El escritor que Cela quiso salvar
Nicasio Pajares fue un novelista, dramaturgo y humorista ya olvidado en vida que ahora ni Padr¨®n, su municipio natal, recuerda, aunque el Nobel lo admir¨®
Deb¨ªa de rondar el a?o 1930. Nicasio Pajares Ojeros acababa de volver de visita a Padr¨®n, despu¨¦s de pasar muchos a?os fuera, en Am¨¦rica y en Madrid. Y se encontraba paseando por la alameda con el periodista del Arriba ?nxelo Novo cuando le cay¨® sobre el sombrero una monda de pl¨¢tano. Todo parec¨ªa indicar que la piel hab¨ªa venido en picado desde la copa espesa de la sequoya de Rosal¨ªa (aqu¨¦lla bajo la que ella sol¨ªa sentarse), pero era imposible distinguir entre el ramaje al autor de la gamberrada. As¨ª que Pajares, cabread¨ªsimo, se puso a dar gritos llamando al jardinero, y Manuel Cajaravilla se present¨® al instante: "Non lle faga caso. ? o sobri?o das de Trulock. Di que est¨¢ facendo de mono de Gibraltar... ?Baixa, Camili?o Jos¨¦, que molestas a estes se?ores!"
"Es el sobrino de las de Trulock, que est¨¢ haciendo de mono de Gibraltar"
Odiaba a Valle porque Valle lo ninguneaba. "A usted, 'ni caso", le dec¨ªa
Fue la primera y la ¨²ltima vez que se cruzaron la mirada, si es que llegaron a cruz¨¢rsela, los dos novelistas padroneses, Camilo Jos¨¦ Cela y Nicasio Pajares. El primero adolescente y el segundo casi cincuent¨®n. El de los Trulock, una criatura con mucho car¨¢cter, se tom¨® con calma eso de obedecer al jardinero y sigui¨® en la copa imitando a los monos. Cuando al fin baj¨®, Pajares, que a pesar de ser humorista perd¨ªa el humor con facilidad, empez¨® a reprenderlo, pero el chaval se escabull¨® con descaro. "Perd¨®neme usted que no pueda seguir atendi¨¦ndole en este momento, pero me esperan all¨ª, junto al magnolio, unas lindas muchachas, y he de lavarme antes los pies". Dicho esto, Camilito Jos¨¦ huy¨® a todo correr hacia la fuente.
Al menos, as¨ª lo cont¨® en un art¨ªculo el periodista de Arriba en 1966. Entonces, Cela ya era acad¨¦mico de la lengua y estaba consagrado, y Pajares (Trabanca de Arriba, 1881-Madrid, 1956) hab¨ªa muerto en el m¨¢s sombr¨ªo de los olvidos. Seg¨²n relata uno de sus escas¨ªsimos bi¨®grafos, Juan Manuel de Prada, en un par de libros (Desgarrados y exc¨¦ntricos, de Seix Barral, y Nicasio Pajares, de la Fundaci¨®n BSCH), ni el R¨¦gimen se preocup¨® por ¨¦l, pese a sus ideas anarquistas.
Hac¨ªa mucho que hab¨ªa asumido su fracaso, le hab¨ªan muerto dos de sus hijos, se hab¨ªa arruinado buscando remedio para ellos en los m¨¦dicos, y con el fin de la guerra hab¨ªa perdido las ganas de seguir luchando por sus ideas pol¨ªticas. De noche, seg¨²n recordaba Mar¨ªa del Carmen, la ¨²nica hija que sobrevivi¨® a la infancia, se encerraba en el cuarto de ba?o y lloraba. Al final se qued¨® ciego, estaba esquel¨¦tico y ya no controlaba sus funciones fisiol¨®gicas. Se encontraba en el lecho de muerte cuando lo fueron a visitar un par de polic¨ªas de Franco. Iban a por ¨¦l, pero cuando Mar¨ªa Escolano, su mujer, les abri¨® la puerta del dormitorio, se quedaron estupefactos. No se atrevieron a nada m¨¢s que a disculparse e irse.
