A un paso de la muerte
El pasado 7 de julio, un juez me devolvi¨® la libertad tras 21 a?os encerrado en Illinois. Pas¨¦ 13 a?os en el corredor de la muerte por culpa de un chivatazo falso y de una confesi¨®n que firm¨¦ tras 39 horas de tortura policial. Me llamo Ronald Kitchen".
-"Buenos d¨ªas. Mi nombre es Curtis McCarty. El Estado de Oklahoma me conden¨® injustamente a morir. Estuve encarcelado durante 22 a?os. Nadie me ha compensado o pedido perd¨®n".
-"Soy Greg Wilhoit. De Sacramento (California). Pas¨¦ cinco a?os en el corredor de la muerte. Me alegro de estar hoy aqu¨ª".
Birmingham (Alabama, Estados Unidos). Por la autopista 65 llegamos a los l¨ªmites de la ciudad hacia el Sur. En un cruce, dos hombres-cartel anuncian pizza a 5,99 d¨®lares. A tres manzanas, la carretera se empina y llegamos al Alta Vista Hotel, desde donde se divisa la ciudad entera. El establecimiento, una mole de color blanco construida en los a?os ochenta, tiene aires de lugar venido a menos y a su alrededor hay edificios enteros cerrados, dicen, por la crisis econ¨®mica. Alabama es el quinto Estado m¨¢s pobre del pa¨ªs, y la verdad es que se nota. El hotel est¨¢ casi vac¨ªo. Es perfecto para una reuni¨®n tranquila.
Al menos ocho inocentes han sido ejecutados desde 1976, el ¨²ltimo hace casi seis a?os
Un 41% de los condenados son negros, a pesar de ser s¨®lo el 13% de la poblaci¨®n
Haciendo un c¨ªrculo en una sala de conferencias se presentan, uno a uno, 21 de los 139 ex condenados a muerte que han logrado demostrar su inocencia en la historia de EE?UU. Junto a los once negros, nueve blancos y un latino exonerados presentes est¨¢n sus familiares, amigos y cinco militantes de Witness to Innocence -en castellano, Testigos para la Inocencia, una ONG de Filadelfia que organiza el encuentro y que fue fundada hace cinco a?os por la monja Helen Prejean, la mujer a la que dio vida en 1995 Susan Sarandon en la pel¨ªcula Dead man walking (Pena de muerte, en Espa?a)-. Un total de 47 personas van tomando la palabra y, en voz alta, se dan a conocer. Para el grupo, procedente de todo EE UU, ¨¦sta es su ocasi¨®n para reencontrarse unos y darse a conocer otros. A todos les sirve para "cargar pilas", una suerte de comuni¨®n colectiva de cinco d¨ªas de duraci¨®n, "una reuni¨®n de antiguos alumnos", como bromeaban algunos. Es su momento privado tras un a?o en el que algunos de ellos no han parado de viajar y hacer campa?a contra la pena capital en escuelas, universidades, iglesias... De manera excepcional, permiten que un medio de comunicaci¨®n, "por ser extranjero", se sume por primera vez a su ¨ªntimo corro. Y es que algunos, como Curtis McCarty, desconf¨ªan de los periodistas estadounidenses: "Si prestaran m¨¢s atenci¨®n a la pena de muerte en nuestro pa¨ªs, si dijeran que hay cosas innecesarias, inmorales e inconstitucionales, terminar¨ªan con el problema. Pero no lo hacen".
El c¨ªrculo aumenta as¨ª de tama?o: 48 y 49. Un periodista y una fot¨®grafa de El Pa¨ªs Semanal accedemos a las reuniones y compartimos hotel, comida, bebida y muchas conversaciones durante cinco d¨ªas de noviembre en Alabama. El sitio elegido por la ONG (cada a?o escogen uno distinto de la geograf¨ªa norteamericana) destaca por ser uno de los Estados que se dej¨® hasta la sangre, en los a?os cincuenta y sesenta, por la igualdad racial en Estados Unidos. Ubicado en el sur del pa¨ªs, Alabama conserva todav¨ªa la herencia del pasado segregacionista y fundamentalista-religioso que tiene en com¨²n con otros Estados: Tejas, Florida, Oklahoma, Misuri, Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur, Luisiana, Arkansas...
