Estrategia del reencuentro
Son muchas cosas las que unen a catalanes y espa?oles. No tiene sentido alguno cultivar ese cinismo que se?ala que s¨®lo existe en com¨²n el hartazgo por la inane cerraz¨®n de las respectivas clases pol¨ªticas
Si un terremoto asolara Catalu?a, la mayor¨ªa de los catalanes preferir¨ªamos refugiarnos en Zaragoza antes que en Marsella, en Valencia antes que en Lyon, en Madrid antes que en Par¨ªs. Seguir¨ªamos, pues, en Espa?a en lugar de salir al extranjero en busca de acogida, de calor, de amistad. Pero la desmesura del ejemplo imaginario al que acabo de recurrir delata al instante la magnitud del desencuentro entre Catalu?a y Espa?a. Tiene remedio, s¨®lo que, como ya ocurri¨® entre 1975 y 1980, habr¨¢ que volver a empezar. La estrategia del reencuentro tiene tres ejes: el primero pasa por la implantaci¨®n territorial del catal¨¢n; luego, es preciso que Catalu?a obtenga capacidad real de decisi¨®n para captar y asignar recursos econ¨®micos; y, por ¨²ltimo, necesita juzgados y tribunales propios e independientes. Como toda estrategia, ¨¦sta persigue garantizar la pervivencia de una cultura -la hisp¨¢nica- en la cual todav¨ªa nos reconocemos muchos. Su objetivo a largo plazo es el reencuentro, una nueva uni¨®n con ventajas mutuas. Y la clave del ¨¦xito reside en saber articular la estrategia de modo tal que ambas partes -Espa?a y Catalu?a- se comprometan irrevocablemente a jugar limpio durante el largo proceso de autodeterminaci¨®n, negociaci¨®n y apertura de un periodo constituyente. Vamos a ello.
Catalu?a independiente tendr¨ªa la pol¨ªtica exterior de un pa¨ªs muy peque?o, es decir, ninguna
Espa?a sabe que buena parte de la inmigraci¨®n, que no vota, puede ser nacionalizada
En primer lugar, el catal¨¢n habr¨¢ de ser la lengua visible en el territorio catal¨¢n, como el alem¨¢n, en Z¨²rich, o el franc¨¦s, en Quebec. Ning¨²n arreglo de menor intensidad bastar¨¢. Nunca. Pero, a cambio de ello, los espa?oles prestar¨¢n un servicio inmenso a los catalanes si nos reclaman hacer de la lengua un instrumento formidable de cohesi¨®n social, jam¨¢s una barrera de entrada. El catal¨¢n no puede ser degradado al papel de coartada de mediocres, de quienes, siempre mezquinos, esconden su inepcia tras la noble lengua de Ramon Llull y Ausi¨¤s March. El compromiso doler¨¢ a ambas partes, pero todos saldremos ganando. Y nuestros nietos dar¨¢n fe.
Luego Catalu?a deber¨¢ disponer de autonom¨ªa econ¨®mica y concertaci¨®n fiscal. A cambio de ello, Espa?a exigir¨¢ prevalencia efectiva del derecho estatal en los ¨¢mbitos regulatorios propios de un mercado ¨²nico, pues ni este pa¨ªs ni las empresas que invierten en ¨¦l pueden permitirse 17 agencias reguladoras de la competencia, 17 bancos de Espa?a, 17 agencias de protecci¨®n de datos y as¨ª sucesivamente. En 1980, Catalu?a tuvo su oportunidad de crear una Administraci¨®n P¨²blica mod¨¦lica -pues arrancaba de cero- pero la malogr¨® en buena medida y a conciencia. Pudimos tener un civil service, pero construimos una diputaci¨®n provincial grande. Administrativamente, estuvimos por debajo de lo exigible: una de las grandes cualidades de la Administraci¨®n Central del Estado, que se cuenta entre de las mejores del mundo, es la calidad sin par de sus altos cuerpos de funcionarios, pero los catalanes no acertamos a la hora de copiar el modelo. Casi por suerte, con todo, los asalariados del sector p¨²blico catal¨¢n son menos del 13% de las personas ocupadas.
En tercer lugar, urge una judicatura espec¨ªficamente catalana, tribunales propios como los de California o Nueva York: los catalanes no queremos s¨®lo llenar de contenido econ¨®mico los poderes legislativo y ejecutivo que ya tenemos, sino que reivindicamos tambi¨¦n el judicial, pues el primero y el segundo carecen de sentido sin el tercero. Pero Catalu?a deber¨¢ aceptar de Espa?a una regla estatal de diversidad (diversity jurisdiction): los tribunales espa?oles ser¨¢n competentes en los litigios entre catalanes y no catalanes, sean individuos o compa?¨ªas mercantiles. Esto ser¨¢, quiz¨¢s, lo m¨¢s dif¨ªcil, pues todo tribunal es casero y, una vez m¨¢s, Catalu?a habr¨¢ de confiar en la neutralidad de los tribunales espa?oles. Apuesto por ello: la mayor parte de los jueces de este pa¨ªs carecen de color pol¨ªtico. A Dios gracias.