En realidad, entre sus constantes idas y venidas a Uruguay y Argentina, la ¨²nica vez que tuvo que ir a la c¨¢rcel, durante tres semanas, por sus flirteos con el anarquismo fue en 1906. Acababa de arribar al puerto de Vigo y, al abrirle la maleta, los carabineros descubrieron unos cuantos ejemplares de El despertar hispano, el diario ¨¢crata que fund¨® con otros emigrantes en Rosario de Santa Fe. Lo mandaron de cabeza a la prisi¨®n de A Coru?a. Luego, volvi¨® un tiempo a Argentina, y lleg¨® a ser portero del River Plate. Tambi¨¦n se dedic¨® a vender alcohol ilegal y ung¨¹entos y p¨®cimas milagrosas entre los nativos y as¨ª fue visitando los lugares m¨¢s rec¨®nditos del pa¨ªs. Prada dice que despreciaba a aquellas gentes, y para liberar toda su bilis contra ellos escribi¨® La indiada, la negrada y la gringada de las rep¨²blicas del Plata. A pesar de esto, parece ser que no le hac¨ªa ascos a sus mujeres. Se sab¨ªa guapo, y su ¨¦xito amatorio (antes de asentarse en Madrid y casarse, con 40 a?os) era tal que muchos hombres lo rehu¨ªan, por miedo a que interfiriese en sus matrimonios.
En Madrid, Pajares odi¨® a Valle porque Valle lo ninguneaba ("A usted, ni caso", le dijo un d¨ªa en una tertulia), pero hubo un tiempo en que lleg¨® a tener admiradores, y hasta tuvo bastante ¨¦xito con su primera novela (El conquistador de los Tr¨®picos), que inaugur¨® para la literatura hispanoamericana el llamado g¨¦nero "de dictador". Sin embargo, pasados los a?os, hay escritores que consideran que su mejor obra fue C¨®mo pervirtieron a Palleiros, una autobiograf¨ªa solapada en la que el autor tampoco se preocup¨® mucho por disimular en qui¨¦n se inspiraba (Pajares / Palleiros).
Pajares escribi¨®, sobre todo, novela, pero tambi¨¦n teatro. Domin¨® como nadie el insulto y toda su literatura, a pesar de destilar rencor contra aquellos pa¨ªses que lo rechazaban por "gayego" (se enamor¨® perdidamente de una chica en Montevideo, pero cuando fue a pedir su mano ella le dijo que casarse con ¨¦l le dar¨ªa verg¨¹enza), estaba impregnada de humor. Hubo algunos cronistas de la ¨¦poca que compararon El conquistador de los Tr¨®picos, por su calidad literaria, con Tirano Banderas o Silvestre Paradox, pero lo cierto es que hoy ni en su tierra lo recuerdan.
Ya muerto el personaje, un d¨ªa Cela, que no se acordaba de aquel fugaz encuentro en el parque de Padr¨®n, lo descubri¨®. Se sinti¨® atra¨ªdo por su figura, empez¨® a buscar sus libros descatalogados y se propuso rescatarlo del silencio. Le quiso dedicar un n¨²mero de Papeles de Son Armad¨¢ns y en los ¨²ltimos a?os del Nobel, con la fundaci¨®n ya en marcha, se propuso, sin llegar a conseguirlo, reeditar todas sus novelas.
Desde Madrid, la ¨²nica heredera, Mar¨ªa del Carmen Pajares, ayud¨® como pudo, donando a la fundaci¨®n Cela todos los recuerdos de su padre. Sus 30 fotos, sus 12 cartas, su malet¨ªn de viaje, la partida de nacimiento, la fe de bautismo, cinco novelas, recortes de art¨ªculos de prensa y un texto in¨¦dito mecanografiado siguen hoy almacenados en la sede de Iria. Fuera de esto, el ¨²nico rastro de Agapito Francisco Nicasio Pajares, novelista padron¨¦s, se encuentra en Trabanca: un a?o despu¨¦s de su muerte, el ayuntamiento mand¨® colocar una placa en su arruinada casa natal. Hoy, ya casi no se lee.
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