No es casualidad que estas regiones sure?as sean tambi¨¦n las que concentran la gran mayor¨ªa de las ejecuciones de EE UU, el 87% del total en 2009. Pero son muertes que no generan debate social. En Alabama lo comprobamos. El ¨²nico momento en que los exonerados y sus familias abandonaron el hotel en cinco d¨ªas fue para acudir a las puertas del Palacio de Justicia de Birmingham, donde hab¨ªan convocado una rueda de prensa. En un d¨ªa soleado y agradable, s¨®lo se presentaron dos medios: la televisi¨®n ABC News y El Pa¨ªs Semanal. Apenas una veintena de transe¨²ntes pararon para escucharles.
En el hotel charlamos uno a uno con los exonerados. En una sala adyacente a la que utilizaron para reunirse, los entrevistamos y fotografiamos. Compartimos unos antiguos sof¨¢s marrones junto a unos ventanales. Desde ese lugar, estas 21 personas nos explican su milagro y nos gu¨ªan por el sistema carcelario, judicial y policial estadounidense. El goteo de testimonios dibuja una situaci¨®n general llena de lugares comunes: corrupci¨®n, maltrato, secuelas, racismo... Poco a poco ponemos caras al horror.
La de Derrick Jamison es inolvidable. Este afroamericano de Ohio de 48 a?os y aspecto de rapero mira a c¨¢mara. Sonr¨ªe pacientemente con dientes de oro, luce brillantes, anillos y todo tipo de bisuter¨ªa. Su gorra de los Cincinnatti Reds de b¨¦isbol delata su procedencia y su afici¨®n al deporte. Con ¨¦l hablamos tambi¨¦n de baloncesto. Se declara fan de LeBron James y sus Cavaliers de Cleveland, la otra gran ciudad de su Estado. Derrick es un tipo que al hablar despierta cari?o, lo hace pausado, como un ni?o en la piel de un adulto, con una extra?a paz que casi todos los rescatados del corredor contagian al estar a su alrededor. Como si estuvieran ya por encima del sufrimiento, al que Derrick venci¨® y conoce bien: "Estuve a una hora de ser ejecutado, s¨®lo a una hora de estar muerto, una hora para ser asesinado. Porque eso es lo que quer¨ªan hacer. ?Entiendes lo que te estoy diciendo? Estuve a una sola hora de que me mataran", dice clavando sus ojos. Fue el peor momento de sus 17 a?os en el corredor, el d¨ªa m¨¢s cr¨ªtico de su vida, el de su fecha de caducidad.
En 1985 hab¨ªa sido acusado y condenado a muerte por el asesinato de un camarero en su ciudad. Pero Derrick siempre mantuvo su inocencia. En el camino para demostrarla tuvo que bregarse contra un perezoso sistema de apelaciones. Llegaron a ofrecerle la perpetua a cambio de que admitiera el crimen. No acept¨®. No pod¨ªa, a pesar de que conviv¨ªa d¨ªa a d¨ªa con la amenaza de su propio asesinato legal, porque se sab¨ªa inocente. El proceso judicial se alarg¨® y fue tan lento que tuvo que esperar a 2002 para que un juez reconociera que se le hab¨ªa de juzgar de nuevo y le sacara del corredor. Entonces se supieron dos cosas. Una, que otro acusado de dudoso historial hab¨ªa recibido una reducci¨®n de condena en su d¨ªa a cambio de testificar contra Derrick. Y dos, que el fiscal hab¨ªa ocultado premeditadamente declaraciones vitales de varios testigos presenciales del crimen que contradec¨ªan a ese falso sopl¨®n. En definitiva, nunca hubo pruebas contra ¨¦l, sino todo lo contrario. Jamison qued¨® finalmente libre en 2005. Veinte a?os despu¨¦s de una condena injusta: inocente. No le han indemnizado.
Derrick, que describe su primer d¨ªa en la calle "como el de un ni?o el d¨ªa antes de Navidad", tuvo mucha suerte. Pertenece al club de 139 excarcelados (s¨®lo una mujer entre ellos y un espa?ol, Joaqu¨ªn Jos¨¦ Mart¨ªnez) liberados del corredor de la muerte en el que nunca debieron entrar. A pesar de esa desgracia, ellos se consideran generalmente afortunados. Y es que, seg¨²n las cifras m¨¢s conservadoras, al menos ocho inocentes han sido ejecutados desde 1976, cuando se reinstaur¨® la pena de muerte en EE UU tras cuatro a?os de pausa por el caso de un condenado en Georgia que hab¨ªa llegado al Supremo. Tras aquella ¨²ltima gran oportunidad de eliminar la pena capital, EE UU ha liquidado a 1.188 personas mediante diversos m¨¦todos. El dato es del pasado 29 de diciembre, pero el goteo sigue, a medida que las inyecciones letales o las sillas el¨¦ctricas hacen su trabajo. En Internet hay macabros calendarios con previsiones, nombres y apellidos. Para 2010 se esperan seis muertes en enero, tres en febrero... Estados Unidos es el cuarto pa¨ªs con m¨¢s ejecuciones, tras China, Ir¨¢n y Arabia Saud¨ª.
