Expectaci¨®n y decepci¨®n
A juzgar por la prensa y la mayor parte de los comentarios, los nombramientos de Herman Van Rompuy y Catherine Ashton al frente del Consejo y la diplomacia europea han sido recibidos con unanimidad: no parece exagerado decir que el t¨¦rmino m¨¢s suave que han suscitado ha sido "decepci¨®n". Y se dir¨ªa, adem¨¢s, que ha arraigado la idea de que, en el mejor de los casos, los principales pa¨ªses escogieron esta soluci¨®n para evitar que Europa avanzase y, en el peor, para asegurarse de que segu¨ªa retrocediendo.
Estos juicios parecen precipitados e injustos. Pues, ?a qu¨¦ obedece la decepci¨®n? Aunque resulte parad¨®jico, seguramente a los nombres que se evocaron antes del consejo del 19 de noviembre. En efecto, habr¨ªa sido infinitamente preferible que Felipe Gonz¨¢lez hubiese aceptado la amistosa presi¨®n de Nicolas Sarkozy y hubiera sido candidato. Y tampoco habr¨ªa estado mal que David Miliband, actual ministro brit¨¢nico de Asuntos Exteriores, hubiese aceptado el puesto europeo que le propon¨ªan. Pero tanto uno como otro los rechazaron. El primero, por razones que s¨®lo ¨¦l conoce; el segundo, porque ha preferido intentar hacerse con el liderazgo del laborismo brit¨¢nico, ahora que su partido va a volver a la oposici¨®n.
Blair no ten¨ªa los papeles en regla: no suscribi¨® el euro ni Schengen y adem¨¢s opt¨® por Bush en Irak
El caso de Tony Blair es diferente: su promoci¨®n tropez¨® con los argumentos de quienes consideran que, desde el punto de vista europeo, no tiene los papeles en regla (no suscribi¨® el euro ni Schengen y, adem¨¢s, tom¨® partido por Bush durante la guerra de Irak). Pero, entre la opini¨®n p¨²blica, estas negociaciones consolidaron la idea de que a la cabeza del Consejo Europeo hac¨ªa falta una personalidad fuerte y capaz de imponer sus puntos de vista.
El problema es que este an¨¢lisis parte de un malentendido. Todo se produjo, en efecto, como si se hubiese tratado de elegir al presidente de Europa, cuando lo que estaba en juego era el puesto de presidente del Consejo Europeo, que no tiene m¨¢s poderes que el de presidir, cuatro veces al a?o, la reuni¨®n de los 27 jefes de Estado y de Gobierno. Lo que se pretende, en las nuevas instituciones nacidas del Tratado de Lisboa, es que el presidente del Consejo sea, antes que nada, un "facilitador", alguien que prepara el consenso y lo hace avanzar. En tales condiciones, la elecci¨®n del primer ministro belga puede parecer pertinente por su capacidad para llevar a cabo la imposible unidad belga.
El mismo efecto ¨®ptico hizo olvidar que los verdaderos poderes siguen radicando en la Comisi¨®n. Pero la verdadera innovaci¨®n del Tratado de Lisboa es la creaci¨®n del puesto de Alto Representante. Catherine Ashton asume, en efecto, las atribuciones, hasta ahora separadas, de Javier Solana -de la personalidad que presid¨ªa cada seis meses el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores- y el comisario de Asuntos Exteriores. Ashton asume todas esas funciones, as¨ª como el puesto de vicepresidenta de la Comisi¨®n y, por tanto, estar¨¢ al frente de una verdadera administraci¨®n, de un embri¨®n de red diplom¨¢tica y contar¨¢ con verdaderos medios de acci¨®n. Esto es sin duda lo m¨¢s criticable: la reunificaci¨®n de todas esas funciones internacionales de Europa habr¨ªa merecido una personalidad que pudiese imponerse desde el principio a los 27 ministros de Asuntos Exteriores.
Pero, como es sabido, a trav¨¦s de Ashton, lo que se pretend¨ªa era paliar la defecci¨®n de David Miliband. Y, como el presidente era de derechas, hac¨ªa falta un alto representante de izquierdas. Por a?adidura, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy consideraban que hab¨ªa que enviar un mensaje a Gran Breta?a, en un momento en el que en el horizonte brit¨¢nico acecha el regreso de los conservadores, que ya no son s¨®lo euroesc¨¦pticos, sino eurohostiles.
Adem¨¢s, hay que recordar de d¨®nde venimos: de una Europa atascada que, objetivamente, retroced¨ªa y cuyo desmembramiento final no era algo inveros¨ªmil. Desde este punto de vista, nunca se repetir¨¢ bastante hasta qu¨¦ punto fueron desastrosos para Europa los a?os Blair-Schroeder-Chirac, a?os enteramente dedicados al debilitamiento de la Comisi¨®n y al retorno del nacionalismo, que culminaron con el funesto Tratado de Niza. No hay m¨¢s remedio que reconocer que Nicolas Sarkozy, en sus seis meses de presidencia de la Uni¨®n, ha vuelto a encarrilar a Europa.
Cuando observamos la reciente gira de Obama por Asia y el lento distanciamiento de EE UU, no podemos sino alentar la concienciaci¨®n de la formidable carencia de Europa. Ser¨ªa parad¨®jico imputar a unos dirigentes que demostraron su voluntad de sacar a la UE del atolladero una intenci¨®n de no hacer nada m¨¢s. Sabemos que el destino de Europa depende hoy de aquellos que, en el Consejo, especialmente franceses y alemanes, quieren hacerla avanzar.
Traducci¨®n de Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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