Las puertas del infierno
Entre Hanukkah y Navidad, alguien roba el cartel que est¨¢ sobre la entrada del campo de exterminio de Auschwitz. La polic¨ªa polaca lo recupera y atrapa a los ladrones, que, al parecer, lo hab¨ªan hecho por encargo de una persona en el extranjero. Nos cuesta imaginar qu¨¦ tipo de ser humano puede querer una cosa as¨ª para su colecci¨®n privada. Pese a todos los asesinatos de masas, toda la esclavitud y toda la tortura que ha habido desde entonces, Auschwitz sigue siendo, para un europeo de mi generaci¨®n, el s¨ªmbolo por excelencia de la maldad humana en nuestros tiempos.
Este grotesco episodio remata un a?o en el que las relaciones entre los cristianos y los jud¨ªos en general, y los cristianos polacos y los jud¨ªos polacos en particular, han vuelto a ser materia de debate. Los fantasmas de un pasado torturado en Europa del Este aullaron incluso por los pasillos de Westminster, cuando los conservadores anunciaron su alianza en el Parlamento Europeo con un grupo de partidos de extrema derecha, sobre todo de Europa central y del este, y colocaron a sus parlamentarios bajo la direcci¨®n de Michal Kaminski, perteneciente al partido Ley y Justicia de Polonia.
El robo del cartel de Auschwitz remata un a?o de debate entre cat¨®licos y jud¨ªos en Polonia
Podemos estar por debajo de los monos y por encima de los ¨¢ngeles
Durante la controversia subsiguiente, el autor y actor Stephen Fry dijo que "existe una historia de catolicismo de derechas que resulta profundamente inquietante para quienes sabemos un poco de historia y recordamos de qu¨¦ lado de la frontera estaba Auschwitz". S¨ª, por favor, un poco de historia. Echar a los cat¨®licos polacos la culpa del campo de exterminio nazi en un territorio anexionado por los alemanes, un campo en el que tambi¨¦n hubo prisioneros y muertos cat¨®licos, es tan absurdo que el comentario de Fry desat¨® un torrente de cr¨ªticas; y hay que reconocer que Fry se apresur¨® a pedir disculpas.
Pero no es s¨®lo una tonter¨ªa de un ingl¨¦s. Hace unas semanas, mientras ve¨ªa un reportaje de la televisi¨®n alemana sobre el juicio de John Demjanjuk, me sorprendi¨® o¨ªr al presentador que le describ¨ªa como un guardia "en el campo de exterminio polaco de Sobibor". ?En qu¨¦ tiempos vivimos, que uno de los principales canales de televisi¨®n alemanes piensa que puede calificar los campos nazis de "polacos"?
En mi experiencia, todav¨ªa est¨¢ muy extendido eso de equiparar autom¨¢ticamente Polonia con catolicismo, nacionalismo y antisemitismo; y de ah¨ª, se pasa f¨¢cilmente a decir que los polacos fueron culpables del Holocausto, por asociaci¨®n. Este estereotipo colectivo no hace justicia a la verdad hist¨®rica. No deja sitio, por ejemplo, a la incre¨ªble historia de Witold Pilecki, un oficial polaco que en 1940 se ofreci¨® voluntario para que lo metieran preso en Auschwitz con el fin de descubrir lo que estaba pasando all¨ª. Permaneci¨® preso en el campo dos a?os y medio, consigui¨® sacar fuera informes, organiz¨® c¨¦lulas de resistencia dentro y luego se escap¨®. Despu¨¦s de luchar en el levantamiento de Varsovia contra los nazis, Pilecki sobrevivi¨® los ¨²ltimos meses en un campo alem¨¢n de prisioneros de guerra, pero fue detenido y torturado por la polic¨ªa secreta comunista cuando los sovi¨¦ticos ocuparon Polonia y muri¨® ejecutado en 1948.
Los estereotipos generalizados producen una reacci¨®n de defensa entre los polacos y, por consiguiente, hace m¨¢s dif¨ªcil que acepten una historia profundamente inquietante de antisemitismo polaco y cat¨®lico (no limitado a la derecha: el partido comunista polaco se vio sacudido por una famosa campa?a antisemita en 1968). El proceso de enfrentarse a un pasado dif¨ªcil est¨¢ en marcha desde hace tiempo, sobre todo desde que Polonia recobr¨® la libertad. A comienzos de esta d¨¦cada, la denuncia hecha por un historiador sobre la horrenda matanza de jud¨ªos en el pueblo de Jedwabne a manos de sus vecinos cat¨®licos, en el verano de 1941, desencaden¨® lo que el escritor jud¨ªo polaco Konstanty Gebert llama un debate "asombrosamente profundo y asombrosamente valiente". Desde entonces, dice Gebert, "el pa¨ªs ha experimentado una seria transformaci¨®n moral".