el movimiento abolicionista en EE UU tiene enorme m¨¦rito porque lucha contracorriente. "A veces es una batalla solitaria. Sobre todo en el Sur, en el coraz¨®n de la pena de muerte, donde se va muy por detr¨¢s del resto del pa¨ªs en cuanto a la sensibilizaci¨®n. De todas maneras, si bien en los a?os ochenta era frustrante estar en contra de la pena de muerte, en los noventa las cosas empezaron a cambiar por la aparici¨®n de m¨¢s y m¨¢s casos de inocentes en prisi¨®n. El movimiento ha crecido", opina Kurt Rosenberg, uno de los activistas presentes en Alabama y que tom¨® las riendas de Witness to Innocence al poco de que la monja Helen Prejean fundara la organizaci¨®n. Si bien los ¨²ltimos tres a?os han sido positivos, ya que Nuevo M¨¦xico (2009), Nueva York (2007) y Nueva Jersey (2007) han eliminado la pena capital de sus territorios y roto una mala racha que duraba 23 a?os (Massachusetts?y Rhode Island hab¨ªan sido los ¨²ltimos en abolirla en 1984), todav¨ªa 35 Estados (de 50) mantienen las sentencias de muerte en sus c¨®digos penales con un apoyo popular abrumador. Seg¨²n una encuesta reciente de Gallup, un 65% de los estadounidenses est¨¢ a favor, frente a un 31% que se opone. Aunque la diferencia sea a¨²n abismal, es, sin embargo, de las m¨¢s estrechas desde los a?os setenta y coincide con el aumento de casos de inocentes excarcelados en los ¨²ltimos a?os. En 2009 han salido nueve personas del corredor, la misma cifra que en 2000. S¨®lo el a?o 2003, con 12 exonerados, les supera. El contador avanza cada vez m¨¢s r¨¢pido, sobre todo gracias a la proliferaci¨®n de las pruebas de ADN. The Innocence Project, una organizaci¨®n fundada en 1992, ha probado con ese m¨¦todo la inocencia de 248 personas (algunas en el corredor y otras no), demostrando una y otra vez que EE UU tiene un problema. El ¨²ltimo caso es el de un hombre condenado a cadena perpetua en Florida, liberado el pasado 17 de diciembre tras 35 a?os encerrado, un r¨¦cord en cuanto a permanencia en la c¨¢rcel de un inocente.
?Y la vida tras la c¨¢rcel, qu¨¦? Al salir hay dificultades econ¨®micas, sociales, familiares, de salud... Sentado en una silla de ruedas que parece quedarle peque?a, Paul House, un hombre corpulento de 48 a?os liberado a mediados de 2009 gracias precisamente a The Innocence Project, habla con dificultades. Su madre, Joyce, hace de portavoz casi todo el tiempo: "?Me enfado cuando alguien dice que en el corredor hay atenci¨®n m¨¦dica!". Su hijo, con una medio sonrisa muy atrofiada por la falta de cuidados dentales en prisi¨®n, corrobora: "Bullshit!" (una palabra soez que significa "mentira"). Paul estuvo 22 a?os encarcelado en el corredor de Tennessee. Los ¨²ltimos 10, afectado por una esclerosis m¨²ltiple, encerrado las 24 horas del d¨ªa en su celda, donde com¨ªa y hac¨ªa sus necesidades. Apenas pod¨ªa moverse o hablar. Ning¨²n guarda se esforz¨® en sacarle de su cuadril¨¢tero, aunque s¨®lo fuera en la ¨²nica hora diaria a la que ten¨ªa derecho, esposado, al patio.
"Empez¨® a tener problemas de equilibrio. ?l pensaba que ser¨ªa por una infecci¨®n de o¨ªdo. Pero en una de las visitas, otro preso se acerc¨® y me dijo: "Se?ora House, algo le pasa a su hijo. Le he visto apoyarse en las paredes para no caerse". A la ma?ana siguiente llam¨¦ a mi abogado. Nos cost¨® dos a?os que un m¨¦dico entrara a diagnosticarle su enfermedad. As¨ª que los otros presos se ocuparon de ¨¦l". Paul afirma a trompicones: "S¨¦ que suena extra?o, pero conoc¨ª a verdaderos buenos t¨ªos en el corredor". Tras el diagn¨®stico, contin¨²a la madre, la prisi¨®n s¨®lo le dio vitaminas y paracetamol. La batalla legal por las inyecciones que necesitaba fue ardua. Tiempo perdido que deterior¨® la salud de Paul en medio del desinter¨¦s por parte de las autoridades de Tennessee.
