La hermosa charla
La historia reciente de Espa?a es pura memoria del rencor, una sucesi¨®n ruidosa de desencuentros y reproches, de confrontaci¨®n permanente. Este pa¨ªs necesita que nos contemos las historias comunes
Un joven historiador se refugia en la monta?a de Le¨®n para terminar su tesis. All¨ª contempla el desenterramiento de un grupo de personas asesinadas en el verano de 1936, por orden de su abuelo, un l¨ªder falangista. Mientras asiste a este hecho, anota en un diario sus reflexiones. Hablan de un pasado familiar conflictivo, pero tambi¨¦n de la tensi¨®n cainita que parece caracterizar nuestra historia. El joven historiador se pregunta sobre distintos momentos de esa perversa obsesi¨®n nacional: la reconquista, la expulsi¨®n de los jud¨ªos, las luchas fratricidas en la guerra del Per¨², las tres Guerras Carlistas o la Guerra Civil. Tal es el argumento de La sima, la ¨²ltima novela de Jos¨¦ Mar¨ªa Merino.
La Transici¨®n, un luminoso ejercicio de cordura, s¨®lo fue posible por un pacto de silencio
Hoy se expresan y act¨²an de modo inmisericorde aquellos que enarbolan la bandera de la patria
Seg¨²n unas declaraciones del escritor leon¨¦s, fue el comportamiento extremadamente duro de la oposici¨®n en la legislatura socialista a partir del 11-M el que le anim¨® a escribir sobre ese "esp¨ªritu terrible de confrontaci¨®n" que suele reinar entre los espa?oles. La sima en que el protagonista de su novela contempla los cuerpos de los fusilados durante la guerra es una met¨¢fora de todas esas simas que nos siguen separando, haciendo tan dif¨ªcil nuestra convivencia.
Puede que la hip¨®tesis de la maldici¨®n cainita en la historia espa?ola sea insostenible como punto de partida para una investigaci¨®n sobre la naturaleza real de nuestro pa¨ªs, pero basta con echar una mirada a nuestro alrededor para ver por doquier el fantasma de esa maldici¨®n. El tono de muchas tertulias radiof¨®nicas y televisivas, las descalificaciones brutales en el Parlamento, el deseo de da?ar al rival hasta l¨ªmites intolerables, y la ligereza con que se profieren insultos y acusaciones grav¨ªsimas, nos advierten de que la amarga tesis del protagonista de la novela de Jos¨¦ Mar¨ªa Merino tal vez no ande tan descaminada.
?De verdad los espa?oles somos as¨ª? No deja de ser curioso que los que se expresan o act¨²an de una manera m¨¢s inmisericorde sean luego los que anden enarbolando la bandera de la patria o el patriotismo. Pero ?qu¨¦ patriotismo es el suyo? ?Puede fundarse un pa¨ªs sobre esa confrontaci¨®n permanente entre sus ciudadanos?
Un pa¨ªs, si de verdad quiere merecer ese nombre, necesita espacios donde se debatan sus problemas y se vigile a sus gobernantes, necesita la cr¨ªtica y la discusi¨®n, pero tambi¨¦n lugares de sosiego donde encontrarse con los dem¨¢s y escuchar esas historias que a todos pertenecen. ?Cu¨¢les son las nuestras? Una de las razones de la riqueza de la cultura jud¨ªa, y de su pervivencia como pueblo, es la convicci¨®n de que, al margen de sus diferencias individuales, hab¨ªa algo que compart¨ªan, aunque s¨®lo fuera la idea del exilio y la esperanza de alcanzar alguna vez el regreso a la tierra prometida. ?Tenemos nosotros algo semejante?
Creo que no, que carecemos de esas historias comunes que dan cohesi¨®n a los pueblos. Nuestra "arca de las alianzas" est¨¢ vac¨ªa, y eso ha dado lugar a una proliferaci¨®n de relatos tendenciosos, s¨®lo dictados por los intereses o la mala fe de quienes los cuentan. Pero los verdaderos relatos deben ser universales, pues hablan del coraz¨®n humano y ese coraz¨®n no var¨ªa con el sexo, la raza o la cultura a que pertenece. El arca de alianzas es el s¨ªmbolo de la heterogeneidad de ese coraz¨®n, y en los mejores momentos de su historia todos los pueblos han sabido conservar y cuidar los relatos que guardaba en su interior.
Eran esos relatos los que permit¨ªan a los hombres sentirse parte de un mismo pueblo, pero tambi¨¦n abrirse a las vidas de los otros pueblos. Para ello, deb¨ªan cumplir dos condiciones: surgir de la memoria amorosa y que sus palabras fueran desinteresadas.
