El neandertal listo
Como se sabe, la cultura popular es una categor¨ªa inventada por intelectuales. De repente, hacia finales del XVIII, las clases cultivadas empezaron a demandar a las que no lo eran algo m¨¢s que el respeto, la obediencia y el trabajo que les hab¨ªan exigido hasta entonces: ahora quer¨ªan que, adem¨¢s, les suministraran sus peque?os tesoros ocultos, las canciones que cantaban, los cuentos que se contaban al amor de la lumbre, los utensilios de factura barata que fabricaban para facilitar o adornar sus existencias. Los folcloristas los recog¨ªan y los clasificaban: los expon¨ªan como riqueza de todo el pueblo (ahora ellos eran tambi¨¦n el pueblo). Las clases medias que abanderaron los nacionalismos rom¨¢nticos comenzaron a mostrar un ins¨®lito inter¨¦s por lo "aut¨¦ntico", por lo no contaminado por la influencia exterior. Lo "suyo" segu¨ªa siendo s¨®lo suyo, pero ahora, y en el marco sacrosanto de la naci¨®n, tambi¨¦n pod¨ªan enorgullecerse de una herencia que pertenec¨ªa a todos: lo popular.
Ahora resulta que aquellos antepasados nuestros no eran tan brutos como imagin¨¢bamos
En el imaginario almac¨¦n de nuestra cultura tendr¨¢n que compartir espacio, como siempre hicieron, 'doxa' y ciencia
En todo caso, la obsesi¨®n de los intelectuales por marcar las diferencias entre "alta" y "baja" cultura fue bastante posterior. Coincide con ese hecho definitorio de la primera modernidad del que advert¨ªa Ortega con esa pizquita tan suya de paranoia de clase que hoy resulta enternecedora: el advenimiento de las "aglomeraciones". As¨ª lo explica: "La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad". A partir de entonces, las masas que protagonizan esa "hiperdemocracia" impusieron sus propias formas de cultura, mucho m¨¢s extensivas e integradoras, por medio de nuevos instrumentos t¨¦cnicos: el cine ser¨ªa durante mucho tiempo el m¨¢s eficaz.
Tener una cultura com¨²n significa compartir los significados que constantemente creamos y de los que estamos hechos. Y, por tanto, compartir inevitablemente prejuicios y puntos de vista ("opiniones") alimentados desde esos masivos dispensadores de "cultura popular" que terminan amueblando buena parte de nuestro imaginario. La ciencia se encarga a veces de desmentirlos o puntualizarlos, pero el poder de persuasi¨®n de la verdad cient¨ªfica requiere m¨¢s tiempo. Los mitos suelen expresar sentimientos ocultos: por eso son m¨¢s atractivos.
?ltimamente he seguido con inter¨¦s dos de esas "puntualizaciones" de la ciencia que me han servido para calibrar la intensidad con que mis "saberes" de no especialista se hallan condicionados por los mitos de la cultura popular. El descubrimiento y posterior an¨¢lisis de nuevas tumbas de trabajadores que intervinieron en la construcci¨®n de la Gran Pir¨¢mide de Giza viene a apuntalar lo que, al parecer, los egipt¨®logos conoc¨ªan hace tiempo (v¨¦ase el entretenido El secreto de la esfinge, de Charlotte Booth, Cr¨ªtica): que los que levantaron aquellas moles eternas no eran esclavos, sino obreros asalariados m¨¢s o menos orgullosos de participar en la construcci¨®n de la tumba de su fara¨®n. Hollywood -?recuerdan, por ejemplo, Los diez mandamientos?-, que se inspir¨® en la opini¨®n de Herodoto, nos impuso la convicci¨®n de la mano de obra esclava.
La otra "revelaci¨®n" se refiere a nuestros primos neandertal. Recientes descubrimientos en Cueva Ant¨®n (Murcia) vienen a confirmar lo que algunos arque¨®logos ya sab¨ªan: que aquellos antepasados nuestros no eran tan brutos como imagin¨¢bamos. Ahora resulta que se adornaban con conchas pintadas, y que para hacerlas m¨¢s bellas fabricaban pigmentos, que probablemente tambi¨¦n utilizaban como cosm¨¦ticos. La idea del neandertal simiesco, brutal y de inteligencia m¨¢s que limitada, transmitida por la cultura popular (desde las historietas al cine) comienza a desvanecerse.
Detr¨¢s quedan, y tambi¨¦n para siempre, creaciones de la cultura popular que hab¨ªan alimentado nuestros prejuicios interpretando a su modo lo que (a¨²n) no sab¨ªamos. En el imaginario almac¨¦n de nuestra cultura tendr¨¢n que compartir espacio, como siempre lo hicieron, doxa y ciencia. La brillantez de Hollywood y la testaruda rotundidad de los hechos. De modo que vay¨¢mosle haciendo un hueco al neandertal listo.
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