De Bacon a Rodin
El arte sigue convocando multitudes a trav¨¦s de las grandes exposiciones de artistas consagrados. Entre las muestras estrella de este a?o han brillado las de Bacon, Sorolla, Juan Mu?oz o La sombra
Siguiendo el orden cronol¨®gico en el que se fueron inaugurando a lo largo del ya casi extinto 2009, hay que empezar el recuento valorativo por la exposici¨®n retrospectiva de Francis Bacon, que se exhibi¨® en el Museo del Prado entre enero y abril, tras haberlo hecho en la Tate Britain de Londres y antes de que se exhibiera en el Metropolitan Museum de Nueva York. La alianza entre estos tres grandes acorazados muse¨ªsticos para llevar a cabo esta empresa ya nos revelaba no s¨®lo el inter¨¦s del artista brit¨¢nico, sino la importancia de volver sobre quien, todav¨ªa en vida, hab¨ªa sido objeto de dos retrospectivas en 1962 y 1985. El inter¨¦s de esta ¨²ltima, p¨®stuma, no se ci?¨® s¨®lo a que fuera la m¨¢s completa, sino, en efecto, a que revel¨® otra mirada cr¨ªtica fraguada con el beneficio de la perspectiva que da el paso del tiempo. Ahora no se celebraba al artista descubierto en medio del fragor de la innovaci¨®n pol¨¦mica, ni tampoco al maestro consagrado, sino su anclaje en la historia. Desde este punto de vista, su paso por el Prado tuvo una especial significaci¨®n, porque Bacon mantuvo un intenso di¨¢logo, sobre todo, con Vel¨¢zquez y Picasso, pero tambi¨¦n con otros pintores espa?oles. La bravura expresionista de su pictoricismo, en el que se simultaneaba lo tr¨¢gico, lo sensual y lo refinado, encontraba, desde luego, un buen acomodo en nuestro principal museo, que no se cans¨® de visitar Bacon a lo largo de su vida. Naturalmente bebi¨® de otras muchas fuentes, entre las que la fotograf¨ªa y el cine desempe?aron un papel muy destacado, pero lo acababa moliendo todo en la retorta de la pintura, de la que se puede considerar como uno de sus ¨²ltimos representantes "puros".
Bacon mantuvo en el Prado un intenso di¨¢logo con Vel¨¢zquez, Picasso y con otros pintores espa?oles
Despu¨¦s de las muestras de Juan Mu?oz en Londres y Bilbao, parec¨ªa imposible conseguir una tercera que las mejorase
El ¨¦xito de p¨²blico de la exposici¨®n de Sorolla la convirti¨® en una de las m¨¢s visitadas de toda la historia del Prado
Con la muestra titulada La sombra, que se exhibi¨® asimismo en el primer tramo de 2009, el Museo Thyssen-Bornemisza y su patrocinadora, y coaligada Fundaci¨®n Caja de Madrid, dio curso a una exposici¨®n tem¨¢tica, en este caso dedicada a un asunto de mucho y variado calado hist¨®rico, porque el mito del origen de la pintura, seg¨²n su versi¨®n occidental, la asociaba a la delineaci¨®n de una sombra, pero su desarrollo hist¨®rico alcanz¨® su plenitud a trav¨¦s del claroscuro. Por lo dem¨¢s, el comisario de esta muestra, el profesor Victor I. Stoichita, autor de un c¨¦lebre ensayo sobre la sombra, supo abordar las restantes dimensiones t¨¦cnicas, psicol¨®gicas y dram¨¢ticas de este apasionante asunto y lo supo llevar hasta el coraz¨®n del arte contempor¨¢neo, con lo que quedaba perfectamente anudada sus dimensiones sincr¨®nicas y diacr¨®nicas.
Tras exhibirse en la Tate Modern de Londres y el Museo Guggenheim de Bilbao, el MNCARS de Madrid remat¨® con original brillantez la retrospectiva dedicada al artista madrile?o Juan Mu?oz (1953-2001), tr¨¢gicamente desaparecido en plena madurez y cuando hab¨ªa alcanzado una merecida atenci¨®n cr¨ªtica internacional. Despu¨¦s de las diferentes versiones de Londres y Bilbao parec¨ªa imposible conseguir una tercera que las mejorase, pero as¨ª fue, no s¨®lo porque en Madrid hubo m¨¢s y mejores obras, sino porque su montaje en secuencia "vertical" dentro del edificio de Sabatini, aprovech¨¢ndose muy bien la articulaci¨®n "encajonada" de las salas de la tercera planta del museo dieron a la obra de este gran escultor espa?ol la profundidad y el vuelo que se merec¨ªan.
