Huida y muerte de Gonz¨¢lez-Ruano
Por pura casualidad me puse a hojear el Diario ¨ªntimo de C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano y ya no he podido dejarlo, postergando otros libros y tareas que hubiera debido cumplir en vez de tumbarme en la cama a leer las idas y venidas por el l¨®brego Madrid de los primeros a?os cincuenta de un escritor fascista que ten¨ªa poses de entre borb¨®n ap¨®crifo y se?orito golfo, y que era capaz de escribirse cinco art¨ªculos seguidos sobre cualquier cosa en una ma?ana y una novela entera en seis d¨ªas, una novela que entregaba sin haber corregido y de la que se hab¨ªa olvidado aun antes de cobrarla. Empiezo la lectura con curiosidad y desagrado; al cabo de unos d¨ªas la curiosidad es fascinaci¨®n y el desagrado a veces se ha convertido en repugnancia. El Diario ¨ªntimo empez¨® siendo para Gonz¨¢lez-Ruano uno de tantos encargos con los que se ganaba un dinero r¨¢pido y f¨¢cil, aunque siempre mezquino, al menos en proporci¨®n a sus aspiraciones de gran se?or caprichoso y tronado, que iba a todas partes en taxi, que ten¨ªa en casa cocinera y sirvienta y criado personal y se permit¨ªa caprichos car¨ªsimos, sortijas de diamantes y relojes de oro, antig¨¹edades barrocas con las que atestaba su casa, un piso nuevo en la esquina de R¨ªos Rosas con el paseo de la Castellana, delante de un horizonte despejado que era el de las huertas y los olivares de Chamart¨ªn, y que muy pronto ser¨ªa el de los horrores urbanos del Madrid franquista y posfranquista.
Entre la prosa mercenaria, los impudores de la vanidad, la bajeza del halago, de pronto estalla un fulgor de gran literatura
"No hay profesi¨®n como ¨¦sta, en la que sea preciso ganar lo que ya se tiene cada ma?ana", escribe en su diario
Leyendo esas p¨¢ginas se sumerge uno en la Espa?a brutalmente lobotomizada por la posguerra y el franquismo. El Madrid de C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano es una ciudad con tranv¨ªas lentos y cortes de luz en la que reinan sin competencia los bur¨®cratas con pistola al cinto de la dictadura y las mediocridades intelectuales que s¨®lo han llegado a alcanzar alguna relevancia porque la primera fila y hasta la segunda fila de la inteligencia espa?ola han sido eliminadas por el asesinato o el exilio. Hay que tener en cuenta el poco tiempo que ha pasado desde la cima de la edad de plata. En 1951 hace doce a?os que termin¨® la guerra, quince que Federico Garc¨ªa Lorca le¨ªa a los amigos el manuscrito de La casa de Bernarda Alba, veinte apenas que Bu?uel estren¨® La edad de oro. En el pasado tan reciente y tan perdido que nadie quiere nombrar estaban escribiendo, pintando, dise?ando, investigando en Espa?a algunas de las inteligencias m¨¢s l¨²cidas del siglo XX europeo. En 1951 las estrellas intelectuales eran fascistas de medio pelo o enchufados beatos de cuarta fila o capellanes castrenses que elaboraban para el ministro de Informaci¨®n y Turismo estad¨ªsticas sobre el n¨²mero de almas de espa?oles salvadas gracias a la censura cinematogr¨¢fica. En su Diario ¨ªntimo Gonz¨¢lez-Ruano da coba sin escr¨²pulos a gobernadores civiles y jefes provinciales del Movimiento Nacional, y si viaja a Barcelona se encuentra tan arropado por intelectuales falangistas catalanes como si acepta actuar como mantenedor de unos Juegos Florales en Santa Cruz de Tenerife. Un d¨ªa anota que sale de excursi¨®n por la provincia de Cuenca gracias a una invitaci¨®n del gobernador civil, a quien aprovecha para cubrir de elogios. Como de pasada anota que al subir al coche oficial el gobernador lleva consigo un fusil ametrallador.
