"Si cedo, expulsar¨¢n a muchos saharauis igual que a m¨ª"
Por la noche Aminetu Haidar revive. En un cuchitril de Lanzarote, escenario de su huelga de hambre, recibi¨® a EL PA?S. Habl¨® de su salud, de sus hijos y, sobre todo, de su lucha como activista
Los amigos saharauis y espa?oles que la rodean prodigan m¨²ltiples consejos al periodista antes de permitirle pasar al cuchitril donde se aloja Aminetu Haidar, que ese d¨ªa cumpl¨ªa 26 d¨ªas en huelga de hambre. "Haz pocas preguntas y vete al grano porque le supone un gran esfuerzo mantener una larga conversaci¨®n", le aconsejan. "Vendremos a sacarte a los pocos minutos para que no nos la agotes", le advierten. "Est¨¢ muy d¨¦bil", le insisten.
Familias saharauis y simpatizantes espa?oles montan una especie de guardia permanente ante la puerta del peque?o edificio, frente a la parada de autobuses tur¨ªsticos situada entre las dos terminales del aeropuerto de Lanzarote. Haidar toca, cuando les necesita, una peque?a campana y acuden a atenderla para, por ejemplo, llevarla al ba?o en silla de ruedas.
"Mientras mi tierra est¨¦ ocupada, el ocupante, Marruecos, tiene la obligaci¨®n legal de darme un pasaporte"
"S¨¦ que mi madre hace lo imposible para evitar que mis hijos vean im¨¢genes m¨ªas en las televisiones espa?olas"
"Si fallezco, el Gobierno espa?ol deber¨¢ asumir la responsabilidad moral del desenlace"
Es entonces cuando los fot¨®grafos la retratan, pero siempre sin flash para no deslumbrarla. Al aire libre, bajo el techo de la parada, se ha improvisado incluso un peque?o centro de prensa. Es ah¨ª donde los numerosos pol¨ªticos, sindicalistas, artistas e intelectuales que visitan a Haidar hacen a la salida su breve declaraci¨®n solidaria.
Lleva 26 d¨ªas en huelga de hambre cuando el periodista entra en lo que fue una habitaci¨®n, sin ventanas, en la que los ch¨®feres de los autobuses que trasladan turistas al aeropuerto de Arrecife depositaban sus bultos. Haidar, de 42 a?os, est¨¢ tumbada en el suelo, pero no ha perdido nada de su agilidad mental, aunque su voz es algo m¨¢s d¨¦bil. Muestra la misma vivacidad al hablar que cuando la vi por ¨²ltima vez, hace mes y medio, en una cafeter¨ªa de Madrid. La conversaci¨®n se desarrolla en franc¨¦s, un idioma que le cuesta menos hablar que el castellano, que chapurrea con dificultad.
"Aguanto, voy tirando", contesta a un comentario sobre su aparente robustez mental. "Pero desde hace cuatro d¨ªas ya no puedo leer peri¨®dicos", se lamenta. "Me canso mucho al fijar la vista", a?ade. "As¨ª que me entero de la actualidad por los res¨²menes orales que me hacen mis amigos. Adem¨¢s, no soporto la luz. Y eso que vengo del lugar m¨¢s luminoso del mundo: el S¨¢hara".
Es de noche y en el cuartucho s¨®lo hay una peque?a l¨¢mpara encendida con la que el periodista apenas logra leer las notas que va tomando. Una gran alfombra cubre el suelo. Haidar est¨¢ tumbada sobre una colchoneta junto a dos peque?as botellas que contienen agua con az¨²car, el ¨²nico alimento que ingiere. El cabecero de su camastro consiste en una gran foto suya con sus dos hijos, de 13 y 15 a?os.
Viv¨ªa con ellos en El Aai¨²n, la capital del S¨¢hara Occidental, hasta que el 14 de noviembre pasado fue expulsada por la polic¨ªa marroqu¨ª tras permanecer detenida 24 horas en el aeropuerto al regresar de un viaje a EE UU, donde recibi¨® el Premio al Coraje Civil 2009 de la Fundaci¨®n Train, y a Espa?a. En el hospital de La Paz de Madrid se someti¨® a una revisi¨®n m¨¦dica. Padece, entre otras dolencias, de una ¨²lcera sangrante y de un problema de espalda.
