Herta M¨¹ller y la construcci¨®n europea
?Qu¨¦ papel desempe?a la UE ante las situaciones de diversidad nacional de los Estados del continente? Lo cierto es que no dispone de mecanismos de verificaci¨®n del "respeto y protecci¨®n de las minor¨ªas"
El pr¨®ximo 10 de diciembre, la escritora alemana de origen rumano Herta M¨¹ller recibir¨¢ en Estocolmo el Premio Nobel de Literatura. Desde que en 1958 recayera en Boris Pasternak, en el ¨²ltimo medio siglo el Premio Nobel ha ido a parar en 15 ocasiones a escritores originarios de Europa central y oriental, que en muchos casos comparten una historia de extra?amiento, exilio o disidencia. El mismo Pasternak, que estaba en el punto de mira del KGB, fue obligado a rechazar el galard¨®n por las autoridades sovi¨¦ticas; en 1970 el premiado fue Alexandr Solzhenitsin, que poco despu¨¦s fue privado de la ciudadan¨ªa sovi¨¦tica y deportado; en 1980 el Nobel fue para Czeslaw Milosz, que 30 a?os atr¨¢s hab¨ªa desertado de la Polonia comunista; en 1984, para Jaroslav Seifert, que hab¨ªa estampado su firma en la Carta 77 junto a V¨¢clav Havel, y en 1987 para Joseph Brodsky, expulsado en su d¨ªa de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. A cuenta del fascismo alem¨¢n, tambi¨¦n comparten desarraigo la laureada de 1966 Nelly Sachs, huida de la Alemania nazi; el de 1978, Isaac Bashevis Singer (el Nobel de la lengua yidish), emigrado de Polonia ante la amenaza hitleriana; el de 1981, Elias Canetti, que abandon¨® Austria tras su anexi¨®n al Reich, o el de 2002, Imre Kert¨¦sz, que corri¨® peor suerte y estuvo en Auschwitz.
Los Nobel a escritores de Europa del Este expresan una vindicaci¨®n frente a los totalitarismos
Los reparos de Klaus al Tratado de Lisboa reviven la expulsi¨®n de los alemanes de los Sudetes
Los Premios Nobel de Literatura acaso expresan la vindicaci¨®n por parte de la Academia Sueca de una Europa central y oriental especialmente azotada por el nazismo y separada del resto del continente, tras la victoria del comunismo, por un nada metaf¨®rico tel¨®n de acero. En el caso de Herta M¨¹ller, es la combinaci¨®n de ambos totalitarismos lo que explica su circunstancia vital, que no deja de ser un exponente de lo sucedido con las minor¨ªas alemanas del Este en el tr¨¢nsito del uno al otro.
En su pol¨ªtica expansionista, Hitler utiliz¨® a los alemanes de diversos Estados de Europa central y oriental, empezando por los Sudetes, la regi¨®n de Checoslovaquia cuya anexi¨®n al Reich deb¨ªa servir para evitar una segunda guerra mundial, y siguiendo por Dantzig (ahora, Gdansk), la antigua ciudad prusiana que precipit¨® su estallido. En Rumania, los germanohablantes de pronto se convirtieron en Volksdeutsche. Aunque los suabos instalados en la regi¨®n del Banato en el siglo XVIII y los sajones que habitaban Transilvania desde el XII tuvieran experiencias hist¨®ricas y h¨¢bitos culturales diferentes, todos serv¨ªan, primero para aclamar a Hitler y despu¨¦s para enrolarse en el Ej¨¦rcito alem¨¢n en la campa?a contra la URSS, como fue el caso del padre de Herta M¨¹ller.
Cuando las tornas de la Segunda Guerra Mundial cambiaron, los alemanes del Este pasaron de beneficiarios a v¨ªctimas. La irrupci¨®n del Ej¨¦rcito Rojo en Europa central y oriental caus¨® la huida de muchos alemanes, una huida que en el caso de Checoslovaquia y Polonia anticipaba un proceso de limpieza ¨¦tnica en toda regla. En la Checoslovaquia reconstituida y en la nueva Polonia millones de alemanes fueron directamente expulsados, no tanto por su supuesta colaboraci¨®n individual con los nazis como por su condici¨®n colectiva de alemanes. En otras palabras, el indudable sufrimiento checo y polaco bajo el nazismo sirvi¨® de pretexto para saldar del modo m¨¢s definitivo posible una vieja cuenta nacional. De la noche al d¨ªa, Checoslovaquia y Polonia se desembarazaron del problema alem¨¢n con el que conviv¨ªan desde hac¨ªa siglos y que tantas dificultades hab¨ªa planteado a sus proyectos de nation-building respectivos desde la proclamaci¨®n de su independencia en 1918. Los checoslovacos intentaron expulsar tambi¨¦n a los h¨²ngaros de Eslovaquia, pero para esto no recibieron el apoyo aliado. Con apoyo sovi¨¦tico, los comunistas polacos s¨ª que lograron llevar a cabo la Operaci¨®n V¨ªstula para disolver a los ucranianos; a?adiendo todo esto al exterminio de los jud¨ªos, la Polonia multi¨¦tnica de entreguerras se convirti¨® en una sociedad ¨¦tnicamente homog¨¦nea.
