Munilla al frente
El foll¨®n montado por el nombramiento de Munilla ha sido analizado desde todas las perspectivas y ha dado pie, como suele suceder, para que se liberen sentimientos, prejuicios y deseos ocultos y reprimidos. No a?ado nada nuevo si digo que se vuelve a plantear la pertinencia del actual sistema de nombramiento de obispos. Algunos consideramos que el secretismo del procedimiento y la marginaci¨®n de los organismos representativos de las di¨®cesis afectadas no responde ni a las exigencias evang¨¦licas ni a las que nuestra cultura requiere en la vida de un grupo social. Existen lobbies que promueven a sus candidatos: en Espa?a pr¨¢cticamente todos proceden de una di¨®cesis determinada o del entorno de una figura eclesi¨¢stica influyente. El desprestigio de la Iglesia en Espa?a -sin parang¨®n en ning¨²n otro lugar seg¨²n todas las encuestas- tiene mucho que ver con esta pol¨ªtica eclesi¨¢stica que ha modelado un episcopado sumamente conservador en lo doctrinal, sin capacidad de di¨¢logo con lo m¨¢s emergente del mundo cultural y con una estrategia defensiva y crispada ante los cambios sociales.
Tiene el reto de hacer una Iglesia menos excluyente y sin obsesi¨®n por recetas pol¨ªticas
El escrito de numerosos curas guipuzcoanos reflejaba su disgusto porque el nombramiento de Munilla significa la desautorizaci¨®n de la l¨ªnea pastoral seguida por la di¨®cesis con los obispos Seti¨¦n y Uriarte. La interpretaci¨®n es acertada y plantea una cuesti¨®n muy delicada. Si se me permite la autocita, mi primer art¨ªculo, firmado con otros tres compa?eros, disintiendo de la l¨ªnea de la Iglesia vasca se public¨® en 1979 en este mismo peri¨®dico. Evidentemente me refer¨ªa a su actitud ante el terrorismo. Con el paso del tiempo muchas cosas se han corregido, sobre todo en Vizcaya, pero muchos cristianos se han sentido profundamente inc¨®modos en la Iglesia guipuzcoana. Se cometi¨®, adem¨¢s, el error de desconfiar, cuando no de poner abiertamente la proa, a grupos y movimientos que estaban en auge y contaban con los m¨¢ximos apoyos vaticanos. Por otra parte, hemos asistido en el Pa¨ªs Vasco no a un proceso de secularizaci¨®n progresivo, como en tantos lugares, sino a un aut¨¦ntico desplome religioso. Ha faltado lucidez para captar lo que estaba sucediendo ante nuestros propios ojos; sobre todo ha faltado lucidez y valent¨ªa para denunciar una ideolog¨ªa absolutizada, aut¨¦ntico ¨ªdolo de muerte, que ha desertizado la conciencia moral y religiosa de miles de vascos.
Tambi¨¦n hay que tener en cuenta que para muchos lo de Munilla es lluvia sobre mojado. Despu¨¦s de la guerra, la Iglesia en el Pa¨ªs Vasco tuvo una pujanza extraordinaria, pero muchos cristianos, identificados con el vasquismo, sobrellevaban un episcopado, filtrado por el Caudillo, especialmente beligerante con su sensibilidad. Tras la supuesta bonanza episcopal del inmediato postconcilio, ven ahora en los cambios episcopales, posiblemente sacando las cosas de quicio, un af¨¢n por reconducir no solo pastoral, sino pol¨ªticamente a la Iglesia vasca.
Es hora de mirar para adelante y de gestionar el conflicto planteado de modo que sea un factor positivo en la vida de la Iglesia guipuzcoana. El que a Jos¨¦ Ignacio Munilla se le conozca porque es de la tierra puede ser una dificultad sobrea?adida. El etiquetaje simplista y casi indeleble es una maldici¨®n en sociedades muy ideologizadas como la nuestra. Pero hay que conceder un margen de confianza al nuevo obispo. Existen recelos ideol¨®gicos y pastorales, pero todos reconocen su capacidad como comunicador, su cercan¨ªa a los m¨¢s necesitados, el cari?o que se gan¨® en Zum¨¢rraga. Y Munilla, a quien recuerdo con afecto como alumno m¨ªo en el Seminario de San Sebasti¨¢n, tiene un gran reto por delante: ser referencia de comuni¨®n en una Iglesia con divisiones y en una sociedad conflictiva; hacer una Iglesia m¨¢s inclusiva, menos excluyente, m¨¢s evang¨¦lica, cercana a las v¨ªctimas y denunciadora de los ¨ªdolos, no obsesionada con proporcionar recetas para los conflictos pol¨ªticos. La Iglesia de Guip¨²zcoa tiene que aceptar al nuevo obispo y enriquecerse con su vitalidad y aportaciones; el nuevo obispo tiene que incorporarse a una Iglesia en marcha y actuar con prudencia y respeto. La comuni¨®n entre la Iglesia y su obispo implica deberes rec¨ªprocos.
Quisiera que algunos de los dolores de hoy se revelen en el futuro como exagerados, como sospecho que hay algunas alegr¨ªas insanas. Hay cosas que empiezan mal, pero pueden acabar bien. Veremos.
Rafael Aguirre es catedr¨¢tico em¨¦rito de Teolog¨ªa de la Universidad de Deusto.
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