Los otros piratas
Compartir¨ªa los objetivos de ese autodenominado Partido Pirata que defiende la gratuidad de la cultura con el argumento de que es beneficiosa para las personas si, primero, eso fuera verdad siempre y, segundo, su deseo de gratuidad se hiciera extensivo a todas las cosas que nos benefician a las personas: los alimentos, la luz, el agua, la vivienda, los transportes...
Pero, como quiera que estos modernos piratas que utilizan, en vez de barcos y armas, el rat¨®n de su ordenador para apropiarse de la propiedad ajena y cuya denominaci¨®n no les ha impedido presentarse a diversas elecciones y alcanzar incluso representaci¨®n parlamentaria en Bruselas -lo que habla no s¨¦ si de la grandeza o de la estulticia de la democracia-, circunscriben su inter¨¦s ¨²nicamente a lo que se conoce com¨²nmente por cultura, uno no puede menos que rebelarse ante ellos, so pena de que le tomen por tonto.
Utilizan ordenadores en vez de barcos y justifican el robo del trabajo ajeno en nombre de la libertad
?O qu¨¦ es, si no, la persona que asaltada en su casa por un ladr¨®n, adem¨¢s de entregarle la cartera, le felicita por su desfachatez?
La desfachatez es precisamente lo que m¨¢s me asombra de esta cuesti¨®n. Y es que, aparte de robarte, los piratas inform¨¢ticos pretenden, adem¨¢s, que te convenzas de que su robo hace tu obra mejor, puesto que beneficia al que se apropia de ella; esto es, que deber¨ªas sentirte halagado por el hecho de que alguien se hubiera fijado en ti (en tus libros, en tus canciones, en tus pel¨ªculas) para robarte, ya que eso te permite convertirte en un benefactor social.
Algo que tambi¨¦n valdr¨ªa para cualquier otro tipo de propiedad, pero que, de momento al menos, el Partido Pirata no contempla, quiz¨¢ por el respeto que hasta los piratas sienten por la propiedad real. O, si no, vaya usted a quitarles a ellos sus casas o sus ordenadores.
Desde que comenc¨¦ a escribir, me he acostumbrado a vivir con todos esos prejuicios que rodean a la actividad literaria y art¨ªstica. Uno de ellos, no menor, es ese que considera que, como lo que uno hace es cultura, se debe sentir pagado con la admiraci¨®n ajena sin pretender otra contraprestaci¨®n, salvo quiz¨¢ unos pocos dineros que te permitan seguir escribiendo.
As¨ª las cosas, no es de extra?ar que, aparte de escribir gratuitamente o por muy poco dinero y de acudir adonde te llamen del mismo modo, puesto que, adem¨¢s del trabajo de escribir, al escritor se le presupone la obligaci¨®n de promocionar la literatura, incluso la de colaborar a cualquier causa social, de ¨¦sas consideradas de estricta justicia, uno vea casi normal que, mientras la propiedad de los bienes acumulados por los dem¨¢s, ya sean fincas o inversiones, permanece en el tiempo indefinidamente, la de los suyos, que son sus obras, tiene fecha de caducidad. En Espa?a concretamente 70 a?os a partir de la muerte del escritor o el artista, plazo en el que sus obras pasan a ser del dominio p¨²blico.
Lo que ahora pretenden los piratas inform¨¢ticos es, pues, s¨®lo un paso m¨¢s en ese proceso de apropiaci¨®n que, con el argumento del beneficio p¨²blico y en nombre de la cultura, esa palabra que lo justifica todo, la sociedad hace del llamado trabajo intelectual. Lo que les diferencia es s¨®lo la forma en que lo ejecutan, individual e indiscriminadamente (y sin esperar a que el autor se muera), y la justificaci¨®n que esgrimen, que no es otra que la libertad. Otra maravillosa palabra que igual sirve para un roto que para un descosido y que da lugar a absurdos te¨®ricos como el que se nos plantea con este asunto.
No ser¨¦ yo, por lo tanto, el que intente convencer a los piratas de que la libertad jam¨¢s justifica el robo, algo que cualquiera entiende, incluidos ellos mismos (otra cosa es que lo nieguen), ni el que promueva la prohibici¨®n de un partido que tiene por distintivo una calavera y como objetivo el despojo de la propiedad ajena. All¨¢ los otros partidos si le permiten presentarse y sentarse junto a ellos. Eso s¨ª, puesto que la ley me ampara, reclamo para m¨ª y mis compa?eros la misma protecci¨®n que los pesqueros que faenan en el ?ndico y el mismo trato cuando nos asaltan. Al fin y al cabo, tambi¨¦n nosotros vivimos de nuestro trabajo y apreciamos nuestros barcos, que son nuestras creaciones.
Y, aunque no corramos peligro f¨ªsico, como a los pescadores s¨ª les sucede, ni suframos la p¨¦rdida de la libertad (la f¨ªsica, me refiero), sentimos la misma humillaci¨®n que ellos al vernos asaltados por sorpresa y despojados de lo que nos pertenece, con el agravante, adem¨¢s, en nuestro caso de que los piratas son personas que conviven con nosotros, viven sin dificultades (o con las dificultades propias de cualquier persona del primer mundo) y nos desvalijan en nombre de la libertad.
Los piratas del ?ndico por lo menos no pretenden justificar sus robos ni aspiran a que sus v¨ªctimas les feliciten por su actuaci¨®n.
Julio Llamazares es escritor.
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