Arte entre tiburones
Al parecer, hay dos versiones sobre la muerte del marchante franc¨¦s Ambroise Vollard en 1939, y en las dos interviene indirectamente Arestide Maillol. Seg¨²n la primera, Vollard muri¨® accidentalmente al ser golpeado por un bronce de Maillol que se desliz¨® por la repisa situada tras los asientos de su coche cuando el ch¨®fer del veh¨ªculo fren¨® bruscamente. De acuerdo con la otra versi¨®n, fue precisamente el ch¨®fer quien le asesin¨® al golpearlo repetidamente con la estatuilla de Maillol. En esta versi¨®n menos rom¨¢ntica el ch¨®fer era un asesino a sueldo de otro marchante. Sea como fuera, Vollard, a su muerte, era un hombre extraordinariamente rico que hab¨ªa convertido el arte en negocio con una habilidad sin precedentes. Picasso fue uno de sus artistas m¨¢s notables, aunque es probable que su mejor operaci¨®n financiera fuera la compra de 250 lienzos a un endeudado Paul C¨¦zanne por 50 francos cada uno. Estos cuadros fueron vendidos, m¨¢s tarde, por 40.000 francos y actualmente aquel fabuloso conjunto costar¨ªa en el mercado entre 3.000 y 4.000 millones de euros.
Se ha impuesto una idea reaccionaria del arte que traduce el valor art¨ªstico en t¨¦rminos econ¨®micos
Nadie puede oponerse al poder de Christie's y Sotheby's
Quien ha calculado el valor de los lienzos de C¨¦zanne y recordado el misterio de la muerte de Vollard es el economista y experto en arte Don Thompson en el libro El tibur¨®n de 12 millones de d¨®lares, publicado en Londres el a?o pasado y recientemente traducido aqu¨ª. El libro de Thompson, rigurosamente documentado, puede ser le¨ªdo desde varios ¨¢ngulos. En apariencia, y como indica el subt¨ªtulo de la edici¨®n espa?ola, debe considerarse un estudio sobre la econom¨ªa del arte contempor¨¢neo y la funci¨®n de las casas de subastas internacionales, como Christie's y Sotheby's a la cabeza. Tambi¨¦n es la historia pormenorizada de un gran fraude en el que los especuladores se mueven con la misma impunidad que los m¨¢s distinguidos tramposos de Wall Street. Por ¨²ltimo, El tibur¨®n de 12 millones de d¨®lares podr¨ªa utilizarse como un excelente informe para explicarnos c¨®mo ha podido convertirse en hegem¨®nico un arte fraudulento auspiciado por engranajes mercantiles en los que la ignorancia con respecto a la gran tradici¨®n art¨ªstica (incluida la vanguardista) s¨®lo es superada por la codicia.
Este ¨²ltimo aspecto es el que m¨¢s me interesa, dado que las dem¨¢s cuestiones quedan suficientemente aclaradas por el propio Thompson con un alud de datos dif¨ªciles de desmentir. En otras palabras, lo atractivo, creo, es preguntarnos c¨®mo se ha impuesto, casi sin resistencia, una idea tan reaccionaria del arte para que tanta gente traduzca el valor art¨ªstico en t¨¦rminos econ¨®micos y medi¨¢ticos hasta encontrar l¨®gica la confusi¨®n del estilo art¨ªstico con la marca comercial. Thompson demuestra de manera fehaciente c¨®mo en las ¨²ltimas d¨¦cadas la imposici¨®n de la marca haigualado por completo el mercado del arte y los otros mercados.
La selecci¨®n de artistas-marcas se ha realizado con los mismos criterios que la de los otros protagonistas emblem¨¢ticos del engranaje mercantil, con un creciente desinter¨¦s por el talento art¨ªstico a favor de la "capacidad de impacto". La consecuencia inmediata de este proceso ha sido la sistem¨¢tica postergaci¨®n de todos aquellos que no encajaban en el prototipo u ofrec¨ªan resistencia desde su particular concepci¨®n art¨ªstica.
De hecho, el arte mercantilmente hegem¨®nico de nuestros d¨ªas, y el ¨²nico visible en los medios de comunicaci¨®n, es un arte en el que no hacen falta artistas ni cr¨ªticas ni conaisseurs, ni p¨²blico si quiera, con tal de que unos subasteros suficientemente poderosos hagan visibles marcas reconocibles. El impacto de la marca, metamorfoseado en obra, es el que influir¨¢ en los pujadores millonarios y en los responsables de los "museos contempor¨¢neos", quienes, con dinero p¨²blico, contribuir¨¢n a certificar el valor art¨ªstico de lo que inicialmente en la mente de los especuladores, es una operaci¨®n especulativa.