He criticado m¨¢s que nadie la nueva alianza de los conservadores en el Parlamento Europeo, pero el veredicto pol¨ªtico debe mantenerse separado del hist¨®rico y el moral. El lenguaje de la pol¨ªtica de partidos actual, con sus frases prefabricadas y sus medias verdades facilonas, es tan pat¨¦ticamente inapropiado para describir los terrores de Auschwitz y el hero¨ªsmo de alguien como Pilecki que el mero hecho de acercarse a ellos con semejante verborrea sint¨¦tica parece una especie de sacrilegio. Existe un juicio pol¨ªtico, para el que saber qu¨¦ dijo un oportunista de derechas como Kaminski en el debate de hace unos a?os sobre Jedwabne es una cuesti¨®n importante, aunque secundaria. Existe un juicio hist¨®rico, que los investigadores nos est¨¢n permitiendo hacer con una apreciaci¨®n cada vez mayor de la complejidad que tiene la historia jud¨ªa y del Este de Europa. Existe un juicio legal, que debe alcanzar a quienes cometieron cr¨ªmenes contra la humanidad. Pero, por encima de todos ¨¦stos, existe una dimensi¨®n que tiene que ver con la mente humana y que tal vez s¨®lo pueda abarcarse por completo con el lenguaje del arte.
Para entender a qu¨¦ me refiero, por favor, compren, pidan o roben una de las ¨²ltimas entradas disponibles para ver el brillante montaje de una obra llamada Our Class, del escritor polaco Tadeusz Slobodzianek, que est¨¢ represent¨¢ndose en el National Theatre de Londres hasta mediados de enero. O, si viven en otro pa¨ªs (incluida Polonia, donde todav¨ªa no se ha representado), empiecen a hacer campa?a para que la lleven a escena all¨ª. A partir de la amplia documentaci¨®n existente hoy sobre lo que ocurri¨® en Jedwabne, Our Class cuenta la tr¨¢gica y entrelazada historia de las vidas de 10 compa?eros de colegio de antes de la guerra, cinco jud¨ªos, cinco cat¨®licos.
No ahorra ninguno de los horrores de uno de los peores cap¨ªtulos de la historia del antisemitismo polaco: muestra una violaci¨®n en grupo, un hombre que muere a causa de una paliza y unos jud¨ªos quemados vivos en un granero. Pero tambi¨¦n muestra a Wladek, el agricultor cat¨®lico que acoge a una chica jud¨ªa y luego se casa con ella, y mata a un compa?ero de clase polaco que quiere detenerla. Est¨¢ tambi¨¦n Menachem, el superviviente jud¨ªo que despu¨¦s de la guerra se convierte en interrogador de la polic¨ªa secreta comunista. Y Zocha, la mujer cat¨®lica que salva la vida de Menachem escondi¨¦ndole en su granero y luego emigra a Estados Unidos. Al o¨ªr a un matrimonio jud¨ªo estadounidense quejarse del antisemitismo polaco, estalla: "?Y qu¨¦ hicieron los americanos por los jud¨ªos durante la guerra?". Y Abram, el afortunado, que emigra a Estados Unidos antes de la guerra, se convierte en un rabino untuoso y, 60 a?os despu¨¦s de que ocurriera, consigue que su antiguo compa?ero Heniek, ahora un sacerdote cat¨®lico aficionado a los ni?os peque?os, apoye su afirmaci¨®n -totalmente sin fundamento- de que, en 1941, el rabino de Jedwabne llev¨® a sus fieles al granero con la Tor¨¢ en alto y glorificando el nombre de Dios, Kiddush Hashem. Ning¨²n mito, ni los que serv¨ªan de consuelo, permanece intacto.
Las preguntas propias de historiador sobre la verdad hist¨®rica estricta, sobre lo que es t¨ªpico y lo que es excepcional, causa y efecto, en este caso son secundarias. Porque aqu¨ª vemos una verdad m¨¢s de fondo: esto es de lo que son capaces los seres humanos cuando se encuentran en el sitio equivocado en el momento inoportuno. (Y un pueblo del este de Polonia ocupado primero por los sovi¨¦ticos, tras el Pacto entre Hitler y Stalin, luego por los nazis, y luego por un r¨¦gimen comunista polaco bajo la tutela del Ej¨¦rcito Rojo, es pr¨¢cticamente la definici¨®n de sitio equivocado y momento inoportuno). Cualquiera que haya nacido en un sitio y un momento m¨¢s afortunados debe decir: habr¨ªa podido ser yo, si no hubiera sido por una cuesti¨®n de geograf¨ªa.
Ahora bien, todos hacemos el mismo camino, salvo que sin los extremos. No s¨®lo es que unos sean malos y otros, h¨¦roes; es que el mismo hombre o la misma mujer puede comportarse de forma terrible en un instante y maravillosamente a continuaci¨®n. Podemos estar por debajo de los monos y por encima de los ¨¢ngeles. Somos d¨¦biles; somos fuertes. Adquirimos el peso de la culpa; reivindicamos nuestro derecho a la compasi¨®n. Luego nos hacemos viejos, enfermamos y morimos.
Timothy Garton Ash es catedr¨¢tico de Estudios Europeos, ocupa la c¨¢tedra Isaiah Berlin en St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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