Ya en v¨ªsperas de los ardores veraniegos, el entusiasmo p¨²blico se desat¨® con motivo de la exposici¨®n Sorolla (1863- 2001), exhibida en el Museo del Prado. De origen humild¨ªsimo, el valenciano Joaqu¨ªn Sorolla fue uno de los pintores espa?oles que m¨¢s fama internacional logr¨® en vida y, encima, trabajador infatigable, uno de los que mayor rendimiento econ¨®mico sac¨® a ese formidable prestigio, lo cual siempre le acarre¨® recelos, envidias e incomprensiones, que todav¨ªa hoy no se han disipado. Para bien o para mal, el pueblo llano siempre le fue devotamente fiel, lo que aument¨® la suspicacia cr¨ªtica de los "entendidos". Por otra parte, en medio de la honda crisis identitaria que se produjo en Espa?a tras el desastre de 1898, que gener¨® una mea culpa nacional, por el que regodearse en las lacras f¨ªsicas y morales del pa¨ªs se consider¨® el paso obligado para la regeneraci¨®n patri¨®tica, Sorolla encabez¨® una versi¨®n contrapuesta, la de una "Espa?a blanca", de radiante luz mediterr¨¢nea y alegre sensualidad, que estaba en la ant¨ªpoda de la "Espa?a negra", adusta, severa, oscura y miserable. De manera que no s¨®lo se convirti¨® en objeto de discusi¨®n su estilo pict¨®rico, sino tambi¨¦n el trasfondo moral que comportaba su optimista versi¨®n del pa¨ªs. Por todo lo antes apuntado, se hac¨ªa necesario una revisi¨®n de su figura, aprovechando la oportunidad de que estaban viajando por diversos puntos de Espa?a la monumental serie de las Visiones de Espa?a, que pint¨® Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York. El Museo del Prado tuvo entonces la feliz ocurrencia de acompa?ar este maravilloso conjunto con una retrospectiva de un centenar largo de cuadros del artista, algunos nunca vistos en directo y otros, pr¨¢cticamente desconocidos. De nuevo, el ¨¦xito de p¨²blico fue tan estruendoso que esta convocatoria se convirti¨® en una de las m¨¢s visitadas de toda la historia del Prado, pero lo m¨¢s fruct¨ªfero del evento fue la muy bien trabajada selecci¨®n de obras y el excelente planteamiento cr¨ªtico de todos los aspectos de esta exposici¨®n, que ser¨¢ recordada como la mejor realizada hasta el momento.
Procedente del Museo de Orsay de Par¨ªs, vino a la sede madrile?a de la Fundaci¨®n Mapfre, tambi¨¦n en periodo estival, la exposici¨®n titulada ?Olvidar a Rodin? Escultura en Par¨ªs, 1905-1914, un sorprendente conjunto de 124 esculturas y dibujos, cuya cantidad y calidad desbord¨® las expectativas incluso de quienes ya hab¨ªan apreciado hasta qu¨¦ punto eran excelentes las relaciones de esta fundaci¨®n privada espa?ola con los museos p¨²blicos franceses, y, en especial, con el de Orsay. De cualquier modo, fueran cuales fueran las sobresalientes obras acopiadas para el caso y la intimidante resonancia hist¨®rica de algunos de sus autores, empezando por el nombre de Rodin no en balde alegado en el propio t¨ªtulo de la muestra, el inter¨¦s de este proyecto se sobrepon¨ªa a toda fanfarria. Por un lado se trataba de restituir los t¨¦rminos reales en los que se produjo la reinvenci¨®n de la escultura a comienzos del siglo XX, cuando la sombra de Rodin era todav¨ªa insoportablemente alargada. Hasta ahora, lo normal al respecto era dar un salto en el vac¨ªo entre Rodin y las primeras vanguardias, obviando lo que realmente ocurri¨® entremedias y qui¨¦nes fueron sus aut¨¦nticos protagonistas. Esta exposici¨®n rellen¨® con pulcra competencia acad¨¦mica este intervalo en falso, lo que nos permite no s¨®lo conocer la verdadera historia de la escultura contempor¨¢nea, sino, sobre todo, pensarla mejor. Por lo dem¨¢s, la imprescindible reivindicaci¨®n que se hizo en ella de Wilhem Lehmbruck, cuya importancia nunca ser¨¢ lo suficientemente ponderada, ya habr¨ªa justificado esta muy instructiva iniciativa, llena de sugerentes hallazgos.
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