Naturalmente, el tibur¨®n al que se refiere Don Thompson en su t¨ªtulo es el de Damien Hirst, el mayor fabricante de productos de impacto en los ¨²ltimos lustros y taxidermista m¨¢s bien mediocre, como lo demuestra el hecho de que su renombrado escualo conservado en formaldeh¨ªdo se deterior¨® hasta el punto de tener que ser sustituido por otro ejemplar. La elecci¨®n de Hirst es acertada porque el car¨¢cter di¨¢fano de su trayectoria lo hace representativo: no tanto, por supuesto, desde la perspectiva de sus propuestas materiales (lo que nos llevar¨ªa a la enojosa e irresoluble cuesti¨®n qu¨¦-es-una-obra-de-arte) sino del encaje en el engranaje que proporciona al mundo los artistas-marca. Thompson analiza con perspicacia c¨®mo un tibur¨®n australiano mal disecado, al que se ha titulado con perfecta arbitrariedad La imposibilidad f¨ªsica de la muerte en la mente de alguien vivo llega a ser valorado en 12 millones de d¨®lares y, en consecuencia, es transformado en una obra de referencia para el arte contempor¨¢neo.
La supuesta provocaci¨®n de Hirst es, desde luego, un puro c¨¢lculo, pero esto, aunque evidente para todo, no evita que se incorpore al circuito de la autoridad art¨ªstica, y a esa autoridad se remitir¨¢n compradores particulares, museos contempor¨¢neos p¨²blicos y bienales de arte encargadas de mostrar lo que verdaderamente cuenta. Lo retr¨®grado de la concepci¨®n que toma como baluarte a los Damien Hirst o Jeff Koons no se fundamenta en la lluvia de millones que cae sobre las cabezas de los que acatan el sistema, sino en la exclusi¨®n de los que, con igual o mayor talento, no lo acatan. El mercado usurpa todo el territorio pero, como afirma el cr¨ªtico de arte Jerry Saltz, "el mercado es una tormenta perfecta de palabrer¨ªa, interpretaciones sesgadas y especulaciones, una combinaci¨®n de mercado de esclavos, parqu¨¦ de bolsa, discoteca, teatro y burdel, donde una casta cerrada y cada vez m¨¢s numerosa celebra unos rituales en los que los c¨®digos de consumo y distinci¨®n se manipulan a la vista de todos".
A pesar de esta evidente manipulaci¨®n, la tormenta perfecta se abate sobre todos los ¨¢mbitos privados y p¨²blicos. Con impecable l¨®gica mercantil, los inversores compran productos que puedan reportarles r¨¢pidos beneficios; pero lo m¨¢s demoledor es que los grandes museos acepten las mismas premisas e incorporen a sus fondos, como muestras del arte actual, las mercanc¨ªas colocadas en el escaparate por los especuladores. En los ¨²ltimos a?os, centros de referencia como el MOMA de Nueva York o la Modern Tate de Londres se han plegado a las exigencias de los subastadores y, con frecuencia, si no han adquirido determinadas obras ha sido porque alg¨²n nuevo rico ruso o alg¨²n exc¨¦ntrico millonario japon¨¦s los ha superado en las pujas. A escala local, cientos de "museos de arte contempor¨¢neo" han actuado seg¨²n la misma servidumbre, creando as¨ª un canon sobre lo que significaba contemporaneidad en el trabajo art¨ªstico. A nadie le ha importado que Hirst confesara que eran sus t¨¦cnicos, y no ¨¦l, quienes llevaban a cabo las obras que ¨¦l firmaba. Nadie ha reaccionado porque ya nadie, en las llamadas instituciones art¨ªsticas, puede oponerse al poder de Christie's y Sotheby's, y a¨²n menos a las opacas maneras fraudulentas de los Madoff del arte.
Con todo, el esc¨¢ndalo no es tanto econ¨®mico como art¨ªstico. Situado en las ant¨ªpodas de la vanguardia, sin inconformismo espiritual alguno, el arte oficioso que resulta de estos mecanismos de selecci¨®n es un arte acomodaticio y servil, por m¨¢s que, al tener que responder a las piruetas impactantes que exige el mercado, quiera presentarse como provocador y original. Sin ning¨²n g¨¦nero de dudas, las denostadas academias de bellas artes de los tiempos antiguos eran menos dirigistas que los grandes subasteros actuales, y los salones, aquellos rid¨ªculos salones que fueron objeto de las burlas de la modernidad, mucho m¨¢s revolucionarios que la mayor¨ªa de nuestros museos de arte contempor¨¢neo, tan est¨²pidamente arrodillados ante el poder y tan excluyentes. El esc¨¢ndalo no es tanto que un tibur¨®n mal disecado, tras su transformaci¨®n en obra de arte, quede valorado en 12 millones de d¨®lares, sino que los depredadores devoren cualquier talento que trate de ir a contracorriente.
Rafael Argullol es escritor.
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