Aznar va ganando
En su confrontaci¨®n dial¨¦ctica con la vicepresidenta de todos los embrollos del Alakrana, Soraya S¨¢enz de Santamar¨ªa afirm¨® que el PP habr¨ªa usado la fuerza para liberar a los secuestrados y nunca hubiese pagado rescate. La portavoz del PP se situaba de esta manera en perfecta coherencia con la l¨ªnea de intransigencia y de pocos escr¨²pulos en el recurso a las armas que Aznar impuso como doctrina en la ¨¦poca dorada del PP. El esp¨ªritu de Marte, para decirlo al modo de Robert Kagan, que Aznar inculc¨® a su partido, al asumir incondicionalmente los presupuestos de la revoluci¨®n neoconservadora, cay¨® sobre el hemiciclo cuando S¨¢enz de Santamar¨ªa acus¨® al Gobierno socialista de tener "prejuicios" que les imped¨ªan hacer el uso debido de la violencia. Obviamente, la dirigente popular no se plante¨® los riesgos que los secuestrados hubiesen corrido en caso de asalto armado. Son los inevitables efectos colaterales.
El debate parlamentario sobre el Alakrana ha coincidido en el tiempo con la pol¨¦mica en torno a la constitucionalidad del Estatuto de Catalu?a. Esta casualidad, que la incapacidad del Tribunal para salir del atolladero ha hecho posible, es interesante porque confirma el peso del aznarismo en el PP. Tanto la idea de poner coto al Estado de las autonom¨ªas, con una reconducci¨®n de las competencias, como la convicci¨®n de que la fortaleza de un Estado se demuestra con las armas (que tuvo su versi¨®n tr¨¢gica en Irak y su versi¨®n c¨®mica en Perejil) forman parte sustancial del cuerpo doctrinal que Aznar leg¨® al PP. Dos pilares ideol¨®gicos que tienen mucho que ver el uno con el otro.
Lo que est¨¢ en juego en el Constitucional es lo que Aznar llamar¨ªa la segunda transici¨®n: cerrar el Estado auton¨®mico de una vez para siempre, poner l¨ªmites infranqueables a las comunidades y especialmente a Catalu?a. ?ste y no otro era el objetivo del recurso presentado por el PP contra el Estatuto que est¨¢ en el origen del problema: una vez m¨¢s, el PP quiso ganar en los Tribunales lo que perdi¨® en los Parlamentos y en las urnas, cargando sobre los jueces una tarea pol¨ªtica que no les corresponde. El Constitucional ni puede ser nunca una cuarta c¨¢mara legislativa, ni puede servir para resolver los conflictos pol¨ªticos que gobiernos y oposiciones no han sido capaces de pactar. El silencio de Rajoy es elocuente: sabe que retirar el recurso ser¨ªa romper con la doctrina Aznar y enajenarse definitivamente a buena parte del coro ideol¨®gico de la derecha y al n¨²cleo duro de su electorado, al mismo tiempo, desear¨ªa que este c¨¢liz pasara r¨¢pido y discretamente para no perder su expectativa de alianza con CiU, despu¨¦s de las elecciones catalanas.
En principio, es raro e inusual que se debata sobre una sentencia que todav¨ªa no se ha pronunciado. Algunos hablan de intolerables presiones sobre el Tribunal. Por lo visto, pedir prudencia en la redacci¨®n de la sentencia es una presi¨®n inadmisible y exigir que se recorte el Estatuto sin contemplaciones, no lo es. En este pa¨ªs, todo depende del lugar desde el que se mira. ?Por qu¨¦ este choque previo entre un tribunal tortuga y unos dirigentes pol¨ªticos y sociales catalanes cansados de esperar? Porque al Tribunal le ha tocado indebidamente optar entre el cierre del Estado de las autonom¨ªas y el respeto del esp¨ªritu integrador de la Constituci¨®n, con sus pactos pol¨ªticos b¨¢sicos. Si sale una sentencia negativa, la doctrina Aznar habr¨¢ ganado la batalla y la Espa?a plural, que un d¨ªa Zapatero present¨® como una opci¨®n estrat¨¦gica y que pronto se vio que s¨®lo era un eslogan, habr¨¢ quedado hecha a?icos. El soberanismo y el independentismo recibir¨¢n en Catalu?a una importante dosis de legitimidad. Y se abrir¨¢ una nueva etapa entre Catalu?a y Espa?a, con menos pacto y m¨¢s confrontaci¨®n, porque la sensaci¨®n de enga?o ser¨¢ enorme.
Sin embargo, dice el presidente del Gobierno que no pasar¨¢ nada. La fantas¨ªa de todo gobernante espa?ol de que CiU vuelva a controlar el gallinero catal¨¢n al tiempo que garantice la gobernabilidad de Espa?a es anticuada. Artur Mas no podr¨¢ hacer, como Pujol, de icono de la patria que con su sola presencia tapaba los incumplimientos y las renuncias. Ante las nuevas generaciones nacionalistas, que no vivieron la transici¨®n, la gesticulaci¨®n ya no basta. Y la presi¨®n soberanista ser¨¢ permanente. No s¨¦ si tanto el presidente del Gobierno como el propio Tribunal son conscientes de que una sentencia negativa conduce a una dimensi¨®n desconocida en relaci¨®n con Catalu?a: la +ruptura total de la confianza con la que se teji¨® la transici¨®n.
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