Son las secuelas de los cerca de cuatro a?os que estuvo encarcelada, en penales secretos en los que fue torturada, durante el reinado del rey Hassan II. Con su hijo, Mohamed VI, fue de nuevo enviada a prisi¨®n en 2005, pero s¨®lo siete meses. Fue entonces cuando, en la C¨¢rcel Negra de El Aai¨²n, hizo su primera huelga de hambre: dur¨® m¨¢s de un mes, para tratar de obtener el estatus de presa pol¨ªtica. No lo consigui¨®, pero si logr¨® alguna mejora de su situaci¨®n carcelaria.
El tono de voz de Haidar es m¨¢s apagado que hace unos meses, pero mantiene casi intacta su sonrisa, incluso cuando arremete con gran dureza contra sus enemigos. S¨®lo se le quiebra la afabilidad de su expresi¨®n cuando evoca a sus hijos. Su rostro se torna triste. "Me duele el coraz¨®n cuando me acuerdo de ellos", confiesa esta mujer a la que le cuesta hablar de sus sentimientos y prefiere hacer hincapi¨¦ en su lucha.
"?ltimamente ya no hablo con ellos por tel¨¦fono", se?ala. "Es demasiado duro para todos". "S¨¦ que mi madre hace lo imposible para evitar que vean en las televisiones espa?olas -la se?al de Canarias se capta en El Aai¨²n- im¨¢genes m¨ªas". "As¨ª lloran menos". "Mi hija, de 15 a?os, escribi¨® la carta pidiendo ayuda para su madre, pero mi hijo, de 13, quer¨ªa ponerse en huelga de hambre". "Le convenc¨ª de que no lo hiciera". "Les dije que nos abrazaremos de nuevo cuando vuelva a El Aai¨²n".
?Pero usted no est¨¢ segura de poder regresar? "Viva o muerta regresar¨¦", responde sin separarse de su sonrisa. ?No ser¨ªa preferible, para la causa del independentismo saharaui que usted permaneciera viva? Haidar, por una vez, titubea: "Quiz¨¢". Pero se apresura a a?adir: "Pero tambi¨¦n est¨¢ mi dignidad, mi lucha leg¨ªtima por un derecho individual, el de volver a mi patria, a mi ciudad, a mi casa". "S¨®lo entonces dejar¨¦ la huelga de hambre". "Si yo cedo es posible que expulsen de la misma manera a otros muchos saharauis".
-Llegar¨¢ un d¨ªa en que ya no est¨¦ en posesi¨®n de sus facultades. El Gobierno espa?ol intentar¨¢ entonces que, mediante una decisi¨®n judicial, usted sea alimentada a la fuerza en un hospital.
-Har¨¦, con la ayuda de mis abogados, todo lo posible por evitarlo. He firmado un escrito para tratar de impedirlo. No voy a revelar ni de qu¨¦ tipo de documento se trata, ni cu¨¢l es su contenido.
-?Qu¨¦ es m¨¢s duro: hacer una huelga de hambre en una c¨¢rcel marroqu¨ª o en un aeropuerto espa?ol?
-Aqu¨ª , porque nunca me hubiese imaginado verme obligada a recurrir a ella en un pa¨ªs democr¨¢tico como Espa?a. Pero es la ¨²nica forma de protesta eficaz a mi alcance. Nunca pens¨¦ que Espa?a ser¨ªa c¨®mplice de Marruecos aceptando mi expulsi¨®n de El Aai¨²n, impidi¨¦ndome viajar a mi ciudad desde Lanzarote .
El Gobierno incumpli¨® as¨ª, seg¨²n ella, el Pacto de Derechos Pol¨ªticos y Civiles suscrito por Espa?a. El art¨ªculo 12 del pacto, tambi¨¦n firmado por Marruecos, estipula que nadie puede ser privado arbitrariamente del derecho a entrar en su propio pa¨ªs.
Pero el Gobierno espa?ol le ha ofrecido todo cuanto estaba a su alcance desde el estatus de refugiada, hasta la nacionalidad espa?ola, e incluso un piso. "Pero yo no quiero ser espa?ola; soy saharaui, y mientras mi tierra est¨¦ ocupada, el ocupante, Marruecos, tiene la obligaci¨®n legal de darme un pasaporte", replica. "No hay que darle m¨¢s vueltas".
Tuvo durante tres a?os (2006-2009) un pasaporte, gracias a las gestiones de la Embajada de EE UU en Rabat, hasta que la polic¨ªa marroqu¨ª se lo quit¨® el 14 noviembre, pero, curiosamente, le dej¨® el carn¨¦ de identidad. Tambi¨¦n posee una tarjeta de residencia en Espa?a concedida en 2006 para que pueda recibir atenci¨®n m¨¦dica.