A 800 kil¨®metros de ¨¦l, Nathson Fields, otro inocente, viv¨ªa condenado a muerte en Illinois. Nate, un negro de Chicago lleno de energ¨ªa y vitalidad, explica los motivos de esa desatenci¨®n y comprobamos que lo sucedido a Paul en Tennessee no fue una anomal¨ªa, sino un sistema carcelario: "Su mentalidad es... ?por qu¨¦ deber¨ªamos darte atenci¨®n m¨¦dica si te vamos a matar de todos modos?.... En el corredor, como mucho te dan un par de aspirinas". A Nate, que pas¨® 18 a?os en la c¨¢rcel, 11 de ellos condenado a muerte por un crimen que no cometi¨®, su cabeza le explota de recuerdos. Es su postortura psicol¨®gica: "Recuerdo cada d¨ªa las ejecuciones, a los amigos que vi pasar junto a mi celda de camino a su muerte. Recuerdo estar en la sala de visitas y ver a uno de mis amigos despidi¨¦ndose de su madre y sus ni?os, todos llorando porque s¨®lo le quedaban dos d¨ªas para su ejecuci¨®n. Algunos se volv¨ªan locos. No aguantaban. Hablaban solos. Dejaban de lavarse. Otros se suicidaban. Un d¨ªa, uno de ellos me dijo: "Nate, te voy a echar de menos". No entend¨ª nada. Al d¨ªa siguiente le encontraron ahorcado. Otra vez, un tipo cay¨® fulminado en el patio. Pedimos un m¨¦dico. Nadie hizo nada. Se recuper¨®... pero no le hicieron un esc¨¢ner. ?Y adivina! Al mes muri¨® de un aneurisma".
A Nate, claramente la c¨¢rcel le hizo m¨¢s fuerte. Llora al recordar el d¨ªa que le comunicaron que su madre hab¨ªa muerto: "Ese d¨ªa pens¨¦: "esto es todo, ¨¦ste es mi final". Pero incluso a eso se pudo recomponer. No cay¨® ante la presi¨®n de la espera de lo inevitable: "No s¨¦ c¨®mo lo consegu¨ª. Creo que resist¨ª porque sab¨ªa que era inocente. En el instituto fui campe¨®n de lucha. Crec¨ª peleando". La familia, los amigos, la fe religiosa o la lectura son otros de los salvavidas de los 21 de Alabama. Otros encarcelados no aguantan. Desde 1976, un 11% de las ejecuciones han sido voluntarias, presos que no pod¨ªan m¨¢s y renunciaron a todas las apelaciones. Para enero de 2010 se esperan dos casos.
Otro tipo endurecido en prisi¨®n es Curtis McCarty, blanco, con perilla, ojos claros y cabeza afeitada. Pas¨® 22 a?os en la c¨¢rcel, 16?en el corredor de Oklahoma. Eso es un poquito menos de la mitad de su vida entre rejas. A pesar de haber estado tanto tiempo al margen de la sociedad, demuestra conocerla en cada reflexi¨®n. Su relato, su mirada y sus l¨¢grimas nos golpean: "Deber¨ªas ver lo que les ocurre a esos t¨ªos cuando su tiempo se acorta, cuando les dicen que tienen que empaquetar sus cosas para enviarlas a sus familias porque la ejecuci¨®n es inminente". En la pared, los calendarios marcan los d¨ªas que le quedan a cada uno, un tictac psicol¨®gico insoportable. Saben, con unos meses de antelaci¨®n, su fecha exacta: "Mataron a mi mejor amigo. Billy y yo compartimos celda los 11 ¨²ltimos a?os de su vida. Era un buen chaval". Cuando Curtis habla, lo hace intercalando silencios, buscando unas palabras que en realidad tiene muy claras. Es un tipo con una doble vertiente. Su coraz¨®n est¨¢ dolorido, pero al tiempo es un hombre alegre, que r¨ªe y tiene un gran sentido del humor. De hecho, es un gran placer compartir unas cervezas con ¨¦l y su novia, Amy. Mientras ella habla, ¨¦l no para de hacer fotos con una peque?a c¨¢mara, como si quisiera documentar cada instante de su vida para que no se le olvide. De hecho, reconoce, tiene problemas para recordar las cosas, una de las consecuencias que muchos padecen tras a?os sin obligaciones tan sencillas como pagar una factura.
