Grandeza y sinraz¨®n de una huelga de hambre
Impresionante, tr¨¢gico, doloroso es que una persona decida inmolarse por defender lo que considera sus derechos. El impacto y la admiraci¨®n que produce que alguien mantenga sus convicciones con tal determinaci¨®n nos conmueve y exige, adem¨¢s, que hagamos lo que sea posible para evitar un fatal desenlace. Pero ello no supone que tengamos que dejar a un lado la raz¨®n y enaltecer la pasi¨®n, que perdamos el sentido com¨²n y la moderaci¨®n. Debemos trabajar para salvar una vida humana, pero evitando actuaciones que puedan tener graves consecuencias para los saharauis que Aminetu Haidar defiende y para la convivencia entre espa?oles y marroqu¨ªes.
Puede que ¨¦sta sea la primera vez en la historia que una persona rechazada en su pa¨ªs y acogida en otro acuse al Gobierno que la ha aceptado, dado un trato humanitario y ofrecido todo tipo de derechos, de estar oblig¨¢ndola a suicidarse, de empujarla a la muerte. Y ello porque ese Gobierno no haya conseguido su readmisi¨®n en el pa¨ªs que la expuls¨®. Y es tambi¨¦n remarcable que amenace con acciones penales si dicho Gobierno trata de alimentarla para evitar su muerte.
Si Rabat dejase volver a Haidar no ser¨ªa un signo de debilidad, sino de apuesta por la democratizaci¨®n
?Qu¨¦ puede hacer Espa?a? ?C¨®mo puede obligar a Marruecos, pa¨ªs soberano, aunque algunos no lo vean as¨ª, a aceptar las peticiones de Aminetu Haidar? ?Debe, en el caso de que se le impida regresar, dejarla morir sin tratar de salvarla?
Marruecos considera el territorio saharaui como parte de su reino. Si se remonta a sus or¨ªgenes como naci¨®n, puede arg¨¹ir razones para ello. El S¨¢hara no s¨®lo le ha pertenecido durante siglos, sino que fue este vasto e impresionante desierto quien form¨® y conform¨® el reino de Marruecos. ?ste naci¨® como tal cuando la dinast¨ªa sahariana almor¨¢vide, all¨¢ por el siglo XI, fund¨® Marraquech y unific¨® el Magreb.
Para los marroqu¨ªes, el territorio saharaui hoy disputado es el residuo de una ef¨ªmera ocupaci¨®n colonial espa?ola, que dif¨ªcilmente puede tener viabilidad como pa¨ªs y cuya independencia quiz¨¢s nunca se hubiera planteado de no ser por esas circunstancias coloniales. Tema aparte es que se deba respetar el derecho a disentir de los saharauis.
Estas cuestiones suelen ser ignoradas por quienes apoyan a todo trance las reivindicaciones independentistas saharauis, cosa que dif¨ªcilmente har¨ªan si tuvieran alguna responsabilidad de gobierno. Y ya tenemos experiencia: cuantos las apoyaron rom¨¢nticamente en la oposici¨®n, las olvidaron cuando alcanzaron el poder. Y no s¨®lo por razones de Estado.
La dif¨ªcil situaci¨®n que ahora tenemos planteada no puede ni debe enconar las relaciones entre nuestros dos pa¨ªses. Marruecos no puede acusar a Espa?a de no respetar sus decisiones -otra cosa es que no se compartan-. Nuestro Gobierno -sin perjuicio del debate sobre qui¨¦n es responsable de haber admitido sin pasaporte a Aminetu Haidar, que de poco sirve a estas alturas- ha actuado con el tacto diplom¨¢tico y el respeto debidos a una naci¨®n soberana como Marruecos y con la mayor delicadeza con Aminetu Haidar. Lo importante ahora es salvar la vida de Aminetu Haidar. Nuestro Gobierno debe seguir tratando de convencer a los dos verdaderos actores de este conflicto de que modifiquen sus decisiones: a Marruecos de que acepte el regreso de Aminetu Haidar, y a ¨¦sta de que el rechazo a la entrada en su pa¨ªs no justifica su inmolaci¨®n, de que debe cesar la huelga para poder seguir viviendo y luchando por sus ideales.
Suele decirse que espa?oles y marroqu¨ªes estamos obligados a entendernos, pero es m¨¢s que esto: nos necesitamos mutuamente. Para tener buenas relaciones de vecindad con Marruecos hay que respetar y no demonizar a un pa¨ªs que ha iniciado un proceso de democratizaci¨®n, aunque en los ¨²ltimos a?os ¨¦ste parece haber perdido impulso en materia de derechos humanos y libertades p¨²blicas, si es que no est¨¢ retrocediendo. Un pa¨ªs que mantiene una estrecha y leal colaboraci¨®n con Espa?a en temas dif¨ªciles e importantes: inmigraci¨®n-emigraci¨®n, reivindicaciones territoriales, terrorismo, narcotr¨¢fico, etc¨¦tera. Esta colaboraci¨®n es digna de elogio; no lo es, sino todo lo contrario, impedir que Aminetu Haidar regrese a su hogar.
Con ning¨²n otro pa¨ªs hemos tenido a lo largo de los siglos una historia m¨¢s f¨¦rtil de intercambios y tambi¨¦n de tensiones y conflictos. Son, por tanto, m¨²ltiples y rec¨ªprocas las percepciones negativas que suelen aflorar a la menor dificultad, enconando las situaciones. Sin embargo, son m¨¢s las cosas que nos unen que las que nos separan.
Nada impide que Marruecos solucione esta situaci¨®n y que Espa?a haga gestiones en este sentido, porque es su obligaci¨®n y est¨¢ en su derecho. Precisamente por su voluntad de modernizaci¨®n y democratizaci¨®n, el reino de Marruecos no deber¨ªa enrocarse en actitudes propias del pasado. La grandeza pol¨ªtica de un pa¨ªs se mide por su magnanimidad y por su capacidad de di¨¢logo con sus disidentes, aunque no comparta ni sus reivindicaciones ni sus formas. No deber¨ªa hacer el reino Marruecos del regreso de Aminetu Haidar una cuesti¨®n de honor, aunque est¨¦ tentado a ello al sentirse presionado o menospreciado. Deber¨ªa modificar su decisi¨®n para salvar una vida que se est¨¢ apagando. No ser¨ªa un signo de debilidad, sino de la vitalidad de sus instituciones y de su apuesta por la democratizaci¨®n y modernizaci¨®n.
Jer¨®nimo P¨¢ez L¨®pez es abogado y director de la Fundaci¨®n El Legado Andalus¨ª.
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