En Jos¨¦ y sus hermanos, la gran novela de Thomas Mann, hay un momento en que Jacob descansa junto a un pozo junto a su hijo Jos¨¦, que es a¨²n casi un ni?o. Es una noche de primavera iluminada por la luna, y ambos est¨¢n bajo las ramas de un anciano y robusto ¨¢rbol, lleno de racimos de flores. Jacob se acerca maravillado a su hijo, lo que ¨¦ste aprovecha para reclinar adormilado la cabeza sobre su pecho. Ambos se ponen a hablar y, como lo que se dicen discurre por cauces tan llenos de inter¨¦s y dulzura, Jos¨¦ enseguida comprende que la conversaci¨®n va a volverse "hermosa", una "hermosa charla", es decir "una conversaci¨®n que ya no estaba al servicio del intercambio ¨²til de informaci¨®n o el entendimiento acerca de cuestiones pr¨¢cticas, sino de la mera enunciaci¨®n y declaraci¨®n de cosas sabidas por ambos, del recuerdo, confirmaci¨®n y edificaci¨®n, y era un canto dialogado como el que intercambian los zagales por la noche junto al fuego".
En nuestro pa¨ªs hay una alarmante incapacidad para mantener charlas as¨ª. Hablamos tratando de imponer nuestras ideas o nuestros credos a los dem¨¢s, no buscando el acuerdo con ellos. Tiene raz¨®n el joven historiador de la novela de Jos¨¦ Mar¨ªa Merino, nuestra historia es una sucesi¨®n ruidosa de desencuentros y turbios ajustes de cuentas: pura memoria del rencor.
La Rep¨²blica pudo ser el comienzo de un pa¨ªs distinto, tolerante y amable, y de hecho pocas veces se habl¨® tanto y tan bien de todo lo divino y humano, pero fracas¨® en el intento. ?Lo ha conseguido la Transici¨®n? No lo tengo claro. La Transici¨®n ha sido un luminoso ejercicio de cordura, pero fue posible gracias a un pacto de silencio. No nos hizo hablar, y falt¨® algo esencial: la alegr¨ªa. Nada que ver con esas charlas a la orilla del pozo de las que habla la novela de Thomas Mann.
El nuevo Estado de las autonom¨ªas tampoco ha hecho posible charlas as¨ª, pues en ¨¦l nadie quiere escuchar a los dem¨¢s. Su dominio es el feroz dominio de la identidad, no el del gozoso despertar en la casa del otro.
Y ?qu¨¦ decir de la religi¨®n? Sus historias hablan de la igualdad de los hombres, de la cr¨ªtica a los poderosos y de la necesidad del perd¨®n, pero sus propios sacerdotes son los primeros en silenciarlas: tienen historias que se niegan a contar.
Tampoco la cultura logra cumplir esa funci¨®n. Guarda la memoria de nuestros sue?os, pero pocos son los que la valoran y son constantes entre nosotros las cr¨ªticas acerca de la mediocridad y la inanidad de esos sue?os, de modo que aqu¨ª nadie escribe como debe, el cine es un desastre; los m¨²sicos, torpes, y los actores, perezosos e hist¨¦ricos. Un mundo de titiriteros y aventureros, se dice despectivamente, como si unos y otros no hubieran alimentado con sus locuras nuestras mejores charlas junto al fuego.
Hablamos de nuestro pa¨ªs, incluso tenemos extra?as corazonadas acerca de Juegos Ol¨ªmpicos y futuras visitas papales, pero es dif¨ªcil saber de qu¨¦ pa¨ªs estamos hablando, y si tiene alg¨²n fundamento seguir manteniendo la ilusi¨®n de su existencia. Sin embargo, estar¨ªa bien conservar esa ilusi¨®n, aunque s¨®lo fuera para tener hermosas charlas entre nosotros.
Hablar¨ªamos de Rocinante y el rucio de Sancho, de los amores desdichados de Fortunata, de las ni?as magas de Ana Mar¨ªa Matute, de la infanta y las damitas de compa?¨ªa que am¨® Vel¨¢zquez, de Rosal¨ªa y su sombra negra, de los maestros de la Rep¨²blica, de las cajas de Oteiza, de Picasso y su Minotauro, del p¨¦ndulo de V¨ªctor Erice, de la m¨²sica callada de Mompou, de la pobre Colometa, de la dulce queja de Lorca o de esa muchacha dormida que es el centro secreto de la obra de Almod¨®var.
Bien mirado, ?tenemos tantas cosas que contarnos! Entonces, ?por qu¨¦ no empezamos a hacerlo? "Haz una dulce melod¨ªa -dijo Isa¨ªas a Tiro, la ramera largo tiempo olvidada-. Haz dulce tu camino y recibir¨¢s una melod¨ªa". Es la dulzura de esas charlas que se tienen mientras dura el camino de la vida la que debe dar cuenta del verdadero valor de los pueblos, no la opulencia de sus mercaderes.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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