Y sin embargo sigo leyendo. Entre la prosa mercenaria, los impudores de la vanidad, las exhibiciones de se?oritismo, la bajeza del halago, de pronto estalla un fulgor de gran literatura. En el diario escrito para ganar dinero r¨¢pido y dar coba a los que mandan se filtra la ansiedad verdadera de un hombre que est¨¢ huyendo siempre y que se rinde de golpe a la conciencia de su fragilidad y a la sospecha de que su trabajo incesante y su ambici¨®n y su vanidad no tendr¨¢n m¨¢s porvenir que el olvido. Se levanta sin sosiego y toma un taxi para llegar a primera hora al caf¨¦ en el que escribir¨¢ un art¨ªculo despu¨¦s de otro sin m¨¢s sustento que el caf¨¦ con leche y la nicotina. Como el tabaco y como los cigarrillos y los viajes en taxi el dinero que gana con los art¨ªculos se disuelve en seguida sin que ¨¦l sepa c¨®mo y el presunto arist¨®crata que lleva sortijas her¨¢ldicas y se viste cada ma?ana con la ayuda de un criado descubre que le han cortado el tel¨¦fono por falta de pago. En alg¨²n momento recapacita que "llevar¨¦ escritos unos quince mil art¨ªculos". Cuando m¨¢s falta le har¨ªa ponerse a trabajar se rinde a la vagancia y se queda en la cama leyendo novelas de Simenon, de las que dice que son "un l¨¢udano para la mirada": "Acunado", dice, "en una especie de pereza monstruosa que ni siquiera disfruto del todo porque me queda la conciencia llena de remordimiento". En medio de la vanidad tan f¨¢cil del columnista de ¨¦xito el miedo siempre lo persigue: "?De d¨®nde sacar¨¦ tiempo al tiempo? A veces me encuentro agotado, acogotado por la vida. No hay profesi¨®n como ¨¦sta, en la que sea preciso ganar lo que ya se tiene cada ma?ana, profesi¨®n en la que viva uno en una costumbre resignada de colapso econ¨®mico y en la permanente amenaza del olvido".
Sabe que escribir¨ªa mejor si no escribiera tanto, tan r¨¢pido, tan de cualquier manera. Pero no est¨¢ dispuesto a renunciar a los caprichos caros ni a la recompensa inmediata de halago que le deparan los art¨ªculos, y no tiene el menor escr¨²pulo en descender a la bajeza mercenaria: "Por la tarde, inauguraci¨®n del hotel F¨¦nix, una maravilla m¨¢s de la cadena de Hoteles Unidos. El hotel est¨¢ resplandeciente de personalidades del Ej¨¦rcito, la Pol¨ªtica, la Aristocracia, las Finanzas, las Artes y la Industria; lleno de damas de primera categor¨ªa que resaltan su belleza y su elegancia...".
Pero pasan los a?os y el diario ya no se publica en el peri¨®dico. Lo escribe en un cuaderno, aunque no va a publicarlo ni a ganar nada con ¨¦l, y el diario se va llenando de evocaciones desgarradas, de cr¨®nicas de enfermedades, de nombres de muertos. La ret¨®rica del columnista lacayo de una dictadura se convierte en confesi¨®n y en reconocimiento del fracaso: "Todos se mueren. ?A qui¨¦n le toca ahora? Un diario es un cementerio". En 1964, en 1965, C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano, que tiene poco m¨¢s de sesenta a?os, anota con una especie de sa?a fr¨ªa un derrumbe doble, el de su persona y el del mundo que ha sido suyo, el de las enfermedades que lo est¨¢n matando y el de las piquetas y las excavadoras que arrasan su Madrid. Los caf¨¦s, dice, mueren de cornadas de bancos. Los palacios de la Castellana son ahora grandes socavones en los que van a levantarse las torres de cristal y hormig¨®n gracias a las cuales se enriquecer¨¢ lo m¨¢s avispado de la carcundia franquista. En el hospital donde est¨¢ muri¨¦ndose, Gonz¨¢lez-Ruano respira gracias a bombonas de ox¨ªgeno y sigue fumando y escribiendo en su diario. La ¨²ltima anotaci¨®n es del martes 30 de noviembre de 1965: "El terror es blanco. La soledad es blanca".
Diario ¨ªntimo. 1951-1965. C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano. Visor, 2004. 1.161 p¨¢ginas. 45 euros.
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