Lecciones de los dislates en Centroam¨¦rica
Nadie sali¨® bien librado de la crisis pol¨ªtica y diplom¨¢tica que final y afortunadamente parece acercarse a su t¨¦rmino. Los pa¨ªses que desde antes de la defenestraci¨®n de Manuel Zelaya el 28 de junio pasado apoyaron su permanencia en el poder -las llamadas naciones del ALBA: Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Paraguay, y aunque no formalmente, Argentina- perdieron en toda la l¨ªnea. Honduras se ubicaba en su columna; ya no. Hugo Ch¨¢vez podr¨¢ alegar lo que quiera, pero se qued¨® con un aliado menos.
Los pa¨ªses latinoamericanos normalmente m¨¢s sensatos, pero en esta ocasi¨®n arrastrados por Ch¨¢vez -Brasil, Chile, Uruguay, El Salvador, Guatemala-, tambi¨¦n acabaron mal. Basaron todo -la definici¨®n de la democracia, el desenlace de la crisis, sus alianzas y deslindes- en la restauraci¨®n de Zelaya en la presidencia. No lo lograron, ni antes de las elecciones ni despu¨¦s, ni por un periodo respetable o por un lapso pro forma, con sombrero presidencial o sin el mismo. El desempe?o brasile?o, tan criticado por la prensa paulista, se antoja el m¨¢s extra?o: en el mejor de los casos, Ch¨¢vez los tom¨® por sorpresa, introdujo a Zelaya a su embajada, se burl¨® del principio del asilo diplom¨¢tico, y tampoco les asegur¨® una salida decorosa.
El caso de Honduras apremia a mejorar el marco jur¨ªdico regional en materia de defensa de la democracia
Los brasile?os no deber¨ªan involucrarse en una zona que desconocen
Los pa¨ªses ajenos a la regi¨®n -la Uni¨®n Europea, Estados Unidos-, y los oriundos de ¨¦sta gobernados por mandatarios de centro o de centro-derecha -Colombia, Per¨², Costa Rica, M¨¦xico- corrieron con un destino muy parecido el uno al otro. Condenaron con toda raz¨®n el golpe de Estado de junio pero, por querer evitar a toda costa un enfrentamiento pol¨ªtico-ideol¨®gico con el ALBA y Brasil, desistieron de adentrarse igualmente en las causas del golpe, analizarlas y condenarlas tambi¨¦n. Aceptaron hacer de la restituci¨®n de Zelaya la piedra de toque del retorno a la democracia, y terminaron por avalar sin chistar la tesis aberrante seg¨²n la cual un gobierno leg¨ªtimo no puede organizar elecciones leg¨ªtimas, justas y limpias.
De la misma manera, la aprob¨® la OEA, que justamente por componerse de muchos gobiernos emanados de elecciones auspiciadas por reg¨ªmenes autoritarios, debi¨® haberla rechazado. Y por ¨²ltimo, Barack Obama, deseoso por un lado de cambiar la imagen, si no la realidad de su pa¨ªs en Am¨¦rica Latina, pero maniatado por las vicisitudes de la pol¨ªtica interna de su pa¨ªs, termin¨® como el cohetero: mal con todos. Los Castro, Ch¨¢vez y Zelaya lo increparon por no imponer una soluci¨®n a su antojo a fuerza de sanciones, presiones, y negociaciones; los golpistas y sus apoyos en Honduras, en Washington, y en otros pa¨ªses de la regi¨®n se molestaron por el es
-paldarazo a Ch¨¢vez que a sus ojos represent¨® la postura norteamericana; y M¨¦xico, Colombia, Per¨² y ?scar Arias en Costa Rica se encontraron aislados, pasivos y desdibujados. Aunque por lo menos los tres ¨²ltimos salvaron los muebles: reconocieron la validez de las elecciones a tiempo, sobre todo antes de que el Congreso hondure?o rechazara, por una mayor¨ªa aplastante, restituir a Zelaya.
S¨®lo Micheletti y los autores del golpe salen bien parados. Y deben su ¨¦xito al error de sus adversarios: colocar la vara demasiado alta en relaci¨®n a sus posibilidades reales de realizaci¨®n. Exist¨ªa una buena raz¨®n para que la comunidad hemisf¨¦rica actuara con celeridad, en las horas posteriores al golpe, enviando emisarios de Washington, Brasil y M¨¦xico a Tegucigalpa con un ultim¨¢tum claro: regresa Zelaya o arde Troya. Ya despu¨¦s se ver¨ªa qu¨¦ hacer con los temores fundados de los poderes f¨¢cticos hondure?os de que Zelaya se eternizara en la casa presidencial.
