?D¨®nde vas, Caperucita?
Vengo de una familia que no sabe decir tacos. Ten¨ªan su manera de ser hirientes, pero nunca era con palabras sucias. El ¨²nico que soltaba tacos era mi padre, pero lo hac¨ªa (y lo hace) de una manera peculiar¨ªsima. Siendo tan vehemente como es, que agita sus brazos largu¨ªsimos de tal manera que provoca grandes desastres de cigarros y copas de vino aterrizando en los platos de otros, tiene la extra?a costumbre de avisar cuando va a soltar una palabra malsonante. Cuando ¨¦ramos ni?os esto nos creaba una gran expectaci¨®n. Ahora nos provoca una cierta impaciencia: por Dios, dilo ya, cabr¨®n, gilipollas, lo que sea, pero superemos esta situaci¨®n estancada. La falta de familiaridad con los tacos marca. Pas¨¦ a?os provocando cierta mofa entre mis amigos porque no acertaba a decirlos con naturalidad, pero el cerebro es flexible, y el m¨ªo, de manera extrema: me hice una experta. Es curioso lo que ha ocurrido con las palabras rudas en este oficio nuestro del periodismo, cuando yo escrib¨ªa aquellas piezas c¨®micas que se llamaban "Tinto de verano", soltaba de vez en cuando alguna expresi¨®n muy desvergonzada. Eso, hace apenas unos seis a?os, resultaba chocante porque no era habitual que florecieran estas expresiones en los peri¨®dicos; de alguna forma, yo me lo permit¨ªa a m¨ª misma porque lo consideraba una extravagancia dentro de un medio mucho m¨¢s formal. Recuerdo (me r¨ªo al acordarme) que en una ocasi¨®n titul¨¦ mi columna "A tomar por culo el albaricoque". Muy educadamente me sugirieron que lo cambiara y yo, como ni?a pillada en falta, obedec¨ª. El tiempo ha dado un giro tan brutal al lenguaje period¨ªstico que esa an¨¦cdota parece m¨¢s antigua de lo que es. No s¨®lo los tacos han saltado a las columnas, sino a la propia informaci¨®n; algo ha pasado cuando un d¨ªa abres el peri¨®dico y lees, por ejemplo, en una noticia cultural, que se subastan las botas camperas con las que Tony Curtis se "follaba" a Marilyn Monroe. Todo esto me recuerda aquel chiste viejo que, sin embargo, siempre me divierte, en el que va la simpar Caperucita por el bosque y, como es de rigor, el temible lobo sale a su encuentro. "?D¨®nde vas, Caperucita?", pregunta el lobo, y la dulce Caperucita contesta: "A lavarme el co?o al r¨ªo", a lo que el lobo apostilla: "Joder, c¨®mo ha cambiado el cuento". As¨ª me siento yo a veces, como el pobre lobo, que de ser el perverso se ha convertido en un pobre inocent¨®n. Tengo que reconocer que el abuso de los tacos en la prensa espa?ola me ha llevado a replegarme, porque cuando lo transgresor se convierte en moneda corriente no es m¨¢s que vulgaridad. De cualquier manera, a pesar de que la proliferaci¨®n de palabrotas (como dec¨ªamos los ni?os) ha tra¨ªdo como consecuencia que ¨¦stas casi desaparezcan de mi lenguaje escrito, al hablar, las uso con naturalidad, de sopet¨®n y sin previo aviso, al contrario que mi pap¨¢. Eso s¨ª, en mi abanico de palabras malsonantes hay dos que siempre se me han encasquillado y que jam¨¢s me vienen a la boca: follar y puta. Y eso que no hay d¨ªa que no me las encuentre en la prensa. Me deber¨ªa haber acostumbrado ya a esas dos palabrejas, pero el tiempo me ha ense?ado que el lenguaje que no se emplea con naturalidad hay que descartarlo. Imagino que lo que me ocurre con ese verbo, follar, es que una cuesti¨®n est¨¦tica se me mezcla con la sentimental: prefiero esa desfasada cursiler¨ªa que es "hacer el amor". Entiendo que "follar" se use (no en las informaciones, desde luego), pero en mi vida corriente opto por otros sin¨®nimos menos ordinarios, "echar un polvo" (es bonito) o un "quiqui", la mejor expresi¨®n popular que puede haber de un polvo que se practica con entusiasmo pero con ciertas prisas. En cuanto a "puta", esa palabra, hay algo en m¨ª que no la tolera, como un alimento que el organismo no asimila. S¨¦ que incluso se ha impuesto entre los grupos de adolescentes como palabra de colegueo: puta, zorra, perra. Se lo dicen entre ellas, las oigo, hay cari?o y camarader¨ªa. Esa tendencia juvenil se ha contagiado a mujeres de mi edad, se lo dicen entre ellas, cuando se desmadran en los bares en esta ¨¦poca navide?a. Las oigo, hay gran cari?o en esos "zorras" y esos "perras". Me divierte, aunque mi norma, ya digo, sea no usar aquello que mi lengua rechaza. Eso s¨ª, cuando leo que a una prostituta se la denomina en un medio de cierta difusi¨®n "puta", tengo la sensaci¨®n de que se la est¨¢ denigrando a¨²n m¨¢s de lo que su vida la denigra. Prostituta es, para bien o para mal, la definici¨®n de un oficio. En la palabra puta, en cambio, se mezcla el oficio con el insulto m¨¢s intolerable que puede recibir una mujer. El otro d¨ªa, Emma Thompson, esa actriz talentosa y vital, vino a Madrid a presentar una instalaci¨®n que recrea el viaje de una joven secuestrada por la mafia moldava para servir de esclava sexual en Londres. Fueron varios los columnistas que ironizaron sobre la ingenuidad de Thompson al hablar de la maravilla del "Free Sex", sexo gratis y libre. A m¨ª, en cambio, me parece una noble aspiraci¨®n luchar por la desaparici¨®n de la esclavitud sexual. Hacia las prostitutas siempre siento piedad; hacia sus clientes, los que "se van de putas", en este siglo, s¨®lo desprecio, el mismo desprecio que sienten ellos cuando irrumpen en el cuerpo de alguien que no los desea.
Los t¨¦rminos zorra, puta, perra se han impuestro entre los adolescentes como palabras de 'colegueo'
Hacia las prostitutas siempre siento piedad; hacia sus clientes, los que "se van de putas", s¨®lo desprecio
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