?Qui¨¦n quiere ser cura?
Un seminarista, un sacerdote y un ex salesiano en la treintena responden a esta pregunta y explican su vocaci¨®n
A primera vista, Pedro Luis Andaluz es un estudiante como cualquier otro. Un chico de 20 a?os al que le gusta estar con los amigos y salir al campo. Pero hay algo peculiar en ¨¦l. Aspira a ser santo, se levanta a las siete, dedica unos minutos a la oraci¨®n y oye misa antes de ir a clase. Andaluz es el ¨²nico seminarista mayor de El Burgo de Osma (Soria). Aunque ahora vive en Burgos, donde estudia su primer a?o de Teolog¨ªa. Seminaristas como ¨¦l hay cada vez menos en Espa?a. Seg¨²n la di¨®cesis de Burgos, el curso pasado eran 1.381 los aspirantes a curas en todo el pa¨ªs. Los vientos que soplan en el mundo occidental van en otra direcci¨®n. Y en Espa?a, el sacerdocio no est¨¢ precisamente de moda. Pedro Luis y sus compa?eros son una rareza en la Espa?a de hoy, que cuenta con menos de 20.000 sacerdotes con una media de edad de 63 a?os, muchos de los cuales tienen a su cargo varias parroquias.
"Ser sacerdote hoy d¨ªa es un riesgo. Es algo que se escapa de las seguridades habituales", dice el cura Jos¨¦ Manuel Horcajo
La jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica se lamenta de esta p¨¦rdida de vocaciones, pero en los tiempos que corren no deja de ser asombroso que todav¨ªa se mantengan. ?Qu¨¦ lleva a un chaval de hoy al sacerdocio? ?Qu¨¦ ofrece la fe cat¨®lica a esos cientos de muchachos, capaces de asumir un compromiso tan exigente? ?Por qu¨¦ quiere ser cura Pedro Luis Andaluz? "No lo s¨¦. Pero estoy seguro de que Dios me quiere sacerdote", responde por correo electr¨®nico. "En este mundo tan consumista y poco espiritual hacen falta personas que anuncien otra alternativa, que anuncien la Buena Noticia, el Evangelio de Cristo".
Pedro Luis, nacido en Ucero, un pueblo diminuto de Soria, decidi¨® cu¨¢l iba a ser su futuro a los 14 a?os, en 2003. Para desconcierto de sus padres. "Al principio se sorprendieron un poco por esta decisi¨®n, pero al final el Se?or abland¨® sus corazones y les hizo ver que eso era lo mejor para m¨ª. No se equivocaron. El resto de familiares, la verdad, no s¨¦ si dijeron algo. Supongo que al menos mis abuelos se alegrar¨ªan".
En 2003, Jos¨¦ Manuel Horcajo llevaba ya dos a?os ejerciendo como sacerdote en una parroquia madrile?a. Hoy tiene 35 a?os, y est¨¢ en su segundo destino, la iglesia de San Ram¨®n Nonato, en el Puente de Vallecas, un barrio humilde de Madrid donde capean la crisis como pueden inmigrantes venidos de 108 pa¨ªses del mundo y parejas de ancianos espa?oles. "Conozco familias que viven en furgonetas bajo el puente", dice Horcajo.
Integrado en el Opus Dei, aunque dependiente de la archidi¨®cesis de Madrid, Jos¨¦ Manuel Horcajo es uno de esos cada vez m¨¢s escasos curas de a pie que cobra un sueldo modesto -"estar¨¦ en 830 euros mensuales"- y vive solo en un piso pagado por la di¨®cesis, cerca de su trabajo. "La tarea de un sacerdote no es un trabajo", puntualiza. "Si lo fuera, nuestra vida ser¨ªa m¨¢s bien triste. Esto es una experiencia de amor con Jesucristo que te lleva a darte a los dem¨¢s, a los m¨¢s pobres y m¨¢s necesitados".
Estamos en el despacho parroquial de la iglesia de San Ram¨®n, un edificio centenario y armonioso. En la planta de arriba hay sesi¨®n de cine navide?o para los ni?os, atendida por las monjas, que se ocupan de la catequesis y de la C¨¢ritas parroquial. Hay tambi¨¦n otro sacerdote, Lidio Escudero, de 68 a?os, que coincide con Horcajo en que lo suyo no es una profesi¨®n m¨¢s. "La gente te llama a cualquier hora. Pero solamente una vez me ocurri¨® que me despertaron a las tres o las cuatro de la ma?ana para pedirme que fuera a una direcci¨®n y result¨® ser mentira. Una broma. Me sent¨® bastante mal".