Pero Curtis se pone serio y llora cuando destapa sus recuerdos m¨¢s duros. "Cuando mataron a Billy, mi tiempo tambi¨¦n se acababa. No estaba de humor para ninguna mierda. Varios presos pensamos en hacer una huelga de hambre para protestar. Nos iban a matar igual. Que os jodan, no pod¨¦is tratarnos as¨ª", pensaba. Un golpe de suerte en su momento an¨ªmico m¨¢s bajo lo sac¨® del corredor: el FBI estaba investigando irregularidades en el laboratorio de la polic¨ªa de Oklahoma City. Un an¨®nimo hab¨ªa enviado una lista a los federales con ocho casos, entre los que estaba el suyo, para que los reinvestigaran. Se supo que aquel laboratorio hab¨ªa falsificado pruebas durante a?os, y gracias al ADN, Curtis pudo probar su inocencia. Preguntado por si ama a su pa¨ªs, calla en un imp¨¢s eterno, se atusa la perilla, mira al horizonte y musita tajante: "No".
el himno estadounidense habla de "la tierra de los libres", pero parad¨®jicamente pocos americanos han sido compensados por el error judicial que los encarcel¨®. Tras a?os perdidos, algunos est¨¢n endeudados, la mayor¨ªa tiene nulas o dif¨ªciles perspectivas laborales, otros son alcoh¨®licos y todos sufren estr¨¦s postraum¨¢tico. Con ese panorama, la ayuda gubernamental es m¨ªnima y casi todo el apoyo se acaba sustentando en las redes familiares y de amigos.
"He gastado 220.000 d¨®lares en abogados. Vend¨ª mi casa, mi granja, mis coches. Todo lo que ten¨ªa. Incluso mis familiares hipotecaron sus hogares", explica Randall Padgett, ex convicto, inocente en el corredor de Alabama durante cinco a?os. Hablamos con ¨¦l ante las puertas del Palacio de Justicia de Birmingham. Sonr¨ªe porque ya no est¨¢ en prisi¨®n, pero explica con cara de circunstancias que ahora est¨¢ arruinado por las deudas generadas por su paso por el corredor. Pero resulta que o se gastaba el dinero en sus propios abogados, o quiz¨¢ hubiera muerto. El letrado que le puso el Estado le reconoci¨® que no iba a luchar demasiado. Era un caso por el que apenas iba a cobrar unos d¨®lares. Para Randall y el resto, conseguir un trabajo es dificil¨ªsimo. Hoy peor a¨²n que nunca, debido a la crisis econ¨®mica. Son personas sin experiencia laboral durante a?os y en su expediente consta su paso por prisi¨®n. A pesar de la inocencia, casi ning¨²n entrevistador se anima a darles una oportunidad.
No hay datos generales, pero de las 21 personas que conoci¨® El Pa¨ªs Semanal, s¨®lo a dos se les han reconocido indemnizaciones millonarias. A John Thompson, un tipo de habla y risa nerviosas, un juez le ha concedido 14 millones por sus 18 a?os en prisi¨®n. Todav¨ªa no ha cobrado. El Estado de Luisiana est¨¢ peleando con Nueva Orleans para compartir la factura. Mientras, John no ha perdido el tiempo. Ha fundado una ONG y ha comprado una casa en la ciudad, donde acoge a todos los exonerados que necesiten ayuda, estuvieran o no condenados a morir. El que s¨ª cobr¨® fue Ray Krone, cuatro millones por 10 a?os: lo invirti¨® en su granja, y no le va mal. Mientras, hay casos como el de Ron Keine. Un juez estableci¨® que 5.000 d¨®lares era el precio por dos a?os en el corredor. O peor: a Juan Mel¨¦ndez, la prisi¨®n le dio un pantal¨®n, una camisa y 100 d¨®lares cuando lo liberaron tras casi dos d¨¦cadas encerrado.
