Sobre la identidad democr¨¢tica
El debate sobre la identidad francesa incitado por el presidente Sarkozy es un s¨ªntoma alarmante de c¨®mo se est¨¢n poniendo las cosas en nuestra Europa de los malentendidos. ?Preocupaci¨®n identitaria hasta en el ¨²ltimo basti¨®n republicano del radicalismo ilustrado! Si la sal pierde tambi¨¦n el sabor... ?con qu¨¦ podremos devolv¨¦rselo? Probablemente, la mejor respuesta a quienes inquieren en qu¨¦ consiste la identidad francesa es replicar: "En no hacer nunca preguntas como ¨¦sta". Pero hemos llegado a tal punto que ya no podemos limitarnos a esa ir¨®nica contundencia. Es preciso intentar de nuevo dar otra vuelta de tuerca a la pedagog¨ªa c¨ªvica.
En el congreso Casa Europa, celebrado hace pocos d¨ªas en Tur¨ªn por inspiraci¨®n de Gianni Vattimo, escuch¨¦ una intervenci¨®n interesante del ex alcalde de Palermo y actual parlamentario italiano Leoluca Orlando, titulada Identidad y convivencia. Sostuvo que en la UE es preciso dejar de hablar para bien o para mal de "minor¨ªas", porque lo que cuenta es que todos formamos parte de la mayor¨ªa democr¨¢tica igual en derechos humanos y garant¨ªas civiles. El reconocimiento pol¨ªtico de "minor¨ªas" estereotipadas consagra una cultura de la pertenencia, seg¨²n la cual los derechos dependen de la adscripci¨®n del ciudadano a tal o cual grupo identitario. Cada identidad se convierte as¨ª en un blindaje que justifica excepciones y conculcaciones de las pautas democr¨¢ticas generales.
Frente a la cultura de la pertenencia est¨¢ la cultura de la participaci¨®n, que busca la integraci¨®n
No hay c¨¢nones para ser franc¨¦s, pero s¨ª para estar en Francia como ciudadano
Seg¨²n mi interpretaci¨®n, existe una diferencia esencial entre la diversidad de identidades discernibles en cualquiera de nuestras comunidades actuales y la identidad democr¨¢tica que constituye el ADN del sistema pol¨ªtico en que vivimos. Como ya he escrito en otro sitio (el curioso debe consultar el cap¨ªtulo sexto de La vida eterna) el asunto se resume en la distinci¨®n entre ser y estar. Cada individuo configura lo que es de acuerdo a una gama m¨¢s o menos amplia de identidades yuxtapuestas: algunas nos vienen impuestas por los azares de la biolog¨ªa, la geograf¨ªa o la historia, mientras que otras provienen de elecciones m¨¢s personales en el terreno de los afectos, las creencias o las aficiones. Hay cosas que somos desde la cuna y otras que preferimos o nos empe?amos en ser: ciertas identidades nos apuntan y al resto nos apuntamos. Sobre lo que cada cual es, cree que es o quiere ser poca discusi¨®n p¨²blica cabe. Se trata de una aventura personal mejor reflejada en obras autobiogr¨¢ficas como las Confesiones de san Agust¨ªn o de Rousseau, incluso en diarios como el de Andr¨¦ Gide.
La identidad democr¨¢tica, en cambio, no expresa tanto una forma de ser como una manera de estar. De estar junto a otros, para convivir y emprender tareas comunes, pese a las diferencias de lo que cada uno es o pretende ser.
El ¨²nico requisito que se impone en democracia a las diversas identidades que se dan en ella es que no interfieran radical-mente con las normas que permiten estar juntos o imposibiliten su funcionamiento igualitario. Por ejemplo, la identidad francesa es, sin duda, parte de lo que los ciudadanos franceses son, pero hay muchas maneras de vivirla, sentirla y pensarla de acuerdo con el resto de los rasgos de identidad que cada cual considera suyos. Ya existen novelas o pel¨ªculas sobre esta diversidad, que unos viven como drama y otros como conquista (supongo que entre estos ¨²ltimos habr¨¢ que incluir al propio presidente de ascendencia h¨²ngara y a su envidiablemente cosmopolita esposa).