A la inversa, exist¨ªan s¨®lidos motivos para centrarse m¨¢s en los or¨ªgenes del golpe, a saber, la abierta violaci¨®n constitucional de Zelaya con la llamada cuarta urna y la descarada intervenci¨®n venezolana y cubana en la supuesta votaci¨®n del domingo 28. De haber seguido esta v¨ªa, la comunidad latinoamericana y Estados Unidos, m¨¢s que reprobar la deposici¨®n de Zelaya, hubieran concentrado sus esfuerzos en la realizaci¨®n de comicios equitativos, conforme al calendario y la Constituci¨®n del pa¨ªs. Pero lo que nunca tuvo sentido fue la oscilaci¨®n constante entre una v¨ªa y otra, y el intento infructuoso de combinar ambas. Iba a desembocar en el desastre actual.
?Qu¨¦ hacer?, como dec¨ªa Lenin. Hay varias lecciones que conviene extraer del c¨²mulo de dislates en Centroam¨¦rica. La primera, quiz¨¢s, es recomendarles a los brasile?os que se abstengan de involucrarse en una zona que desconocen, y que no van a comprender por un tiempo.
La segunda consiste, tal vez, en instar a M¨¦xico a cumplir nuevamente su papel en la zona, papel que arranc¨® desde 1978 con el apoyo de Jos¨¦ L¨®pez Portillo a la Revoluci¨®n Sandinista en Nicaragua, y que dur¨® hasta el bien intencionado y mal financiado Plan Puebla-Panam¨¢ de Vicente Fox. La pasividad mexicana en una regi¨®n tan af¨ªn y tan cercana resulta incomprensible.
En tercer lugar, Obama debe entender que pedir perd¨®n por pecados pasados no constituye un programa de pol¨ªtica exterior, ni siquiera en una regi¨®n tan sensible a los gestos y ritos como Am¨¦rica Latina. Estados Unidos ya no puede, ni debe imponer su postura en el hemisferio occidental. Pero tampoco puede resignarse a ser un simple espectador de los acontecimientos, o seguidor de los dem¨¢s, y mucho menos de un ficticio consenso latinoamericano. La zona se halla m¨¢s dividida y polarizada que nunca; es imposible complacer a todos, porque existen divergencias reales de intereses e ideolog¨ªas. Washington debi¨® haber desempe?ado un papel de mayor liderazgo en esta crisis, lo cual no significa adoptar el mismo papel de anta?o.
Y en cuarto y ¨²ltimo t¨¦rmino, pero sin duda en primer lugar de importancia, apremia el mejorar, profundizar y fortalecer el marco jur¨ªdico regional en materia de defensa de la democracia y de los derechos humanos. Se ha avanzado mucho, desde el llamado Pacto de San Jos¨¦ o Convenci¨®n Americana de Derechos Humanos en 1968, hasta la Carta Democr¨¢tica Interamericana firmada en Lima el 11 de septiembre del 2001. Pero falta mucho m¨¢s por hacer.
No s¨®lo es preciso establecer sanciones m¨¢s claras y robustas contra las rupturas del orden constitucional y las violaciones a los derechos humanos, sino que la convivencia latinoamericana requiere de una definici¨®n m¨¢s clara de estos t¨¦rminos, para determinar cu¨¢ndo comienza una transgresi¨®n, y no s¨®lo cuando concluye. Probablemente ser¨ªa deseable reforzar instituciones como la Comisi¨®n y la Corte Interamericanas de Derechos Humanos, y crear un sistema dentro de la OEA de alerta temprana, para poder actuar antes de, y no a la zaga de, sucesos como los de Honduras. Y finalmente, urge buscar un poco de consistencia y constancia: decir y hacer lo mismo, y decir y hacerlo siempre. Ya ser¨ªa hora que los latinoamericanos nos volvi¨¦ramos m¨¢s serios.
Jorge Casta?eda, ex secretario de Relaciones Exteriores de M¨¦xico, es profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nueva York.
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