En el c¨ªrculo de Alabama se explica, sobre todo para los nuevos, que s¨®lo 27 de los 35 Estados con pena capital tienen leyes de compensaci¨®n. Pero son incompletas, no se utilizan en la pr¨¢ctica, o s¨®lo sirven para casos de ADN. A nivel nacional, existe una ley para presos federales que contempla 50.000 d¨®lares por a?o err¨®neo en prisi¨®n, aunque nunca se ha aplicado, porque nunca ha habido un exonerado federal. El Congreso norteamericano debate ahora una ley nacional para los casos estatales, unos 500, incluidos los 139 que salieron del corredor. Sin embargo, la propuesta, apoyada de momento s¨®lo por 52 de los 435 congresistas, es infinitamente menos generosa que la ley federal: habla de dos a?os de ayuda econ¨®mica no directa a las v¨ªctimas, a trav¨¦s de ONG que decidir¨ªan una por una. Al explicarse esto, la sala de reuniones del hotel se llen¨® de comentarios de desaprobaci¨®n.
?C¨®mo es posible que en un pa¨ªs como Estados Unidos haya habido al menos 139 personas condenadas a muerte siendo inocentes? Caso tras caso, se repiten varias circunstancias. Polic¨ªas que ocultan o destruyen pruebas, mala praxis de los fiscales, perjurios, abogados de oficio sin experiencia y con bajos sueldos, soplones que s¨®lo act¨²an en su propio inter¨¦s... "Los motivos son pol¨ªticos. Dicen que necesitamos calles seguras. Ponen a los fiscales en una situaci¨®n de obligaci¨®n de ganar. La meta de cualquier abogado es convertirse en juez. Para lograrlo necesitan un porcentaje alto de victorias. Algunos llegan al 80%. Es imposible conseguirlo sin haber hecho algo ilegal", opina John, ya de noche, en el exterior del hotel.
Para colmo, cuando se demuestran los errores, todos se lavan las manos: "Nadie quiere admitirlos. Est¨¢n en juego muchas carreras y pensiones", explica Randy Steidl, que pas¨® casi 18 a?os encerrado en Illinois (12 de ellos, condenado a morir) y que super¨® dos fechas de ejecuci¨®n. La ¨²ltima, por s¨®lo seis semanas. Su libertad lleg¨® de manera sorprendente. Los estudiantes de Derecho de la Universidad Northwestern de Chicago revisaron su caso como trabajo de clase. Ellos, "junto con la honestidad" de un polic¨ªa estatal, demostraron que Randy y otro encarcelado no eran culpables del asesinato de una pareja en un peque?o pueblo en 1986.
En 2003, un a?o antes de quedar Randy libre, el entonces gobernador de Illinois, George Ryan, eligi¨® esa universidad, no por casualidad, para anunciar que conmutaba la pena de muerte por cadena perpetua a los 167 presos que estaban entonces en el corredor del Estado. La medida persegu¨ªa evitar errores irremediables y ven¨ªa a reconocer que la pena capital se tambaleaba en su territorio. Y es que Illinois, que no ha ejecutado a nadie desde 1999, tiene un historial terror¨ªfico en cuanto a corrupci¨®n y equivocaciones. Cuando Ryan tom¨® esa decisi¨®n, muchos problemas ya se conoc¨ªan o intu¨ªan. Uno de los casos m¨¢s escandalosos fue el del juez Thomas Maloney, que apa?¨® al menos cuatro de sus juicios a cambio de sobornos entre 1977 y 1990. Su carrera judicial, ligada al crimen organizado, termin¨® cuando una investigaci¨®n del FBI destap¨® sus pr¨¢cticas. En 1993 fue condenado y pas¨® 12 a?os en prisi¨®n. Poco despu¨¦s de salir, muri¨®. Ten¨ªa 83 a?os.
Perry Cobb, condenado por Maloney en 1979, describe al juez: "Era blanco y muy racista. Toda la gente que met¨ªa al corredor o a la c¨¢rcel ¨¦ramos negros". Los afroamericanos tienen, estad¨ªsticamente, m¨¢s probabilidades de ser condenados a muerte: en 2008 representaban un 41% de los presos del corredor, a pesar de ser menos de un 13% entre la poblaci¨®n de EE UU, seg¨²n el Departamento del Censo de ese pa¨ªs. Perry nunca olvidar¨¢ lo que perdi¨®: "Fue devastador en mis hijos. Me alej¨® de mi familia. Ten¨ªa una mujer, de la que estaba profundamente enamorado. Me cost¨® a?o y medio convencerla, con la ayuda de mi padre, para que se divorciara de m¨ª. Ella estaba a punto de morir de los nervios y no quer¨ªa que criara as¨ª a nuestros hijos. Le ped¨ª que se concentrara en ellos. Una de mis hijas fue violada cuando ten¨ªa 11 a?os. ?D¨®nde estaba su papi? No le pude ayudar", lamenta.