No hay c¨¢nones definitivos para ser franc¨¦s, pero s¨ª para estar en Francia como ciudadano de una democracia avanzada. De modo que la pregunta interesante no indaga lo que significa ser franc¨¦s, sino lo que exige ser ciudadano en Francia.
Lo mismo es v¨¢lido para el resto de los pa¨ªses, desde luego. No son los minaretes ni los campanarios los que amenazan las libertades p¨²blicas, sino aquellos feligreses o dignatarios religiosos que ponen su pertenencia a una fe por encima de sus obligaciones con el sistema democr¨¢tico que las permite convivir a todas sin desgarramientos ni indebidos privilegios. Frente a la cultura de la pertenencia -acr¨ªtica, blindada, basada en el sacrosanto "nosotros somos as¨ª"- est¨¢ la cultura de la participaci¨®n, cuyas adhesiones son siempre revisables y buscan la integraci¨®n de lo diferente en lugar de limitarse a celebrar la unanimidad de lo mismo. A esta ¨²ltima, que respeta el ser de cada cual pero lo subordina en asuntos necesarios al estar juntos con quienes son de otro modo, es precisamente a lo que se llama laicismo.
Pero es importante destacar que el laicismo no s¨®lo se refiere a las identidades religiosas: tambi¨¦n ha de aplicarse ante otras de distinto signo, como las llamadas de g¨¦nero (refiri¨¦ndose al sexo, que es lo que tenemos los humanos a diferencia de los adjetivos y los pronombres) o a las de idiosincrasias nacionalistas. En el Pa¨ªs Vasco, por ejemplo, las t¨ªmidas medidas que afortunadamente se van tomando para asentar por fin la maltrecha identidad democr¨¢tica que all¨ª nunca ha tenido verdadera vigencia tropiezan con la oposici¨®n de quienes se empe?an en verlas como agresiones a una supuesta "identidad vasca", que ellos se han ocupado de dise?ar como incompatible con la espa?ola y calcada de par¨¢metros exclusiva y excluyentemente sabinianos. De modo semejante, se previene y desvaloriza en Catalu?a la funci¨®n del Tribunal Constitucional, cuya misi¨®n (hay que reconocer que cumplida por lo general sin excesivo lucimiento) supone precisamente la defensa del estar constitucional frente a formas de ser que impliquen desigualdades ofensivas o disgregaciones territoriales de la ciudadan¨ªa. No s¨®lo son los obispos quienes pretenden que lo que ellos consideran pecado sea convertido en delito por la ley civil: tambi¨¦n hay integrismos culturales o etnicistas que aspiran a imponer sus prejuicios irreversibles -"aqu¨ª somos as¨ª, hablamos as¨ª, etc¨¦tera..."- por la misma v¨ªa.
El problema de fondo es que las identidades particulares con las que cada uno definimos lo que somos gozan de una calidez entusiasta y egoc¨¦ntrica a la que dif¨ªcilmente puede aspirar la m¨¢s gen¨¦rica y compartida identidad democr¨¢tica. Cada cual disfruta o padece (pero deliciosamente) su ser y s¨®lo se resigna a estar con los dem¨¢s. De ah¨ª la importancia de una educaci¨®n c¨ªvica, la denostada Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa, que razone y persuada para la formaci¨®n de un car¨¢cter verdaderamente laico en todos los aspectos. Ignoro si este objetivo es ahora alcanzable en nuestra era centr¨ªfuga, pero estoy convencido de que es deseable y hasta imprescindible dentro de una actitud progresista m¨¢s all¨¢ de las habituales querellas entre izquierdas y derechas.
Fernando Savater es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.