La cruz y la cuna
Es evidente: la Navidad tiene much¨ªsimos adeptos; gente entregada al ternurismo, dada a la zambomba, gustosa de los empalagos del mazap¨¢n y el turr¨®n y propicia a los convencionalismos fraternos de la falsedad. Pero tambi¨¦n tiene sus detractores. Y no hace falta ser un laicista arrebatado para mostrar rechazo por la Navidad, sus iconos, sus t¨®picos y sus bullas. Tambi¨¦n hay cristianos practicantes a los que no s¨®lo hartan los villancicos y las luminarias, sino a los que indignan las contradicciones de estas fiestas con sus despilfarros y sus hipocres¨ªas. Y laicos hay para todo: unos que viven las fiestas como la inevitable costumbre de la tribu, otros que consideran compatible su laicismo con su educaci¨®n sentimental y algunos que las soportan resignadamente. Pero no solemos desaprovechar los espa?oles la oportunidad de dividirnos entre amantes y detractores de lo que sea sin matices, con lo que no ha hecho falta llegar al razonable debate sobre laicidad, que se desarrolla muy oportunamente en esta sociedad de supuesta democracia avanzada, para situarnos en el pelot¨®n antinavide?o o prenavide?o, en el de los partidarios del bel¨¦n o del ¨¢rbol o en la cofrad¨ªa del Ni?o Jes¨²s o los Reyes Magos, enfrentada a la de Pap¨¢ Noel.
A veces los detractores de los belenes son los que prefieren a Santa Claus, obispo al fin y al cabo
Pero no es la expresi¨®n de unas preferencias ic¨®nicas frente a otras, ni el rechazo total de la celebraci¨®n, lo que conduce a la pelea, sino la radicalidad con que se expresan sus protagonistas, consecuencia unas veces de la ignorancia y otras de la mala voluntad. Y no creo que la esencia cultural de la Navidad, naturalmente discutible, deba relacionarse con la imposici¨®n de s¨ªmbolos religiosos en las escuelas y en las instituciones, como es el caso de la pretendida desaparici¨®n de los crucifijos en las aulas, Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo por medio, que tan irritada pol¨¦mica ha suscitado. Supongo por eso que no es lo mismo un crucifijo en La Zarzuela, presidiendo la toma de posesi¨®n de los ministros del Gobierno de un Estado aconfesional, que un bel¨¦n en palacio.
En el bel¨¦n del palacio Real se puede ver a Mar¨ªa y a Jos¨¦ con su peque?o Jes¨²s, delante de las ruinas de un templo y a unos jaraneros napolitanos celebrando el nacimiento a su manera. Fue una iniciativa de Carlos III para dar gusto a su ni?o, y de su ni?o, Carlos IV, pero demuestra que, si bien un bel¨¦n no puede eludir su b¨¢sico argumento, cambia los guiones a capricho para ofrecer distintas representaciones. El imaginario popular ha enriquecido esta tradici¨®n. Y teniendo Espa?a tan horrendas tradiciones ante las que mostrar rechazo radical, hasta el punto de que en el debate taurino algunos progresistas defienden la tradici¨®n frente a la raz¨®n, no se entiende f¨¢cilmente a los que, invocando una posici¨®n laicista no matizada, rechazan el bel¨¦n en los espacios p¨²blicos. Llevan tiempo haci¨¦ndolo, pero eso no lo sab¨ªa Mar¨ªa Dolores de Cospedal cuando, terciando por las bravas en el debate de los crucifijos, vio con prontitud desmedida, ella es una mujer de urgencias, la amenaza de que Zapatero, que es el que acaba con todo, acabe con la Navidad. Tal vez le influyera el hecho de que, como tantos, Cospedal pertenece a una de esas familias que ahora hacen del crucifijo en la escuela una nueva cruzada, y que son las mismas que acabaron hace a?os con la tradici¨®n de los crucifijos de las cabeceras de sus camas y los retiraron de sus alcobas. Y no s¨®lo por razones est¨¦ticas, que tambi¨¦n -hab¨ªa unos crucifijos t¨¦tricos en las casas que lo mismo serv¨ªan para el dormitorio que para un nicho de difuntos-, sino porque un Dios en la cruz sobre la cama impon¨ªa mucho a la hora de engendrar ni?os, incluso trat¨¢ndose de aquellos que, seg¨²n Rouco Varela el domingo, son los que traen ni?os al mundo en exclusiva.
Pero no faltan los que coinciden con las provocaciones de Cospedal y organizan sus broncas contra los belenes de Madrid, donde contemplan los peque?os, ajenos a la intolerancia de unos y de otros, una especie de teatrillo en el que las figuras populares dan vida a un mundo de actividades diversas, con sus caser¨ªos iluminados, el agua natural en el poblado y figuras en movimiento que representan a un viejo con su serrucho o a un labrador con su azada. A veces los detractores de esos belenes son los mismos que prefieren la figura de Pap¨¢ Noel, que viene a ser Santa Claus, un obispo al fin y al cabo, un Mart¨ªnez Camino de barba blanca, a la de los Magos de Oriente que, aunque provengan de la Biblia, o precisamente por eso, son mucho m¨¢s legendarios y sugestivos.
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