La empresa y la construcci¨®n de la sociedad
Ante las diferentes voces que recomiendan o reclaman un cambio del modelo econ¨®mico en nuestro pa¨ªs y de las relaciones empresariales con otros sectores, me gustar¨ªa aportar unas reflexiones sobre el siempre inestable equilibrio entre los espacios que conforman la sociedad: el Estado, la empresa y el tercer sector o sector social.
Creo que en Espa?a, a diferencia de los pa¨ªses anglosajones, la sociedad civil no est¨¢ suficientemente articulada y, por tanto, surge el temor a un excesivo protagonismo del Estado que se ve acrecentado, m¨¢s en estos d¨ªas, por la crisis econ¨®mica. En torno al tercer sector se aglutina un conjunto heterog¨¦neo de instituciones, si bien las que le dan m¨¢s personalidad en el imaginario colectivo son las denominadas ONG, aunque a veces indebidamente se olvida el importante papel que juegan otras instituciones que conforman el mundo cultural, acad¨¦mico y universitario.
A diferencia de los pa¨ªses anglosajones, la sociedad civil espa?ola no est¨¢ suficientemente articulada
La interacci¨®n social aumenta la reputaci¨®n de la empresa como un intangible de gran valor
El nacimiento de la Sociedad Civil se produjo en Gran Breta?a y Holanda en el siglo XVII, cuando el poder mon¨¢rquico se vio obligado a hacer una serie de concesiones para que sus ciudadanos pudieran estar menos inermes ante las arbitrariedades de la monarqu¨ªa. En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville, en su an¨¢lisis de la democracia americana, expres¨® su admiraci¨®n por la madurez y dinamismo de su sociedad civil, que manten¨ªa el equilibrio del individuo frente al poder establecido. Unas d¨¦cadas antes, la Revoluci¨®n Francesa hab¨ªa encumbrado el poder de los ciudadanos frente al poder establecido, que en ese momento estaba representado por la monarqu¨ªa y la nobleza.
Del estudio de esta ¨¦poca se constata c¨®mo la dualidad inicial Estado-sociedad civil, propia del siglo XVIII, fue evolucionando hacia la situaci¨®n tripartita actual, en la que la empresa se muestra como una fuerza activa en el desarrollo social. En los pa¨ªses en que el sistema capitalista prendi¨® con fuerza, el aumento del poder econ¨®mico de las empresas produjo un debilitamiento relativo del Estado, como es el caso de EE UU. En otras naciones, sobre todo las de corte latino como Espa?a, el peso del Estado ha dejado menor espacio para que los ciudadanos creen e impulsen instituciones privadas que vertebren, con el paso del tiempo, una fuerte sociedad civil.
En 1929, Ortega y Gasset hablaba de un "hombre-masa", que tender¨¢ siempre a exigir que cualquier necesidad la asuma inmediatamente el Estado y que el Estado se encargue directamente de resolver sus problemas con sus gigantescos e incontrolables medios. Haciendo un paralelismo argumental con el concepto de Ortega, tambi¨¦n podemos trasladar la expresi¨®n del fil¨®sofo a la de la empresa-masa, la que tiene un ¨²nico criterio de actuaci¨®n: el perseguir el m¨¢ximo beneficio prescindiendo de otras consideraciones exteriores como pueden ser lo p¨²blico o lo solidario. Para la empresa-masa, todo lo que trasciende al beneficio empresarial ser¨ªa competencia del Estado, no suya. Luchar contra esta visi¨®n empresarial no es tarea f¨¢cil. La ¨²nica forma de hacerlo es a trav¨¦s de la persuasi¨®n.
Es, pues, de suma importancia buscar y encontrar una argumentaci¨®n que sirva no s¨®lo para justificar sino, m¨¢s a¨²n, para impulsar la actuaci¨®n de las empresas en los terrenos imprecisos de la sociedad civil. Si no la encontramos, las inversiones de las empresas ser¨¢n siempre espor¨¢dicas y ef¨ªmeras. O dicho de otra forma, la l¨ªnea que separa la empresa de la sociedad civil ser¨¢ siempre de trazo grueso. En este orden de ideas ha sido, y es muy ¨²til, la generalizaci¨®n del t¨¦rmino responsabilidad social corporativa para describir toda la actuaci¨®n de las empresas relacionadas con la sociedad, m¨¢s all¨¢ de sus esquemas puramente economicistas.
Milton Friedman consideraba muy encomiable que el individuo, con su sueldo o con los dividendos que le daba la empresa, acometiera obras de filantrop¨ªa, pero no aceptaba que el directivo, con el dinero de la empresa, actuara de una manera filantr¨®pica b¨¢sicamente por dos razones: porque no era ¨¦se el comportamiento esperado por los propietarios que le hab¨ªan contratado y porque sus decisiones sobre la iniciativa social en la que invertir los recursos de la empresa probablemente no se basaran en un conocimiento profundo de lo que m¨¢s necesitaba la sociedad, sino que reflejaba m¨¢s bien sus gustos o sus preocupaciones personales. Sin embargo, en este mismo ambiente liberal americano otro prestigioso profesor, Michael Porter, ha defendido que es perfectamente compatible ocuparse del bien general y conseguir mejores resultados econ¨®micos para la empresa que lo acomete.
