Quiero ser salvaje
En mi oficio, queridos lectores, hay escritores que no contentos con el gran esfuerzo que supone crear personajes intentan hacer un personaje de s¨ª mismos. A m¨ª las personas que se convierten en personajes me producen una pereza infinita, me pasa igual que con los actores que representan papeles fuera del escenario, me entra esa modorra que provoca lo previsible. No hay nada m¨¢s admirable que la naturalidad. Hay personas, eso s¨ª, que nacen con el don de la extravagancia. La extravagancia, por as¨ª decirlo, es su estado natural. Esos seres humanos son un lujo para los sentidos. La otra ma?ana, en la celebraci¨®n del d¨ªa contra el sida, me encontr¨¦ con uno de esos raros prodigiosos: ?lvaro Pombo. Dado lo escasamente extravagantes que son los hombres en Espa?a, a Pombo habr¨ªa que cuidarle (no s¨¦ c¨®mo articular esta iniciativa) como si fuera de una especie en extinci¨®n. Ese hombre que corona un abrigo gris de pa?o con un gorro para la sierra en la cabeza; ese hombre que lleva un bast¨®n porque dice que le duele la rodilla (?excusas!) sobre el que se apoya con una pose chaplinesca; ese t¨ªo que sale al escenario y se olvida de que es escritor y se convierte en c¨®mico, ¨¦se, se?ores, es mi lince ib¨¦rico. Pero, cuidado, que la peculiaridad f¨ªsica es s¨®lo un reflejo de su originalidad intelectual. Leerlo es entrar en una fiesta literaria, se inventa palabras, usa el lenguaje como si fuera chicle y mezcla lo culto con lo canalla. Pero, cuidado, que su manera de escribir es s¨®lo un reflejo de la libertad con la que piensa. Dicen que s¨®lo los borrachos y los ni?os dicen la verdad. Yo a?ado, y Pombo. Es un ant¨ªdoto andante contra el lugar com¨²n. Y eso, en un mundo de colectivos, grupitos y capillas, como es el espa?ol, resulta abrasivo. No se declara gay sino pregay. Dice que el t¨¦rmino lo invent¨® para ¨¦l Eduardo Mendicutti y que le ha venido al pelo dado que Pombo fue gay antes de que se inventaran los colectivos. Como dice cosas tan fuera de lo correcto, como que hay que volver al armario o que detesta las carrozas, hay quien en vez de re¨ªrse o de analizar la verdad que toda broma encierra, se irrita. Ya despu¨¦s del acto, sentados en la cafeter¨ªa del C¨ªrculo de Bellas Artes, tras inaugurar la tertulia ma?anera con algo contundente, "?un gin and tonic!", Pombo me dio un codazo y me dijo, "pues no te digo que ha habido gais que me han llamado hom¨®fobo. ?A m¨ª, que fui quien se lo invent¨®!". Ah¨ª estaba, en el centro, setenta a?os y m¨¢s joven que todos los que le rodeamos. Y no por ese radicalismo facil¨®n que exhiben algunos viejos sino por la energ¨ªa que desprende aquel que se ha ganado a pulso su libertad individual; libertad que no se queda en un mero triunfo personal sino que ampl¨ªa la de los dem¨¢s. Pienso en la necesidad que tenemos de personas as¨ª en Espa?a. ?l se define como un salvaje. Si ser salvaje es decir lo que se piensa sin temor al malentendido o al juicio cruel de los dem¨¢s, ?yo tambi¨¦n quiero ser salvaje! Pienso en la rigidez est¨¦tica y moral de este pa¨ªs, en el que nada m¨¢s conocer a una persona le colocamos en su casilla correspondiente: creyente, ateo, progre, socialista o pepero, para, a partir de ah¨ª, bendecirlo o crucificarlo. Si en algo nos parecemos los espa?oles es en nuestra falta de flexibilidad. Y los partidos pol¨ªticos han contribuido enormemente a construir este enorme casillero en el que vivimos, que nos impide en muchas ocasiones llegar a ver a los seres humanos, porque anteponemos los adjetivos a las cosas esenciales: la bondad, la inocencia, el sentido del humor. ?Para qu¨¦ nos puede servir salir al extranjero? ?Por qu¨¦, por ejemplo, la Rep¨²blica promov¨ªa que sus estudiantes, aquellos que estaban destinados a dirigir el pa¨ªs, se airearan fuera de Espa?a? No est¨¢ claro que a todo el mundo le aprovechen los viajes, hay mentes amejillonadas que no se abren ni con agua hirviendo, pero, en general, sirven para conocer a gente fuera de nuestro contexto familiar, ese contexto tan espa?ol que nos lleva a considerar al primer vistazo c¨®mo es una persona por c¨®mo viste o c¨®mo se expresa. Al instante sabemos si es o no es de los nuestros. Fuera de nuestro corral es m¨¢s dif¨ªcil el juicio r¨¢pido; en pa¨ªses con m¨¢s mezcla real realizar una clasificaci¨®n r¨¢pida es tan complicado que lo primero que nos llega de otro ser humano es si es amable, si tiene encanto; poco a poco, claro, le iremos colgando adjetivos, los referidos a su ideolog¨ªa, a sus creencias. Pero esa forma distinta de conocimiento nos induce a conocer a los otros por c¨®mo se comportan, es decir, por c¨®mo son de verdad. En realidad, creo que lo que ocurre es que a¨²n no sabemos bien lo que es la democracia, que no sabemos qu¨¦ hacer con los que piensan de manera diferente de la nuestra. Hablamos de diversidad, mestizaje, naci¨®n de naciones. ?Palabras, palabras! La realidad es que arrinconar¨ªamos a quien no es como nosotros. Por eso los Pombos son tan necesarios. Yo soltar¨ªa Pombos en lugares estrat¨¦gicos: un Pombo en la escuela, un Pombo en cada colectivo, otro en cada partido, alguien que siempre estuviera en desacuerdo con la vulgaridad, con su abrigo gris, su gorro de esqu¨ª y su bast¨®n charlotesco. Con un Pombo cada cien mil habitantes respirar¨ªamos un aire m¨¢s fresco.
A ?lvaro Pombo, un raro prodigioso, habr¨ªa que cuidarle como si fuera de una especie en extinci¨®n
"Pues no te digo que ha habido gais que me han llamado hom¨®fobo", dice Pombo. "?A m¨ª, que fui quien se lo invent¨®!"
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