Se busca un cad¨¢ver
Desaparecen los restos de un empresario al que le iban a tomar muestras de ADN a petici¨®n de un hijo ileg¨ªtimo que reclama su herencia
Llov¨ªa en un pueblo de Galicia, era viernes y hac¨ªa un fr¨ªo de mil demonios. Daban las doce en el reloj de la iglesia. Los forenses y funcionarios del juzgado, resguardados bajo los paraguas, abrieron la cancela del cementerio, oscuro y envuelto en un silencio s¨®lo roto por las campanadas. Delante de una hilera de nichos, el enterrador retir¨® la l¨¢pida de m¨¢rmol de Crisanto L¨®pez, un adinerado empresario muerto dos a?os antes. Meti¨® despu¨¦s la cabeza en el hueco y no vio la caja. Tante¨® con el brazo por si acaso y s¨®lo acert¨® a tocar telara?as y un ramo de flores secas.
Minutos m¨¢s tarde, el secretario judicial dej¨® escrito en el acta, con letra de funcionario y tinta corrida por el agua, lo siguiente: "No hay ning¨²n cuerpo enterrado en el nicho". Un dong hueco proveniente del campanario anunci¨® que era la una.
No es un secreto que Crisanto ten¨ªa hijos no reconocidos. "Puede haber un pu?ado m¨¢s", dice un amigo de la familia
Han pasado dos semanas desde aquello, pero en Cee, un pueblo de la Costa da Morte, sigue lloviendo. De camino a San Tirso, una aldea cercana, hay que esquivar una jaur¨ªa de perros mojados. En lo alto de una colina est¨¢ la casa de Enrique Caama?o, un taxista que mantiene una dura pugna por la herencia de Crisanto con las tres hijas leg¨ªtimas del empresario. El lugare?o asegura que naci¨® de una aventura amorosa que mantuvieron su madre y el empresario hace 50 a?os, en medio de este paisaje de vacas y h¨®rreos. Como hijo, dice tener derecho a una parte de su legado, estimado en unos 12 millones de euros. Para desenredar el asunto, una juez orden¨® que se tomaran muestras del cad¨¢ver para demostrar si de verdad era o no su padre, pero cuando se abri¨® el nicho all¨ª no quedaba nada. Ni ata¨²d ni cad¨¢ver. "?C¨®mo se atreven a ocultarlo de esa manera tan descarada?", se pregunta Caama?o en la puerta de su casa.
Todos miran a las hijas, pero ellas niegan una y otra vez tener algo que ver. La ma?ana lluviosa en la que se abri¨® el nicho, ni siquiera aparecieron por el cementerio. El cura de esa parroquia, Manuel V¨¢zquez, mantiene la teor¨ªa de que el sarc¨®fago permanece a¨²n en el cementerio: "No creo que hayan transportado el cuerpo, seguramente sigue en el mismo pante¨®n de la familia. En el nicho de arriba o de abajo. Trasladarlo es un foll¨®n". La Guardia Civil piensa lo mismo, que quien lo haya hecho no se expondr¨ªa a trasladar el ata¨²d por carretera, ahora que se multiplican los controles para sorprender a los pescadores furtivos.
Cuando el enterrador retir¨® la l¨¢pida, la silicona estaba a¨²n fresca. El robo tuvo que producirse pocos d¨ªas antes. Hay m¨¢s nichos alrededor con la silicona reciente, por lo que pudo ser introducido en alguno de esos agujeros. Qui¨¦n sabe. Es un misterio. Mientras, el pante¨®n est¨¢ precintado y por el camposanto apenas se ve a una anciana que retoca las flores de pl¨¢stico de las tumbas. No se acerca a la de Crisanto L¨®pez.