El Gobierno -le insisto- ha intentado que usted vuelva. Incluso el 3 de diciembre subi¨® a un avi¨®n espa?ol, junto con el director del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel ?ngel Moratinos, que deb¨ªa volar desde Lanzarote a El Aai¨²n, pero no obtuvo la autorizaci¨®n pol¨ªtica marroqu¨ª para aterrizar. "Son esfuerzos tard¨ªos e insuficientes", objeta.
"El ministro espa?ol de Exteriores ha puesto hasta ahora m¨¢s empe?o en hacerme aceptar sus ofertas para que me quede aqu¨ª que en presionar a Marruecos para que vuelva", sostiene Haidar. "Y eso es para m¨ª una gran decepci¨®n". Ni siquiera el timbre de los m¨®viles que suenan a su alrededor la desconcentran cuando expone sus reivindicaciones. "Si quiere repasamos las teclas que puede tocar Espa?a para convencer a Marruecos", prosigue. "Por eso, si fallezco, el Gobierno espa?ol deber¨¢ asumir la responsabilidad moral del desenlace".
Hay algo, sin embargo, que hace m¨¢s llevadera su huelga en Espa?a que la que mantuvo hace cuatro a?os en El Aai¨²n. "Los integrantes de la plataforma que me apoya ya no son amigos solidarios, ya son como mi familia", asegura Haidar. "Y despu¨¦s est¨¢n todos aquellos miembros de la sociedad civil y pol¨ªticos que me visitan y me dan ¨¢nimos". "Todos me ayudan a continuar".
A Haidar esos apoyos no le han extra?ado, pero s¨ª le sorprende agradablemente el eco que su reivindicaci¨®n tiene en la prensa. "Eso s¨ª que no me lo esperaba, que me dedicaran tanto espacio", recalca. "Hasta ahora los medios de comunicaci¨®n no se ocupaban de nuestra causa, pero finalmente la han descubierto", se alegra. "?Ya iba siendo hora!".
La independentista saharaui sospecha que, entre otras razones, la prensa hac¨ªa poco caso a los saharauis porque el Gobierno espa?ol estaba empe?ado en sepultar el contencioso "para no molestar a Marruecos". "Moratinos no s¨®lo ha dado la espalda al conflicto, sino que no ha movido un dedo en defensa de los derechos humanos en el S¨¢hara Occidental", se lamenta. "Se quiere olvidar que fue colonia espa?ola y que, seg¨²n la doctrina de la ONU, Espa?a sigue ostentando la soberan¨ªa y la Administraci¨®n, aunque no la pueda ejercer".
"Si Espa?a hubiese hecho los deberes en el Consejo de Seguridad, la Minurso [contingente de Naciones Unidas en el S¨¢hara] tendr¨ªa competencias en materia de derechos humanos", asegura. "Y en consecuencia, habr¨ªa evitado mi expulsi¨®n". "Con mi presencia aqu¨ª, Espa?a paga el precio de su inacci¨®n en foros internacionales como la ONU", sentencia. Creada en 1991, Minurso es la ¨²nica fuerza de paz de Naciones Unidas cuyo mandato no abarca los derechos humanos.
"Pero mi caso es s¨®lo la punta del iceberg de lo que sucede en el S¨¢hara", afirma. Al¨ª Salem Tamek, "el vicepresidente de mi asociaci¨®n de defensa de los derechos humanos (Codesa), lleva dos meses en la c¨¢rcel de Sal¨¦ , junto con otros seis saharauis, por haber visitado los campamentos de refugiados de Tinduf" (suroeste de Argelia). "Todos ellos van a ser juzgados por un tribunal militar marroqu¨ª" por colaboraci¨®n con el enemigo. Nunca, hasta ahora, durante el reinado de Mohamed VI, se hab¨ªan sentado civiles en el banquillo de un tribunal castrense.
"Sabe que mis hijos, mi madre, mi hermano, mi familia viven en El Aai¨²n en casas cercadas por la polic¨ªa marroqu¨ª", se indigna. "Es como si estuvieran sometidos a un arresto domiciliario colectivo y permanente". "Pero eso", se lamenta, "ning¨²n Gobierno, ninguna instituci¨®n p¨²blica lo denuncia en Europa".
Haidar est¨¢ cansada. Una visitante se despide entreg¨¢ndole un regalo. "Es un dulce", bromea alguien en el cub¨ªculo. La activista pone cara de desconcierto. "No, es un perfume", precisa la mujer que le entrega el paquete, comprado en un aeropuerto de Par¨ªs. Haidar recupera su sonrisa: "Eso me gusta m¨¢s".
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