist¨ªan muchas corrientes musicales, ignoradas por la gran industria del entretenimiento. Y que los nativos, a diferencia de los que encontraron en su visita a Jamaica, pod¨ªan ser afables. Lo juraba Joe, que cruz¨® el pa¨ªs en una camioneta Ford, a lo Jack Kerouac.
El a?o cero de Strummer se traduc¨ªa por reclamar como propia la herencia del rock de guitarras, tal como lo destilaban en el downtown neoyorquino. S¨®lo hab¨ªa una m¨²sica ajena a esa l¨ªnea que pasaba la aduana est¨¦tica de los punkis londinenses: el gomoso reggae. Inicialmente, la conexi¨®n era comercial: algunos jamaicanos vend¨ªan "hierba"; se desarroll¨® cierta empat¨ªa entre ambos sectores de marginados.
IRRUMPE EL GUR?. Los Clash hab¨ªan probado con el reggae, incluso encerr¨¢ndose con Lee Perry, el Productor Chiflado. Pero ahora pretend¨ªan abrir el abanico musical y necesitaban un gu¨ªa erudito. Apareci¨® un freak que superaba todo lo previsible. Guy Stevens, que hab¨ªa ejercido de DJ en la primera era mod y pose¨ªa un conocimiento apasionado de los sonidos estadounidenses. Empleado de Chris Blackwell en el sello Island, edit¨® muchas maravillas y desemboc¨® en la producci¨®n: bautiz¨® a Mott The Hoople; trabaj¨® igualmente con Procol Harum, Spooky Tooth y Free. Ten¨ªa m¨¢s cicatrices que todos los Clash juntos: era alcoh¨®lico y hab¨ªa visitado las c¨¢rceles de su majestad por un asuntillo de drogas.
Guy cre¨ªa en la teor¨ªa de la tensi¨®n: provocar a los m¨²sicos, agredirlos incluso, para que salieran de su zona de confort y se superaran. Algunas ediciones de London calling incluyen un making of firmado por el colega Don Letts, con im¨¢genes en blanco y negro de Stevens atacando al mobiliario e intimidando a Strummer. Guy, bendito sea, sirvi¨® como catalizador de la grandeza potencial de The Clash. Basta con comparar los temas de London calling, tal como los conocemos, con sus versiones primigenias, reci¨¦n ensambladas las m¨²sicas de Mick Jones con los textos de Strummer. Son las llamadas Vanilla tapes, grabadas en su local de ensayo en Pimlico, situado sobre un taller de reparaci¨®n de autom¨®viles.
SOBRE RUEDAS. Abusemos de las met¨¢foras: London calling rueda majestuoso, igual que un coche reci¨¦n salido de un chequeo minucioso. No es el movimiento espasm¨®dico de anteriores elep¨¦s de The Clash: como si cambiara de marchas autom¨¢ticamente, pasa con naturalidad del punk al rockabilly, al jazz, al reggae, al ska, al rhythm and blues y, s¨ª, tambi¨¦n al pop (en un sarcasmo mortal, Spanish bombs es un ¨¦xito en karaokes frecuentados por turistas brit¨¢nicos bien lubricados). El panel de mandos responde al toque: entran teclas y metales justo cuando se necesitan, nada de purismos de fanzine. Funcionan los reflejos: Wrong 'em boyo comienza en Nueva Orleans antes de girar hacia Kingston.
Su registro tem¨¢tico deslumbra igualmente. Todav¨ªa llevan el impulso de los Clash insurgentes, la identificaci¨®n con forajidos y rebeldes; pero Strummer y Mick Jones tambi¨¦n reflexionan sobre las poses, las opciones vitales, el peso de la historia, el poder redentor del rock. Adem¨¢s, se sit¨²an como eslabones de la tradici¨®n: Brand new Cadillac pudo ser, ellos lo recuerdan, "el primer rock and roll brit¨¢nico", pero es obra de Vince Taylor —inspiraci¨®n para Ziggy Stardust, el personaje de Bowie— y retrata ese deseo primordial de huir, de inventarse una existencia m¨¢s aut¨¦ntica.
IDEALES Y COMPROMISOS. Los fans repet¨ªan aquello de "The Clash, la ¨²nica banda que importa". Sus haza?as musicales se retroalimentaban con unas exigencias ideol¨®gicas que les empujaron a decisiones econ¨®micamente suicidas. El doble London calling se vendi¨® como elep¨¦ sencillo; Sandinista! era un triple que costaba menos que un doble. CBS bufaba, pero tragaba, tras recortar las royalties de aquellos puretas: digamos que los Clash nunca se vieron obligados a plantearse el dilema de convertirse en exiliados fiscales. Faltaban muchos a?os para que llegaran los millones de libras con los ¨¦xitos internacionales, los anuncios con su m¨²sica, las versiones de Annie Lennox, los recopilatorios para compradores tibios.
Hoy, el carisma de London calling se revela como una potente confluencia de vectores: un alborotado movimiento social, unos m¨²sicos en expansi¨®n, unas canciones urgentes, un productor visionario. Los propios Clash no pudieron repetirlo. Al a?o siguiente, alentados por el emergente rap neoyorquino, encendidos por una nueva comprensi¨®n de la realidad geopol¨ªtica, buscaron profundizar en sus hallazgos con Sandinista!
DEMASIADAS PU?ALADAS. Sin embargo, ya no estaba Guy Stevens, ca¨ªdo en 1981 tras una sobredosis de medicamentos. El papel de timonel hab¨ªa pasado a Mick Jones, entonces desconocedor del concepto de control de calidad: Sandinista! tiene un porcentaje de aciertos superior a la media, pero se degrada por la magnitud de sus errores. ?Podemos sorprendernos? En el espacio de un a?o hab¨ªan editado el equivalente a cinco elep¨¦s.
Todo grupo efectivo obedece a un delicado equilibrio de fuerzas y talentos. El baterista, Topper Headon, patinaba por la pendiente de la hero¨ªna y fue expulsado, aun despu¨¦s de esbozar lo que ser¨ªa el mayor ¨¦xito de The Clash en vida: Rock the casbah. La bomba de relojer¨ªa estaba en el n¨²cleo duro: tras adquirir modos y pintas de rock star, Jones decidi¨® convertirse en el se?or del sonido. La continuaci¨®n de Sandinista! se llamaba Rat patrol from Fort Bragg y ten¨ªa dimensiones de disco doble: Mick se deleitaba en la experimentaci¨®n.
Le cortaron las alas: el productor Glyn Johns adelgaz¨® el proyecto hasta convertirlo en el contundente Combat rock. The Clash se transform¨® en un ring donde chocaban los egos (el de Bernie Rhodes, manager, tambi¨¦n era descomunal). En 1983, Strummer y Rhodes lograban dar la patada a Jones. Se arrepentir¨ªan demasiado tarde: el grupo se extingui¨® ignominiosamente dos a?os despu¨¦s.
London calling est¨¢ disponible en un solo CD a trav¨¦s de Sony, pero a partir del 14 de diciembre se puede encontrar la 30th anniversary edition, con el documental The last testament.
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