All¨¢ por los a?os sesenta, en la aldea de San Tirso apenas viv¨ªan 30 personas. Crisanto L¨®pez era el m¨¢s popular de la comarca, un visionario al que se le ocurri¨® exportar madera a Marruecos. Hizo fortuna. Suyas son casi todas las tierras de la zona. A pesar de su fama de mujeriego, estaba casado y ten¨ªa tres hijas. Ocupaba un caser¨®n en la entrada. Unos metros m¨¢s arriba, viv¨ªa de ni?o Enrique Caama?o y su madre, una mujer que tiene hijos de varios padres. Caama?o a¨²n vive en la aldea y afirma que desde que tiene uso de raz¨®n sabe que Crisanto es su padre. ?ste le regal¨® una moto, le felicitaba siempre por su cumplea?os y le dio su primer trabajo en la boyante Maderas Crisanto. "Era una relaci¨®n peculiar, pero siempre me trat¨® con cari?o", explica ya en la cocina de la casa.
Crisanto y su familia se mudaron m¨¢s tarde a un edificio en el centro de Cee, junto al Ayuntamiento. Creci¨® su popularidad. Era muy querido. En una ¨¦poca de muchas penurias, dio trabajo a mucha gente. Al jubilarse dej¨® el negocio en manos de las hijas. Se dedic¨® entonces a estar en familia, dar paseos por el campo y visitar la vieja serrer¨ªa. Estaba orgulloso de su obra. Empez¨® de peque?o con un hacha y una carretera y acab¨® levantando un peque?o imperio.
Poco antes de morir, decidi¨® regalar a Caama?o una casa en la aldea. Se supone que era la herencia que le iba a dejar a su hijo ileg¨ªtimo. Carmen, la hija mayor, anul¨® el acuerdo. Pensaba que su padre, aquejado de demencia senil, estaba siendo enga?ado. Ah¨ª empez¨® la guerra por la herencia.
Tiempo despu¨¦s, en junio de 2007, Crisanto muri¨® a los 81 a?os. Caama?o interpuso una demanda de paternidad y negoci¨® durante dos a?os con las hijas. "?Te tengo debajo de un ojo!", se gritaron la ¨²ltima vez que se reunieron. No hubo acuerdo. Ellas estaban dispuestas entonces a hacerse las pruebas de filiaci¨®n y evitarse el mal trago de exhumar el cad¨¢ver, pero el Instituto de Medicina Legal consider¨® mejor hacerlas directamente con el muerto. As¨ª no hab¨ªa posibilidad de error. Y en una ma?ana de cielo encapotado fue cuando el enterrador abri¨® el nicho y se encontr¨® con la nada. Alguien hab¨ªa robado el cuerpo del maderero. Los culpables podr¨ªan enfrentarse a cuatro a?os de c¨¢rcel por dos delitos, uno de profanaci¨®n de cuerpo y otro de obstrucci¨®n a la justicia. Carmen, Rosa y Angelina niegan tener algo que ver con la desaparici¨®n del difunto y dicen que, si acaso, ellas son las v¨ªctimas. ?D¨®nde se esconden los restos del hombre que fue sepultado en el entierro m¨¢s multitudinario que se recuerda en Cee? Angelina se ofende cuando alguien duda de su palabra y argumenta que el propio taxista "ha podido estar haciendo teatro". "Quiz¨¢ al ver que se iba a demostrar que no era hijo, se deshizo del cuerpo. O alg¨²n amigo lo ha cogido y lo ha echado al r¨ªo. Qu¨¦ s¨¦ yo", apunta misteriosa.
Alberto, el marido de Rosa, habla con naturalidad de la fama de conquistador de su suegro: "Antes, un hombre de dinero que viv¨ªa en una aldea, estaba con muchas mujeres. No creo que se sepa nunca d¨®nde est¨¢ el cuerpo. Y mejor que no aparezca; el taxista no merece llevarse ni un duro".
En los bares del pueblo no se habla de otra cosa. Un amigo de la familia cree que las hijas se equivocaron de plano al no incinerar a su padre: as¨ª se habr¨ªa acabado el problema. Nadie podr¨ªa reclamar nada. "No era ning¨²n secreto que Crisanto ten¨ªa hijos sin reconocer. Puede haber un pu?ado m¨¢s", a?ade apoyado en la barra. Y tras la confesi¨®n empiezan a aparecer los nombres de un pescador, un labrador... Todos se dan un aire a Crisanto.
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