Uno de los cuatro juicios apa?ados por Maloney fue el que le cost¨® 18 a?os de c¨¢rcel a Nate Fields, tambi¨¦n negro, como Cobb. Pero aunque Nate entr¨® en el corredor en 1986 y la condena al juez lleg¨® en 1993, su caso no obtuvo una revisi¨®n autom¨¢tica y sigui¨® en prisi¨®n diez a?os m¨¢s: "Este juez hab¨ªa enviado a cientos de personas a la c¨¢rcel. Sab¨ªan que tendr¨ªan que repetir muchos juicios y no quer¨ªan. As¨ª que prefer¨ªan ejecutarme antes que revisar mi caso". Nate logr¨® que un juez fijara en 1998 una fianza de un mill¨®n de d¨®lares para su libertad, mientras se esperaba el juicio definitivo. No ten¨ªa tanto dinero, pero en 2003, otro preso amigo suyo lo pag¨® por ¨¦l y Nate sali¨® libre. Tras seis a?os en la calle, finalmente un juez de Chicago le declar¨® inocente el pasado abril.
La falta de escr¨²pulos en Illinois tambi¨¦n ha sacudido a la polic¨ªa. El ex jefe del cuerpo de Chicago Jon G. Burge fue apartado de su puesto a principios de los noventa tras una investigaci¨®n interna que revel¨® que hab¨ªa estado involucrado en al menos 50 graves casos de tortura. Hasta hoy, Burge s¨®lo ha pagado los hechos con aquel despido. Pero Ronald Kitchen, en libertad desde el pasado 7 de julio, tiene metido en la cabeza que la persona que orden¨® machacarle durante 39 horas, hasta que firm¨® la confesi¨®n de un crimen que no cometi¨®, acabe entre rejas. Este afroamericano sonr¨ªe hoy euf¨®rico y se abraza a cada rato a su novia, Katina. "Soy feliz. Y cada d¨ªa que pasa lo estoy un poco m¨¢s", afirma tras 21 a?os encarcelado, 13 de ellos condenado a morir. De su primer d¨ªa en libertad, se?alaba en Alabama, recuerda que abraz¨® a su hijo de 20 a?os por primera vez y que despu¨¦s se comi¨® un helado. En 1988, Ronald era un traficante de drogas, seg¨²n reconoce ¨¦l mismo. Entonces, un falso sopl¨®n le acus¨® del asesinato de dos mujeres y tres ni?os. El tipo estaba encarcelado entonces y recibi¨® una reducci¨®n posterior de su condena. Era el cu?ado del primo de Ronald. Seguramente, opina, todo fue una trampa para librarse de ¨¦l. Sin m¨¢s pruebas que la palabra del chivato, Ronald termin¨®, tortura mediante, en el corredor. Libre tras dos d¨¦cadas y con un imperturbable buen rollo, asegura que de momento s¨®lo quiere disfrutar del d¨ªa a d¨ªa. S¨®lo pone excusas a jugar a baloncesto porque le recuerda a su ocio en prisi¨®n.
Un chivatazo falso fue lo que tambi¨¦n conden¨® a Albert Burrell en 1987, ¨¦ste en el Estado de Luisiana. Este hombre humilde, amable y con look de cowboy, cuenta su incre¨ªble historia con un hilillo de voz. Tras divorciarse de su mujer, Albert hab¨ªa logrado la custodia del hijo que ten¨ªan, Charles, de cinco a?os. El asesinato de una pareja en la zona fue la ocasi¨®n perfecta para la ex, que telefone¨® al sheriff y dijo que su antiguo marido era el asesino. Sin pruebas ni testigos, bas¨¢ndose s¨®lo en la mentira de una mujer despechada, polic¨ªa y juez creyeron la versi¨®n. O quisieron creerla, agobiados por la presi¨®n social por resolver el crimen. Albert pas¨® los siguientes 13 a?os en el corredor de Angola, una de las c¨¢rceles m¨¢s duras de EE?UU, y su ex recuper¨® la custodia del ni?o. Albert, que hab¨ªa vivido internado en un centro psiqui¨¢trico desde los siete hasta los 16 por una deficiencia mental, fue un blanco perfecto, pues no sabe leer ni escribir, y sus recursos culturales son m¨ªnimos. S¨®lo la ayuda desinteresada de dos abogados de Minneapolis que supieron de su caso le sacaron de la c¨¢rcel. Hoy se gana la vida, por 10 d¨®lares la hora, en una granja de Tejas. Para rizar el rizo de su desgracia, el hermano de Albert termin¨® cas¨¢ndose con su antigua esposa, sobre la que no ha ca¨ªdo la justicia por acusarle en falso. No se habla con ellos, y de su hijo no tiene ni rastro. Sabe que se cambi¨® el nombre y poco m¨¢s. Albert lo perdi¨® todo. Pero dice, mientras bebe una cerveza, que se siente "muy afortunado".