La estrategia del reencuentro se articula mediante una negociaci¨®n, sigue con una votaci¨®n y culmina con una reforma constitucional. Los catalanes reclamaremos negociar y, luego, votar en paz. Pero, en el proceso, Espa?a podr¨¢ rendirnos el inmenso servicio de exigir respeto a las reglas del juego limpio. As¨ª, la pregunta sobre la autodeterminaci¨®n habr¨¢ de ser inexcusablemente clara. Al respecto, la Ley de 29 de junio de 2000, del Parlamento de Canad¨¢ (Canadian Clarity Act), es una muy buena gu¨ªa y ya est¨¢ inventada. Los canadienses se hab¨ªan dirigido a su Tribunal Supremo en busca de una soluci¨®n al embrollo de Quebec y el Tribunal, en una sentencia legendaria de 1998, estableci¨® el canon de la doble claridad: en primer lugar, resolvi¨®, la pregunta a los ciudadanos de la provincia deber¨ªa ser n¨ªtida y directamente si aqu¨¦llos querr¨ªan dejar de formar parte de Canad¨¢ y acceder a la independencia. Y en segundo t¨¦rmino, una mayor¨ªa clara de la poblaci¨®n deber¨ªa pronunciarse afirmativamente. S¨®lo tras la doble clarificaci¨®n resultar¨ªa posible arrancar una negociaci¨®n pol¨ªtica y el proceso consiguiente de modificaci¨®n de la Constituci¨®n.
La pregunta en un refer¨¦ndum catal¨¢n, por tanto, no podr¨¢ ser ni farragosa, ni si los catalanes escogemos entre el Cielo y esta tierra, siempre dura y agreste, sino si estaremos dispuestos a soltar amarras. Porque Espa?a es una polity seria: un Estado respetado -a pesar de sus gobiernos- que tiene pol¨ªtica exterior y hasta de defensa. Cuenta con empresas de nivel mundial, a las cuales controla en ¨²ltima instancia. La lengua espa?ola es un portaaviones profesional, econ¨®mico y cultural de primera magnitud. Sin autoenga?os, los catalanes deber¨ªamos ser conscientes de que una Catalu?a independiente tendr¨ªa la misma pol¨ªtica exterior que un pa¨ªs europeo muy peque?o, es decir, ninguna. Como habr¨ªamos de serlo ya que, en todas las elecciones auton¨®micas bajo el r¨¦gimen constitucional de 1978, nunca se ha abstenido menos del 35% del censo electoral, mientras que, en las generales, s¨®lo una vez un porcentaje mayor del electorado dej¨® de votar. Claridad, pues, en la pregunta y claridad tambi¨¦n -rotundidad- en la respuesta: la que brinda una mayor¨ªa real. No olvidemos que alg¨²n nacionalista catal¨¢n radical teme m¨¢s a las gentes que viven y trabajan en Catalu?a que a los espa?oles, pues si ma?ana realmente vot¨¢ramos todos, saldr¨ªa que no. Que no.
Espa?a tiene armas, instrumentos pol¨ªticos de primera magnitud para hacer entrar a muchos catalanes en las razones inconfesadas del realismo, del inter¨¦s nacional: en Europa est¨¢ Espa?a, no Catalu?a -esquina en desgarro, como dir¨ªa el notario Juan Jos¨¦ L¨®pez Burniol- una Catalu?a que no es Eslovaquia, ni Eslovenia, ni Flandes. Espa?a sabe que buena parte de la inmigraci¨®n, que no vota, puede ser nacionalizada y puede empezar a hacerlo. De ah¨ª las angustias de algunos nacionalistas, nativistas claros que reclaman votar ya, no fuera que un mill¨®n de neocatalanes diera al traste con su invento dentro de cuatro d¨ªas. Al tanto: a muchos catalanes nos atrae del nacionalismo su amor sincero por la lengua y por la manera catalana de hacer las cosas. Pero nos distancia de ¨¦l su faccionalismo cainita -?en los campos de f¨²tbol veo tres banderas catalanas distintas!- y su eventual propensi¨®n a confundir disidencia con traici¨®n -?qu¨¦ me espera tras haber afirmado en p¨²blico aquello que defiendo en privado?-.
Pero escribo de buena fe con lo que resta de mi ¨¢nimo, volcado en el inter¨¦s de todos o de casi todos, en el de un reencuentro que nos permita otras dos generaciones de vida compartida en Sefarad, fascinante pell de brau. ?Qu¨¦ nos une a catalanes y espa?oles?, me preguntar¨¢n. Muchas cosas y bastantes muy buenas, cr¨¦anme: no caigan, por favor, en la tentaci¨®n del cinismo, en la noci¨®n de que a catalanes y espa?oles s¨®lo nos unir¨ªan el hartazgo compartido ante la inane cerraz¨®n de nuestras respectivas clases pol¨ªticas y la sospecha terrible de que, a la postre, son precisamente las nuestras porque nosotros mismos las hemos puesto a mandar, que aqu¨ª nadie ha nacido en los ¨¢rboles. Y es que la duda embarazosa que nos abruma a todos es si, al final, el problema real de Catalu?a no es tanto aquello que la diferencia de Espa?a, como precisamente aquello en lo que coincide con ella, que es casi todo. Lo bueno y lo malo. Persigamos, pues, lo mejor en el reencuentro del ma?ana. Ganar¨ªamos.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil en la Universitat Pompeu Fabra.
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