Las razones de esta perfecta simbiosis descansan en dos factores: primero, y desde el punto de vista interno de la empresa, el actuar voluntariamente con la sociedad civil se refleja en una mayor eficacia en la atracci¨®n, motivaci¨®n y retenci¨®n de los mejores empleados y en un aumento de la productividad por una menor rotaci¨®n de empleados gracias a un buen clima laboral. Y segundo, esta interacci¨®n con la sociedad aumenta, desde el punto de vista externo, la reputaci¨®n corporativa como un intangible de gran valor para la empresa.
Pero la reputaci¨®n corporativa no se construye simplemente desarrollando actuaciones de orden social. Existe una condici¨®n indispensable para que se produzca este efecto positivo: la sociedad tiene que percibir el esfuerzo y el trabajo que se est¨¢ haciendo.
Todos hemos sido educados bajo el principio de que las buenas obras se deb¨ªan hacer pero no se deb¨ªan propagar. Shakespeare escribi¨® que "el brillo de los m¨¦ritos se empa?a cuando es uno mismo el que los proclama", y nuestro Cervantes tambi¨¦n afirmaba que "la alabanza propia envilece".
Nadie, pues, duda de que en el ¨¢mbito privado la discreci¨®n debe ser el principio orientador de nuestra conducta pero, cuando pasamos al ¨¢mbito empresarial, la comunicaci¨®n de todas las acciones que la empresa desarrolla con la sociedad en general debe elevarse a la m¨¢xima prioridad dentro de la estrategia corporativa. Resulta, por tanto, recomendable que la responsabilidad social corporativa est¨¦ integrada dentro de la propia estrategia de la empresa, dependiendo directamente del m¨¢ximo ejecutivo de la entidad, y que no sea una operaci¨®n cosm¨¦tica puntual que desaparezca a la m¨ªnima dificultad econ¨®mica.
No obstante, no podemos dejar que sea s¨®lo la empresa la que avance hacia la sociedad civil. Tambi¨¦n hace falta que las instituciones que forman parte de ¨¦sta, ya sean ONG o las que componen el mundo universitario, acad¨¦mico y cultural, se acerquen a la otra orilla y se abran de forma natural y franca a las empresas y a los ciudadanos. La transparencia de los ¨®rganos de gobierno y de las actividades que desarrollan todas estas instituciones sociales debe ser el motor de arranque de cualquier movimiento de apertura hacia las empresas y los ciudadanos en general. Iniciativas como la emprendida hace ya ocho a?os por la Fundaci¨®n Lealtad, en cuya constituci¨®n e impulso he participado activamente, tendente a promocionar la transparencia de las ONG espa?olas, son actuaciones que contribuir¨¢n sin duda a ordenar y organizar el tercer sector.
Quedan, sin embargo, muchas cosas que hacer, como por ejemplo, la creaci¨®n de un registro estatal de fundaciones integrado, cuya falta obliga a las empresas a desarrollar actividades casi detectivescas para conocer la informaci¨®n, escasa y anticuada, que se ofrece a trav¨¦s de los registros de las distintas consejer¨ªas de las 17 comunidades aut¨®nomas. Y sobran, sin embargo, actuaciones invasivas del Estado, como, por ejemplo, que los ciudadanos tengamos escasas desgravaciones fiscales por las donaciones a instituciones sociales con la excusa de que, poniendo una cruz en nuestra declaraci¨®n de la renta, ser¨¢ el Estado el que, despu¨¦s, done a las ONG el 0,7% de la suma recaudada. ?Es qu¨¦ los ciudadanos no somos lo suficientemente maduros como para saber a qu¨¦ ONG dar y a cu¨¢les no? ?Tiene que ser el Estado el que distribuya, una vez m¨¢s, los fondos seg¨²n sus criterios?
Esperemos que, en un futuro pr¨®ximo, el Estado ejerza las competencias que son de su exclusivo ¨¢mbito de actuaci¨®n y no quiera compensar su injustificable inacci¨®n en estas materias con intromisiones en la esfera de actuaci¨®n propia del sector privado. Para ello, es imprescindible que los ciudadanos y las instituciones sociales confluyan en ese nuevo ¨¢mbito compartido de responsabilidades que es la sociedad civil. S¨®lo as¨ª podemos limitar las aspiraciones de omnipresencia del Estado y s¨®lo de esta forma seremos capaces de enterrar al "hombre-masa" y de conseguir que la persona libre se desarrolle como tal a trav¨¦s de la sociedad civil. -
Ignacio Garralda es presidente de Mutua Madrile?a.
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