Escudero viste de calle. Jos¨¦ Manuel Horcajo prefiere atenerse a las recomendaciones de la jerarqu¨ªa, que pide a los curas que vistan como tales para dar testimonio. ?l lleva pantalones y su¨¦ter de lana negro sobre una camisa del mismo color con alzacuellos. Pero la severidad indumentaria contrasta con su trato natural y con la familiaridad con la que posa para el fot¨®grafo ante el altar mayor como un ejecutivo en la sala de juntas de la empresa. La iglesia est¨¢ vac¨ªa. "Es la casa de todos. La tenemos abierta nueve horas al d¨ªa. Viene la gente a pedir ayuda. M¨¢s de una vez me he encontrado a las once de la noche a una mujer inmigrante con los hijos, que no quiere volver a casa porque el marido le pega. Las convencemos de que lo denuncien, porque es la ¨²nica forma de que ellos se asusten un poco".
El padre Jos¨¦ Manuel, como le llaman los feligreses, se declara feliz con la vida que ha escogido. Y no le pilla de sorpresa la dureza de los tiempos. "Yo he crecido ya en ese ambiente social de mucho agnosticismo, de mucha indiferencia hacia la Iglesia. La verdad, no noto ning¨²n cambio con lo que llevo viendo desde que soy peque?o". Ser cura y proclamarlo con ese alzacuellos es estupendo, asegura. "Cuando voy a alg¨²n sitio, procuro salir con tiempo porque la gente te para por la calle o en el metro. Hay quien te ruega que reces por alg¨²n familiar enfermo, y los mendigos te piden limosna". ?Y que hace ¨¦l? "Cuando tengo tiempo, les invito a ir a una hamburgueser¨ªa, por ejemplo". ?Nunca ha tenido problemas? "Me cruc¨¦ una vez con un grupo de chavales y ya iba yo preparado para la que se me ven¨ªa encima, pero s¨®lo uno de ellos dijo: 'Anda, t¨ªo, todav¨ªa hay curas vestidos de curas".
Jos¨¦ Manuel descubri¨® tarde su vocaci¨®n. "Yo no era candidato a ser cura. No iba mucho a la parroquia. Me gustaba el f¨²tbol y el b¨¦isbol. Iba a la discoteca el fin de semana". Estudiaba para ingeniero industrial. Hasta que un d¨ªa de marzo de 1993 lo tuvo claro. "No sab¨ªa muy bien cu¨¢les eran las tareas del sacerdote, pero Jesucristo entr¨® en mi vida, y fue un enamoramiento total". Para sus padres fue un golpe. "No quer¨ªan que dejara la carrera. Ser sacerdote hoy d¨ªa es un riesgo. Es algo que se escapa de las seguridades habituales. Y la gente quiere seguridades. Es embarcarse en una aventura que uno no sabe d¨®nde va a terminar".
La aventura eclesi¨¢stica de Miguel ?ngel Ferri termin¨® hace dos a?os y medio, despu¨¦s de 20 a?os de vida en comunidades salesianas, los tres ¨²ltimos como sacerdote. Colg¨® los h¨¢bitos "por un mont¨®n de factores", cuenta por tel¨¦fono desde Cork, en Irlanda, donde aprende ingl¨¦s y trabaja en un call center para una firma de ordenadores. Ferri empez¨® muy joven su vida religiosa. Le gustaba ayudar a la gente. ?Por qu¨¦ no a trav¨¦s de una ONG? "La vida me ofreci¨® otra cosa", dice. "Siempre busqu¨¦ la felicidad. Y en la primera etapa me sent¨ªa muy satisfecho. Soy muy inquieto, siempre he tenido dudas, pero siempre he seguido adelante. Pero cuando se te juntan las dudas con la insatisfacci¨®n personal, entonces es mejor romper". Ferri, nacido en Villena (Alicante) hace 35 a?os, era el prototipo del cura progresista, cercano. Experimentado en la atenci¨®n a drogadictos, maestro titulado, capaz de ponerse en la piel de los j¨®venes, Ferri no recuerda hostilidad social. "Viv¨ªa en un microclima favorable", pero la situaci¨®n era cada vez m¨¢s dif¨ªcil. "Ten¨ªa dificultades de encontrar modelos de sacerdotes j¨®venes a los que seguir. Los s¨¢bados me iba de marcha con gente de mi edad y el domingo oficiaba misa y me encontraba s¨®lo gente mayor en la iglesia". Al final "estaba desilusionado, apagado, no era yo mismo", cuenta. Y decidi¨® dejarlo todo. Sigue siendo cat¨®lico y toca la guitarra en un coro de gospel de una parroquia de Cork. Se siente parte de la Iglesia, pero una parte cr¨ªtica. "Nos hemos quedado estancados en el tiempo", afirma.
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