En el caso de Rumania, las cosas fueron s¨®lo ligeramente distintas. A pesar de que los ocupantes sovi¨¦ticos deportaron a miles de alemanes a campos de trabajo de la URSS y de que posteriormente las autoridades comunistas rumanas juguetearon con otras deportaciones de alemanes a las estepas del sureste del pa¨ªs, no hubo un proceso de expulsi¨®n masiva como el de Polonia o Checoslovaquia. Pero los comunistas minaron las bases socioecon¨®micas de la minor¨ªa alemana (los alemanes, que llegaron a Rumania por la promesa de tierras, no encajaban en un mundo de granjas colectivas y de industrializaci¨®n a marchas forzadas) y fueron los art¨ªfices de una sociedad que aunaba el f¨¦rreo control ideol¨®gico a unas condiciones materiales de vida penosas. Todo ello motiv¨® un inexorable proceso de disoluci¨®n de la minor¨ªa alemana, que tuvo entre sus pen¨²ltimos jalones la emigraci¨®n de Herta M¨¹ller a Alemania en 1987.
La liquidaci¨®n del problema alem¨¢n en la Europa central y oriental no liquid¨® todos los problemas nacionales que hab¨ªa dejado sin resolver la aplicaci¨®n del principio de las nacionalidades. En Eslovaquia subsiste una importante minor¨ªa h¨²ngara, lo mismo que en la Transilvania rumana. En Bulgaria permanece una minor¨ªa turca. En Estonia y Letonia destacan sendas minor¨ªas rus¨®fonas de origen m¨¢s reciente. Si salimos de las fronteras de la Uni¨®n, la homogeneidad no es precisamente la norma. En Macedonia, por ejemplo, existe una importante minor¨ªa albanesa; en Kosovo todav¨ªa resiste una exigua minor¨ªa serbia; en Serbia, la provincia de Voivodina re¨²ne a seis nacionalidades distintas. Por no hablar de Bosnia...
Considerando que los reparos del presidente V¨¢clav Klaus al Tratado de Lisboa han hecho revivir la expulsi¨®n de los alemanes de los Sudetes, una pregunta que podemos hacernos hoy es qu¨¦ papel juega la Uni¨®n Europea ante las situaciones de diversidad nacional de los Estados europeos. La respuesta no es especialmente estimulante. En los criterios de Copenhague siempre ha habido lo del "respeto y protecci¨®n de las minor¨ªas", pero la verdad es que la aplicaci¨®n de este criterio arroja algunas dudas. La Uni¨®n Europea no dispone de verdaderos mecanismos de verificaci¨®n del "respeto y protecci¨®n de las minor¨ªas" despu¨¦s del ingreso y, por descontado, no aplica ese criterio a los Estados que ya eran miembros antes de que se definieran expl¨ªcitamente los criterios de Copenhague (por ejemplo, la Uni¨®n no tiene nada que decir sobre Grecia, que simplemente niega la existencia de una minor¨ªa eslavo-macedonia en su territorio).
La Uni¨®n tampoco aprovecha adecuadamente los posibles mecanismos de otras instituciones. As¨ª, no ha planteado como condici¨®n para el ingreso la ratificaci¨®n del Convenio Marco para la Protecci¨®n de Minor¨ªas Nacionales o de la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias. Hay Estados miembros que no han ratificado estos instrumentos y tambi¨¦n los hay que los incumplen, sin que ello d¨¦ lugar a ning¨²n tipo de amonestaci¨®n como el que pueden suscitar unas tarifas telef¨®nicas abusivas, por decir algo. Todo esto, nos dir¨¢n, no deber¨ªa sorprendernos. La Uni¨®n es una Uni¨®n de Estados nacionales y su papel hist¨®rico, al margen de las apariencias, ha sido fosilizar esos Estados como actores pol¨ªticos y como marcos de referencia de los ciudadanos. La Uni¨®n, sin duda, debe tener una pol¨ªtica exterior com¨²n o una pol¨ªtica de defensa com¨²n, pero tambi¨¦n deber¨ªa tener una pol¨ªtica interior com¨²n, que vele por la acomodaci¨®n de la diversidad nacional dentro de los Estados y le d¨¦ visibilidad a nivel comunitario.
Aqu¨ª se necesitan nuevas ideas, que no vendr¨¢n necesariamente de los voceros de algunos grupos nacionales, m¨¢s interesados en crear nuevos Estados nacionales que en encontrar f¨®rmulas satisfactorias de convivencia multinacional. El catal¨¢n Oriol Junqueras, al ver ondear las 27 ense?as de los Estados miembros el d¨ªa que tom¨® posesi¨®n de su euroesca?o, coment¨® que faltaba una bandera. ?Faltaba una o sobraban 27? He aqu¨ª la cuesti¨®n que habr¨¢ que abordar tarde o temprano si lo de la uni¨®n pol¨ªtica ha de ir en serio. En otras palabras: ?cu¨¢ndo podremos decir, simplemente, que el Nobel ha reca¨ªdo en una escritora europea?.
Albert Branchadell es profesor de la Facultad de Traducci¨®n e Interpretaci¨®n de la Universitat Aut¨°noma de Barcelona
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