De hecho, lo es. "Hay 139 exonerados. Solamente estamos 21 aqu¨ª. El resto: suicidios, drogadicci¨®n, alcohol... Otros no quieren recordar. Los que llevamos m¨¢s tiempo fuera intentamos ayudar a los reci¨¦n salidos. Les decimos: si te has quedado sin un d¨®lar y vas a robar... ll¨¢mame. Si tienes hambre, ll¨¢mame. Antes de equivocarte, ll¨¢mame", subraya Ron Keine, otro ex convicto. ?l cree que los norteamericanos no son conscientes de que su sistema judicial est¨¢ roto: "Esto le puede suceder a cualquiera. Pero no lo saben porque nunca han tenido que lidiar con ¨¦l. Creen que no deben preocuparse porque nunca cometer¨¢n un crimen".
Seg¨²n Gallup, un tercio de los norteamericanos que apoyan la pena capital piensa que su pa¨ªs ha ejecutado a inocentes, pero aun as¨ª consideran que son da?os colaterales que vale la pena asumir para luchar contra el crimen. Sin embargo, en otra encuesta, ¨¦sta de Harris, un 41% de los estadounidenses rechaza que la pena de muerte reduzca los delitos. Aparte del riesgo a equivocarse, la crisis econ¨®mica podr¨ªa ser ahora el aliado perfecto para los abolicionistas. El corredor de la muerte es demasiado caro comparado con una cadena perpetua, ya que en el primer caso los presos tienen derecho a todas las apelaciones, nueve pasos que aumentan la factura a la par que alargan la agon¨ªa a?os. Por ello, en algunos sectores de poblaci¨®n est¨¢ calando la idea del ahorro, aunque en el lado de algunos abogados todo se ve distinto, ya que el sistema es un negocio bastante lucrativo y muchos no quieren que desaparezca.
Los fr¨ªos n¨²meros son bastante m¨¢s calientes cuando se les pone rostro, nombre y apellidos. En el "exclusivo club" de 139 norteamericanos rescatados de la muerte, la palabra esperanza tiene un significado particular. "En el corredor, la esperanza te pod¨ªa matar. Cualquier cosa buena que esperaras... si no llegaba... ?uf! Hoy me enfrento a todo como si fuera a pasar lo peor, pero esperando lo mejor. Y sorprendentemente, lo mejor suele ocurrir", asegura un nervioso Greg Wilhoit, que todav¨ªa no ha podido superar el alcoholismo en el que se meti¨® tras recuperar su libertad.
Tras cinco d¨ªas compartiendo hotel, comida, bebida, reuniones y conversaciones con 21 personas que a punto estuvieron de morir por cr¨ªmenes que no hicieron, llega el momento de las despedidas. Shujaa Graham es un afroamericano al que le puede la emoci¨®n. Con l¨¢grimas en los ojos, nos da las gracias y repite luchador: "I'm a soldier" ("Soy un soldado"). Su mujer, Phyllis, la enfermera blanca de la que se enamor¨® en prisi¨®n, hab¨ªa cerrado las jornadas de reuniones en Alabama cantando un emocionante estribillo de los a?os de la esclavitud en el Sur. La letra tambi¨¦n sirve a los exonerados. El corro uni¨® sus manos primero, dio palmas despu¨¦s y cant¨® al un¨ªsono: "We who believe in freedom cannot rest!" ("?Nosotros que creemos en la libertad no podemos descansar!").
Shujaa nos regala una camiseta con la cara de Cameron Todd Willingham, el ¨²ltimo caso conocido de un inocente ejecutado, el 17 de febrero de 2004, en Tejas. Le hab¨ªan ofrecido la perpetua, pero la rechaz¨® convencido de que se sabr¨ªa la verdad. En la parte trasera de la prenda, las ¨²ltimas palabras del reo: "Soy un hombre inocente, condenado por un crimen que no comet¨ª. He sido perseguido durante 12 a?os por algo que no hice". Minutos despu¨¦s, una inyecci¨®n letal paraliz¨® su coraz¨®n. La verdad lleg¨® demasiado tarde, el pasado verano. Willingham deber¨ªa haber estado en Alabama.
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